“Ten confianza en tus acciones porque Dios estará a tu lado”

Parashá VAYÉLEJ

En los últimos momentos de su vida Moshé convocó al pueblo, no sólo a sus líderes. El pueblo consiste de padres y madres que deben tener voz y voto en la determinación del futuro, jóvenes que tienen intereses particulares y deben ser escuchados. En general, se deben atender las necesidades de la familia, el eje fundamental del pueblo; su fortaleza es el secreto de la supervivencia del pueblo judío a través de las vicisitudes de la historia. Incluso se debían atender las esperanzas del Guer, el extranjero que no tiene raíces en el pueblo.

En numerosas oportunidades, la Torá destaca que fuimos extranjeros, diferentes, sin parientes en Egipto. De cierta manera, esta es la suerte de muchas personas que sienten que son extranjeros en su propia tierra, cuando no pueden identificarse con los valores que rigen la sociedad.

Tal vez debido al irrisorio número de miembros del pueblo judío, cada uno tiene que ser contado y debe hacer valer su contribución al colectivo, pero, en realidad, el mismo concepto es válido para el resto de la Humanidad. El progreso es una función de la inclusión, la participación y cooperación entre los diferentes integrantes y estratos de la sociedad. Al mismo tiempo se establecía un principio importante: el Berit que se pactó en el monte Sinaí y que entonces se estaba reconfirmando no se había establecido entre Dios y un grupo sacerdotal selecto del pueblo. El Berit entre Dios y el pueblo hebreo era, en realidad, un pacto entre Dios y cada individuo; por ello, como hemos repetido en numerosas ocasiones, los Diez Mandamientos fueron dichos en el singular de la segunda persona. No reza: “No matarán”. Reza “No matarás”. La responsabilidad del cumplimiento de la ley recae sobre el individuo, los padres no mueren por los pecados de los hijos, ni los hijos mueren por los pecados de los padres.

Este mensaje era crucial en el momento del cambio de guardia, cuando Yehoshua asumió el liderazgo después de la muerte de Moshé. Se pasó de una relación individual entre los patriarcas y Dios a una relación entre cada miembro del pueblo y Dios. Durante la residencia del pueblo hebreo por más de dos siglos en Egipto pudieron conocer directamente cuáles eran los cultos idólatras de otros pueblos y, por ello, su compromiso con el pacto con el Dios que se había revelado en el monte Sinaí era un acto consciente, después de haber estado cara a cara con las posibles alternativas en Egipto.

Mientras que Moshé se formó en el palacio del faraón y empezó a ejercer el liderazgo del pueblo a la edad de los ochenta años, Yehoshua era un joven que creció en el seno del pueblo. Muchas personas lo conocieron durante su niñez y esa excesiva familiaridad presentaba un problema para el futuro líder. Por ello, Moshé procedió a la transmisión de mando a Yehoshua en presencia de todo el pueblo, no sin antes haber escrito el texto completo de la Torá que entregó a los Kohanim. Porque Yehoshua no será un líder arbitrario, tendrá que regirse por las normas contenidas en el texto sagrado.

Moshé le encomendó a Yehoshua: Jazak veemáts, “ten confianza en tus acciones porque Dios estará a tu lado”. Este conocimiento del apoyo Divino, la certeza de que Dios no lo abandonará incluso en los momentos de mayor dificultad cuando el horizonte sólo presenta amenazantes nubes, esta seguridad en la protección celestial dio vigor y fuerza espiritual para que el pueblo pudiera sobreponerse a todos los obstáculos que seguramente se presentaron durante el período de la conquista de la Tierra Prometida.

La Torá escrita que Moshé entregó a los Kohanim tenía que ser leída públicamente cada siete años en una ceremonia denominada Hakhel, la cual se menciona al final del libro Shemot. Además de escuchar nuevamente cuál era la voluntad de Dios, la lectura acentuaba la historia común del pueblo que se remontaba a los patriarcas y consistía en una renovación del compromiso, del Berit del pueblo con Dios y de Dios con su pueblo.

