LA FAMILIA COMO BASE DE SUSTENTACIÓN DEL JUDAÍSMO

Rosh Hashana 2020

Las lecturas bíblicas de Rosh HaShaná provienen del Séfer

Bereshit, Génesis, y relatan aspectos fundamentales de la vida de los

dos primeros patriarcas. Quienes designaron cuáles son los

capítulos que deben leerse en estos días no optaron por aquellos

que contienen los Diez Mandamientos o el relato de la

creación del universo. Especialmente cuando se toma en cuenta

que Rosh HaShaná es “Yom harat olam”: el onomástico de la

creación. Está claro que los jajamim desearon poner el acento

sobre la familia y su integridad como el eje fundamental

de la sociedad. Más aún, el culto judío está centrado en el

seno de la familia y la sinagoga es sólo un factor adicional.

Los patriarcas tuvieron dificultades al procrear, tal vez

para señalar que el nacimiento de un ser humano es el resultado

de la unión de los sexos, pero también requiere la

intervención de Dios. Tal es el caso de la creación del primer ser

humano. Cada nacimiento también tiene un aspecto milagroso,

es una manifestación de la Providencia Divina, que

otorga o que puede impedir el acontecimiento.

Mientras que Yitsjak sigue por el sendero del padre

Avraham, Yishmael, que había nacido de la unión del patriarca

con su concubina Hagar, se desvía por otro sendero.

Este hecho enseña que el factor genético es importante pero

no determinante. Cada persona puede alterar su destino no HASHANA´

obstante el código genético que posee. Desde un comienzo,

la Torá insiste en la responsabilidad de la persona por su destino,

mensaje muy apropiado para Rosh HaShaná, el Día del

Juicio, Yom HaDín.

Sará exige que Avraham destierre de su hogar a Hagar e

Yishmael, porque teme por la influencia negativa que puedan

ejercer sobre su hijo Yitsjak. El destierro de Hagar del

hogar es una acción cruel quien luego obtiene el socorro de

Dios. Yishmael se convierte posteriormente en el padre de

otro pueblo. No obstante, este calificativo de crueldad, Sará

sabe que el entorno es muy importante, especialmente en

los albores del nacimiento del monoteísmo. Cualquier distracción

o tentación podía haber hecho fracasar el incipiente

pensamiento teológico-religioso que revolucionará la

Humanidad. El Talmud lo especifica: Oy lerashá, oy lishejenó,

“ay del malvado y ay de su vecino”.

Hay una antigua discusión acerca de cuál factor determina

el desarrollo del ser humano: el entorno social o el

factor hereditario. Sin entrar en las profundidades del argumento,

proponemos que ambos ingredientes son claves.

Por ello, una vez que los padres han impuesto su

código genético, deben preocuparse por el entorno social de

sus hijos para asegurar su desarrollo armónico y moral.

La lectura del segundo día de Rosh HaShaná se refiere a

la atadura de Yitsjak sobre un altar para ser ofrendado a

Dios. Es un capítulo conmovedor, porque demuestra la

confianza absoluta del hijo en su padre y la incuestionable fe

de Avraham en Dios. Mucha tinta se ha derramado sobre

este episodio, que enseña fundamentalmente que el hombre

debe estar dispuesto al sacrificio. Por un lado, Dios no desea

el sacrificio humano tal como lo enseña el desenlace de este

relato, pero al mismo tiempo permanece la enseñanza que toda relación

humana o Divina exige el dar de sí mismo. Sin sacrificio

no se puede cimentar una relación. La Biblia niega la sensatez

y validez moral del sacrificio humano, pero, por otro

lado, el hombre tiene que compartir sus bienes y emociones

con el prójimo cuando desea establecer una relación fraternal,

de responsabilidad por el bienestar del prójimo.

Las lecturas de Rosh HaShaná implican que el núcleo familiar

es indispensable para el crecimiento moral y espiritual

del ser humano. La enseñanza que Avraham quiso

transmitir exigía la existencia de una relación de intimidad y

confianza entre padre e hijo para asegurar la supervivencia

de su descubrimiento espiritual: la existencia de un solo

Dios, padre de la Humanidad.

THE FAMILY AS A BASIS OF SUSTAINABILITY FOR JUDAISM

Rosh Hashana

Rosh Hashanah Biblical Readings come from Sefer

Bereshit, the Book of Genesis, and relate fundamental aspects of the life of the first two patriarchs. Whoever designated which chapters were to be read these days, did not opt ​​for those

containing the Ten Commandments, for example. Or the account of the creation of the universe, especially if one takes into account that Rosh Hashanah is “Yom harat olam”: “the day of the

creation of the universe”. It is clear that the chachamim wanted to put the accent on the family and its integrity as the fundamental axis of society. Furthermore, Jewish worship is concerned with the

the centrality of the family and the synagogue is only an additional factor.

The patriarchs had a hard time procreating, perhaps to underline that the birth of a human being is the result of the union of the sexes, but requires the intervention of God as well: as in the case of the creation of the first human. Each birth includes a miraculous aspect, a manifestation of Divine Providence, which grants or can prevent the event.

While Yitschak follows the path of the father

Avraham, Yishmael, who had been born from the union of the patriarch with his concubine Hagar, detours to another path. This fact teaches that the genetic factor is important but not conclusive. Each person can alter his or her destiny. From the very beginning, the Torah teaches there is personal responsibility in determining the future, a message that is very appropriate for  Rosh Hashanah, the day of judgment, Yom HaDin.

Sarah demands that Avraham banish Hagar and Yishmael from his home because she fears the negative influence they may exercise on their son Yitschak. Hagar’s banishment from the home is actually an act of cruelty and she merits help from

God. Later on, Yishmael will become the father of

another nation. However, notwithstanding this qualifier of cruelty, Sarah knows that environment is very important, especially in the dawn of monotheism. Any distraction or temptation could have invalidated, made to fail, the incipient

theological-religious thought that was to revolutionize Humanity. The Talmud instructs: oy lerasha oy lishecheno, “Woe to the wicked and woe to his neighbor.”

There is an old discussion about which factor predominates in the development of a human being: the social environment or the hereditary factor? Without going into the depths of the argument,

we will assume that both ingredients are germain.

Therefore, once the parents have imprinted their

genetic code, one should be concerned with the social environment of the children to ensure their harmonious and moral development.

