EL SENTIDO DUAL DE LA FESTIVIDAD

SUCOT

Una de las primeras tareas de quienes llegaron a la Luna fue verificar si el satélite de la Tierra mostraba algún vestigio de la presencia del agua. Incluso los dispositivos que fueron enviados a Marte tenían la tarea fundamental de comprobar si había agua en ese planeta. ¿Por qué el interés en este líquido? Porque es indispensable para el sustento de la vida, tal como la conocemos. El libro Shemot menciona que después de tres días en el desierto, los hebreos clamaron por agua, y de ese relato los jajamim deducen que, para sobrevivir, el ser humano necesita beber agua con mayor periodicidad y frecuencia que ingerir alimentos.

Durante Sucot, afirma la Mishná, el mundo es juzgado con referencia al agua, mientras que en Pésaj, el juicio es referente a los granos. Por ello, dice Rabí Yehudá en nombre de Rabí Akivá: “¿Por qué nos ordena la Torá hacer una libación del agua en la festividad Sucot? El Santo, Bendito sea, dice: ‘Haced una libación ante Mí en la festividad, para que sean bendecidos con abundante lluvia durante el año”. De acuerdo con el Gaón de Vilna, el juicio de cada persona es completado en Hoshaná Rabá, incluyendo el destino del agua, que es sinónimo de vida eterna.

Este concepto está reflejado en las oraciones Hoshanot que se recitan en Sucot, cuyo tema es el destino de los granos y el agua, la vegetación y el ser humano. Mientras que en Rosh HaShaná se realiza la inscripción en el ‘Libro de la Vida’ y en Yom Kipur se coloca el sello sobre esta inscripción, el destino final es completado durante Sucot, específicamente en Hoshaná Rabá.

También se puede deducir de la Mishná que hay otro momento para el juicio final anual de la persona. Hay quienes interpretan el dictamen acerca del juicio de los frutos del árbol que se realiza en Shavuot como una indicación de que también es el momento del juicio del hombre, a quien se le identifica como un “árbol del campo”. En efecto, el Talmud califica a Shavuot como una especie de Rosh HaShaná.

No obstante, la mayoría opina que el dictamen final, el kvitel se otorga en Hoshaná Rabá, fecha perteneciente a Sucot que, a su vez, es parte de los Shalosh Regalim, festividades que deben celebrarse en un marco de alegría. Más aún, la festividad de Sucot, en particular, recibe el instructivo vehayitá aj saméaj, “y estarás excesivamente alegre”. Está claro que la idea del juicio final anual y la alegría no son necesariamente compatibles. El juicio debería estar acompañado más bien de la solemnidad y la seriedad, tal como lo apuntáramos en otro breve ensayo.

El Maharal de Praga ofrece una interpretación novedosa. Sugiere que Sucot tiene una característica doble. Aunque se celebra en Tishrei, el mes de Rosh HaShaná y Yom Kipur, de tal manera que comparte el mes en el cual la persona es juzgada e incluso se determina el destino de las naciones; al mismo tiempo pertenece al grupo de festividades que tienen un sentido agrícola y contenido histórico. Mientras que Rosh HaShaná y Yom Kipur tienen un alcance universal que se manifiesta en su celebración de la creación del universo, el nacimiento de Adam, padre de la Humanidad; en cambio, las tres festividades recuerdan momentos singulares de la historia del pueblo hebreo y por ello son de pertenencia nacional.

Sucot es la única festividad que pertenece a ambos grupos y en ella está la dualidad: la seriedad del juicio y la alegría por la bondad de la naturaleza que, a través del agua, permite que la tierra esté cubierta de la flora y la fauna indispensables para el sustento.