EL PROCESO DE LA REDENCIÓN

NITSAVIM

Atem nitsavim hayom kulejem lifnei HaShem, “ustedes están todos presentes hoy delante de Dios”, son las primeras palabras de nuestros capítulos. El “hoy” se refiere, según Rashí, al día de la muerte de Moshé y por ello, estas palabras constituyen su último testamento. Dado que la Torá no le asigna una fecha específica al vocablo “hoy”, este día podría interpretarse como el presente para cada persona. La enseñanza que se desprende es que el individuo debe actuar en todo momento tal como si estuviera en la “presencia” de Dios. Mensaje muy adecuado para el mes de Elul, mes que precede Rosh HaShaná y en el cual se da lectura pública a este texto.

En esta ocasión, Moshé renueva el Brit, el pacto entre Dios y el pueblo hebreo. Más aún, hace hincapié en el hecho de que el pacto incluye no solamente a los presentes sino también a quienes no están en ese momento: las generaciones futuras. Nuevamente tenemos una prueba de una confusión de los tiempos: el presente y el futuro se conjugan, los padres pueden asumir obligaciones que comprometen a sus descendientes. Por ello, las tragedias que acontecen al pueblo son una consecuencia de su desobediencia del compromiso asumido. Desobediencia que se traducía en la antigüedad de la idolatría reinante y que producía la ira del Dios único.

Los próximos capítulos, Veyélej, describen la ceremonia de Hakhel que se realizaba cada siete años, ceremonia durante la cual se daba lectura pública a la Torá con el propósito de Lemaan hishmeú ylemaan yilmedú, que sus instructivos sean escuchados y aprendidos. Esta lectura pública Veyareú et HaShem Eloheijem veshamerú laasot, producirá el temor por Dios que conducirá, a su vez, al cumplimiento de todas las palabras (ordenanzas) contenidas en la Torá. De esta manera se renovaba cada siete años el Brit, el pacto que Dios había concluido con el pueblo, según el cual Dios protegerá a los hebreos mientras que estos cumplirán con el conjunto de normas contenidas en la Torá, leyes que asegurarán susobrevivencia sobre la faz de la tierra.

Por otro lado, la desventura y la tragedia serán el producto del incumplimiento del Brit. Más aún, Veanojí haster astir panai, “Dios seguramente esconderá su faz”, no sentiremos más su presencia porque no participará en el desarrollo del destino del pueblo. Para el hombre de fe, este hecho puede ser el castigo mayor, el aparente desinterés de Dios por su suerte. No obstante, la Torá ofrece la resolución de este dilema existencial causado por la “ausencia de Dios”, tal como algunos sugieren sucedió durante el período de mayor oscuridad que produjo el Holocausto en el siglo pasado. La resolución del dilema consiste en el renovado y extraordinario ímpetu del estudio de la Torá que presenciamos en las últimas décadas.

De acuerdo con las Sagradas Escrituras, la historia de la Humanidad tiene un telos, un propósito final que conduce a la redención. Porque eventualmente se producirá Veshavtá ad HaShem…, “Y retornarás a Dios…”. Basándose enestos versículos, Rabí Naftalí Zvi Yehudá Berlín, conocido como el Netsiv, ofrece una agenda para el proceso de la redención. La primera etapa testimoniará el renacer de la espiritualidad en el seno del pueblo judío, hecho que será acompañado por un renovado aprecio por el judío en el seno de los pueblos del mundo. El resultado de esta situación será un retorno masivo a la Tierra ancestral. Luego,

Dios mismo, acudirá a los lugares más remotos para devolver a las pequeñas comunidades a esa misma tierra. Este evento no será puntual, en el sentido que afectará solo a la gente de esos días, sino que su efecto será duradero para todas las generaciones siguientes.

De acuerdo con el Talmud, la redención se materializará con la reconstrucción del Beit HaMikdash en Yerushaláyim, hecho que propiciará la llegada del Mashíaj, el redentor que pondrá fin al sufrimiento del pueblo hebreo y dará inicio a una etapa de entendimiento y paz para la Humanidad.

Esta etapa mesiánica propiciará una metamorfosis en el corazón del ser humano que lo conducirá a amar a Dios, amor que se profundiza en la tierra de Israel. Porque en la diáspora, incluso una persona muy religiosa no puede alcanzar el auténtico amor por Dios. Porque Veatem Hadeveikim baHaShem, estar “adherido” a Dios sólo puede concretarse en la tierra de Israel.