The reading of the second day of Rosh Hashanah refers to Yitschak’s binding on an altar in order to be offered to God. It is a moving chapter, because it demonstrates the absolute trust of the son in his father and the unquestionable faith of Avraham in God.

Much ink has been spilled on this episode, which fundamentally teaches that man must be willing to sacrifice. On the one hand, God does not wish

human sacrifice as taught by the outcome of this

story, but at the same time a lesson is given: every relationship, human or Divine demands the giving of oneself. Without sacrifice, a relationship cannot be cemented.

The Bible denies any wisdom or moral validity to human sacrifice, but, on the other hand, it teaches that man has to share his possessions and bare his emotions to others when establishing a fraternal relationship, share responsibility for the welfare of others.

The Rosh Hashanah readings imply that the family nucleus is essential for moral and spiritual growth. The teaching Avraham wanted to transmit included the relationship of intimacy and trust between father and son, as in indispensable reality in order to ensure the survival of his spiritual discovery: the existence of One God, father of Humanity.

Absolución, purificación y arrepentimiento – El precepto número seiscientos trece

NITSAVIM Deuteronomio XXIX,9 - XXX - VAYÉLEJ Deuteronomio XXI

La lectura de nuestros capítulos coincide con el período anual de los Yamim Noraim, los días espiritualmente solemnes, Rosh HaShaná y Yom Kipur. Estos días deben ser dedicados a la teshuvá que es el retorno a nuestras raíces (que incluye el arrepentimiento por las fallas cometidas) y la búsqueda de la kapará que es el perdón Divino. Nuestro texto hace referencia a este tema al afirmar veshavtá ad HaShem Eloheja veshamatá bekoló, que quiere decir y retornarás (hasta) a Él y escucharás (acatarás) Su voz.

Harav Soloveitchik diferencia entre los dos vocablos kapará que quiere decir expiación o absolución y tahará que significa purificación. Así reza el texto en el Séfer Vayikrá, ki vayom hazé yejaper alejem letaher etjem, mikol jatotejem, lifnei HaShem titeharu, que quiere decir por cuanto ese día (el kohén gadol) hará expiación por vosotros, para purificaros de todos vuestros pecados ante el Eterno. Citando nuestra tradición, Soloveitchik señala que el propio día de Yom Kipur nos otorga kapará, que es la absolución. Pero, tahará que es una especie de purificación (de limpieza espiritual) tiene que ser lograda por cada uno de nosotros.

El judaísmo considera que toda falta o pecado produce un castigo como consecuencia de este. En otras palabras, pecado y castigo constituyen un par, un binomio. El pecado nos conduce, invariablemente, a ciertos resultados nefastos. Según una Mishná, sejar averá, averá, significa que el castigo por los pecados es el tener que vivir con la culpa emocional de haber cometido el error. En otra Mishná, en cambio, leemos sejar mitsvá behai alma leka, que quiere decir que en este mundo no se recibe la recompensa (y el castigo) por las acciones. Pero, en algún momento y en algún lugar las consecuencias de nuestras acciones se manifiestan.

El día de Yom Kipur es el momento de la absolución Divina por los errores cometidos. Tal como los mandatarios terrestres tienen la prerrogativa de otorgar el perdón, así también el Creador nos perdona anualmente por nuestros errores. Nuestros jajamim, con el probable propósito de evitar que se abuse de la generosidad Divina, nos advierten que uno no debe llevar una vida alegre y despreocupada, sin controles, pensando que el día de Yom Kipur nos absuelve totalmente. Podemos considerar que Yom Kipur nos otorga una nueva oportunidad en la vida. Conceptualmente afirmamos, hagamos borrón y cuenta nueva. Una vez cumplido el castigo (y en Yom Kipur perdonado por Dios) el pecado queda borrado y anulado.

Cabe entonces preguntarnos, ¿volverá acaso esta persona a pecar de nuevo?  Una vez obtenido el perdón Divino, ¿qué impide que la persona vuelva a reincidir en los mismos errores, que cometa nuevas faltas? Es aquí donde introducimos el concepto de tahará, que como dijimos quiere decir purificación. Con kapará se obtiene el perdón, pero la noción de tahará sugiere un cambio radical en la personalidad del ser humano, para que no reincida en los errores del pasado. La absolución puede venir desde afuera, pero la transformación de la personalidad tiene que venir desde adentro, de nuestro más profundo fuero. Hay quienes critican nuestros sistemas carcelarios porque castigan, pero no transforman al criminal. En algunas oportunidades, se convierten más bien en cursos de postgrado para los pequeños malhechores a quiénes endurecen y fortalecen en su camino criminal.

Adín Steinzaltz cita una fábula en la que los animales de la selva decidieron hacer teshuvá porque concluyeron que sus pecados eran la causa de sus males. El tigre y el lobo admiten que acechan y matan a otros animales y se les perdona por su crimen. Después de todo es parte de la naturaleza de estos animales el acosar y devorar a otras criaturas que son más débiles. Así, cada uno de los animales se confiesa en voz alta y es perdonado por sus faltas. Finalmente, la oveja dice que en una oportunidad se comió la paja que servía de forro para las botas de su amo. Todos los demás animales concluyen de inmediato que esa era la causa de todos sus males. Procedieron a sacrificar a la oveja y consideraron que con ese acto de ajusticiamiento habían obtenido, para todos, el perdón deseado. La moraleja obvia de que el mundo está dispuesto a perdonar a los fuertes, pero que es implacable con los débiles, es posiblemente, una interpretación superficial de la fábula. Para Steinzaltz la enseñanza de la fábula reside en nuestra disposición personal de enfrentar únicamente los pecadillos. De esta manera nos escapamos de la ineludible necesidad de un examen profundo, de nuestro espíritu. Evitamos el doloroso enfrentamiento con nuestras grandes fallas, que es lo que permite iniciar el proceso de tahará, la purificación, y que puede darse solamente cuando se produce un cambio de personalidad radical.

Teshuvá es el retorno hacia el prototipo ideal del judío. Este retorno requiere remontarse al pasado y reescribir los sucesos, como si fuera posible revivir lo ocurrido. No es suficiente el arrepentimiento por lo sucedido. Es necesario trasladarse en un eje temporal hacia el pasado, enfrentar la misma situación que condujo al error, y actuar, esta vez, (desde el punto de vista de la metafísica) decisiva firmemente, moral y responsablemente. Si nuestro presente y futuro dependen en gran medida de nuestras actuaciones pasadas, es obvio que debemos revivir lo sucedido en forma diferente, para que la influencia de ese pasado también sea diferente en nuestro comportamiento futuro.