Incluso las cuatro especies de Sucot: lulav, etrog, hadás y aravá son vistas como elementos que ofrecen juicios morales. El lulav, la palmera, representa la rectitud necesaria en el comportamiento humano. El etrog, por su forma recuerda al corazón, a la sinceridad que debe acompañar la acción. El hadás –que tiene el perfil del ojo humano– enseña que se debe evitar la envidia que resulta por “ver” la abundancia en el granero del vecino, y la aravá –que tiene la silueta del labio– enseña que el habla que se produce con los labios debe atenerse a los más altos principios morales para evitar la calumnia, que destruye con mayor efectividad que la agresión física. El instructivo que distingue especialmente a Sucot que es la cabaña, la Sucá que debe servir de residencia durante los ocho días de la festividad; este mandamiento es interpretado como un simbolismo debido a la protección divina recibida durante la travesía por el desierto. Dios cubría con una nube de protección a los hebreos para protegerlos de los peligros del desierto, protección que fue una correspondencia divina al comportamiento moral del pueblo.

De manera que incluso la simbología ritual de Sucot está ligada a parámetros éticos, que claramente tienen que ver con el concepto básico de Teshuvá: arrepentimiento por los errores cometidos y, sobre todo, la firme resolución de una conducta ética posterior.

Podríamos concluir que la dicotomía o el doble rol de Sucot es meramente virtual. El judaísmo enseña que la naturaleza responde a la conducta moral de la persona. La abundancia de los frutos y las generosas cosechas están íntimamente ligadas con la decencia y moralidad del ser humano. En el lenguaje contemporáneo se habla de ecología y del respeto que merece la naturaleza, que de alguna manera reacciona frente al abuso de los habitantes del planeta.

La “excesiva” alegría de Sucot sólo puede producirse mediante la tranquilidad de la conciencia, el resultado del sentimiento íntimo y veraz de la integridad moral del comportamiento, especialmente en cuanto a la consideración por el prójimo y la solidaridad con el más necesitado.

LA CEREMONIA DE HAKHEL

HAAZINU

El último versículo del capítulo anterior reza: “Moshé pro- nunció a los oídos de toda la congregación (kahal) de Israel las palabras de este canto hasta su conclusión”. El canto referido es el texto de nuestros capítulos: Haazinu. De acuerdo con el mencionado capítulo anterior, este canto tenía que ser leído cada siete años durante la festividad de Sucot en una asamblea de todo el pueblo, reunión masiva denominada Hakhel, palabra relacionada con el vocablo kahal. Reunidos hombres, mujeres, niños y los extranjeros que residían con el pueblo de Israel, la lectura pública tenía el propósito de que (las mujeres) pudieran escuchar, (los hombres) lograran aprender y obtuvieran un mérito adicional por traer a las criaturas.

La presencia de todo el pueblo servía para revivir la experiencia en el Monte Sinaí y se convertía en una especie de renovación del pacto, el Brit, entre Dios y pueblo: el pueblo servirá al Dios único y Dios protegerá a su pueblo. Esta revelación Divina también es designada como Yom HaKahal, el día de la asamblea y de allí también la designación de Hakhel.

Yehudá Zoldan, de la Midrashá para mujeres de la Universidad Bar Ilán, hace recordar que en el Talmud hay una mención de tal celebración durante el período del Primer Beit HaMikdash durante el reino de Rejovoham, y otra celebración en la época del Segundo Beit HaMikdash dirigida por el rey Agripas. Después de la destrucción del Beit HaMikdash esta celebración quedó en desuso y por alguna razón, los jajamim no ordenaron que se celebrara como un recordatorio de la práctica anterior. Es posible que después del establecimiento de la lectura semanal de la Torá, esta convocación cada siete años careciera de la urgencia inicial. Leemos el libro de Kohélet durante Shabat Jol HaMoed Sucot porque, según el Talmud, este libro era leído durante la ceremonia de Hakhel que se realizaba durante la festividad de Sucot. Está claro que la nomenclatura Kohélet está relacionada con el vocablo Hakhel. Se sugiere que la lectura de Kohélet durante esta ceremonia de gran significación, además de su contenido ético, sirvió para apuntalar su carácter espiritual y justificar su inclusión en el canon del Tanaj. Los versos de Haazinu empiezan invocando al cielo y a la tierra como testigos eternos de la relación del hombre y Dios, elementos que recuerdan los primeros versículos de Bereshit que describen la creación del cielo y la tierra. Manifiestan la cercanía de Moshé a ambos elementos que a su vez sintetiza una enseñanza básica del judaísmo que se refleja en el famoso sueño de Yaacov de la escalera que une a la tierra con el cielo. El judaísmo es una enseñanza de carácter espiritual que no niega el valor de lo que es terrenal, a su vez simbolizado por el ingrediente carnal y espiritual del ser humano.

