La creación del hombre a “imagen de Dios”

Una reflexión para Shavuot

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Maimónides fue un discípulo asiduo de Aristóteles, pero se separó del pensamiento de su mentor intelectual al sostener que el universo fue creado, que no era eterno. Mientras que para Aristóteles existe la “necesidad eterna”, Maimónides se sitúa entre aquellos que afirman la absoluta libertad de Dios. Desde esta perspectiva, no cabe la pregunta: ¿por qué creó Dios el universo en cierto momento? ¿Por qué reveló Su voluntad en el Monte Sinaí? La respuesta es simple y directa: Dios simplemente lo dispuso así. Dios es enteramente libre, se comporta de acuerdo con Su voluntad. No tiene que dar explicaciones, no justifica Sus actos.

La creación del hombre a “imagen de Dios” probablemente quiere decir que el ser humano es poseedor del atributo Divino de la libertad y, por lo tanto, Dios le habla, se comunica con el ser que posee una característica similar a la Suya. Dios ordena al hombre que se reproduzca porque el hombre puede escoger “no multiplicarse” en el ejercicio de su libertad.

Como una expresión de su libertad, el primer hombre y la primera mujer comen del fruto del árbol prohibido. La desobediencia de Adán y Eva no es necesariamente un acto de rebeldía, es una demostración de independencia, libertad. Mientras que la naturaleza sigue, de manera insensible, las “leyes” que rigen su desenvolvimiento, tal como si fuese una extensión de Dios, el hombre es un “otro” frente a Dios, el ser con quien comparte la libertad, atributo fundamental de la Deidad. Mientras que la naturaleza no tiene opciones frente a la “ley natural”, el hombre decide independientemente, a veces opta por acatar las normas, en otras ocasiones las ignora, incluso las desobedece, como una consecuencia de su libertad de acción. No obstante, como una manifestación de gran amor, Dios comparte Su libertad con el ser humano.

David Hartman argumenta que la concesión de la libertad puede ser comparada a la actitud del padre que no interfiere en las decisiones del hijo y, de esa manera, permite que éste aprenda de sus errores, el poder decidir por sí mismo estimula su desarrollo y crecimiento. El más fuerte tiene que asignar un límite a su autoridad para permitir que florezca la personalidad y la dignidad del otro. Mientras que el misticismo busca la unión al Infinito y opina que la perfección es obtenible únicamente en una fusión con la Deidad, el judaísmo clásico considera que la separación del hombre de Dios permite un brit, un pacto que requiere cierta paridad y compromiso entre las partes. Cada miembro del pacto está comprometido a reconocer el “valor” del otro.

En el episodio de la revelación en el Monte Sinaí, el pueblo hebreo no es “absorbido” dentro de la Deidad. Cada quien retiene su “personalidad”, permanece aparte, pero se establece una relación de mutualidad, el pueblo hebreo se compromete a acatar la voluntad de Dios expresada en los Mandamientos, Dios se compromete a proteger a ese pueblo, lo “escoge” para que transmita el mensaje de esa epifanía. El pueblo hebreo tiene que convertirse en una “nación santa”, consagrada, que está aparte, para servir de ejemplo a la humanidad. La “santidad” del pueblo hebreo no lo convierte en una sociedad celestial, no se integra a la Deidad, permanece aparte, moralmente, tendrá que rendir cuentas.

Para el Génesis, el mundo animal y vegetal forman una parte íntegra de la naturaleza, pero se necesita al hombre para hacer Historia. Se crea una interdependencia entre Dios y hombre. La Historia se convierte, parcialmente, en el relato y enumeración de los ‘fracasos’ de Dios, porque ya no puede actuar de manera totalmente independiente, tiene un socio, el hombre. Dios no puede proceder por ‘antojo’, comparte las decisiones acerca del destino del universo con el hombre. El otorgamiento de los Mandamientos implica que Dios considera que el hombre tiene elección, albedrío, no está programado ineluctablemente hacia la obediencia y el cumplimiento de los instructivos Divinos.

El episodio del diluvio, la destrucción con la salvedad de Noé y su familia, es la respuesta de Dios a un mundo corrupto que no merece existir, el ser humano, el protagonista principal, aparenta ser incorregible. Noé no supo influir sobre sus semejantes para que recapaciten. Después del diluvio, Dios decide separar la conducta del hombre y la existencia del mundo. Aunque fue creado a “imagen de Dios” el hombre no alcanza su potencial. Dios “reflexiona” tal como el padre que desea que su hijo cumpla con las enseñanzas que le imparte, pero, simultáneamente, reconoce que su descendiente es un individuo aparte, con voluntad propia. Se crea una distancia entre el Dios que es libre y el hombre que es libre. Dios “reconoce” que el ser humano es autónomo, aunque con “s” minúscula, es soberano. El hombre posee albedrío, escoge, pero sus facultades intelectuales y emocionales tienen serias limitaciones, se hace necesario darle un marco de acción, se le impondrá la “ley” que será revelada en el Monte Sinaí.

Con la aparición de Abraham en la Historia, se produce un cambio, Dios obtiene un “socio” con el cual puede conversar, los dos hablan el mismo idioma. Se celebra un nuevo “pacto”, entre desiguales, pero con una visión similar: se sentencia que, guemilut jasadim, la convivencia y la armonía, la preocupación y la responsabilidad entre los seres humanos es la vía para obtener el potencial que el mundo encierra. La entrega de la Torá en Shavuot viene a ser la conlcusión del primer episodio que comenzó con el pacto de Dios con Abraham.

Armado ahora con la Torá, el pueblo judío emprende la gran aventura de la conquista de la Tierra Prometida para habitarla y regir su vida de acuerdo con las mitsvot. Pero la Historia es implacable y graba una relación tenue entre el humano y Dios. Alejamiento y acercamiento pendulares se torman en una realidad cotidiana, y la Historia concluirá tan solo cuando todos los seres humanos comprendan que el sendero para la convviencia, para su realización espiritual solo dará con el cumplimiendo del brit, el juramento que el pueblo hebreo hizo en la cercanía del monte Sinaí cuando exclamó: Naasé venishmá, cumpliremos y entonces recién entenderemos, porque la fe tiene que estar basada en la acción que se concreta a través del cumplimiento de las mitsvot que conduce a un comportamiento altamente moral y ético que justifica su creación “a imagen de Dios”.

La tragedia y el silencio de Aharón

BEMIDBAR - Números I - IV,20

Dios ordena un censo al comienzo del cuarto libro de la Torá. Rashí nos hace recordar que esta es la tercera vez que se hace una cuenta. Por primera vez, se toma un censo del pueblo a la salida de Egipto. (La cifra mencionada de seiscientos mil adultos, sin contar niños y mujeres, fue motivo de una controversia con Ben Gurion que sostenía que la cifra era muy exagerada. En reciente visita a La Habana, Fidel Castro también cuestionó este número). Después del episodio del éguel hazahav, que es el becerro de oro que nuestros antepasados construyeron cuando Moshé tardó en descender del Monte Sinaí, también se hizo un censo. Y el censo de nuestros capítulos coincide con la construcción del Mishkán, que es el tabernáculo del desierto dedicado al culto Divino.