Para dar comienzo a un sincero proceso de teshuvá se requiere llegar a la conclusión, en las palabras del profeta Hoshea, ki jashaltá baavoneja, “porque tropezaste en tu iniquidad.” Cuando sentimos el vacío de nuestras vidas, la falta de dirección y de sentido en nuestra existencia, estamos afirmando ki jashalta baavoneja y permitimos el inicio del proceso de teshuvá. Teshuvá carece de final. Teshuvá es un proceso de acercamiento hacia las raíces, que nunca termina, porque nunca llega. Así dice el citado Hoshea, shuva Israel ad HaShem Eloheja, que quiere decir retorna Israel, ad, “hasta” (acercándonos cada vez más, pero obviamente sin poder llegar a la divinidad propia) el Señor, tu Dios. El versículo de nuestro texto semanal que citamos inicialmente también menciona el retorno ad, el acercarse, porque es imposible llegar al Ser que es infinito, con pisadas humanas las que por definición son finitas.

Teshuvá requiere que se descarten las conductas que condujeron al error, y se asuman nuevas estructuras de comportamiento. Desde cierto punto de vista, de lo que se trata es de canalizar en una nueva dirección los impulsos, que en el pasado nos llevaron al pecado. Así dicen nuestros jajamim, si no fuera por el yétser hará, que es la inclinación hacia el mal, el hombre no se casaría, ni construiría un hogar. El yétser hará, es tan sólo una predisposición que puede ser modificada a fin de derivarla hacia una dirección distinta a la anterior. Teshuvá es imponer una orientación diferente y positiva tanto a nuestra vida como a nuestro modo de ser.

VAYÉLEJ

El precepto número seiscientos trece

Deuteronomio XXI

El tema de nuestro texto son los últimos días de Moshé. Es el momento de la transferencia del manto del liderazgo a Yehoshua. Jazak veemats, “sé fuerte y valiente”, le dice Moshé a Yehoshua, por la doble tarea que tenía por delante: servir de líder a un pueblo que había calificado de am keshé óref, “un pueblo de dura cerviz”, y enfrentar la difícil empresa que significaba el próximo inicio de la campaña para la conquista de Erets Israel.

Moshé escribe el texto de la Torá y hace entrega de este a los kohanim, los sacerdotes y a los zekenim, los ancianos, que constituyen la dirigencia espiritual del pueblo. La Torá es el documento que da testimonio del berit, el pacto entre el Creador y Su pueblo. Moshé ordena que esta Torá sea leída cada siete años en la festividad de Sucot, en una convocatoria especial denominada Hakhel. Según los jajamim, en esa ocasión el mélej Israel, que era el rey, leía la Torá en voz alta. Al mismo tiempo señalan cuáles eran los capítulos del séfer Devarim que tenía que recitar. La selección del mélej para la lectura pública de la Torá en presencia de las masas, constituye un honor muy singular. Pero, tal vez, la intención era totalmente diferente. El propósito más probable fue el de establecer el marco debido e imponer un límite a los poderes del mélej, quien tiene que regirse por las mitsvot contenidas en la Torá. Estas mitsvot eran conocidas por todos. Porque Moshé, también le dice al pueblo, veatá kitevú lajem, que quiere decir y ahora escríbanlo ustedes, palabras que nuestros jajamim interpretan como la obligación individual de escribir un ejemplar de la Torá. La escritura de la Torá es la última mitsvá y es la número seiscientos trece.

Aun cuando uno reside en una comunidad donde hay una sinagoga con un Séfer Torá, es necesario aparentemente, escribir un ejemplar de este texto sagrado. En caso de la pérdida de ese ejemplar, uno debe escribir nuevamente una Torá. (Por lo tanto, al donar mi Torá a una sinagoga, continúo bajo la obligación de escribir otro ejemplar). Según Rabenu Asher, la finalidad de la escritura individual de la Torá es para que sea utilizada como un texto de estudio. Dado que estamos acostumbrados a los libros, (los libros no abundaban en épocas anteriores porque se copiaban a mano) uno se identifica con el espíritu de esta mitsvá adquiriendo ejemplares del Tanaj, la Mishná, el Talmud y sus comentarios. El Talmud afirma, sin embargo, que, si uno recibe una Torá como parte de una herencia paterna, este hecho no lo exime de la mitsvá de escribir la Torá. Se puede deducir, por lo tanto, que el estudio no es la única razón de esta mitsvá, si lo fuera, en este caso no sería necesario escribir un nuevo texto. La Torá recibida en herencia podría utilizarse para el estudio.

Hay quienes sostienen que la razón de escribir individualmente la Torá, aun cuando se haya recibido un ejemplar por herencia, tiene el propósito de aumentar el número de Sifrei Torá en la comunidad. Este razonamiento, apoya nuestro argumento anterior donde sostenemos que el propósito de la escritura es motivar el estudio. Porque el disponer de más ejemplares de la Torá, permite que un número mayor de personas tenga la posibilidad de estudiar su contenido. Por lo tanto, por el hecho de donar una Torá a una sinagoga, contribuyo a ampliar el alcance de su uso.

La importancia de la Torá en la vida judía le otorga un lugar de privilegio y de veneración (recordando siempre que la Torá es sagrada, únicamente, porque contiene la palabra revelada de Dios). Existen numerosos relatos acerca de personas que tuvieron que abandonar todas sus posesiones en tiempos de guerra, pero que lograron rescatar, cargándolos consigo en todo momento, los rollos de la Torá pertenecientes a su familia. Según Rambam se puede vender una Torá, solamente si el producto de esa venta se utiliza para la continuación de los estudios sagrados o para brindarle a una joven la posibilidad de casarse.

El mélej Israel tenía que escribir un ejemplar adicional de la Torá. El primero de estos ejemplares, en cumplimiento de su obligación como la de todo judío, se guardaba en el lugar donde estaba el tesoro del reino. El segundo ejemplar tenía que estar con él en todo momento. Cuando iba a la guerra, durante un juicio, o en caso de algún litigio. Así leímos en capítulos anteriores de Devarim, vehaytá imó vekará vo kol yemei jayav, que quiere decir y (la Torá) estará con él (el rey de Israel) y la leerá todos los días de su vida. Prosigue este pasuk señalando el propósito de este segundo ejemplar de la Torá, lemaan yilmad leyirá et HaShem Elohav lishmor et kol divrei haTorá hazot veet hajukim haele laasotam, que quiere decir para que aprenda (el rey) a temer al Eterno su Dios y sepa cumplir todas las palabras de esta Ley y sus preceptos.

