En los capítulos de Sheminí, al describir algunos de los animales que no se deben comer, el texto menciona: “De su carne no comeréis y no tocaréis sus cadáveres, son impuros para ustedes”. La prohibición incluye el contacto con el animal muerto porque produce la tum’á, la impureza ritual. El Talmud cuestiona si esta regla es aplicable a todo el pueblo y responde que solamente los Kohanim deben abstenerse de entrar en contacto con el cadáver y, más aún, con un difunto humano. El Kohén no debe tocar el cuerpo de un difunto, ni siquiera estar bajo el mismo techo con el cadáver. Por ello, el Kohén no debe entrar en una casa o una funeraria donde se guarda el cuerpo del difunto antes del entierro.
Aunque no existe una prohibición para que un miembro del pueblo adquiera la contaminación ritual, el estado de Tamé era limitante. La persona que entraba en contacto con un cadáver se convertía en Tamé hasta que no saliera de este estado a través de la Tahará, que exige la inmersión en un Mikvé. Durante el estado de Tamé no podía ingresar al Beit HaMikdash ni compartir la carne de los Kodashim, los sacrificios. Tampoco podía comer Maaser shení, ni Terumá.
Además, la condición de Tamé tiene relevancia en las relaciones matrimoniales, el período después del alumbramiento y situaciones adicionales.
Los jajamim ampliaron la noción de Tum’á y Tahará para incluir la prohibición de comer en la mesa de un Am Haarets, porque se sospecha que en ese hogar no se cumple con las leyes de Maaser.
Se debe destacar que, durante el período de la existencia del Beit HaMikdash, el concepto de Tum’á era equivalente en importancia al concepto de Kashrut que se practica en la actualidad. Ello no quiere decir que el Kashrut no fuera una parte fundamental de la observancia religiosa de aquellos tiempos, solamente que el énfasis estaba sobre las leyes de Tum’á y Tahará.
Según Rambán, el precepto de Kedoshim tihyú, “Sean consagrados”, o tal vez, como interpreta Rashí, “manténganse aparte”, quiere decir también observar las leyes aludidas de Tum’á y Tahará, que apuntan hacia la limpieza física y la pureza ritual.
A decir de Rabí Meir, ¿quién es un ignorante? La persona que consume sus comidas diarias en un estado de impureza ritual.
Los esenios destacaron estas leyes y regían sus vidas por estos principios. Según Flavio Josefa, los esenios estaban divididos en cuatro castas y los más jóvenes pertenecían al rango menor. De tal manera que si un joven tocaba a un miembro de una casta superior, éste tenía que hacer una inmersión.
De acuerdo con el Talmud, “las vestimentas de un ‘ignorante’ no se consideran aptas para un fariseo, las de un fariseo no son aptas para las personas que tienen permiso para comer Terumá, y la de quienes pueden comer Terumá no son idóneas para quienes pueden comer Kódesh, que son las comidas que provienen del Korbán, el sacrificio”. Como consecuencia de esta regla se fueron creando las diferencias sociales que, dicho sea de paso, no tenían que ver con la situación económica de la persona.
Las diferencias de opinión entre las escuelas de Hilel y Shamai también se referían a las leyes de Tum’á y Tahará. Lo que los unos decían que era Tahor, puro, era declarado Tamé, impuro, por los otros. Sin embargo, nunca dejaron de utilizar los utensilios de comida del otro o de comer en las respectivas casas de sus opositores intelectuales.
Raphael Yankelevitz apunta que Ezrá HaSofer amplió el alcance de las leyes acerca la pureza ritual, pero los jajamim insistieron en que el estudio de la Torá no requiere del estado de pureza. De manera que, en el caso del estudio, se pueden juntar personas de diferentes grados de pureza. Así se expresó Rabí Yehudá ben Beterá: “Las palabras de tu boca no tienen que ver con impureza, y cuando un estudiante lo cuestionó, le dijo: abre tu boca para que las palabras que salen de ella sean claras, porque las palabras de la Torá no adquieren impureza, tal como dice el profeta, ‘acaso no son mis palabras como el fuego, dice el Señor’. Tal como el fuego no es susceptible a la impureza, así también lo son las palabras de la Torá”.