Desde el comienzo de nuestra aparición como pueblo en el escenario de la historia se nos dice que somos pocos en  número. En otros capítulos se nos califica como hameat mikol haamim, el pueblo con el número más reducido de habitantes. Por tanto, en nuestro período formativo nacional se nos enseña a valorar la calidad, a apreciar el mérito individual. Cada quien tiene que dar su aporte al desarrollo y contribuir al bienestar del grupo. La afiliación y la identificación se efectúa lemishpejotam, de acuerdo al origen familiar probablemente, todos los pueblos de la antigüedad, tienen raíces familiares y tribales; con el tiempo adquieren características nacionales. Pero en los tiempos actuales estamos presenciando el desgaste de esos orígenes, lo que se presenta como una falta de cohesión en el núcleo familiar. En la tradición judía los lazos familiares continúan siendo centrales y tal vez sea esta una razón adicional para  seleccionar episodios de la Torá sobre la vida conyugal de Avraham para la lectura bíblica de Rosh HaShaná, que es un día muy solemne en nuestro calendario.

La enumeración de las diferentes familias y del número de sus integrantes, incluye también a la tribu de Leví que no heredará tierras después de la conquista de Canaán. Los descendientes de Leví tienen que dedicar sus vidas al servicio del culto. Aharón que era el Kohén Gadol, tenía cuatro hijos, pero dos de ellos, Nadav y Avihú, mueren en un extraño episodio. La reacción de Aharón frente a la tragedia es cortante y enigmática, pero al mismo tiempo es aleccionadora y merece nuestra reflexión.

En capítulos anteriores se recoge la reacción de Aharón con la palabra vayidom, un silencio resignado. Las posibles respuestas frente al desastre y a la muerte suelen ser variadas. Hay quienes responden con violencia y rebeldía frente al castigo impuesto a un hijo inocente. ¿Y dónde encontrar un padre que no considere inocente a su hijo? ¿Quién hubiera podido, entonces, criticar a Aharón, en este caso, por su posible cuestionamiento de la justicia Divina?

El Talmud relata que dos hijos de Rabí Meir fallecieron en el transcurso de un día Shabat. Su esposa Beruria le ocultó lo ocurrido. Al término del día sagrado, Beruria le planteó la siguiente pregunta a su esposo. Hace unos años, alguien nos encomendó guardarle un tesoro. Dado que había pasado mucho tiempo sin reclamárnoslo, llegamos a considerar que el tesoro era realmente nuestro. Pero hoy vino el dueño a reclamar su encomienda. ¿Qué debí hacer? cuestionó Beruria. La respuesta de Rabí Meir fue inmediata e inequívoca. Debiste devolver el tesoro, afirmó. Entonces Beruria introdujo a su esposo a la recámara donde yacían los cuerpos de los dos hijos fallecidos. Años atrás, dijo Beruria, Dios nos encomendó estos dos tesoros y hoy vino a reclamarlos.

La racionalización de Beruria se puede catalogar como un Tsiduk hadín que es un testimonio de la Justicia Divina. El bajo perfil de la reacción de Aharón, en cambio, no tiene que considerarse necesariamente como una aceptación espontánea e irreflexiva del severo veredicto. Shetiká kehodaá dami, el silencio es una demostración de consentimiento, cuando existe una alternativa contraria que puede negar la situación. Pero cuando el ser humano se ve imposibilitado de alterar el curso de los hechos, el silencio también puede interpretarse de diferentes maneras. Personalmente, encuentro en el silencio de Aharón la semilla de una seria crítica al fallo celestial. Es un silencio activo y violento, que oculta ira y furia reprimidas. Es un silencio de resignación, debido a la impotencia del ser humano para enfrentarse al Ser supremo. Es una protesta por la desigualdad intrínseca existente entre los participantes en el torneo de la vida. Es una reacción similar a la del talmid jajam en un campo de concentración que rehusó comer. No quiero comer porque no quiero recitar una berajá, una bendición de agradecimiento a Dios, exclamó. No conocía un lenguaje adecuado para cuestionar y reclamarle a Dios, pero tampoco estaba dispuesto a justificar Su ocultación y Su ausencia en los momentos más trágicos de la historia de nuestro pueblo.

La muerte de un hijo nos obliga a analizar nuestro rol como padres. ¿Podía acaso Aharón dejar de cuestionarse acerca del papel que había desempeñado como maestro y como modelo para sus hijos? ¿Dónde y en qué residía su falla como padre?  No podía fácilmente, librarse del fuerte sentimiento de culpa por lo acontecido, por no haberlo anticipado para prevenirla. El silencio de Aharón manifiesta, tal vez, su indeclinable decisión de hacerse un profundo cuestionamiento acerca de la relación con sus hijos.

Pregunta: ¿por qué no es el liderazgo hereditario? Cualquier respuesta tiene que tomar en consideración el hecho de que la persona que dedica el grueso de su atención y de su interés al bienestar de la comunidad, generalmente desatiende las necesidades, desconoce las angustias e ignora las inquietudes de sus familiares cercanos. El vayidom de Aharón es un silencioso retraerse a su propio yo y un contraerse en su fuero interno con el propósito de hacer ese examen sobre el alcance de quien probablemente no cumplió con sus responsabilidades como padre.

El vayidom de rebeldía y de protesta inicial por la tragedia sufrida da curso, eventualmente, al vayidom de resignación y al vayidom del reconocimiento de las limitaciones del intelecto humano para comprender el Tsiduk hadín, lo infinito y absolutamente correcto de la Justicia Divina. En la cúspide de una trayectoria de liderazgo y el poder que éste supone, vayidom constituye la necesaria redimensión de una estatura humana inflada y de una exagerada auto estima frente a la incomprensión por la súbita muerte de un hijo.

Zushe se encontraba en el lecho de muerte y sus discípulos notaron su tristeza próxima a la desesperación. Siempre nos has enseñado que hay que reunirse en alegría con el Creador, dijeron los que estaban a su alrededor. Después de todas las mitsvot que cumpliste en esta vida, seguramente te espera un lugar privilegiado en el Olam Haemet, que es el mundo de la verdad absoluta, alegaron sus discípulos. Pero Zushe respondió que su temor no era porque se le iba a exigir el no haber igualado al Patriarca Avraham o a cualquier otro de los gigantes espirituales que dejaron impresa su personalidad sobre nuestro carácter espiritual. La preocupación de Zushe se centraba en que sentía que no había sido consecuente con sus propias habilidades, que no había realizado su propio potencial. En los momentos realmente trascendentales de la vida, vayidom es un reconocimiento de haber fallado en nuestro potencial. Vayidom nos obliga a admitir lo limitado y lo reducido del alcance de nuestro pensamiento frente a sheeilot hanétsaj, las preguntas cuyas respuestas están en una eternidad que está más allá de nuestra perspectiva humana y mortal.