Indudablemente, el principal aporte espiritual del pueblo judío a la humanidad es, su concepción monoteísta de la Divinidad. El judaísmo afirma que existe un solo Dios, que es el Creador de todo el universo, y todo lo que existe proviene de El. Por eso, nadie nació para ser superior a otro. Todos provenimos de la misma fuente. Sin embargo, propongo que la Torá (y en especial la interpretación del Talmud de este texto escrito) es nuestro distintivo especial y extraordinario. En ausencia de Torá, no hay judaísmo.

El estudio de los textos de la Torá es la dedicación religiosa más importante. La Mishná nos enseña que Talmud Torá kenégued kulam, que el estudio de la Torá es primordial y que tiene prioridad sobre otras actividades. Por lo tanto, el talmid jajam, el estudioso y conocedor de estos textos sagrados, ocupa un lugar de privilegio en la sociedad judía. A modo de ilustración se puede decir que se ha establecido una ecuación entre la Torá y el talmid jajam. Nuestra tradición le otorga personalidad propia al rollo de la Torá. Por ejemplo, cuando un ejemplar de la Torá se inutiliza porque los pergaminos han sufrido un deterioro tal que su reparación ya no es posible, esa Torá debe enterrarse como en el caso de un ser humano. La relación que se establece entre el estudioso y el texto sagrado se asemeja a la de dos interlocutores que tienen vida y personalidad individuales.

El estudio de la Torá no se limita a la actividad intelectual. El talmid jajam se involucra emocional y espiritualmente con la Torá. Tal como la tradición judía le asigna personalidad al día Shabat, al referirse a Shabat malketá, que quiere decir la reina de Shabat y se anticipa con fervor su llegada a través del servicio religioso denominado Kabalat Shabat, también se le otorga a la Torá características que usualmente son reservadas para los humanos. El estudio de la Torá se convierte en un diálogo entre el estudioso y el texto sagrado. Tal vez sea ésta una razón adicional para el requisito que un sofer, que es un escriba, tenga que escribir los rollos, letra por letra. En la escritura de un ejemplar de la Torá se requiere la apropiada kavaná que es la intención religiosa y por lo tanto, un ejemplar impreso es ritualmente inválido. El sofer tiene que escribir el texto de su puño y letra y de tal modo se enseña que la Torá necesita de la interacción con el ser humano. lo bashamáyim hi, “(la Torá) no está en los cielos”, es la expresión, en un capítulo anterior, para destacar su cercanía y relevancia. Al mismo tiempo es evidente que el estudio y cumplimiento (befija uvilevavejá laasotó) de las normas que contiene, constituyen la esencia de la condición judía.

Absolution, Purification and Repentance – Precept Number Six Hundred and Thirteen

NITSAVIM - Deuteronomy XXIX, 9 - XXX VAYELECH - Deuteronomy XXI

The reading of our chapters coincides with the annual period of the Yamim Noraim, the spiritually solemn days, Rosh HaShana, and Yom Kippur. These days should be dedicated to teshuvah, which is the return to our roots (which includes repentance for mistakes made) and the search for kapara, which is Divine forgiveness. Our text refers to this issue by stating veshavta ad HaShem Eloheja veshamata bekolo, which means and you will return (to) Him and hear (obey) His voice.

Harav Soloveitchik differentiates between the two words kapara, which means expiation or absolution, and tahara, which means purification. Thus reads the text in the Sefer Vayikra: ki vayom haze yechaper alechem letaher etchem, mikol chatotechem, lifnei HaShem titeharu, which means because on that day (the Kohen Gadol) will make atonement for you, to purify you from all your sins before the Eternal . Citing our tradition, Soloveitchik points out that Yom Kippur itself grants us kapara, which is absolution. But, tahara that it is a kind of purification (of spiritual cleansing) has to be achieved by each one of us.

Judaism considers that every fault or sin produces a punishment as a consequence of it. In other words, sin and punishment constitute a pair, a binomial. Sin invariably leads us to certain dire results. According to a Mishnah, sechar avera, avera, means that the punishment for sins is having to live with the emotional guilt of having made the mistake. In another Mishnah, however, we read sechar mitsva behai alma leka, which means that in this world you do not receive reward (and punishment) for actions. But, at some point and somewhere the consequences of our actions manifest themselves.

The day of Yom Kippur is the moment of Divine absolution for the mistakes made. Just as earthly rulers have the prerogative to grant forgiveness, so the Creator annually forgives us for our mistakes. Our Chachamim, with the probable purpose of preventing Divine generosity from being abused, warn us that one should not lead a joyous, carefree life without control, thinking that the day of Yom Kippur totally absolves us. We can consider that Yom Kippur gives us a new chance in life. Conceptually we affirm, let’s start a clean slate. Once the punishment is completed (and on Yom Kippur forgiven by God) the sin is erased and nullified.

It is then worth asking ourselves, will this person ever sin again? Once Divine forgiveness has been obtained, what prevents the person from repeating the same mistakes again, from committing new mistakes? It is here where we introduce the concept of tahara, which as we said means purification. With kapara, forgiveness is obtained, but the notion of tahara suggests a radical change in the personality of the human being, so that he does not relapse into the mistakes of the past. The absolution can come from outside, but the transformation of the personality has to come from within, from the deepest of our being. There are those who criticize our prison systems because they punish, but do not transform the criminal. At times, they become more like postgraduate courses for petty criminals whom they harden and strengthen in their criminal path.

Adin Steinzaltz quotes a fable in which the jungle animals decided to do teshuva because they concluded that their sins were the cause of their evils. The tiger and the wolf admit that they stalk and kill other animals and are forgiven for their crime. After all, it is part of the nature of these animals to harass and devour other creatures that are weaker. Thus, each of the animals confesses aloud and is forgiven for their faults. Finally, the sheep says that on one occasion it ate the straw that served as lining for its master’s boots. All other animals immediately conclude that this was the cause of all their ills. They proceeded to sacrifice the sheep and considered that with that act of execution they had obtained, for all, the desired forgiveness. The obvious moral that the world is willing to forgive the strong but is unforgiving of the weak is possibly a superficial interpretation of the fable. For Steinzaltz the teaching of the fable lies in our personal disposition to face only the peccadilloes. In this way, we escape from the inescapable need for a deep examination of our spirit. We avoid the painful confrontation with our great faults, which is what allows us to start the process of tahara, purification, and which can only occur when a radical personality change occurs.