Los jajamim encuentran el origen de bendecir a Dios, agradecerle por las numerosas bondades que brinda, en uno de los versículos, mientras que un segundo destaca que Dios siempre actúa con el patrón de justicia. El texto hace una relación entre las diferentes generaciones y subraya el rol de maestro del padre y del anciano. Pero sobre todo está la protección Divina, tal como un águila que cuida a su nido y carga a sus polluelos sobre sus alas.

La abundancia, apunta el texto, conlleva a la rebelión y conduce a la adoración de dioses extraños que, cada generación probablemente sustituye por las tentaciones de la época. El resultado es el ocultamiento de Dios, quien desaparece del escenario de la historia y permite que surja la perver- sidad y el mal. En nuestros días, un destacado líder espiritual israelí sugirió que el Holocausto probablemente es una consecuencia de las faltas cometidas por la gente de la época. Esta afirmación produjo una reacción enérgica de protesta, especialmente si se toma en cuenta el fervor religioso de la gran mayoría de quienes fueron vilmente torturados y ani- quilados.

A fin de cuentas, continúa el texto, Aní amit vajayé, majatsti vaaní erpá, “Soy (yo) Dios quien envía a la muerte y quien otorga la vida, quien hiere y quien cura”, afirmación que está envuelta en el misterio de la Justicia Divina, muchas veces incomprensible para el individuo.

La ceremonia de Hakhel servía para renovar la experiencia en el Monte Sinaí y al mismo tiempo hacer recordar las bases sobre las cuales descansa la fe y la manera de vivir que el judaísmo predica.

ÚLTIMOS DÍAS DE MOSHÉ

VAYÉLEJ

En los últimos momentos de su vida Moshé convocó al pueblo, no sólo a sus líderes. El pueblo consiste de padres y madres que deben tener voz y voto en la determinación del futuro, jóvenes que tienen intereses particulares y deben ser escuchados. En general, se deben atender las necesidades de la familia, el eje fundamental del pueblo; su fortaleza es el secreto de la supervivencia del pueblo judío a través de las vicisitudes de la historia. Incluso se debían atender las esperanzas del Guer, el extranjero que no tiene raíces en el pueblo. En numerosas oportunidades, la Torá destaca que fuimos extranjeros, diferentes, sin parientes en Egipto. De cierta manera, esta es la suerte de muchas personas que sien- ten que son extranjeros en su propia tierra, cuando no pue- den identificarse con los valores que rigen la sociedad.

Tal vez debido al irrisorio número de miembros del pueblo judío, cada uno tiene que ser contado y debe hacer valer su contribución al colectivo, pero, en realidad, el mismo concepto es válido para el resto de la Humanidad. El progreso es una función de la inclusión, la participación y cooperación entre los diferentes integrantes y estratos de la sociedad. Al mismo tiempo se establecía un principio importante: el Berit que se pactó en el monte Sinaí y que entonces se estaba reconfirmando no se había establecido entre Dios y un grupo sacerdotal selecto del pueblo. El Berit entre Dios y el pueblo hebreo era, en realidad, un pacto entre Dios y cada individuo; por ello, como hemos repetido en numerosas ocasiones, los Diez Mandamientos fueron dichos en el singular de la segunda persona. No reza: “No matarán”. Reza “No matarás”. La responsabilidad del cumplimiento de la ley recae sobre el individuo, los padres no mueren por los pecados de los hijos, ni los hijos mueren por los pecados de los padres.