EL PASADO ACTUAL

Parashá KI TAVÓ

La ofrenda de los primeros frutos era una de las obligaciones que el pueblo hebreo tenía que cumplir a su entrada a la Tierra Prometida. En el transcurso de la ceremonia que acompañaba a la entrega de los primeros frutos al Kohén, el individuo tenía que recitar un texto que incluía una nota histórica acerca de la esclavitud egipcia, la cual contrastaba con la libertad que se gozaba en Érets Israel.

De manera similar, durante la entrega del Maaser, el diezmo que se dispensaba al Leví, el diezmo que se consumía en Yerushalaim y el diezmo que se entregaba al pobre, también había una recitación denominada Vidui Maaser.

Aunque en esta ocasión la persona proclama que ha tenido un trato apropiado con el Leví y el extranjero, con el huérfano y la viuda, más aún, afirma: Lo avarti miMitsvoteja veló shajajti, “no me aparté de tu instrucción y no olvidé”.

Sin embargo, este recitado es conocido como vidui, una confesión.

Mi maestro Harav Soloveitchik señala que el concepto de vidui generalmente está acompañado por el remordimiento, la enumeración de un listado de errores y omisiones.

Sin embargo, esta vez el concepto de vidui está asociado con una afirmación positiva: el cumplimiento de la Mitsvá.

De acuerdo con Soloveitchik, la denominación vidui se debe a que el individuo que recita este listado de obligaciones probablemente concluye que ha fallado en alguna o varias de ellas. Al recitar lo que debía haber hecho, la persona identifica lo que dejó de cumplir.

Tal vez para impresionar al pueblo acerca de la importancia y trascendencia del cumplimiento de las Mitsvot, con su mirada al Har Guerizim al cual habían ascendido seis tribus de Israel, los Leviyim pronunciaron un listado de bendiciones que serán el resultado de cumplir las Mitsvot. El mismo ritual se repitió con las otras seis tribus sobre el Har Eival, pero esta vez las bendiciones se convertían en maldiciones por el incumplimiento de los instructivos Divinos.

Al entrar a la Tierra Prometida, los hebreos celebraban nuevamente un Brit, un pacto a través del cual se comprometían obedecer la ley Divina. Este compromiso era fundamental porque en la tierra de Canaán tendrían que superar la seducción de la idolatría que no exigía un comportamiento riguroso, especialmente en cuanto a la conducta sexual y la alimentación.

Rambán opina que este evento se repite simbólicamente en la sinagoga al concluir la lectura de la Torá, cuando se levanta el rollo en un acto conocido como Hagbahá, para que el público pueda ver el escrito que contiene.

En este sentido, Harav Soloveitchik interpreta la instrucción de que tres personas sean llamadas a la lectura de la Torá en los días lunes, jueves y Shabat en la tarde. El Talmud cuestiona: ¿Porqué se determinó que sean llamadas tres personas?

Rav Así responde que las tres personas representan Torá, Neviim y Ketuvim, las tres partes de la Biblia. Ravá dijo que simbolizan al Kohén, Leví e Israel, la división tripartita del pueblo hebreo.

Soloveitchi apunta que tanto Torá, Neviim y Ketuvim, como Kohén, Leví e Israel, representan una totalidad. Los primeros, integran las Sagradas Escrituras. Los segundos comprenden a la totalidad del pueblo. Para Soloveitchik, la lectura de la Torá no es solamente un período de estudio de la Palabra de Dios, es una especie de “revivir” la experiencia en el Har Sinai, cuando el pueblo en su totalidad escuchó las Diez Palabras y entabló un Brit olam, un “pacto eterno” con Dios.

Retomamos la idea de que en el judaísmo los tiempos no están claramente definidos, porque la historia no se refiere únicamente al pasado, tiene vigencia en el presente.

Al mencionar a los patriarcas en la recitación de la Amidá, no nos referimos a personajes históricos sino a figuras cuyo ejemplo y enseñanza están presentes, continúan siendo pertinentes y válidos. Esta idea está contenida en el Midrash, donde se afirma que las almas de las personas que nacerán en el futuro también estuvieron presente en el momento de la revelación Divina en el Har Sinai. De esta manera, con la lectura de la Torá, semanalmente revivimos el momento de la revelación de Dios en el desierto del Sinai.