METSORÁ – EL MALESTAR DEL ALMA
El gran expositor bíblico y defensor de la ortodoxia, el rabino Samson Raphael Hirsch de Alemania, insistió en que no se debe confundir Tsaráat, la aflicción que ocupa la atención del texto bíblico, con la lepra. En el caso de la lepra se debe acudir al médico; en cambio, para la cura del Tsaráat, la persona indicada es el Kohén, quien examina la herida y dispone cuál debe ser el remedio para su curación. Porque Tsaráat es una manifestación externa de un mal espiritual interno.
Los Jajamim parten de la premisa de que la Torá no es un conjunto de normas cuyo propósito es cuidar la salud física de la persona, aunque ésta sea una consecuencia de observar sus leyes. La tarea fundamental de la Torá es velar por la salud espiritual del individuo y del colectivo, trazar el sendero por el cual la persona puede acercarse a la Divinidad, especialmente a través de la Mitsvá. Por ello, los intérpretes del texto bíblico, empezando por el Talmud, apuntaron que las erupciones cutáneas de Tsaráat eran manifestaciones de una dolencia espiritual. Sugieren que Metsorá es una alusión a Motsí shem ra, la calumnia infundada contra el prójimo.
El rubro de Tsaráat también abarca otras cosas, porque una casa también puede padecer de este mal, o sea que las paredes pueden estar contagiadas. En este caso, la explicación anterior deja de ser adecuada. Además, de acuerdo con muchos expositores, las normas sobre “paredes infectadas” sólo rigen en Érets Israel, la Tierra Prometida. De acuerdo con Rashí, cuando el Kohén ordenaba que las paredes de una casa fueran destruidas por estar irremediablemente contagiadas con Tsaráat, esta acción traía un beneficio a la persona, porque los Amoritas que habían habitado esas tierras durante los cuarenta años que los hebreos pasaron por el desierto, escondieron oro y joyas en sus paredes, tesoros que fueron recuperados por los hebreos cuando derribaron las paredes de estas casas.
Shimon Golan trae a colación la opinión del Zóhar, que sostiene que la razón del Tsaráat en las paredes se debe a que las casas fueron construidas bajo el signo de la idolatría; en tanto que la Tierra Prometida exige que todas las construcciones sean realizadas bajo un patrón de Tahará, pureza espiritual. Por ello, la Torá ordenó que las casas fueran inspeccionadas y, ante cualquier sospecha de impureza, el Kohén podía dictaminar su destrucción para ser luego reconstruida bajo un signo de pureza. Dado que la Divina Presencia toma residencia en la Tierra Prometida, toda edificación debe ser apta para albergar Su Presencia. Por ello, quien construye una casa debe manifestar verbalmente que lo está haciendo para la Gloria de Dios y como una consecuencia de esta acción Dios se hará presente en ese hogar.
Según Rambam, Tsaráat ocurre en un hogar porque albergó Lashón Hará, estp es, porque allí se calumnió a las personas, señal de que la mala lengua puede contagiar incluso a las paredes. Pero el Tsaráat podría desaparecer a través de la abstención de Lashón Hará. En cambio, si la persona no hiciera Teshuvá y no desistiera del mal uso de la lengua, incluso los artículos de cuero y su ropa podían contagiarse con Tsaráat. Efectivamente, eso es lo que pasó con Miryam, quien se atrevió a calumniar a su hermano Moshé.
La aflicción de Tsaráat es una advertencia Divina que se presenta primero en las casas, pero si la persona no cambia su conducta, Tsaráat va avanzando hacia sus enseres y ropa y, finalmente, ataca su cuerpo.
El Midrash sostiene que Tsaráat es el resultado de varias transgresiones: “Maldecir a Dios”, relaciones sexuales ilícitas, derrame de sangre humana, arrogancia, la penetración de un recinto ajeno, el robo, el juramento falso, la profanación del Nombre de Dios y la idolatría.
Está claro que la Torá señala que existe una relación directa entre la salud física y la salud espiritual. Por ello, frente a una enfermedad, la persona debe cuestionar su comportamiento ético y moral, ya que la dolencia es muchas veces una manifestación de un malestar del alma.