Parashá Zajor
Este Shabat concluiremos la lectura de la Torá con el último párrafo de la Parashá Ki Tetsé (Devarim, Deuteronomio 25: 17-19).
Esta lectura es una respuesta a la interrogante: ¿Acaso la lectura de la Torá es una obligación que impone la misma Torá? La respuesta es que la lectura de la Torá es una tarea que impusieron los jajamim, los eruditos del pueblo judío. Con la excepción del citado párrafo cuya lectura (estudio) es una obligación que impone la Torá, o sea es una Mitsvá DeOraita, un instructivo que proviene directamente de Dios, esta lectura que empieza con la palabra Zajor, recuerda.
Por ello, en muchas sinagogas se llama la atención a la congregación a que preste especial atención a esta lectura, y desde luego, todos deben abstenerse de conversación durante su recitación.
No es posible saber cuál fue la consideración efectiva para que se fije este párrafo como una lectura obligatoria con la cual se cumple una Mitsvá de la Torá. Se podría especular que existen otros párrafos insignes tales como los Diez Mandamientos, Shemá Israel, para citar los más notables. Sin embargo, la narrativa de la emboscada de Amalek fue la premiada.
Amalek atacó al pueblo hebreo que apenas había logrado escapar de siglos de esclavitud egipcia y por ello podría concluirse que carecía de experiencia bélica alguna. El pueblo hebreo era una presa fácil.
Cabe destacar que el pueblo hebreo no desafió a Amalek, no se presentó como un peligro para la integridad de ese pueblo. Sin embargo, Amalek, guardó rencor y odio, tal vez envidia por el pueblo hebreo. El mensaje de libertad que proclamaba el pueblo hebreo podía socavar el orden social existente para la época.
En el fondo, el episodio de Amalek enseña que existe el odio gratuito, sin razón. Subyugar a otros, agredir, forma parte del ADN humano y una civilización, y en especial una tradición religiosa, son una respuesta, constituyen un antídoto para esta inclinación.
Dado que la vida es primordial, ya que en su ausencia no hay nada, tal como testimonia el Salmo: “Lo hametim yehalel Yah”, “los muertos no alaban a Dios”, la tradición judía enseña que la protección de la vida, la existencia humana, es la primera tarea de toda sociedad. Por ello se puede violar casi todos los instructivos rituales para evitar la muerte, para salvar una vida.
La lectura de Zajor nos recuerda que el antisemitismo es básicamente irracional, tal como lo fue el ataque de Amalek contra un pueblo recién independizado de la esclavitud. La primera tarea de toda tradición religiosa debe ser la preservación de la vida, la integridad física, porque en su ausencia no puede pensarse más en una vida regida por Mitsvot, por el cumplimiento de la Voluntad de Dios y asociarse al perfeccionamiento de este mundo.
Ropajes y la memoria del corazón
TETZAVÉ -Éxodo XXVII,20 – XXX,10
Estos capítulos enumeran las vestimentas y los ornamentos que utilizaba el kohén, para luego señalar las características del proceso de su consagración como sacerdote. Los estudiosos nos alertan frente al hecho de que por primera vez, desde el momento de su aparición en los anales de nuestra historia, Moshé está ausente del relato de la Torá. No se le menciona. Uno de los célebres exegetas, Báal Haturim, sugiere que esta ausencia se debe a que Moshé se expresó de una manera particular durante el episodio del becerro de oro. Moshé le implora a Dios que perdone al pueblo judío en aquella oportunidad, alegando que si no fuera posible: “bórrame, por favor, del libro que Tú escribiste”. A pesar de que Dios perdona a Su pueblo, lo dicho por un personaje de la trascendencia de Moshé se cumple aun cuando no están presentes todos los factores que condicionaron de su afirmación. Se perdona a los hebreos, pero el nombre de Moshé se elimina en algún texto. Tal vez la enseñanza para nosotros es que tenemos que ser muy cuidadosos con nuestras palabras y expresiones. Por lo tanto, es conveniente ser explícitos, claros y exactos, especialmente cuando una proposición puede interpretarse de diversas maneras y en consecuencia puede dar lugar a interpretaciones erróneas y, por lo tanto, indeseables que pueden herir los sentimientos de nuestro prójimo.
