Desde el punto de vista de la tradición judía, la creación del universo es la acción Divina de colocar al hombre en el cosmos con el propósito de que trascienda hacia la Kedushá, la santidad, que es una propiedad de Dios. Así interpreta David Flatto, por ejemplo, la clara división que existe en el tercer libro de la Torá, Vayikrá. El gran crítico de la Biblia, Julius Wellhausen, a comienzos del siglo XIX retó a los exégetas judíos con sus teorías acerca del origen primario del texto bíblico.
Wellhausen se esmeró en el estudio cuidadoso del texto, hecho que obligó a su vez a los Parshanim, los intérpretes judíos, a indagar con mayor profundidad el mismo texto para poder rebatir sus afirmaciones. Apuntó que el temario de la primera parte de Vayikrá, Levítico, es totalmente diferente en la primera parte del texto cuando se le compara con la segunda parte y, por ello, sugirió que se trata de la integración de dos textos diferentes en un solo libro. La primera parte concluye con la sección Ajarei Mot que es el capítulo XVIII. La segunda parte empieza con Kedoshim y corresponde al texto desde el capítulo XIX hasta el último capítulo del libro, el capítulo XXII.
La lectura de Vayikrá conduce a concluir que Wellhausen tenía razón. La primera parte se refiere a los sacrificios que se tendrán que ofrendar en el Beit HaMikdash y la función de los Kohanim en los mismos. Torat Kohanim es la designación rabínica por el libro Vayikrá. Mientras que la segunda parte consiste básicamente en normas éticas generales, las leyes agrícolas que deben regir en la Tierra Prometida y las normas para la celebración de las diferentes festividades.
Flatto argumenta que la primera parte de Vayikrá se refiere a la proximidad que la persona debe anhelar con respecto a la Kedushá, la santidad. Dios es el Kadosh absoluto y los sacrificios son una vía para el acercamiento hacia Él, tal como alude la palabra Korbán, sacrificio, que en hebreo proviene de la raíz Karov, que quiere decir cercanía. La trágica muerte de Nadav y Avihú, hijos del Kohén Gadol Aharón, ocurre Bekorvatam, cuando se acercaron de manera inapropiada a la Kedushá, a Dios. La segunda parte de Vayikrá empieza con Kedoshim, cuyo primer instructivo es Kedoshim tih’yú, cada uno tiene que ser Kadosh. Mientras que la primera parte de Vayikrá habla del acercamiento hacia la fuente de la Kedushá que es Dios, la segunda parte ordena que cada individuo debe llegar a ser Kadosh. ¿Cómo se puede convertir la persona en Kadosh? He aquí la respuesta: abstenerse de robar, ser solidario con el prójimo, ayudar al pobre, pagar el sueldo del obrero el mismo día de la realización del trabajo, amar al prójimo de la manera como te amas a ti mismo. Y así sucesivamente. El concepto de Kedushá da una secuencia lógica a las dos partes de Vayikrá.
El versículo que insiste en la necesidad de obtener la Kedushá es seguido por la frase: “La persona debe temer a su padre y madre y cuidar mi Shabat, Yo soy tu Dios”. Los exégetas interpretaron este instructivo como una advertencia de no obedecer a los padres si ellos instigan al incumplimiento.
O sea, aunque la persona debe obediencia a sus padres, existe un límite para esa obligación: cuando el padre ordena la violación de la ley, debe desobedecérsele. El Shabat, la ley de Dios, está por encima del respeto o el temor por los padres.
Es posible que juntar el temor por los padres y la obediencia a Dios tenga un propósito diferente. Incluso en los Diez Mandamientos, el cuarto mandamiento de observar el Shabat es seguido por el mandamiento de honrar a los padres. En Bereshit leemos cómo Dios creó el universo en seis días y “descansó” en el séptimo día, o sea, cesó de crear.
Luego viene la historia de la primera pareja, Adam y Javá, quienes serán los padres de la Humanidad. Tal vez la lección fundamental de Bereshit es que Dios cesó de crear y ahora es el turno de la Humanidad para crear. Dios sigue observando el Shabat de la creación, no crea más. Desde entonces le corresponde al hombre ser el propulsor del desarrollo científico, moral y social. El Shabat semanal sirve para “recargar las baterías” y empezar nuevamente con otros días de creación, mientras Dios “observa” el comportamiento de su última creación en los días de Bereshit: el ser humano.
Interviene Dios en la historia cuando el hombre yerra irremediablemente, como en el caso del Mabul, el diluvio que destruyó a todos menos a una familia, para que todo pudiera empezar de nuevo. Obligó a los egipcios a liberar a los hebreos de la esclavitud. Por último, manifestó su voluntad en el monte Sinaí a través de la Torá, con un documento escrito que señala con toda precisión cuál es el sendero que conduce a la Kedushá, el propósito fundamental de Bereshit, la creación del universo. Bereshit fue la hora de Dios. La historia es la hora de la Humanidad.