Teshuva is the return to the ideal prototype of the Jew. This return requires going back to the past and rewriting the events as if it were possible to relive what happened. Regret for what happened is not enough. It is necessary to move on a temporal axis towards the past, face the same situation that led to the error, and act, this time, (from the point of view of metaphysics) decisively, firmly, morally and responsibly. If our present and future depend to a great extent on our past actions, it is obvious that we must relive what happened in a different way, so that the influence of that past is also different in our future behavior.

To begin a sincere teshuva process requires reaching the conclusion, in the words of the prophet Hoshea, ki chashaltá baavonecha, “because you stumbled in your iniquity.” When we feel the emptiness of our lives, the lack of direction and meaning in our existence, we are affirming ki chashalta baavonecha and allowing the teshuva process to begin. Teshuva has no end. Teshuva is a process of approaching the roots, which never ends. Thus, says the aforementioned Hoshea, shuva Israel ad HaShem Elohecha, which means Israel return, ad, “until” (getting closer and closer, but obviously without being able to reach our own divinity) the Lord, your God. The verse of our weekly text that we initially cited also mentions the return, ad, the approaching, because it is impossible to reach the Being that is infinite, with human footprints which by definition are finite.

Teshuva requires that the behavior that led to the error be discarded, and new structures of behavior be assumed. From a certain point of view, it implies we channel in a new direction the impulses, that led us to sin in the past. This is what our chachamim say, if it weren’t for the yetser hara, which is the evil inclination, man would not marry, nor would he build a home. The yetser hara is just a predisposition that can be modified in order to divert it to a different direction. Teshuva means to impose a different and positive orientation both to our life and our way of being.

VAYELECH

Precept number six hundred and thirteen

Deuteronomy XXI

The subject of our text is the last days of Moshe. It is time for the transfer of the mantle of leadership to Yehoshua. Chazak veemats, “be strong and courageous,” Moshe tells Yehoshua, for the double task ahead of him: serving as a leader to a people that he had described as am keshe oref, “a stiff-necked people,” and facing the difficult undertaking that meant the next start of the campaign for the conquest of Erets Israel.

Moshe writes the text of the Torah and delivers it to the kohanim, the priests and the zekenim, the elders, who constitute the spiritual leadership of the people. The Torah is the document that bears witness to the berit, the covenant between the Creator and His people. Moshe orders this Torah to be read every seven years on the Sukkoth holiday, in a special convocation called Hakhel. According to the Chachamim, on this occasion the Melech Israel, the king, read the Torah aloud. At the same time, they instruct which chapters of Sefer Devarim had to be recited. The selection of the Melech for the public reading of the Torah in the presence of the masses is a very unique honor. But, perhaps, the intention was totally different. The most likely purpose was to establish the proper framework and impose a limit on the powers of the melech, who must abide by the mitsvot contained in the Torah. These mitsvot were known to all. Because Moshe also tells the people, veata kitevu lachem, which means “and now write it”, words that our Chachamim interpret as the individual obligation to write a copy of the Torah. The Torah scripture is the last mitsva and it is number six hundred and thirteen.

Even when one resides in a community where there is a synagogue with a Sefer Torah, it is apparently necessary to write a copy of this sacred text. In case of loss of that copy, one must rewrite a Torah. (Therefore, by donating my Torah to a synagogue, I remain under an obligation to write another copy.) According to Rabbenu Asher, the purpose of individual Torah writing is to be used as a study text. Since we are used to books (books were not abundant in earlier times because they were copied by hand) one identifies with the spirit of this mitzvah by acquiring copies of the Tanach, the Mishnah, the Talmud, and their commentaries. The Talmud states, however, that if one receives a Torah as part of parental inheritance, this fact does not exempt him from the mitzvah of writing the Torah. It can be deduced, therefore, that study is not the only reason for this mitzvah, if it were, in this case, it would not be necessary to write a new text. The inherited Torah could be used for the study.

There are those who maintain that the reason for writing the Torah individually, even when a copy has been received by inheritance, is for the purpose of increasing the number of Sifrei Torah in the community. This reasoning supports our previous argument where we consider that the purpose of writing is to motivate the study. Because having more copies of the Torah allows a greater number of people to have the opportunity to study its content. Therefore, by donating a Torah to a synagogue, I am helping to expand the scope of its use.

The importance of the Torah in Jewish life gives it a place of privilege and veneration (always remembering that the Torah is sacred only because it contains the revealed word of God). There are numerous accounts of people who had to abandon all their possessions in times of war, but who managed to rescue, carrying them with them at all times, the Torah scrolls belonging to their family. According to Rambam, a Torah can be sold only if the proceeds of that sale are used for the continuation of sacred studies or to give a young woman the possibility of marriage.

The Melech Israel had to write an additional copy of the Torah. The first of these copies, in fulfillment of its obligation like that of every Jew, was kept in the place where the kingdom’s treasure was. The second copy had to be with him at all times. When he went to war, during a trial, or in the event of a dispute. So, we read in previous chapters of Devarim, vehayta imo vekara vo kol yemei chayav, which means and (the Torah) will be with him (the King of Israel) and he will read it every day of his life. This pasuk continues pointing out the purpose of this second copy of the Torah, lemaan yilmad leyira et HaShem Elohav lishmor et kol divrei haTorah hazot veet hachukim haele laasotam, which means so that he (the king) learn to fear the Eternal his God and know how to fulfill all the words of this Law and its precepts.

Undoubtedly, the main spiritual contribution of the Jewish people to humanity is their monotheistic conception of the Divine. Judaism affirms that there is only one God, who is the Creator of the entire universe, and everything that exists comes from Him. Therefore, no one was born to be superior to another. We all come from the same source. However, I propose that the Torah (and especially the Talmud’s interpretation of this written text) is our special and extraordinary hallmark. In the absence of Torah, there is no Judaism.

The study of the texts of the Torah is the most important religious dedication. The Mishnah teaches us that Talmud Torah keneged kulam, that the study of Torah is paramount and that it takes precedence over other activities. Therefore, the talmid chacham, the scholar and connoisseur of these sacred texts, occupies a privileged place in Jewish society. By way of illustration, it can be said that an equation has been established between the Torah and the talmid chacham. Our tradition gives the Torah scroll its own personality. For example, when a copy of the Torah is rendered useless because the scrolls have suffered deterioration beyond repair, that Torah must be buried as in the case of a human being. The relationship established between the scholar and the sacred text is similar to that of two interlocutors who have individual lives and personalities.

