GÉNESIS XXVIII:10-XXXII:3
UNA ESCALERA HACIA EL CIELO
Esav quiere vengarse porque Yaacov, su hermano gemelo, le arrebató la bendición paternal. Para evitar una tragedia, instado por la madre, Yaacov decide abandonar el hogar paterno y salir al exilio. Pero Yaacov no sólo se alejaría de la casa de sus padres: dejaría la Tierra Prometida, destino por el cual su abuelo Avraham había renunciado a la casa de su padre, Téraj.
Se impone una nueva situación que exige una nomenclatura diferente: la Diáspora. Yaacov permanecería fuera del entorno paterno durante veinte años y se contagiaría con las astucias de su tío Laván, quien le dio albergue y le ofreció a sus dos hijas en matrimonio. Yaacov fue el creador del concepto de la Diáspora, porque pasaría los últimos años de su vida en Egipto, en la tierra de Goshen que fue cedida por el Faraón a los hebreos. Una tierra muy fértil pero que, al mismo tiempo, era una especie de gueto dorado, porque era el único lugar donde los hebreos podían residir.
Los sueños de Yaacov serían ahora diferentes al famoso sueño descrito en nuestros capítulos, en el cual tuvo la visión de una escalera que unía cielo y tierra y por la cual los ángeles de Dios subían y bajaban. Un sueño que ha sido muy comentado y explicado, porque la imagen de la escalera alude a una conexión entre lo celestial y lo terrenal, que no son espacios excluyentes u opuestos. De acuerdo con el sueño, se puede construir un puente que los una, una “escalera” por la cual la persona puede elevarse espiritualmente desde la tierra que pisan sus pies, e incluso, alcanzar el cielo mismo.
¿Por qué subían y bajaban los ángeles por la escalera? Una sugestiva explicación es que querían comparar al Yaacovcelestial con el Yaacov terrenal. Aparentemente, cada persona tiene un doble, una figura que representa el potencial de la persona que se encuentra en el cielo y los ángeles deseaban verificar si Yaacov había alcanzado su potencial. La moraleja es que cada persona tiene un potencial mayor, un horizonte, un ideal que alcanzar. Una explicación alterna podría ser que la realidad celestial es diferente a la terrenal, porque el conocimiento humano es limitado cuando se le compara con el intelecto infinito de Dios que se encuentra en la cabecera de la escalera en la visión de Yaacov.
El raciocinio humano no puede explicar ciertos fenómenos y entender el propósito final de algunos eventos. Pero, por otro lado, es perfectible: la reflexión y el continuo estudio puede profundizar la comprensión para aproximar cada vez más la certeza y la verdad absoluta, representadas por el entendimiento celestial. La naturaleza de la escalera, que está compuesta de peldaños, implica que el perfeccionamiento espiritual es progresivo: se puede “escalar” espiritualmente “peldaño por peldaño”.
Incluso los ángeles de Dios descienden, como un reflejo de la condición humana, que tiene altos y bajos. Dado que los seres celestiales responden al comportamiento humano, el hombre tiene que tomar conciencia de la trascendencia de su conducta, porque tiene eco más allá de su persona. No se puede evitar pensar que esta idea está impregnada de un pensamiento narcisista que coloca al hombre en el centro del universo, tal como si su conducta pudiera alterar el plan Divino de la creación.
La lectura de algunos de los argumentos que se encuentran en el Libro de Job cuestiona directamente esta idea, que presupone que una criatura insignificante como el hombre puede determinar el propósito de Dios en el acto de la creación. La escalera que reposaba sobre la tierra y que alcanzaba los cielos también enseña que el hombre debe tener los pies bien colocados sobre la tierra. Los acontecimientos terrenales no pueden ser desconocidos y es un error minimizar el valor de los hechos cotidianos y las manifestaciones de la materia física para una dedicación espiritual exclusiva.
Por un lado, el hombre fue confeccionado del polvo de la tierra, mientras que, desde otro punto de vista, Dios invitó a Avrahama elevar su vista hacia las estrellas que están en el firmamento. El hombre es una síntesis de materia y espíritu, hecho que implica una dualidad y un conflicto básico cuya resolución progresiva permite la evolución y el desarrollo, tanto en el campo físico como en lo emocional y espiritual.