La muerte de Nadav y Avihú abre un nuevo capítulo en la vida de Aharón. De ahora en adelante lo acompañará probablemente la duda y pierde algo de la seguridad en sí mismo, que es indispensable para el liderazgo y da cabida a numerosos cuestionamientos. La promesa de un Más Allá que envuelve a los allí residentes en una paz eterna sirve de consuelo limitado por el destino de las almas de los hijos fallecidos. Pero los padres sobrevivientes renuncian a parte de la joie de vivre, del deseo y gusto por la vida y se refugian progresivamente, cada vez más, en vayidom, el silencio que realmente es la evasión y la decisión de no enfrentar la trágica realidad de la muerte.

¿Quién tiene la última palabra? – Responsabilidad moral y lucidez

BEHAR -Levítico XXV - XXVI,2 - BEJUKOTAI Levítico XXVI,3 - XXVII

El título de nuestro capítulo hace referencia al Monte Sinaí donde Moshé recibió las instrucciones específicas acerca de la ley de shemitá, el descanso obligado de las tierras cada siete años. Los jajamim se plantean la interrogante: ¿por qué se seleccionó esta ley, en particular, para que mereciera ser comentada en el propio Sinaí? La respuesta es que, en realidad, todas las leyes fueron analizadas en sus diferentes detalles en aquel momento histórico y la ley de shemitá, por lo tanto, se utiliza, únicamente como un ejemplo.

Está claro que existen numerosas mitzvot adicionales que no fueron enunciadas en el Sinaí. Tenemos un enorme equipaje de mitzvot derabanán, de leyes que fueron promulgadas por nuestros sabios en épocas posteriores las que por fuerza tuvieron que estar ausentes en Sinaí. Los jajamim también se vieron obligados, de acuerdo con las circunstancias del momento, a afinar y a moderar las instrucciones de la Torá para poder mantenerse fieles a lo que consideraron era el espíritu de la Ley. Por ejemplo, la Torá prohíbe el cobro y el pago de intereses. En una sociedad agrícola es el cumplimiento de esta ordenanza es muy factible. Pero en una sociedad mercantil, y con mayor razón aún en nuestra sociedad industrial, o post industrial, el dinero se convierte en una mercancía, en un bien que posee valor propio. Hoy en día, por ejemplo, se habla del costo del dinero. Los que sufren son los menos afortunados, porque los préstamos les son negados. Por lo tanto, los jajamim instituyeron la héter iská, que es un documento legal que convierte al prestamista en una especie de inversionista. Así el cobro de intereses se convierte en los dividendos de una inversión. Para algunos, se trata de un artificio que evita la sanción de la ley. Para otros, es el resultado del ingenio de los eruditos, que por un lado facilita los préstamos al necesitado, pero que, al mismo tiempo, nos obliga a tomar conciencia de la prohibición básica de oprimir indiscriminadamente al prójimo. El mismo hecho de que tengamos que recurrir al héter iská, sirve para recordarnos que su ausencia implica que estaríamos violando una ley de la Torá.

El encendido de la luces de Janucá puede considerarse como el prototipo de una mitzvá propiamente dicha, instituida por nuestros jajamim. Los hechos que Janucá celebra ocurrieron siglos después de que la Torá fue otorgada en el Sinaí. Por lo tanto, podemos preguntar ¿cómo es posible recitar antes de encender estas luces asher kideshanu bemitzvotav vetzivanu…? ¿Acaso fue Dios quien nos ordenó encender estas luces durante un lapso de ocho días? Según la opinión de nuestros sabios, las instrucciones futuras de los jajamim fueron ordenadas, simbólicamente, en el Monte Sinaí. La Torá es la fuente de la autoridad de nuestros sabios. Así, el momento histórico del Sinaí se transforma en una revelación continua de la voluntad Divina a través de las interpretaciones y decisiones legales de los jajamim de todas las épocas.

Tal como Dios es el autor de la Torá, es también El que creó el intelecto humano, el que tendrá que interpretar en el futuro estas Sagradas Escrituras. Más aún, el Talmud en el tratado de Bavá Metziá relata una disputa entre Dios por un lado y el Tribunal Celestial por el otro, con referencia a una cuestión de tumá, que es la impureza ritual. Según el Todopoderoso, en la situación en cuestión no se produce una contaminación ritual; según el Tribunal Celestial sí la hay. El caso se llevó ante Rabá bar Najmani quien era muy estudioso de estas cuestiones, según el texto del Talmud citado. Está claro que carece de sentido instruir a Dios acerca de Su Ley. El, Dios, siempre tiene razón en cualquier duda acerca de la interpretación correcta de Su Voluntad. Con todo, la enseñanza que podemos derivar de nuestro episodio es la insistencia del Talmud que la Torá le fue dada al ser humano para que sea éste último quien la interprete de acuerdo con ciertas normas. Lo bashamáyim hi, una vez que la Torá fue entregada en el Monte Sinaí, dejó de ser propiedad celestial. Ahora es el hombre quien tiene la posibilidad y la obligación de estudiarla, interpretarla y profundizar en sus enseñanzas.

¿Acaso la Torá también le otorga a los jajamim la autoridad para cambiar radicalmente la ley? Esta es una interrogante cuya respuesta no es fácil o simple. A veces, por ejemplo, tomando en cuenta el hecho de que los vendedores de pescado se aprovechaban de la víspera de Pésaj para especular indebidamente con los precios, el rabino de la aldea prohibía comer pescado en esa festividad. Y en efecto, la persona que lo desobedecía estaría violando la ley. Nos han llegado relatos de los campos de concentración en la época nazi que dan testimonio de que cierto rabino ordenó a los allí detenidos comer en Yom Kipur dado la grave condición de desnutrición que hacía peligrar seriamente sus vidas. Cuando le participaron al Jafetz Jayim que las vidas de los integrantes de una compañía de soldados judíos en Siberia peligraba porque no tenían con que alimentarse y el frío era muy severo, respondió que podían comer jazir que era la única comida disponible (óber nit shmochken di béiner, sin chuparse los dedos). Nuestros sabios se basan en el pasuk de Tehilim que reza, et laasot laShem heferu Torateja, “tiempo es de hacer algo para el Señor, porque destruyen Tu ley”.

¿Puede un rabino, o un maestro de nuestra ley, contradecir la decisión de otro rabino? El Mará deatrá, el maestro del lugar tiene la última palabra en una cuestión legal. Sin embargo, un Beit Din, que es una Corte rabínica, o un talmid jajam, un sabio que pueda documentar la validez de una opinión contraria, citando fuentes autorizadas para tal efecto, podría anular la decisión original. ¿Quién decide cuál Beit Din tiene mayor autoridad que otro? ¿Cuáles son los parámetros que se utilizan para preferir entre dos autoridades rabínicas? Existen ciertos principios básicos. Generalmente consideramos que las generaciones anteriores eran más conocedoras de la ley, tal vez por estar más cercanas a nuestro comienzo en el marco del tiempo. Por ejemplo, los Amoraim que son los maestros de la Guemará, que contiene las discusiones de las academias y que forma parte del Talmud, no pueden cuestionar a los Tanaim que son los maestros de la Mishná, que es el compendio central y anterior de la Torá oral. Cuando enfrentamos una disputa entre los sabios de una misma generación, nos atenemos a varias reglas. Tal vez la más importante de ellas sea que respondemos a la mayoría, según la indicación de la Torá, ajarei rabim lehatot.