Torah study is not limited to intellectual activity. The talmid chacham becomes emotionally and spiritually involved with the Torah. Just as Jewish tradition assigns personality to Shabbat, when referring to Shabbat Malketa, which means the Queen of Shabbat and her arrival is fervently anticipated through the religious service called Kabbalat Shabbat, the Torah is also given characteristics that are usually reserved for humans. The study of the Torah becomes a dialogue between the scholar and the sacred text. Perhaps this is an additional reason for the requirement that a sofer, who is a scribe, has to write the scrolls, letter by letter. In writing a copy of the Torah, the proper kavana is required which is the religious intention, and therefore a printed copy is ritually invalid. The sofer has to write the text in his own hand and thereby we learn that the Torah needs interaction with a human being. Lo bashamayim hi, “(the Torah) is not in heaven,” is the expression, in a previous chapter, to highlight its closeness and relevance. At the same time, it is evident that the study and fulfillment (beficha uvilevavecha laasoto) of the norms it contains constitute the essence of the Jewish condition.

A Wandering Aramaic was my Father

KI TAVÓ - Deuteronomy XXVI - XXIX, 8

Once settled in Israel, Moshe instructs our ancestors regarding their obligations, even though he will not lead them to the conquest of the promised land. The first of these Mitzvot is related to Bikurim, which are the first fruits (the seven species that characterize the Land of Israel) that must be offered to the Kohen in the place chosen by God. The delivery of these fruits is accompanied by a “sipur”, the recitation of several verses from our text that highlight that Providence guided our destiny from the moment the Patriarch Yaacov descended to Egypt until the moment of the conquest.

After several centuries of slavery and nomadic journey through the desert, the people were eager to till the new lands so that they could feed on the fruit of their efforts. Like all peasants, they eagerly anticipated the opportunity to savor the fruits they had produced with their work. But the Torah requires that the first fruits be used for religious worship. The teaching is clear. Man has to recognize that God, through nature, is the one who makes the fruit grow. Man plows, sows and waters, but to be able to reap, the vigor and the possibility of reproducing that the earth grants to the seed, everything comes from God.

The Torah does not stipulate the quantity of fruits to be presented to the Kohen in a basket at the time of the mentioned Bikurim. The Kohén could retain the basket if it was made of wicker, but if it was made of some metal, he had to return it to the donor. The Talmud suggests a minimum quantity of fruits corresponding to one-sixtieth of the total product. Rambam, drawing on the Talmud, describes the process of selecting the first fruits. Upon entering the orchard, Rambam says, the trees are inspected and a ribbon is tied over the first fruits (even if they are not yet ripe), thus separating them, so that they become part of Bikurim. One should bring Bikurim to Yerushalayim oneself and not send them through a messenger. The Kohén who received the Bikurim could only consume them in Yerushalayim.

The tradition consists of placing the basket on the shoulder and according to the Mishnah, even King Agrippa did it, carrying the Bikurim himself once in the Har haBayit, the Temple Mount, until the azara, inside the Beit HaMikdash. At that time, the Leviyim sang the song of the words of the psalm, aromimecha HaShem ki dilitani …, “I will exalt you, Eternal, because you have sustained me and you did not tolerate that my enemies rejoice over me.” The basket was presented to the Kohen at the same time that some verses from our text were repeated, which Rambam calls “vidui”, which means confession. This “vidui” had to be recited in Hebrew and at its conclusion, the basket was placed next to the mizbeach, which is the altar.

Yet, Shema Israel, which is the basic affirmation of our faith, can be recited in any language. Because the most important thing is to understand the idea contained in Shema Israel. The essential idea is to understand the intellectual scope of the affirmation of the existence of only one God. But, in the case of Bikurim, there is a splendid ceremonial and the very delivery of the fruits to the Kohen contains already the essential message that our efforts are in vain without Divine Providence. At first, those who knew the text that accompanies Bikurim well recited it by heart, and those who did not know it listened to its reading. But since people who did not know the textual words well began to refrain from presenting Bikurim, the Chachamim instituted that the original text is read aloud to all, without distinction.

The Torah instructs that for the ceremony of Bikurim, veanita vermarta, the voice should be raised and recite: arami oved avi, remembering that our patriarch Yaacov had been a wandering Aramaic before going down to Egypt. During the Egyptian yoke, God heard our lament and echoed our suffering. God brought us out of slavery and brought us to the land where milk and honey flow. And here are the Bikurim, the first fruits obtained, thanks to Divine goodness, and that constitutes a reason for rejoicing and happiness.

As a consequence of the episode of the Meraglim, the spies, all those who had come of age in Egypt, perished in the desert and therefore did not participate in the conquest of the land. Those who are now in charge of presenting Bikurim are their descendants or those who had been minors at the time of their departure from Egypt. The exodus was then a recent event in the history of our people. However, our Chachamim insist that the instructions of the Torah are valid for all ages and the original text must be repeated. Centuries later, each one will appear in front of the Kohen reciting likewise, arami oved avi …, vayreu otanu hamitsrim vayanunu, “A wandering Aramaic was my father … but the Egyptians mistreated us.” This statement implies that the feeling of having been mistreated by the Egyptians still persists in each person, despite the centuries that separate us from that time. Similarly, Moshe Rabbenu states in a previous chapter, lo et avotenu karat HaShem et haBerit hazot …, which means, not (only) with our fathers did He make this covenant (on Mount Sinai) but (also) with us, those who are alive here and now.

On the night of the Seder, we recite in the Haggadah, chayav adam lirot et atsmo keilu hu yatsa mimitsrayim, which means that each one must consider as if he himself had participated in the exodus from Egypt. We locate ourselves in the place and in the time of our ancestors in Egypt. Indeed, we recite these same verses from our weekly text and abound in additional details, to point out that Yetsiat Mitsrayim is an event inseparable from our formation and nationality. Yetsiat Mitsrayim testifies to God’s intervention in History and His response to our supplications. Yes, there is He Who answers prayers, and there is He Who cares for the oppressed. Especially in moments when we feel the apparent absence of divinity, Yetsiat Mitsrayim affirms that Divine intervention occurs at the right moment.