Este mensaje era crucial en el momento del cambio de guardia, cuando Yehoshua asumió el liderazgo después de la muerte de Moshé. Se pasó de una relación individual entre los patriarcas y Dios a una relación entre cada miembro del pueblo y Dios. Durante la residencia del pueblo hebreo por más de dos siglos en Egipto pudieron conocer directamente cuáles eran los cultos idólatras de otros pueblos y, por ello, su compromiso con el pacto con el Dios que se había revela- do en el monte Sinaí era un acto consciente, después de haber estado cara a cara con las posibles alternativas en Egipto. Mientras que Moshé se formó en el palacio del faraón y empezó a ejercer el liderazgo del pueblo a la edad de los ochenta años, Yehoshua era un joven que creció en el seno del pueblo. Muchas personas lo conocieron durante su niñez y esa excesiva familiaridad presentaba un problema para el futuro líder. Por ello, Moshé procedió a la transmisión de mando a Yehoshua en presencia de todo el pueblo, no sin antes haber escrito el texto completo de la Torá que entregó a los Kohanim. Porque Yehoshua no será un líder arbitrario, tendrá que regirse por las normas contenidas en el texto sagrado.

Moshé encomendó a Yehoshua: Jazak veemáts, “ten confianza en tus acciones porque Dios estará a tu lado”. Este conocimiento del apoyo Divino, la certeza de que Dios no lo abandonará incluso en los momentos de mayor dificultad, cuando el horizonte sólo presenta amenazantes nubes, esta seguridad en la protección celestial dio vigor y fuerza espiritual para que el pueblo pudiera sobreponerse a todos los obstáculos que seguramente se presentaron durante el período de la conquista de la Tierra Prometida.

La Torá escrita que Moshé entregó a los Kohanim tenía que ser leída públicamente cada siete años en una ceremonia denominada Hakhel, la cual se menciona al final del libro Shemot. Además de escuchar nuevamente cuál era la Voluntad de Dios, la lectura acentuaba la historia común del pueblo que se remontaba a los patriarcas y consistía en una renovación del compromiso, del Berit del pueblo con Dios y de Dios con su pueblo.

EL PROCESO DE LA REDENCIÓN

NITSAVIM

Atem nitsavim hayom kulejem lifnei HaShem, “ustedes están todos presentes hoy delante de Dios”, son las primeras pala- bras de nuestros capítulos. El “hoy” se refiere, según Rashí, al día de la muerte de Moshé y por ello, estas palabras constitu- yen su último testamento. Dado que la Torá no le asigna una fecha específica al vocablo “hoy”, este día podría interpretar- se como el presente para cada persona. La enseñanza que se desprende es que el individuo debe actuar en todo momento tal como si estuviera en la “presencia” de Dios. Mensaje muy adecuado para el mes de Elul, mes que precede Rosh HaShaná y en el cual se da lectura pública a este texto.

En esta ocasión, Moshé renueva el Brit, el pacto entre Dios y el pueblo hebreo. Más aún, hace hincapié en el hecho de que el pacto incluye no solamente a los presentes sino también a quienes no están en ese momento: las generaciones futuras. Nuevamente tenemos una prueba de una confusión de los tiempos: el presente y el futuro se conjugan, los padres pueden asumir obligaciones que comprometen a sus descendientes. Por ello, las tragedias que acontecen al pueblo son una consecuencia de su desobediencia del compromiso asumido. Desobediencia que se traducía en la antigüedad de la idolatría reinante y que producía la ira del Dios único.

Los próximos capítulos, Veyélej, describen la ceremonia de Hakhel que se realizaba cada siete años, ceremonia durante la cual se daba lectura pública a la Torá con el propósito de Lemaan hishmeú ylemaan yilmedú, que sus instructivos sean escuchados y aprendidos. Esta lectura pública Veyareú et HaShem Eloheijem veshamerú laasot, producirá el temor por Dios que conducirá, a su vez, al cumplimiento de todas las palabras (ordenanzas) contenidas en la Torá. De esta manera se renovaba cada siete años el Brit, el pacto que Dios había concluido con el pueblo, según el cual Dios protegerá a los hebreos mientras que estos cumplirán con el conjunto de normas contenidas en la Torá, leyes que asegurarán su sobrevivencia sobre la faz de la tierra.