El Talmud en el citado tratado de Bavá Metziá relata que Rabí Eliézer, que por su piedad tenía poderes para alterar el curso de la naturaleza, invocó esta habilidad para imponer su punto de vista frente a la mayoría de los jajamim, los sabios de la época. Los jajamim se negaron a acatar la decisión de Rabí Eliézer, aun después de haber escuchado un bat kol, que es una voz de origen celestial que le daba a este Rabí Eliézer la razón en la disputa. Lo bashamáyim hi, argumentaron los jajamim. La Torá ya no se encuentra más en las alturas celestiales. Ahora somos nosotros, de acuerdo con las instrucciones de esta Torá, los que por ser mayoría tenemos la decisión en nuestras manos.

El Talmud establece una jerarquía respecto los jajamim señalando que la decisiones de algunos de ellos tienen preferencia sobre las de otros. En ocasiones no se puede llegar a una conclusión y se permite que la decisión final quede en teiku, en espera. No obstante lo antedicho, la realidad es que en cada generación sobresalen ciertos talmidei jajamim como los grandes eruditos cuyas decisiones son respetadas universalmente. El finado Rabí Moshé Feinstein de la ciudad de New York fue una de esas personalidades excepcionales. No existen parámetros definidos para alcanzar una posición intelectual que amerite el respeto de todos. Las numerosas decisiones rabínicas de Rabí Moshé Feinstein fueron publicadas y casi nunca fueron refutadas por otros estudiosos. De tal modo se convirtió en el posek, la persona cuyos fallos fueron mayoritariamente solicitados desde las más diversas y lejanas comunidades judías y cuyas decisiones son motivo de estudio en las diferentes yeshivot, las academias que se dedican, con exclusividad, al estudio de las fuentes judías tradicionales.

BEJUKOTAI

Responsabilidad moral y lucidez

Levítico XXVI,3 – XXVII

                                      

La porción sobresaliente de nuestros capítulos, que será repetida en forma ampliada en Ki tavó, en el quinto libro de la Torá, se conoce bajo el nombre de tojajá, la exhortación y advertencia de no desviarnos del sendero de las mitzvot. La Torá es muy clara en su afirmación inicial de nuestra lectura semanal, im bejukotai teleju… “si en Mis leyes anduviereis y cumpliereis Mis preceptos os brindaré lluvias a su tiempo y la tierra dará su producto y el árbol del campo dará su fruto”. Las bondades de la tierra son, según lo citado, el resultado del comportamiento y de las acciones de la gente. La tierra no es caprichosa y no requiere de sortilegios ni de brujería para su fertilidad. La abundancia de los frutos es el resultado de una función de la obediencia humana a las leyes. En forma paralela, los castigos y las desgracias son la consecuencia de la desobediencia y de la rebeldía. Veim lo tishmeú Li… “mas si no me escucharéis…, echaré sobre vosotros el terror…, y volveré Mi rostro contra vosotros…, y huiréis sin que nadie os persiga”.

En la visión de la Torá la naturaleza no es caprichosa y el mundo no se rige por el azar. (Einstein afirmó que no podía concebir a Dios jugando a los dados con el universo). Existe un orden y un por qué de las cosas. La actuación moral del hombre es la que determina el curso de los acontecimientos y la obligada reacción de la naturaleza. En los tiempos de Nóaj ya se había señalado vatishajet haáretz, que la tierra misma se había corrompido, incluyendo a todo ser viviente que la habitaba. El diluvio fue la consecuencia de la corrupción universal. En nuestros días podemos concluir en efecto, que, el hombre tiene los medios para hacer a la naturaleza más productiva. Al mismo tiempo estamos conscientes de que disponemos de medios nucleares para destruirla totalmente y hacerla inservible para las generaciones futuras por la contaminación radioactiva.

Con esta visión de las cosas, el enemigo externo es una consecuencia de la debilidad interna. Tal como el cuerpo humano está bajo la constante amenaza de microbios y virus que listos para aprovechar alguna fragilidad de nuestro sistema inmunológico, así, la sociedad y la naturaleza están bajo un acecho constante que puede materializarse, en una hecatombe por un simple descuido o por una flaqueza moral. El profeta Yeshayahu lo había advertido, meharsáyij umajariváyij mimej yetzeu, “tus asoladores y los que te saquearán saldrán de ti”. El verdadero enemigo está dentro de nosotros y somos, individual y personalmente, responsables de los males que nos azotan.

Hay quienes argumentan que la delicada situación política de Medinat Israel puede resolverse únicamente con la decidida solidaridad y unificación de propósitos de todo el pueblo judío. Al mismo tiempo se afirma que las más terribles consecuencias pueden darse en la ausencia de esta indispensable concertación de esfuerzos. Norman Podhoretz, el editor de COMMENTARY en su alarmante ensayo, ISRAEL: A LAMENTATION FROM THE FUTURE, (Israel: un lamento desde el futuro), advierte sobre los hechos y desarrollos que llevaron a la destrucción del Estado. Su alerta se dirige, en especial, al rol que jugamos, por la falta de claridad de propósitos y porque no existe una firme decisión de apoyo a nosotros mismos, algo que debería haber sido incondicional con referencia a la existencia del Estado. Nuestra lealtad se ve afectada debido, en parte, por la Intifada y los problemas de conciencia que despierta la lucha contra mujeres y niños. Los dirigentes de la Intifada, probablemente con el propósito de ganarse la buena voluntad del mundo, envían a sus mujeres y niños a lanzar piedras contra los soldados, entonces por atender con demasiada simpatía a lo que consideramos son los derechos de los Palestinos, al permitir es establecimiento de una Palestina dirigida por la OLP, comprometemos la seguridad de Israel.

Desde luego que el razonamiento en el que se basa el ensayo citado no goza de aprobación universal. Una fuerte polémica se ha entablado alrededor de esta tesis, que está siendo debatida con vehemencia y pasión. El argumento es controversial, pero, su enfoque es tradicional porque busca en nuestro propio medio las causas de la gravedad de la situación.

Desde cierto ángulo, ésta es una postura optimista porque afirma que el ser humano tiene el potencial y el vigor para sobreponerse a sus dificultades. La tojajá que en sinagogas de práctica jasídica no constituye una aliyá, porque no se llama a ningún feligrés para su lectura, contiene, en cierta forma, el germen de la nejamá, que es la consolación. Porque la tojajá no es una afirmación de lo desesperanzador e inevitable de nuestra situación. Hay bálsamos y soluciones para nuestras aflicciones. Los medios y los remedios pueden ser difíciles, costosos y amargos, pero existen y están a nuestro alcance. En la tesis del citado Podhoretz, los resultados no son seguros, aun contando con el supuesto apoyo incondicional a Israel, debido a la interferencia de otras presiones internacionales. En el más lúgubre de los casos, sin embargo, evitaría remordimientos futuros y una depresión profunda como resultado de no haber actuado en su momento, a la medida de nuestras posibilidades.