EL MATRIMONIO CONSAGRADO

Parashá KI TETSÉ

Respondiendo a la tendencia “natural” del hombre para apoderarse de las mujeres del enemigo como parte del botín de guerra, la Torá regula esta apetencia insistiendo que el hombre tiene que ver a la mujer cautiva cuando está despojada de las joyas y atractivos que antiguamente se solían utilizar para seducir a los enemigos. Todo ello de acuerdo a Rashí, quien argumenta que la suerte de ese matrimonio será la separación y, más aún, un Ben sorer umoré, un “hijo glotón y rebelde” será el producto de esta unión.

Incluso en este caso que representa solamente la satisfacción de un deseo carnal, una atracción física exclusiva en la cual no se percibe el ingrediente emocional, la Torá insiste en normalizar la unión entre el hombre y la mujer para la formación de un hogar. Porque el matrimonio, institución pivote de la sociedad, es una Mitsvá y tal como en el cumplimiento de otras Mitsvot, se recita un Berajá, una bendición que reconoce la presencia de Dios en las actuaciones de la persona. Porque incluso durante la práctica de las Mitsvot que el hombre podría validar a través del intelecto, sin la intervención Divina, aún en estos casos el judaísmo exige invocar la voluntad de Dios, porque la totalidad de nuestro comportamiento debe tener el sello Divino, la aceptación de Dios. En efecto, en este texto semanal también encontramos la noción del matrimonio entre el hombre y la mujer en el versículo Ki yikaj ish ishá, “cuando un hombre tome una mujer” que según el Talmud se refiere a la institución matrimonial.

A diferencia de otras Mitsvot, en el caso del matrimonio no se utiliza la formulación aceptada de la Berajá: Asher kideshanu beMitsvotav vetsinanu…, “nos santificó con sus Mitsvot y nos instruyó…”. En el caso del Lulav en Sucot, se agregan las palabras Al netilat lulav; o Al keviyat mezuzá, al colocar una mezuzá sobre una puerta. En el orden de las berajot del matrimonio deberíamos pronunciar Asher kideshanu beMitsvotav vetsivanu lakájat ishá, por ejemplo. O tal vez Lekadesh ishá, “para santificar una mujer”, de acuerdo con la palabra Kidushín, utilizada para hacer referencia al matrimonio.

Más aún, la Berajá que se utiliza incluye la prohibición de convivir con la mujer con la cual sólo se ha realizado el acto del compromiso (en realidad es una referencia a la primera etapa del acto matrimonial, que en los tiempos talmúdicos constaba de dos etapas). Jacob Gartner, de la Universidad Bar Ilán, cita al comentarista talmúdico Rosh y a otros exégetas que destacan que en el caso de la comida kasher, por ejemplo, no se menciona que Dios nos prohibió ciertos animales mientras que permitió otros. ¿Por qué se mencionan las relaciones prohibidas en la Berajá que santifica el matrimonio?

La respuesta de Rosh es que en este caso la Berajá no está directamente relacionada con la Mitsvá que se refiere claramente a la propagación de la especie humana. En el caso de la ceremonia matrimonial, la Berajá sirve para expresar Shévaj vehodayá, “agradecimiento y alabanza” al Señor.

Es un reconocimiento al Dios que nos enseñó a conducir la vida de manera diferente a las otras naciones de la época que simplemente se apoderaban de una mujer, considerada usualmente por el hombre como una parte de sus pertenencias.

Dado que la identidad y pureza espiritual del pueblo hebreo dependen de la santidad del matrimonio, la Berajá advierte que un comportamiento, tal como el convivir con la “prometida”, compromete la integridad del núcleo familiar que debe retener pureza para poder adquirir santidad.

En diferentes momentos de la historia, la sociedad ha ensayado otros tipos de enlace entre el hombre y la mujer, incluso la noción del no-enlace que implica una unión entre los sexos, sin compromiso de duración alguna. El hecho que el matrimonio tradicional ha superado diversos intentos de cambio, es una demostración adicional de que continúa siendo la base y el fundamento para la supervivencia de la especie humana.

CORTES DE JUSTICIA

Parashá Shofetim

Una de las bases de la legislación de la Torá es la justicia. Tsédek tsédek tirdof, “abundante justicia perseguirás”, sentencia el texto bíblico. La repetición de la palabra Tsédek que subraya el concepto de justicia y en hebreo significa “mucha justicia”. Esta repetición da pie al comentario de los Jajamim,

Tsédek betsédek, la justicia debe ser obtenida a través de métodos justos. No se puede alegar que el fin justifica los medios, porque cada etapa de un proceso también puede ser considerado como un fin. La democracia no puede valerse de la metodología de la tiranía.