Por otro lado, la desventura y la tragedia serán el producto del incumplimiento del Brit. Más aún, Veanojí haster astir panai, “Dios seguramente esconderá su faz”, no sentiremos más su presencia porque no participará en el desarrollo del destino del pueblo. Para el hombre de fe, este hecho puede ser el castigo mayor, el aparente desinterés de Dios por su suerte. No obstante, la Torá ofrece la resolución de este dilema existencial causado por la “ausencia de Dios”, tal como algunos sugieren sucedió durante el período de mayor oscuridad que produjo el Holocausto en el siglo pasado. La resolución del dilema consiste en el renovado y extraordinario ímpetu del estudio de la Torá que presenciamos en las últimas décadas.

De acuerdo con las Sagradas Escrituras, la historia de la Humanidad tiene un telos, un propósito final que conduce a la redención. Porque eventualmente se producirá Veshavtá ad HaShem…, “Y retornarás a Dios…”. Basándose en estos versículos, Rabí Naftalí Zvi Yehudá Berlín, conocido como el Netsiv, ofrece una agenda para el proceso de la redención. La primera etapa testimoniará el renacer de la espiritualidad en el seno del pueblo judío, hecho que será acompañado por un renovado aprecio por el judío en el seno de los pueblos del mundo. El resultado de esta situación será un retorno masivo a la Tierra ancestral. Luego, Dios mismo, acudirá a los lugares más remotos para devolver a las pequeñas comunidades a esa misma tierra. Este evento no será puntual, en el sentido que afectará solo a la gente de esos días, sino que su efecto será duradero para todas las generaciones siguientes.

De acuerdo con el Talmud, la redención se materializará con la reconstrucción del Beit HaMikdash en Yerushaláyim, hecho que propiciará la llegada del Mashíaj, el redentor que pondrá fin al sufrimiento del pueblo hebreo y dará inicio a una etapa de entendimiento y paz para la Humanidad. Esta etapa mesiánica propiciará una metamorfosis en el corazón del ser humano que lo conducirá a amar a Dios, amor que se profundiza en la tierra de Israel. Porque en la diáspora, incluso una persona muy religiosa no puede alcanzar el auténtico amor por Dios. Porque Veatem Hadeveikim baHaShem, estar “adherido” a Dios sólo puede concretarse en la tierra de Israel.

EL PASADO ACTUAL

Parashá KI TAVÓ

La ofrenda de los primeros frutos era una de las obligaciones que el pueblo hebreo tenía que cumplir a su entrada a la Tierra Prometida. En el transcurso de la ceremonia que acompañaba a la entrega de los primeros frutos al Kohén, el individuo tenía que recitar un texto que incluía una nota histórica acerca de la esclavitud egipcia, la cual contrastaba con la libertad que se gozaba en Erets Israel.

De manera similar, durante la entrega del Maaser, el diezmo que se dispensaba al Leví, el diezmo que se consumía en Yerushalaim y el diezmo que se entregaba al pobre, también había una recitación denominada Vidui Maaser. Aunque en esta ocasión la persona proclama que ha tenido un trato apropiado con el Leví y el extranjero, con el huérfano y la viuda, más aún, afirma: Lo avarti miMitsvoteja veló shajajti, “no me aparté de tu instrucción y no olvidé”. Sin embargo, este recitado es conocido como vidui, una confesión.

Mi maestro Harav Soloveitchik señala que el concepto de vidui generalmente está acompañado por el remordi- miento, la enumeración de un listado de errores y omisiones. Sin embargo, esta vez el concepto de vidui está asociado con una afirmación positiva: el cumplimiento de la Mitsvá. De acuerdo con Soloveitchik, la denominación vidui se debe a que el individuo que recita este listado de obligacio- nes probablemente concluye que ha fallado en alguna o varias de ellas. Al recitar lo que debía haber hecho, la persona identifica lo que dejó de cumplir.