La tojajá de nuestra lectura es interrumpida por la mención alentadora de vezajartí et berití Yaacov, “y recordaré Mi pacto con Yaacov.” Aun en los momentos de oscuridad y de héster panim, de la ausencia de la Shejiná que es la presencia Divina, el valor de nuestros patriarcas tiene actualidad y vigencia. La lección que se desprende es que a pesar de nuestras desviaciones y descuidos, sigue vigente el ejemplo de los forjadores de nuestra tradición y fe. Aunque estén temporalmente bloqueados y ocultos, difusos e imprecisos, los ejemplos de jésed de Avraham, de disposición al sacrificio de Yitzjak, y de dedicación al estudio de Yaacov, permanecen con nosotros. Tal vez sea ésta una manifestación más de una auto estima inflada. Pero la implicación es que aun en nuestro error y en nuestro pecado, continuamos siendo los descendientes espirituales y discípulos de éstos, los primeros iconoclastas y revolucionarios sociales. Men ken nit opshatzen a yídishe kishke, reza el dicho popular, que significa que no se puede menospreciar la gran moralidad de las entrañas judías por su profundo arraigo en nuestra íntima composición personal y humana.

Nuestra preocupación obsesiva por la introspección no debe conducirnos a desatender la multiplicidad de los factores externos circundantes. Por ejemplo, no puede analizarse el fenómeno Nazi, tan humillante para toda la humanidad, pretendiendo atribuir sus raíces al comportamiento de la comunidad judía de Alemania. Estamos presenciando hoy, la reaparición del antisemitismo organizado en diversos países. Sería infantil, ingenuo e irresponsable, dejar de detectar el fuerte ingrediente anti judío en la infame resolución de las Naciones Unidas que equipara al Sionismo con el racismo. (Unos años más tarde se anuló esta resolución). En la Polonia de la post guerra se vio un resurgimiento del antisemitismo que se basaba en la memoria de la presencia judía en el país. Es una especie de antisemitismo histórico, porque la gran masa judía ha perecido y sus sobrevivientes han emigrado. En Italia, en estos días,  aparecen manifestaciones de antisemitismo en localidades donde no vive ni siquiera un judío. En Europa, de manera general, recrudece el sentimiento anti judío. ¿El odio ciego del Islam contemporáneo hacia Israel no es una expresión de su antisemitismo? La guerra contra Israel no es un enfrentamiento contra el movimiento sionista exclusivamente. Nos encontramos cara a una confrontación de dimensiones casi globales contra el judaísmo, contra el pueblo judío en su totalidad en cualquier país donde resida actualmente. ¿Acaso los que cometen atentados terroristas saben distinguir entre judíos de la diáspora e Israelíes? En la medida que la golá aprecie, cada vez con mayor sinceridad y lucidez su identidad con el destino de Israel, mayor será la unidad entre ambos. Porque somos nosotros, todos juntos, los únicos garantes de nuestra sobrevivencia, para dar cumplimiento a la promesa profética de nétzaj Israel lo yeshaker, de la innegable eternidad de Israel.

El pluralismo de las ideas y la unidad de la acción

EMOR Levítico XXI - XXIV

El texto de la primera parte de nuestra lectura semanal está dedicado a una serie de leyes que son pertinentes al kohén. La Torá  insta al kohén mantenerse ritualmente puro, para poder participar en todo momento, en los servicios del Beit HaMikdash. Por lo tanto, no debe tener contacto directo con un cadáver, ni con cualquier ser u objeto cuya cercanía puede resultar en su calificación de tamé que significa la impureza ritual. En un capítulo anterior, mencionamos la importancia singular que tenía la noción de pureza ritual durante el período de la existencia del Beit HaMikdash, y las numerosas consideraciones que giraban alrededor del concepto de tamé. Dado que el kohén es el sacerdote que oficia en el Templo y su figura es central en el culto religioso, es de importancia capital que no entre en contacto con cualquier ser u objeto que pudiera convertirlo en ritualmente impuro.

Una de las consecuencias de la destrucción del Templo de Jerusalem es la pérdida de la autoridad e importancia del kohén dentro del ámbito del culto. En  ausencia de los sacrificios, para los cuales su figura era indispensable, surge ahora la figura del rabí, el maestro y erudito de las leyes. Pero aun en la época del Templo se observaba una dualidad de propósitos o, incluso, cierta rivalidad, entre la casta de los kohanim, representada por el grupo denominado los Tzedukim que son los Saduceos y los grandes expositores y maestros de la tradición, los Perushim que son los Fariseos. No conocemos con certeza el origen de esta nomenclatura. Es posible que el sacerdote Zadok dé origen a la palabra Tzedukim, mientras que la palabra Perushim hace referencia al hecho de que sus adeptos e integrantes eran grandes parshanim, que quiere decir expositores e intérpretes de las Escrituras.

Los Tzedukim se consideraban los guardianes autorizados de la ley y se regían por las tradiciones y las interpretaciones que guardaban celosamente y que consideraban de su exclusiva competencia. Los Perushim, en cambio, aunque se aferraban a los principios hermenéuticos (reglas para la interpretación de las Sagradas Escrituras), permitían una mayor participación del intelecto individual. Los Tzedukim se consideraban los poseedores de toda la verdad, mientras que los Perushim, por su condicionamiento dialéctico, confiaban en su metodología para la búsqueda de esa verdad. Los Tzedukim se apoyaban, generalmente, en el sentido literal de la palabra de la Torá y los Perushim se dedicaban a la investigación y a la búsqueda de algún significado más profundo del mensaje Divino.

Mientras la discusión se situó en el plano académico, ésta se desenvolvía de acuerdo con el geist de la tradición judía que permite la amplitud de criterios, promueve la investigación y estimula las discusiones intelectuales. Pero cuando la polémica se traduce en un comportamiento alternativo, entonces, existe la probabilidad de que la discusión se convierta en  causal de fisuras y de posibles divisiones. Por ejemplo, en nuestra lectura semanal, la Torá nos instruye que hay que contar siete semanas entre Pésaj y Shavuot. Shavuot es la única festividad que carece de fecha en nuestro calendario. Depende exclusivamente del día de la celebración de Pésaj, que es el quince del primer mes Nisán. Al término de siete semanas después de Pésaj, se celebra Shavuot. La discusión se centró en el día exacto cuando se empieza la cuenta de estas siete semanas. La Torá reza, usefartem lajem mimojorat haShabat, “y harán su conteo con el día siguiente del Shabat”. La controversia giró alrededor del significado de la palabra Shabat.