¿Por qué fueron escogidos estos capítulos para omitir el nombre de Moshé? ¿Para poder de esta manera dar cumplimiento a su célebre petición de “bórrame”? Cabe pensar que la ausencia del nombre de Moshé, el conductor del éxodo de Egipto, sea una manera de señalar la separación de los poderes y la independencia entre ellos. El sacerdocio tiene que estar separado de cualquier otra forma de liderazgo. Cada uno de ellos, Moshé y Aharón, tenían una función especial y diferente. El sacerdocio de Aharón es hereditario, pero el liderazgo de Moshé no lo es. Las leyes a cargo de los kohanim son inmutables. Las enseñanzas de los jajamim son dinámicas para que puedan responder a las cambiantes condiciones bajo las cuales se desarrolla y se desenvuelva una sociedad. Los principios en los cuales se basa la halajá, que es el marco de la legislación judía, están dados y conformados. Los jajamim, sin embargo, tienen la misión de interpretar estas normas legales para su aplicación a situaciones que no hayan sido contempladas anteriormente. En el campo de la medicina moderna, por ejemplo, existen técnicas y adelantos que exigen una nueva definición del momento exacto de la muerte. Lo mismo sucede en otros campos.
Hubo momentos en nuestra historia cuando la separación entre estos poderes estuvo entre brumas. En efecto, cuando los diferentes poderes se ubicaron en un solo grupo, vino la corrupción y el inicio de un proceso de desgaste que culminó en el desastre y en la pérdida de nuestra independencia nacional.
¿Cuáles son las vestimentas de los kohanim descritas en estos capítulos? El joshen es una piedra preciosa que portaba el kohén a la altura del corazón. El efod es, probablemente, una serie de cinturones que unen la espalda al pecho del kohén y que sirve para sostener algún objeto (probablemente el joshen mishpat). Ketónet es un camisón con el cual se cubría el cuerpo y meil es una túnica que se colocaba por encima. El tashbetz servía de matriz para la colocación de ciertas piedras preciosas. El gorro utilizado por el kohén se denomina mitznéfet. El avnet es un cinturón con el que se amarra el ketónet y el efod sirve para asegurar el meil.
Encima del efod y, sobre los hombros del kohén, aparentemente se colocan dos piedras de ónice con los nombres de las doce tribus grabadas sobre ellas y con láminas de oro a su alrededor. El simbolismo es claro, visible. Los nombres de las doce tribus hacen referencia a la unidad del pueblo y, simultáneamente, señalan al kohén como el portavoz de la totalidad de ese mismo pueblo.
Adicionalmente, el kohén también portaba sobre su pecho el joshen mishpat que consistía de doce piedras preciosas diferentes, ordenadas en cuatro grupos. Cada piedra individual estaba dedicada a una tribu diferente, siempre de acuerdo al orden de nacimiento de cada uno de los hijos de Yaacov. Los que en nuestra juventud aprendimos a leer la Torá con el trop, que es la señalización del cántico especial de cada palabra, generalmente recordamos los nombres hebreos de estas piedras preciosas. Una de ellas, la tercera de la primera fila, se denomina baréket, que es una palabra que aparece, coincidental mente, en un viaje al cual aludo a continuación.