Tal vez para impresionar al pueblo acerca de la impor- tancia y trascendencia del cumplimiento de las Mitsvot, con su mirada al Har Guerizim al cual habían ascendido seis tribus de Israel, los Leviyim pronunciaron un listado de bendiciones que serán el resultado de cumplir las Mitsvot. El mismo ritual se repitió con las otras seis tribus sobre el Har Eival, pero esta vez las bendiciones se convertían en maldiciones por el incumplimiento de los instructivos Divinos.

Al entrar a la Tierra Prometida, los hebreos celebraban nuevamente un Brit, un pacto a través del cual se compro- metían obedecer la ley Divina. Este compromiso era fundamental porque en la tierra de Canaán tendrían que superar la seducción de la idolatría que no exigía un comportamiento riguroso, especialmente en cuanto a la conducta sexual y la alimentación.

Rambán opina que este evento se repite simbólicamente en la sinagoga al concluir la lectura de la Torá, cuando se levanta el rollo en un acto conocido como Hagbahá, para que el público pueda ver el escrito que contiene.

En este sentido, Harav Soloveitchik interpreta la ins- trucción de que tres personas sean llamadas a la lectura de la Torá en los días lunes, jueves y Shabat en la tarde. El Talmud cuestiona: ¿Porqué se determinó que sean llamadas tres personas? Rav Así responde que las tres personas representan Torá, Neviim y Ketuvim, las tres partes de la Biblia. Ravá dijo que simbolizan al Kohén, Leví e Israel, la división tripartita del pueblo hebreo.

Soloveitchik apunta que tanto Torá, Neviim y Ketuvim, como Kohén, Leví e Israel, representan una totalidad. Los primeros, integran las Sagradas Escrituras. Los segundos comprenden a la totalidad del pueblo. Para Soloveitchik, la lectura de la Torá no es solamente un período de estudio de la Palabra de Dios, es una especie de “revivir” la experiencia en el Har Sinai, cuando el pueblo en su totalidad escuchó las Diez Palabras y entabló un Brit olam, un “pacto eterno” con Dios.

Retomamos la idea de que en el judaísmo los tiempos no están claramente definidos, porque la historia no se refiere únicamente al pasado, tiene vigencia en el presente. Al mencionar a los patriarcas en la recitación de la Amidá, no nos referimos a personajes históricos sino a figuras cuyo ejemplo y enseñanza están presentes, continúan siendo per- tinentes y válidos. Esta idea está contenida en el Midrash, donde se afirma que las almas de las personas que nacerán en el futuro también estuvieron presente en el momento de la revelación Divina en el Har Sinai. De esta manera, con la lectura de la Torá, semanalmente revivimos el momento de la revelación de Dios en el desierto del Sinai.

EL MATRIMONIO CONSAGRADO

KI TETSÉ

Respondiendo a la tendencia “natural” del hombre para apoderarse de las mujeres del enemigo como parte del botín de guerra, la Torá regula esta apetencia insistiendo que el hombre tiene que ver a la mujer cautiva cuando está despojada de las joyas y atractivos que antiguamente se solían utilizar para seducir a los enemigos. Todo ello de acuerdo a Rashí, quien argumenta que la suerte de ese matrimonio será la separación y, más aún, un Ben sorer umoré, un “hijo glotón y rebelde” será el producto de esta unión.

Incluso en este caso que representa solamente la satisfacción de un deseo carnal, una atracción física exclusiva en la cual no se percibe el ingrediente emocional, la Torá insiste en normalizar la unión entre el hombre y la mujer para la formación de un hogar. Porque el matrimonio, institución pivote de la sociedad, es una Mitsvá y tal como en el cumplimiento de otras Mitsvot, se recita un Berajá, una bendición que reconoce la presencia de Dios en las actuaciones de la persona. Porque incluso durante la práctica de las Mitsvot que el hombre podría validar a través del intelecto, sin la intervención Divina, aún en estos casos el judaísmo exige invocar la voluntad de Dios, porque la totalidad de nuestro comportamiento debe tener el sello Divino, la aceptación de Dios. En efecto, en este texto semanal también encontramos la noción del matrimonio entre el hombre y la mujer en el versículo Ki yikaj ish ishá, “cuando un hombre tome una mujer” que según el Talmud se refiere a la institución matrimonial.