Para los Tzedukim el vocablo Shabat tiene el significado único del séptimo día de la semana. Los Perushim argumentaron que una festividad también recibe el calificativo de Shabat y dado que el contexto de nuestra cita es la festividad de Pésaj, en este caso mimojorat haShabat quiere decir el día siguiente a Pésaj. Ahora bien, si el primer día de Pésaj coincide con un martes, por ejemplo, de acuerdo con los Perushim se empieza a contar las siete semanas el día miércoles para llegar a la celebración de Shavuot que se realizaría el cincuentavo día. Pero de acuerdo con los Tzedukim se comenzaría a contar recién el domingo siguiente. De este modo habría una diferencia de cuatro días entre las dos celebraciones, lo que significa una discrepancia en las opiniones.

En una época posterior, los Karaim (en la Israel actual existen aquellos que alegan pertenecer a este grupo) también insistirán en una lectura literal de la Torá. La instrucción bíblica de colocar tzitzit, las franjas rituales en las cuatro esquinas de nuestras vestimentas, da origen al talit, el manto ritual que utilizamos mientras recitamos las plegarias. Existe igualmente una versión que se denomina talit katán que se usa bajo la camisa, (aunque según las reglas gramaticales se deberían utilizar la palabra ketaná porque talit es de género femenino, el error se ha incorporado al vocabulario diario). La Torá ordena la colocación de los tzitzit sugiriendo el efecto de ureitem otam uzejartem et kol mitzvot HaShem, “y los verán y se recordarán de todas las ordenanzas de Dios”. Los tzitzit vienen a ser una especie de bandera, de símbolo recordatorio, de nuestras obligaciones según las instrucciones Divinas. Nuestros jajamim deducen de la palabra ureitem, que los tzitzit deben ponerse únicamente cuando se puede ver, cuando hay luz natural, es decir de día. Por lo tanto, no vestimos el talit en la sinagoga en la recitación de los rezos nocturnos. Para los karaim la palabra ureitem sugiere que hay que colocar un ejemplar de un talit en un lugar visible de la Sinagoga, sobre una pared, para que todos los asistentes lo vean y se cumpla uzejartem, y recordarán todas las ordenanzas de Dios.

En nuestros días, el intento de definir mi hu Yehudí, ¿quién es judío? o mejor dicho, ¿cuáles son los factores que determinan la condición de judío? ha conducido a una situación de serios enfrentamientos entre diferentes sectores del mundo judío. En los Estados Unidos, donde los miembros de la comunidad judía se identifican, individualmente, con las diversas corrientes religiosas del judaísmo, este tema ha afectado profundamente la sensibilidad de los miembros de la comunidad. A pesar de la existencia de diversas consideraciones teológicas,  muy importantes y de gran significación, entre las distintas corrientes, mi hu Yehudí cuestiona la identidad judía de la persona y por lo tanto la reacción es muy violenta. Este hecho se pudo apreciar durante los recientes intentos de formación de un gobierno en Israel que se proponía reformar el Jok hashevut, la ley del retorno, invocando una nueva definición de la condición judía. (El problema se presentó cuando se intentó incorporar en la ley el concepto de guiur kehalajá. Es decir que toda conversión, una de las maneras de ingresar al judaísmo para quien no nació judío, tenía que realizarse de acuerdo con las normas ortodoxas, quedando excluido, en consecuencia, el método de los Conservadores y él de los Reformistas).

Concluimos nuestras reflexiones, señalando que el judaísmo siempre propició un clima de libre pensamiento en un ambiente de cuestionamiento constante respecto a las ideas reinantes en las diferentes épocas. Pero, al mismo tiempo, insistió en cierta uniformidad en el comportamiento diario, en la halajá lemaasé, en las normas de acción y de esta manera se pudo mantener durante siglos una continuidad histórica de la identidad judía. Esto se hizo aunque carecíamos de tierra propia y dispersos en los confines del globo. A partir de la existencia del Estado de Israel ¿podemos permitirnos la diversidad de acción y retener al mismo tiempo una identidad común? Por el momento, en vista de la delicada situación política en Israel, resulta inconveniente una lucha ideológica que llevaría a la división justamente cuando la unión es vital importancia. A pesar de los señalamientos de otras corrientes, mi preferencia personal se inclina por una actitud que evite la posibilidad de resultados imprevistos y mantener nuestro compromiso con la halajá tradicional, especialmente en aquellos aspectos que afectan nuestro carácter e idiosincrasia nacionales.

El Día del Perdón, el ritual y la esencia – “Honrarás a tu padre y a tu madre”

AJAREI MOT - Levítico XVI - XVIII KEDOSHIM Levítico XIX - XX

En Yom Kipur, que es el día más sagrado de nuestro calendario (en nuestros tiempos adquiere un significado adicional por haberle prestado su nombre a la guerra de 1973 entre Israel y sus vecinos), se da lectura pública a algunos párrafos de nuestros capítulos semanales. En la mañana de Yom Kipur se lee acerca de los dos chivos que formaban parte del ritual del día. Por intermedio de un sorteo se designaba cual de estos animales sería el sacrificado. Después de la confesión pública del kohén de los errores cometidos por el pueblo, el segundo de los chivos era enviado al desierto. Un tal ish ití, que era una persona designada de antemano para tal propósito, era el encargado de conducir a ese chivo al desierto. Este ritual da origen a la expresión “chivo expiatorio” (cargarle a otro las culpas de uno) utilizada en la mayoría de las lenguas occidentales.

Durante la noche anterior a la festividad, el kohén (el que oficia el ritual en Yom Kipur es el kohén gadol, aquel que ocupa la posición ejercida por primera vez por Aharón, el hermano de Moshé) permanecía despierto repasando el orden de los servicios religiosos del día siguiente. En ocasiones cuando el kohén no era lo suficientemente ilustrado para el estudio propio, los sabios repetían con él, las diferentes instrucciones y ordenanzas que tendría que cumplir durante el día de Yom Kipur. Se le exigía un juramento al kohén en el que prometía no desviarse del orden establecido por los jajamim. Esto se debe probablemente a la diferencia de opinión entre los Perushim y los Tzedukim con referencia al orden exacto de los ritos de este día sagrado. Los jajamim querían asegurarse de que el kohén siguiera el orden de los Perushim, especialmente cuando su actividad tenía lugar en privado durante su permanencia en el Kódesh hakodashim, que es el lugar de mayor santidad en el Beit HaMikdash. No se le permitía al kohén conciliar el sueño durante toda la noche y los pirjei kehuná (jóvenes aprendices del sacerdocio) lo despertaban, cuando observaban que se adormecía.

El kohén ofrecía quince sacrificios en su propósito de solicitar el perdón baadó, por sus pecados personales, por beitó, los pecados de su familia (la palabra beitó, que quiere decir familia u hogar, se identifica con la esposa), y por lo tanto era indispensable que este kohén fuera un hombre casado. Se escogía una sustituta para su esposa, en caso de que ésta falleciera en la víspera de Yom Kipur y su muerte causara que el kohén se viera impedido de cumplir cabalmente sus funciones por no tener esposa y, por este motivo, posiblemente podría no ser atendido en su petición del perdón por los pecados de todo el pueblo de Israel.