The history (religious and ideological) of the Jewish people does not consist of an analysis of facts and thoughts that belong to the past and that have a probable influence on our present and future. Our past history is an integral part of our present. Verb tenses are not clearly defined in the grammar of the Hebrew language. Such as ein mukdam umeuchar baTorah, which means that the story of the Torah does not follow a chronological order, in this sense, the events that happened to our ancestors, at different times, are current and are part of our present.

We never allowed Israel to belong exclusively to the tale of exploits of other times. At all times, Erets Israel was an integral part of our discussions and studies, of our writings and prayers. We raised our prayers for rain in Shemini Atseret during the long exile of almost two thousand years, just as we would have done if we had then resided on the Promised Land. The exile was a real physical event. But ideally, we never left that land. Therefore, the current return to Israel did not require transcendental emotional adjustments for the Jew, nor was a period of social and political consolidation necessary, which for other peoples is usually a reality in the initial stage of their independent national consolidation.

Un arameo errante fue mi padre

KI TAVÓ - Deuteronomio XXVI - XXIX,8

Una vez asentados en Israel, Moshé instruye a nuestros antepasados con respecto a sus obligaciones, a pesar de que él no los conducirá a la conquista de la tierra prometida. La primera de estas Mitsvot tiene relación con los Bikurim que son los primeros frutos (de las siete especies que caracterizan a la Tierra de Israel) que deben ser ofrecidos al Kohén en el lugar elegido por Dios. La entrega de estos frutos está acompañada por un sipur, la recitación de varios versículos de nuestro texto que destacan que la Providencia condujo nuestro destino desde el momento en que el patriarca Yaacov descendió a Egipto hasta el momento de la conquista.

Después de varios siglos de esclavitud y de una travesía nómada por el desierto, el pueblo estaba ansioso de labrar las nuevas tierras para poder alimentarse con el fruto de sus esfuerzos. Al igual que todo campesino, anticipaban intensamente la oportunidad de saborear los frutos que habían producido con su trabajo. Pero la Torá les exige que los primeros frutos destinen al culto religioso. La enseñanza es clara. El hombre tiene que reconocer que Dios, a través de la naturaleza, es quien hace crecer al fruto. El hombre ara, siembra y riega, pero para poder cosechar se requiere del vigor y de la posibilidad de reproducirse que la tierra le otorga a la semilla, todo lo que proviene de Dios.

La Torá no estipula la cantidad de frutos que deben ser presentadas al Kohén en una cesta en el momento de los mencionados Bikurim. El Kohén podía retener la cesta si estaba confeccionada de mimbre, pero si era de algún metal debía devolverla al donante. El Talmud sugiere una cantidad mínima de frutas correspondiente a una sesentava parte del producto total. Rambam, basándose en el Talmud, describe el proceso de la selección de los primeros frutos. Al entrar al huerto, dice Rambam, se inspeccionan los árboles y se amarra una cinta sobre los primeros frutos, (incluso si todavía no están maduros), separándolos de esta manera para que formen parte de los Bikurim. Uno mismo debe traer los Bikurim a Yerushaláyim y no enviarlos a través de un mensajero. El Kohén que recibía los Bikurim, podía consumirlos únicamente en Yerushaláyim.

La tradición consiste en colocar la cesta sobre el hombro y según la Mishná, hasta el mismo rey Agripas lo hizo, cargando él mismo los Bikurim una vez en el Har haBáyit, el Monte del Templo, hasta la azará, el interior del Beit HaMikdash. En aquel momento los leviyim entonaban el canto de las palabras del salmo, aromimejá HaShem ki dilitani…, “te ensalzaré, Eterno, porque Tú me has sostenido y no toleraste que mis enemigos se regocijaran de mi”. La cesta era presentada al Kohén al mismo tiempo que se repetían unos versículos de nuestro texto a los cuales Rambam denomina vidui, que quiere decir confesión. Este vidui debía recitarse en hebreo y a su conclusión se colocaba la cesta al lado del mizbéaj, que es el altar.

En cambio, Shemá Israel, que es la afirmación básica de nuestra fe, puede ser recitada en cualquier idioma. Porque lo más importante es entender la idea contenida en Shemá Israel. Lo esencial es comprender el alcance intelectual de la afirmación de la existencia de un solo Dios. Pero, en el caso de los Bikurim, hay un ceremonial esplendoroso y la misma entrega de los frutos al Kohén contiene el mensaje esencial de que nuestros esfuerzos son vanos sin la Divina Providencia. En un principio, quienes conocían bien el texto que acompaña a los Bikurim, lo recitaban de memoria, y los que no lo sabían, escuchaban su lectura. Pero dado que las personas que no conocían bien las palabras textuales empezaron a abstenerse de presentar los Bikurim, los Jajamim instituyeron que el texto original fuera leido en voz alta para todos, sin distinción alguna.

La Torá ordena que para la ceremonia de los Bikurim, veanita veamartá, deba alzarse la voz y recitar, aramí oved aví, recordando que nuestro patriarca Yaacov había sido un arameo errante antes de bajar a Egipto. Durante el yugo egipcio, Dios escucha nuestro lamento y se hace eco de nuestro sufrimiento. Dios nos saca de la esclavitud y nos trae a la tierra donde fluye la leche y la miel. Y he aquí los Bikurim, los primeros frutos obtenidos gracias a la bondad Divina que constituyen motivo de regocijo y de alegría.

Como consecuencia del episodio de los Meraglim, los espías, todos los que habían llegado a la mayoría de edad en Egipto, perecen en el desierto y, por lo tanto no participan en la conquista de la tierra. Los que ahora se encargan de presentar los Bikurim son sus descendientes o aquellos que habían sido menores de edad en el momento de la salida de Egipto. El éxodo era entonces un hecho reciente en la historia de nuestro pueblo. Sin embargo, nuestros Jajamim insisten en que las instrucciones de la Torá son válidas para todas las épocas y el texto original se debe repetir. Siglos después, cada uno se presentará delante del Kohén recitando igualmente, aramí oved aví…, vayareu otanu hamitsrim vayaanunu,  “Un arameo errante era mi padre…, pero los egipcios nos maltrataron”. Esta afirmación implica que aún persiste, en cada persona, el sentimiento de haber sido maltratado por los egipcios, a pesar de los siglos que nos separan de esa época. De manera similar, Moshé Rabenu afirma en un capítulo anterior lo et avotenu karat HaShem et haBerit hazot…, que quiere decir, no (sólo) con nuestros padres concertó este pacto (en el Monte Sinaí) sino (también) con nosotros, que estamos vivos aquí y ahora.