A diferencia de otras Mitsvot, en el caso del matrimonio no se utiliza la formulación aceptada de la Berajá: Asher kideshanu beMitsvotav vetsinanu…, “nos santificó con sus Mitsvot y nos instruyó…”. En el caso del Lulav en Sucot, se agregan las palabras Al netilat lulav; o Al keviyat mezuzá, al colocar una mezuzá sobre una puerta. En el orden de las berajot del matrimonio deberíamos pronunciar Asher kideshanu beMitsvotav vetsivanu lakájat ishá, por ejemplo. O tal vez Lekadesh ishá, “para santificar una mujer”, de acuerdo con la palabra Kidushín, utilizada para hacer referencia al matrimonio.

Más aún, la Berajá que se utiliza incluye la prohibición de convivir con la mujer con la cual sólo se ha realizado el acto del compromiso (en realidad es una referencia a la primera etapa del acto matrimonial, que en los tiempos talmúdicos constaba de dos etapas). Jacob Gartner, de la Universidad Bar Ilán, cita al comentarista talmúdico Rosh y a otros exégetas que destacan que en el caso de la comida kasher, por ejemplo, no se menciona que Dios nos prohibió ciertos animales mientras que permitió otros. ¿Por qué se mencionan las relaciones prohibidas en la Berajá que santifica el matrimonio? La respuesta de Rosh es que en este caso la Berajá no está directamente relacionada con la Mitsvá que se refiere claramente a la propagación de la especie humana. En el caso de la ceremonia matrimonial, la Berajá sirve para expresar Shévaj vehodayá, “agradecimiento y alabanza” al Señor. Es un reconocimiento al Dios que nos enseñó a conducir la vida de manera diferente a las otras naciones de la época que simplemente se apoderaban de una mujer, considerada usualmente por el hombre como una parte de sus pertenencias.

Dado que la identidad y pureza espiritual del pueblo hebreo dependen de la santidad del matrimonio, la Berajá advierte que un comportamiento, tal como el convivir con la “prometida”, compromete la integridad del núcleo familiar que debe retener pureza para poder adquirir santidad.

En diferentes momentos de la historia, la sociedad ha ensayado otros tipos de enlace entre el hombre y la mujer, incluso la noción del no-enlace que implica una unión entre los sexos, sin compromiso de duración alguna. El hecho que el matrimonio tradicional ha superado diversos intentos de cambio, es una demostración adicional de que continúa siendo la base y el fundamento para la supervivencia de la especie humana.

CORTES DE JUSTICIA

Parashá SHOFTIM

Una de las bases de la legislación de la Torá es la justicia. Tsédek tsédek tirdof, “abundante justicia perseguirás”, sentencia el texto bíblico. La repetición de la palabra Tsédek que subraya el concepto de justicia y en hebreo significa “mucha justicia”. Esta repetición da pie al comentario de los Jajamim, Tsédek betsédek tirdof, la justicia debe ser obtenida a través de métodos justos. No se puede alegar que el fin justifica los medios, porque cada etapa de un proceso también puede ser considerado como un fin.

La democracia no puede valerse de la metodología de la tiranía.

Las sociedades modernas exigen una justicia con velocidad. De poca utilidad es aquella justicia que demora meses y años para emitir un veredicto y en el ínterin mantiene en suspenso –incluso bajo custodia preventiva– al acusado. Por ello, el ideal de la justicia debe estar acompañado con una reglamentación para su implementación.