Las sociedades modernas exigen una justicia con velocidad. De poca utilidad es aquella justicia que demora meses y años para emitir un veredicto y en el ínterin mantiene en suspenso –incluso bajo custodia preventiva– al acusado. Por ello, el ideal de la justicia debe estar acompañado con una reglamentación para su implementación.

Está claro que para que impere la justicia es necesario establecer un número significativo de cortes que puedan atender los casos que se presenten con la indispensable fluidez.

Siguiendo el instructivo bíblico, Rambam especifica que primero se debía establecer en el Beit HaMikdash, la Corte Suprema, el Sanhedrín de setenta y un jueces y dos cortes adicionales integradas por veintitrés magistrados cada una de ellas: la primera en la entrada al patio del Templo y la segunda a la entrada del monte sobre el cual estaba construido el Beit HaMikdash. Además, era necesario establecer una corte de veintitrés magistrados, el Sanhedrín Ketaná, en cada ciudad con una población no menor de ciento veinte almas. Las ciudades que tenían una población menor a las ciento veinte personas también gozaban de un tribunal de tres magistrados.

Los casos en los cuales existía la posibilidad de aplicar la pena de muerte tenían que ser juzgados por una corte integrada por veintitrés magistrados. Pero la Mishná advierte que los casos en los cuales se sentenciaba la muerte no existían. Incluso un Beit Din, una corte que sentencia cada siete años la pena de muerte –y que, de acuerdo con una segunda opinión, da un fallo de muerte una vez en setenta años– puede ser considerada como una corte asesina.

El gran número de jueces que operaban en la tierra deIsrael –número que está muy por encima de lo que se estilaen la actualidad en el mundo occidental– aseguraba quetodo litigio recibiera una atención inmediata. Porque talcomo lo señaláramos, la justicia que es lenta en efecto seconvierte en una gran injusticia.

De acuerdo con Rambam, no le está permitido al juezrecibir una remuneración por impartir justicia. Sin embargo,si el juez solicita que se nombre y remunere a una personaque pueda cumplir con su trabajo habitual para liberarlode su tarea cotidiana, este arreglo es permitido. De manerasimilar, si el juez solicita que se le remunere por el tiempoque tiene que dedicar al asunto del juicio en montos igualesde ambas partes del litigio –hecho que, a su vez, le impidecumplir con su dedicación normal–, esta solicitud tambiénes permisible.

Pinchas Hayman señala que la razón por la cual se exigíaun número tan elevado de jueces –que en el caso de una ciudad pequeña implicaba que cada quinta persona fuera nombrada como juez– se debía al hecho de que en la tradición judía muchísimos asuntos eran adjudicados por este sistema legal. La idea era que la justicia imperara en todos los aspectos de la vida de la persona. Porque donde no impera la justicia, el engaño y la corrupción se convierten en el orden del día de la sociedad.

El sistema de justicia que la Torá ordena no contempla interventores y abogados. Los jueces eran los responsables de las averiguaciones y la defensa de las partes. Cuando escuchaban a los litigantes, no debían permitir que una parte permaneciera de pie mientras la otra estaba sentada. No se podía ofrecer un lapso mayor de tiempo a uno de los litigantes para presentar su caso. Ninguna de las partes debía sentirse menospreciada, porque la presentación de sus argumentos podría verse afectada por percibir cualquier ápice de discriminación.

La ubicación del Gran Sanhedrín en una Cámara del Beit HaMikdash permitía que el pueblo presenciara sus actividades, especialmente en la época de los Shalosh Regalim: las festividades de Pésaj, Shavuot y Sucot cuando se cumplía el peregrinaje a Yerushaláyim. Porque la corte no sólo administraba justicia: en realidad era de manera simultánea una gran academia superior del estudio de la Torá.

Ante la inminencia de la destrucción de Yerushaláyim y el Beit HaMikdash perpetrada por las legiones de Tito, Rabí Yojanán ben Zakai solicitó que se permitiera el traslado del Sanhedrín a la ciudad de Yavne, donde se instaló una gran academia de estudio. Esta actitud fue criticada por algunos como un acto de cobardía y sumisión al imperio romano, pero la historia justifica la acción porque ciudades y edificaciones pueden ser destruidas, más el conocimiento y el estudio son los baluartes que pueden sostener el ánimo y constituyen el elemento indispensable para asegurar la continuidad de un pueblo y un ideal en el futuro.