Algunos años después de la “Guerra de los Seis Días,” en el curso de una visita a Israel, nos llevaron a visitar una base aérea. Si no nos lo hubieran dicho, nos hubiéramos dado cuenta de que se trataba de un aeropuerto y mucho menos de un hangar de aviones de la fuerza aérea militar. Por razones obvias, las bases aéreas Israelíes son subterráneas. En esa oportunidad, fuimos invitados a un anfiteatro para escuchar una conferencia de un coronel cuyo nombre era, Baréket. El mismo coronel nos hizo recordar que su nombre aparecía en la Torá como el de una piedra preciosa que portaba el kohén. Dos afirmaciones del Coronel Baréket me quedaron grabadas. Fíjense, dijo, en un mapa de la tierra que se puede encontrar en muchos hogares y busquen la ubicación de Israel. Podrán constatar, continuó, que el nombre de Israel no cabe dentro el área que nuestro estado ocupa sobre el globo. La palabra Israel, invariablemente, está escrita sobre la porción que le corresponde al Mar Mediterráneo. Se trataba de un ejemplo gráfico para ilustrar -en un contexto global- las dimensiones mínimas de Israel. A continuación nos dijo que si un avión de caza militar decide volar a lo largo de Israel, es decir de norte a sur, que es en longitud mayor, lo puede hacer en sólo siete (7) minutos. Y si este avión desea hacer una vuelta en “u” está obligado a sobrevolar el Mediterráneo. El Estado de Israel no es lo suficientemente ancho como para que un avión de combate pueda hacer esta maniobra sobre el cielo de su propio territorio.
Las dimensiones geográficas de Israel vienen a ser un poco más de una cincuentava parte de Venezuela. Esas son las dimensiones reales del Estado al cual se le exige proceder a una amputación como condición inicial para una posible y frágil paz. No hay la menor duda de que todos ansiamos y soñamos con la paz. La devolución a Egipto de grandes extensiones territoriales demostró fehacientemente la firme disposición de Israel al proceso de paz. Al mismo tiempo señala que en cualquier negociación futura, Israel no constituirá ningún impedimento u obstáculo para el entendimiento en la región. Con la creciente firma de un tratado entre Israel y la OLP se dio un inicio tangible a este proceso en nuestros días.
La guerra interminable (que culminó en el conflicto bélico entre ambas naciones, con la intervención norteamericana) entre Irán e Irak causo, de un acuerdo a cifras oficiales, un millón de muertos probablemente por encima de los dos millones, según expertos en la materia. La intifada en Israel, al escribir estas líneas, ha arrojado un saldo de menos de cuatrocientos muertos. (Aunque toda vida tiene valor infinito y para cualquier padre o madre, la muerte de su hijo es la tragedia total, sin embargo, desde un punto de vista global, existe una diferencia real entre la muerte de centenares y la muerte de millones). Entre otras formas, para asignarle a los hechos su importancia dentro de una jerarquía de valores, se toma en cuenta el número de centímetros-columna que los diarios le dedican al suceso en cuestión y la cantidad de minutos de noticiero televisivo que ocupa. Si nos atenemos a estos parámetros de comparación, los hechos a los que estamos aludiendo, es decir la guerra entre Irán e Irak y la intifada en Israel, deberían concluir que las cifras de muertos fueron invertidas.
¿Por qué se ocupa tanto de nosotros el mundo? ¿Por qué no se nos disculpa alguna torpeza ocasional y por qué siempre se nos juzga con tanta severidad? Incluso la Torá es discriminatoria y más exigente con nosotros. Se espera más gallardía y generosidad de nosotros y se anticipa un comportamiento más acorde con determinadas normas morales. Este tema es muy complejo y requiere de un análisis histórico y sociológico por separado. Un tanto a la ligera, sugiero que podríamos responder en sentido doble. Tenemos razón al sentirnos heridos y señalados porque se exige más de nosotros, pero, al mismo tiempo, debemos sentirnos orgullosos de que el mundo, en su fuero interno, reconozca que el destino histórico del pueblo judío es el de servir de ejemplo a las naciones. Por eso importa mucho lo que este pueblo hace y lo que deja de hacer. De qué manera enfrenta la tragedia y cómo responde en momentos cuando se puede aspirar a la gloria. Y dado que un pueblo es la suma total de sus integrantes, cada uno de nosotros tiene que sentir el peso de la responsabilidad que implica la pertenencia a una comunidad histórica que hizo un berit, un pacto con Dios en el Monte Sinaí y cuyos ecos aún se escuchan.