Los conceptos de Tum’á, impureza ritual, y Tahará, pureza ritual, ocupan la atención de muchos capítulos de la Torá. No obstante que nos encontramos frente a Mitsvot que no son explicables en términos del raciocinio humano, los exégetas, sin embargo, intentaron encontrar una explicación para su promulgación. Al igual que en el caso de los alimentos prohibidos durante Pésaj, que son permitidos durante los otros días del año, existen seres y elementos que producen Tum’á tan sólo bajo ciertas condiciones. Por ejemplo, el Aví avot haTum’á que produce la mayor contaminación espiritual es el cadáver humano. Sin embargo, este individuo durante su vida pudo haber alcanzado el mayor grado de espiritualidad. Incluso no se requiere el elemento de intención en el caso de Tum’á. La persona que entra en contacto físico con un animal prohibido inadvertidamente, contrae, igualmente, la condición de Tum’á.
De acuerdo con Rambam en su Guía de los Perplejos, la razón por la cual la persona que estaba en un estado de Tum’á no podía ingresar al Beit HaMikdash era el propósito de producir el mayor respeto y admiración por el lugar sagrado. De manera similar, la persona que tenía que apartarse del colectivo durante el período de Tum’á tomaba conciencia de su fragilidad espiritual y solía apreciar con mayor intensidad la experiencia de fe.
En Emunot veDeot, Saadiá Gaón hace énfasis en el hecho que las leyes de Tum’á y Tahará responden al misterio que no es accesible al intelecto humano. Porque una emisión nocturna produce Tum’á; sin embargo, cuando el producto de la emisión se encuentra aún dentro del cuerpo de la persona, el individuo es Tahor.
En el Kuzarí, Yehudá HaLeví indica que, no obstante la dificultad intrínseca en explicar algunas leyes, se puede afirmar que la Tum’á se concreta ante la muerte. De esa manera, explica que el brazo del Metsorá (leproso) produce Tum’á, porque se puede considerar ese órgano como si estuviera muerto. Al igual que la emisión nocturna, que era vida en potencia, la Tum’á de la menstruación se origina en la ausencia de la fertilización. Más aún, explica Yehudá HaLeví, la experiencia cotidiana testimonia que el tacto del Tamé deteriora el vino y las perlas.
Este obligado alejamiento de un cadáver también puede ser interpretado como una reacción frente al culto de la muerte practicado en el antiguo Egipto, como lo testimonian las pirámides que eran las tumbas de los potentados. La consulta del rey Shaúl a la Bruja de Endor, que conjura la presencia fantasmagórica del fallecido profeta Shemuel, constituye tal vez un vestigio bíblico de estas practicas prohibidas. La ironía del episodio es que el rey Shaúl había prohibido la hechicería y, en un momento de desesperación, debido a su temor por los filisteos, tuvo que recurrir a la brujería, dado que su solicitud personal anterior no había recibido respuesta directa del Creador.
La actitud negativa frente a la práctica de la brujería y el culto de la muerte es reemplazada en la Torá por una insistencia sobre el valor de la vida. El propósito de las Mitsvot es Vejai bahem, rendir culto al Creador y propiciar la vida y el bienestar humano.
Sin embargo, los primeros versículos de nuestro texto bíblico contradicen lo expuesto, porque después de dar a luz a un bebé, la madre entra en un estado de Tum’á. Yuval Sher explica esta aparente dificultad, señalando que vida y muerte forman parte de una realidad indivisible. Sólo quien tiene vida puede morir, ya que la ineludible sentencia de muerte ocurre en el momento del nacimiento. Tal vez sea posible concebir un mundo totalmente bueno en el cual no exista la muerte, pero en ese caso tampoco existiría la vida, al menos tal como la conocemos y concebimos.