Está claro que para que impere la justicia es necesario establecer un número significativo de cortes que puedan atender los casos que se presenten con la indispensable fluidez. Siguiendo el instructivo bíblico, Rambam especifica que primero se debía establecer en el Beit HaMikdash, la Corte Suprema, el Sanhedrín de setenta y un jueces y dos cortes adicionales integradas por veintitrés magistrados cada una de ellas: la primera en la entrada al patio del Templo y la segunda a la entrada del monte sobre el cual estaba construido el Beit HaMikdash. Además, era necesario establecer una corte de veintitrés magistrados, el Sanhedrín Ketaná, en cada ciudad con una población no menor de ciento veinte almas. Las ciudades que tenían una población menor a las ciento veinte personas gozaban de un tribunal de tres magistrados.

Los casos en los cuales existía la posibilidad de aplicar la pena de muerte tenían que ser juzgados por una corte integrada por veintitrés magistrados. Pero la Mishná advierte que los casos en los cuales se sentenciaba la muerte no existían. Incluso un Beit Din, una corte que sentencia cada siete años la pena de muerte –y de acuerdo con una segunda opinión, da un fallo de muerte una vez en setenta años– puede ser considerada como una corte asesina.

El gran número de jueces que operaban en la tierra de Israel –número que está muy por encima de lo que se estila en la actualidad en el mundo occidental– aseguraba que todo litigio recibiera una atención inmediata. Porque tal como lo señaláramos, la justicia que es lenta en efecto se convierte en injusticia.
De acuerdo a Rambam, no le está permitido al juez recibir una remuneración por impartir justicia. Sin embargo, si el juez solicita que se nombre y remunere a una persona que pueda cumplir con su trabajo habitual para liberarlo de su tarea cotidiana, este arreglo es permitido. De manera similar, si el juez solicita que se le remunere por el tiempo que tiene que dedicar al asunto del juicio en montos iguales de ambas partes del litigio –hecho que, a su vez, le impide cumplir con su dedicación normal–, esta solicitud también es permisible.

Pinchas Hayman señala que la razón por la cual se exigía un número tan elevado de jueces –que en el caso de una ciudad pequeña implicaba que cada quinta persona fuera nombrada como juez– se debía al hecho de que en la tradición judía muchísimos asuntos eran adjudicados por este sistema legal. La idea era que la justicia imperara en todos los aspectos de la vida de la persona. Porque donde no impera la justicia, el engaño y la corrupción se convierten en el orden del día de la sociedad.

El sistema de justicia que la Torá ordena no contempla interventores y abogados. Los jueces eran los responsables de las averiguaciones y la defensa de las partes. Cuando escuchaban a los litigantes, no debían permitir que una parte permaneciera de pie mientras la otra estaba sentada. No se podía ofrecer un lapso mayor de tiempo a uno de los litigantes para presentar su caso. Ninguna de las partes debía sentirse menospreciada, porque la presentación de sus argumentos podría verse afectada por percibir cualquier ápice de discriminación.

La ubicación del Gran Sanhedrín en una Cámara del Beit HaMikdash permitía que el pueblo presenciara sus actividades, especialmente en la época de los Shalosh Regalim: las festividades de Pésaj, Shavuot y Sucot cuando se cumplía el peregrinaje a Yerushaláyim. Porque la corte no sólo administraba justicia: en realidad era de manera simultánea una gran academia superior del estudio de la Torá.

Ante la inminencia de la destrucción de Yerushaláyim y el Beit HaMikdash perpetrada por las legiones de Tito, Rabí Yojanán ben Zakai solicitó que se permitiera el traslado del Sanhedrín a la ciudad de Yavne, donde se instaló una gran academia de estudio.

Esta actitud fue criticada por algunos como un acto de cobardía y sumisión al imperio romano, pero la historia justifica la acción porque mientras ciudades y edificaciones pueden ser destruidas, el conocimiento y el estudio permanecen como baluartes que pueden mantener viva la tradición y constituyen el elemento indispensable para asegurar la continuidad social y espiritual de un pueblo con claridad de los ideales que debe aspirar.