EL LUGAR QUE EL SEÑOR TU DIOS ESCOGERÁ

Parashá Reé

La conquista de la Tierra Prometida tenía que incluir la destrucción de la idolatría, tanto los lugares utilizados para este propósito como los que practicaban la idolatría. El monoteísmo no podía convivir con la idolatría porque sus respectivas teologías son mutuamente excluyentes. Se debe destacar que la Torá se refiere a la época en la cual era indispensable la consolidación del monoteísmo, lucha que se mantuvo por un milenio hasta la destrucción del primer Beit HaMikdash.

El ideal monoteísta constituyó una revolución teológica e intelectual para la época y su aceptación tenía que pasar forzosamente por la eliminación de cualquier vestigio de idolatría. No se trata únicamente de suplantar una idea por otra, que en el fondo pertenecen al mismo género. Las diferencias entre estas dos visiones del Universo y de la Humanidad son diametralmente opuestas. Mientras la idolatría coloca al hombre a la merced del antojo de los dioses, el monoteísmo afirma que el Dios único, Creador del universo, ejerce su dominio a través de un conjunto de normas que reveló a la Humanidad. En el caso del monoteísmo no hay caprichos sino ley, la incertidumbre y la casualidad es sustituida por la causalidad y un conjunto de normas que conducen a la convivencia en sociedad.

Una de las Mitsvot o misiones que el pueblo tenía que cumplir durante el período de la conquista era construir la Casa de Dios, que debía ser erigida en el lugar que el Señor señalaría. Allí se crearía un Templo que sustituiría al Mishkán que acompañó a los hebreos durante su travesía por el desierto.

¿Por qué no identifica la Torá el lugar en el cual sería construido el Templo, sino que anuncia que Dios lo mostrará en su debido momento? Rambam ofrece varias razones para ello.

Primero, para que otras naciones no instalen un Templo sobre el monte Moriyá, que ya había sido consagrado por Abraham porque allí ató a su hijo Yitsjak sobre un altar como una ofrenda al Señor. Segundo, para que el sitio no sea destruido por quienes allí habitaban, sabiendo que sería señalado para la construcción del Beit HaMikdash. Tercero, para que las tribus no disputen la soberanía por ese lugar en el momento de la partición de la Tierra Prometida en doce sectores: uno para cada tribu de Israel. Mientras que las primeras dos razones hacen referencia a los pueblos que habitaban la región, la tercera tiene que ver con una posible debilidad del pueblo hebreo.

De acuerdo con Rambam, el pueblo hebreo tenía tres tareas que cumplir durante la conquista: nombrar un rey, eliminar la idolatría destruyendo a los descendientes de Amalek y construir el Beit HaMikdash. Aparentemente era necesario ungir primero al rey, porque alrededor de su figura podría consolidarse la nación y, al mismo tiempo, se impondría el orden para evitar cualquier posible conflicto entre las diferentes tribus.

Es oportuno destacar que los lugares elevados –los montes– siempre fueron preferidos por el culto a los dioses. Incluso en el judaísmo destacan los montes y las montañas en eventos cruciales. Dios le ordena a Moshé que ascienda al Har Nevó porque desde allí podrá ver la Tierra Prometida a lo largo y ancho y allí fallecerá. Aharón fallece sobre las alturas de Hor Hahar.

El evento fundamental de la historia del judaísmo que es la entrega de las Tablas de la Ley se realiza sobre el monte Sinaí. ¿Por qué no eligió Dios este monte para que se erigiera el Beit HaMikdash? El rabí de Kotzk responde que en el monte Sinaí, Dios otorgó la Torá al pueblo judío mientras que en el monte Moriyá el hombre le demostró su disposición al sacrificio supremo. En Sinaí, Dios entregó, en Moriyá el hombre entregó.

Al designar a Dios como Avinu Malkenu, reconocemos que Dios es nuestro padre, hecho que quedó demostrado en la historia a través de su intervención directa durante el período de la esclavitud egipcia. Lo que queda por demostrarse es la fidelidad del hombre para merecer la designación de ser identificado como hijo de Dios, fiel a los instructivos de la Torá, cuyo propósito fundamental es la creación de un entorno social que facilite la convivencia pacífica y constructiva, fraternal y solidaria entre todos los seres humanos.