En el curso de las ofrendas de sacrificios, el kohén tenía que cambiar su ropaje cinco veces, previa inmersión cada vez en una mikvé, la piscina ritual. En el cumplimiento de sus obligaciones durante el resto del año, el kohén se cubría con unas ocho vestimentas que contenían hilos dorados, para el oficio religioso. En Yom Kipur, en cambio, y en señal de humildad vestía cuatro túnicas simples de lino blanco. El lujo y la ostentación no son compatibles con la petición por el perdón que ese día era el propósito esencial del kohén.

En el transcurso de Yom Kipur, el kohén implora el perdón en tres oportunidades. Ante todo solicita el perdón por sus pecados y por los de su familia. Luego pide nuevamente el perdón por sus pecados y por los de sus familiares, pero esta vez incluye una petición por el perdón por los pecados de los demás kohanim. La solicitud por el perdón de todo el pueblo de Israel, la hace el kohén unos momentos antes de enviar el segundo chivo al desierto. Cuando el pueblo escuchaba como el kohén pronunciaba el “Nombre explícito” de Dios, todos se postraban y repetían Baruj Shem kevod maljutó leolam vaed, “bendito sea Su majestuoso Nombre por siempre jamás”. Esta es la misma frase que generalmente se pronuncia en silencio, pero que es recitada en voz alta en la sinagoga durante los rezos de Yom Kipur.

Por lo citado del ritual de ese día, es evidente que nuestra celebración actual de Yom Kipur difiere mucho de la majestuosidad y solemnidad de los tiempos del Beit HaMikdash. El ritual se centraba, en aquel entonces, en el kohén el cual tenía que realizar una serie de sacrificios y abluciones y tenía que obtener kapará, que es la absolución y el perdón por los pecados cometidos por todos. Con la destrucción del Beit HaMikdash, el pueblo judío quedó inconsolable porque desconocía si había una manera tradicional diferente para obtener anualmente el perdón Divino. Pero el genio de nuestro pueblo no permaneció inerte. La Sinagoga, con su enseñanza de que la palabra y la oración son el auténtico “servicio del corazón” en la feliz expresión del Talmud, ofreció una alternativa al Templo de Jerusalén. Efectivamente, durante el transcurso de las oraciones de Yom Kipur, se “recita” el orden de los sacrificios y se rememoran todas las actividades del kohén en ese día. Uneshalmá farim sefatenu, “y nuestros labios ocuparán el lugar de los toros”, (los animales que eran sacrificados) esta frase del profeta Hoshea, ofreció un texto bíblico de apoyo, para la sustitución de los sacrificios por las oraciones.

A la conclusión del período de ayuno y de oraciones de Yom Kipur, la mayoría sentimos una especie de catarsis, de alivio emocional y de elevación espiritual al salir de las sinagogas. En épocas anteriores, según el Talmud, a la conclusión del día de Yom Kipur había celebraciones de regocijo por la ansiada y anticipada aceptación Divina de los oficios del kohén. Las jóvenes, elegantemente vestidas danzaban en las calles y solicitaban a los jóvenes de edad matrimonial que escogiesen pareja. Joven: ¡no te fijes en la belleza superficial y observa mas bien el ancestro y la procedencia!, solían exclamar. Tal vez, debido a esta tradición popular de la búsqueda de shidujim en esta fecha, la lectura de la Torá escogida para la tarde de Yom Kipur exhorta en contra de los matrimonios prohibidos y contra el incesto en particular. O tal vez, dado que en Yom Kipur se congregaba a las grandes mayorías, se aprovechaba el momento para dar lectura a la lista de prohibiciones sexuales, cuyo conocimiento es esencial para la estructura de toda sociedad humana.

El siguiente es un listado de las relaciones sexuales prohibidas según nuestro texto bíblico:

     a. Entre madre e hijo.

b. Entre madrastra e hijastro.

c. Entre hermano y hermana, o hermanastro y hermanastra. Un      hombre puede casarse con la hija de un padrastro o de una     madrastra, producto de un matrimonio anterior.

d. Entre padre e hija, o entre abuelo y nieta.

e. Con la hermana del padre o de la madre.

f. Con la esposa del hermano de (su) padre.

g. Con su nuera, aunque ésta ya no esté casada con su hijo.

h. Con la esposa de su hermano o de su hermanastro.

i. Con una mujer y su hija (en la Torá se concibe tener más      de una esposa).

j. Con una mujer y la hija de su (de la mujer) hijo.

k. Con una mujer y la hija de su (de la mujer) hija.

l. Con la hermana de su esposa (durante la vida de su esposa).

Concluimos nuestros apuntes semanales con una breve reflexión acerca del hecho de que en el judaísmo el sexo no es un tabú, ni una manifestación exclusiva y obsesiva del deseo carnal del ser humano. De ninguna manera debemos considerar al sexo como una concesión al instinto animal del ser humano y a su absoluta necesidad para la sobrevivencia de la especie. Desde luego que nuestras consideraciones están matizadas por los conocimientos científicos de nuestros días. Sin embargo, se puede documentar ampliamente con textos bíblicos, con fuentes del Midrash y del Talmud, que en el judaísmo existe una actitud positiva frente al sexo. Más aún, la Kabalá, en particular, contiene numerosas citas que exaltan lo sublime del acto sexual. Nuestros capítulos, sin embargo, establecen límites a la actividad sexual, (a la cual hay que añadir la modificación impuesta por el Beit Din de Rabenu Guershom Maor Hagolá que prohibió la poligamia) límites que han sido adoptados, casi al pie de la letra, por la sociedad moderna occidental.

KEDOSHIM

“Honrarás a tu padre y a tu madre”

Levítico XIX – XX

El título de nuestra lectura bíblica proviene de la raíz hebrea kadosh que quiere decir santo o sagrado. Dios le dice a Moshé que instruya a toda la congregación de Israel ser kedoshim, santificados, porque El, también lo es. Según Rashí, la instrucción de kedoshim debe entenderse en el sentido de que nos separemos o que nos mantengamos aparte, que no participemos en las relaciones sexuales incestuosas que son el tema de los capítulos anteriores. Al mismo tiempo debemos mantenernos separados de cualquier averá, que es la desobediencia a una mitzvá, la que a su vez es una ordenanza Divina contenida en la Torá.

La oración central de las tardes de Shabat reza Atá ejad, veShimejá ejad, umí keamejá Israel, goy ejad baáretz, que quiere decir Tu (Dios) eres Uno (único), y Tu Nombre es Uno, y quien como Tu pueblo Israel, que es un pueblo único en la tierra. Efectivamente, desde el comienzo de nuestra historia como pueblo, hemos sido kedoshim, diferentes y “otros” en relación con el resto de la humanidad. Según el Midrash, Avraham se llamaba Ivrí, porque él, se situaba en un éver o lado del río y el resto del mundo estaba en la orilla opuesta. Avraham enfrenta al resto del mundo y lo estimula con su concepción de la Divinidad única.