La noche del Séder, recitamos en la Hagadá, jayav adam lirot et atsmó keilu hu yatsá mimitsráyim, que quiere decir que cada uno  debe considerar como si él mismo hubiese participado en el éxodo de Egipto. Hacemos un salto y nos ubicamos en el lugar y en la época de nuestros antepasados en Egipto. En efecto, recitamos estos mismos versículos de nuestro texto semanal y abundamos en detalles adicionales, para señalar que Yetsiat Mitsráyim es un evento inseparable de nuestra formación y nacionalidad. Yetsiat Mitsráyim da testimonio de la intervención de Dios en la historia y de Su respuesta a nuestras súplicas. Sí existe Quien responde a las plegarias, y sí existe Quien se interesa por los oprimidos. Especialmente en los momentos cuando sentimos la aparente ausencia de la divinidad, Yetsiat Mitsráyim afirma que en el momento oportuno se da la intervención Divina.

La historia (religiosa e ideológica) del pueblo judío no consiste en un análisis de hechos y de pensamientos que pertenecen al pasado y que tienen posible influencia sobre nuestro presente y sobre nuestro futuro. Nuestra historia pasada es parte integral de nuestro presente. Los tiempos verbales no están claramente definidos en la gramática del idioma hebreo. Tal como ein mukdam umeujar baTorá, que quiere decir que el relato de la Torá no sigue un orden cronológico, en cierto sentido los sucesos que, en diferentes épocas, les acaecieron a nuestros antepasados son actuales y forman parte de nuestro presente.

Nunca permitimos que Israel perteneciera exclusivamente al relato de las hazañas de otros tiempos. En todo momento, Erets Israel era parte integral de nuestras discusiones y estudios, de nuestros escritos y oraciones. Elevamos nuestras plegarias por la lluvia en Sheminí Atséret durante el largo exilio de casi dos mil años en el momento que ésta era necesaria para Israel, al igual que lo hubiéramos hecho de haber residido entonces sobre la Tierra Prometida. El exilio fue un hecho físico real. Pero idealmente, nunca abandonamos esa tierra. Por lo tanto, el retorno actual a Israel, no exigió ajustes emocionales trascendentales para el judío y tampoco se hizo necesario un período de consolidación social y política lo que para otros pueblos suele ser una realidad en la etapa inicial de su formación nacional independiente.

Falleció mi amigo Marcko Glijenschi z’l

Screen Shot 2020-09-01 at 10.12.05 AMUna de las primeras personas que conocí en Caracas fue don Natalio Glijansky debido a su interés en la educación judía y como uno de los promotores del Colegio Moral y Luces que dirigió durante muchos años su amigo el Dr. David Gross. Don Natalio me contó acerca de su joven primo que se había incorporado al profesorado del colegio. Se trataba de Marcko Glijenschi quien se había graduado de médico y psicólogo, casi simultáneamente.

Con el afán de interesar a gente joven, parejas con niños pequeños, organizamos la Asociación de Jóvenes de la Unión Israelita de Caracas y Marcko y Fira, nombre bajo el cual su esposa Esther es conocida por sus amigos, formaron parte del grupo fundador. Nos reuníamos semanalmente en diferentes hogares y para la gran satisfacción de todos, varios líderes futuros de la comunidad egresaron de este grupo. Cabe destacar que en esas reuniones la inteligencia y vasta cultura de Marcko sobresalieron desde un comienzo.

En el Perú y en Venezuela, algunas de cuyas universidades conocí directamente, un alumno tiene la opción, algunas veces después de aprobar un examen, de ingresar a una facultad profesional al terminar el bachillerato. En otros países en cambio, los Estados Unidos por ejemplo, se exige primero una licenciatura general. El futuro estudiante de medicina puede especializarse primero en Literatura, por ejemplo, y no necesariamente en alguna de las ciencias. Por ello, se tropieza a veces en nuestros países, con ingenieros que dominan su campo de experticia pero que carecen de un equipaje cultural significativo. Algunos son conocedores de la literatura médica pero resultan aprendices en el campo de las artes.

Marcko pertenecía a un grupo diferente. Nunca descansó de estudiar y aprender. Años después de terminar la carrera de medicina, se volcó por el estudio de la filosofía y obtuvo un grado en ese campo de la Universidad Simón Bolívar. Ávido lector y poseedor de una mente analítica, utilizó esas facultades en sus diversas actividades comunitarias, incluso la empresarial.

Marcko activó en todas las instituciones comunitarias. Nunca se ubicó en el campo de los espectadores. Era un activista con opinión propia. Marcko no era “parve”, no era ambigüo, tomaba posiciones definidas basadas generalmente en raciocinios lógicos y convincentes.

Fuera de las actividades comunitarias, mantuvimos larga amistad. Su conversación era un deleite intelectual. Uno de los personajes que respetaba especialmente, era Lacan, Jacques Marie Emile Lacan, representante prominente del estructuralismo francés. Lacan era médico psiquiatra y filósofo, simultáneamente. Y Marcko había cursado el mismo sendero profesional.

Pero el fundamento para la actividad comunitaria, profesional e intelectual era un hogar con cuatro mujeres. Su esposa de décadas Fira, cuya notable experticia culinaria y acumen comercial, estaba acompañado por equilibrio emocional. Era la columna vertebral del hogar. Sus hijas Anabella, de inigualable trayectoria en la gerencia de Hebraica, Rita y Pía, con yernos y nietos, conformaron un hogar con calor humano y amor por pueblo judío.

¿Quién es judío? Respuesta: quien nace de vientre judío u opta por conversión al judaísmo. Una definición alterna reza: judío es aquel que siente que su destino personal está íntimamente ligado, es idéntico, al destino del resto del pueblo judío. El amor por Éretz Israel y luego por el Estado de Israel fue un ideal que era simultáneamente una realidad para la familia Glijenschi.

Mi amigo Marcko tuvo el calor humano, la atención constante, y el dedicado cuidado de su esposa e hijas especialmente en el último período que estuvo acompañado de dolores aliviados solo por el afecto de sus seres queridos. Ahora descansa en paz. Su familia inmediata y todos quienes lo conocimos y apreciamos guardaremos su memoria con admiración y cariño.

Zijró baruj