Golda Meir se refirió a esta característica también, cuando, en el seno de las Naciones Unidas, señaló que cada una de las naciones que la integran, tiene alguna afinidad especial con alguna otra. Ya sea por pertenecer al mismo bloque ideológico y político, ya sea por razones culturales o históricas, ya sea por compartir el idioma o la religión. Venezuela, por ejemplo, pertenece al grupo Latinoamericano. El español, que es su idioma, es compartido por un amplio sector del continente. La religión católica es practicada por la mayoría de sus habitantes y por un gran número de los habitantes de las otras naciones del continente americano. La afinidad entre los diferentes países árabes es por todos conocida. El caso de Israel, en cambio, es único. No comparte ni el idioma, ni la religión con nación alguna. Israel, es diferente. Israel, es único. Israel es el judío de las Naciones Unidas.

El pueblo judío no adhiere a los principios y a las normas de la historia universal. El historiador Arnold Toynbee tuvo grandes dificultades en integrar e incluir a este pueblo en su esquema de la humanidad. Es posible que no hubiese manifestado prejuicios de antisemitismo cuando nos calificó de pueblo fósil. Parece que no pudo ubicarnos, cómodamente, en su modelo histórico: es el único caso en los anales de la humanidad, donde que un pueblo se mantiene fiel a su identidad nacional y religiosa, por el largo lapso de dos milenios, sin tierra propia bajo sus pies. Los estudiosos ofrecen diversos motivos y causas para este hecho. Pero la realidad continúa igual. Hemos desafiado todas las teorías y continuamos siendo, cuando ya debíamos haber dejado de existir.

De manera similar, la nomenclatura que es aplicable a otros pueblos, no es rigurosa en nuestro caso. El Judaísmo no es exactamente una religión. (El finado Rabino Dr. Leo Jung del Jewish Center de New York solía enseñarnos en un curso que dictaba en Yeshiva University, que en el judaísmo, no hay dogmas, a sabiendas de que el dogma es fundamental para las religiones). Ser judío no equivale (no es idéntico) a la práctica del judaísmo. Es mucho más fácil responder a la famosa interrogante de ¿”quién es judío”? (aunque políticamente es una cuestión candente en la actualidad, que repercute en este momento histórico cuando deberíamos sumar fuerzas y abstenernos de divisiones internas adicionales), que a la pregunta ¿”qué es un judío”?

La “elección” del pueblo judío que es una noción que repetimos cuando somos llamados a la lectura de la Torá al recitar asher bájar banu mikol haamim, significa “que nos escogió entre todos los pueblos”, tiene que ser entendida y explicada de alguna manera. Es arrogante y seguramente erróneo, presumir que somos mejores que otros. Si nos destacamos en algunas disciplinas, somos débiles en otros campos. No cabe duda, sin embargo, que el mundo en el cual hemos actuado nos considera diferentes y “otros”. Nuestra “elección”, se debe manifestar tal vez, en la firmeza de nuestras convicciones y en la disposición a entregar nuestras vidas, a mantenernos fieles, leales y consecuentes con nuestros ideales, que al fin de cuentas debe ser el modelo a seguir por toda la humanidad. Se nos ha comparado con una corriente en las cercanías de las islas de Bermuda, que está en medio de un inmenso océano y que, sin embargo, no permite que sus aguas se confundan con las aguas que la rodean manteniendo esta corriente sus características especiales.

La Torá le pone un marco y un límite adicional a la relación entre padres e hijos al incluir en el mismo versículo de nuestro texto semanal, el temor a los padres y la obligatoriedad de cuidar el Shabat. Los jajamim utilizan esta coincidencia para enseñar que la obediencia a los padres, está condicionada a las enseñanzas de la tradición. O sea que la Torá es suprema cuando un padre ordena el desafío a sus leyes. Este tema, el de la interacción entre padres e hijos, está incluido en el listado de los Diez Mandamientos. Según los jajamim, el dictamen que ordena “honra a tu padre y a tu madre” sirve para que se produzca la transición entre las obligaciones del ser humano con su Creador, que es el patrón del primer grupo y las leyes que rigen las relaciones entre los hombres, contenidas en los últimos cinco mandamientos. Dios es el creador del cosmos y nuestros padres son nuestros “creadores” biológicos.

En nuestros días, cuando observamos el debilitamiento de la unidad familiar se hace imperioso el énfasis en el cumplimiento de esta ley de “honrar y temer” a los padres. El Talmud especifica esta relación señalando que un hijo no debe sentarse en el puesto fijo del padre en la mesa, no debe contradecirlo, y cuando su padre está debatiendo con otra persona, el hijo debe abstenerse de participar. Ni siquiera para darle la razón a su padre. Lo antedicho forma parte de morá, el “temor” al padre. La “honra” que se le debe al padre, kibud, en hebreo, se traduce en brindarle comida y bebida (en caso de pobreza,) de proporcionarle vestimentas (si fuese necesario), y de permitirle entrar o salir primero de cualquier lugar.

El Talmud, igualmente en el tratado de Kidushín, afirma que el padre también tiene obligaciones específicas con su hijo. El padre tiene la responsabilidad de enseñarle Torá (desde tiempos antiguos se transfirió la tarea de la educación a los maestros y a las escuelas), de facilitarle un oficio para que pueda defenderse en la vida (durante la Edad Media, los judíos fueron excluidos de los gremios de artesanos y por lo tanto tuvieron que dedicarse a otras actividades). El padre debe circuncidarlo (berit milá) a los ocho días, “redimirlo”, cuando es aplicable, a los treinta días (pidyón habén). Un padre tiene que enseñarle a nadar (¿physical fitness?) a su hijo. Quizás la intención de esta instrucción es que un padre debe ayudar para que su hijo pueda defenderse en las diferentes situaciones que la vida y la naturaleza le pueden presentar. Un padre debe encontrar una esposa para su hijo (la referencia probable es prepararlo emocional y económicamente para contraer matrimonio). De esta manera, la tradición judía no se satisface con una instrucción abstracta, sino que define la manera como debemos llevar a la práctica esta relación entre padres e hijos.

Nuestros capítulos semanales contienen numerosas leyes e instrucciones adicionales que son de importancia capital y que merecen un estudio minucioso. Terminamos nuestras líneas citando a continuación la ley que prohíbe no sólo la adoración de los ídolos, sino qué incluso está prohibido considerar la mera posibilidad de su existencia. Es obvio entonces, que consultar diariamente el horóscopo, o acudir a un adivino o hechicero, no es algo acorde con nuestra ley. Nuestro asombro fue grande, cuando nos enteramos de que la esposa de Ronald Reagan consultaba con una astróloga de Los Ángeles, porque temía por la vida de su esposo. Para Nancy Reagan, los secretos de la astronomía (que podían ser descubiertos por la nave espacial Challenger), no se comparan con los vaticinios infalibles para ella, que la vidente astróloga le proporcionaba. Si esto es así, quien puede menospreciar la urgente necesidad del estudio de la Torá (con sus normas que prohiben la práctica de la magia y de la superstición) y de la práctica de sus leyes, que obviamente continúa vigente en nuestra modernidad.