El primer instructivo de estos capítulos se refiere a las leyes que deben regir la esclavitud. La Torá destaca que no existe la esclavitud por siempre. El esclavo sale en libertad después de completar seis años de servidumbre. Sin embargo, en el caso del amo que le provee una esposa con la cual forma una familia, el esclavo puede solicitar que su período de servidumbre sea extendido, cuando declara “amo a mi amo, a mi esposa y mis hijos”, de acuerdo con el texto sagrado. En este caso puede continuar hasta el año jubilar, en cuya fecha forzosamente tiene que ser puesto en libertad, porque los seres humanos sólo debemos ser los “sirvientes del Creador”, pero no los sirvientes de otros sirvientes.
¿Por qué empieza la letanía de leyes que caracteriza esta sección de la Torá con las que deben regir al esclavo? Cuando se asume que la Torá utiliza un lenguaje que es inmediatamente comprensible por los seres humanos, se puede argumentar que el esclavo es un ejemplo del ser más vulnerable y desamparado de la sociedad. La Torá, por lo tanto, lo ampara porque es quien necesita mayor protección, especialmente cuando se toma en cuenta que la esclavitud existió por milenios, antes y después de la entrega de la Torá.
Una razón adicional contundente y probable es el antecedente inmediato del pueblo hebreo que había pasado doscientos diez años de esclavitud en Egipto. Era imperativo, por lo tanto, que se promulgara un marco de protección para el esclavo.
Además de tener simpatía por el esclavo, el pueblo hebreo podía tener empatía por su situación. Con el vocablo “empatía” destacamos que podía ponerse directamente en la situación del prójimo, sentir en carne propia el dolor ajeno, porque había pasado por la misma experiencia durante el largo período de esclavitud egipcia. De esa manera, el pueblo hebreo fue sensibilizado para que pudiera identificarse totalmente con el menos afortunado.
Los patriarcas pasaron por períodos de hambruna para que pudieran entender qué implica la falta del sustento, la ausencia del pan sobre la mesa. Durante la cena del Séder de Pésaj, se rompe la Matsá del medio y se guarda una mitad para el Afikomán con el cual se concluye la comida de esa noche. La Matsá se denomina Léjem Oni, el pan de la pobreza, porque el pobre casi nunca tiene un pan completo. Tampoco consume todo el pan que tiene en el momento, guarda un trozo porque no está seguro si tendrá comida al día siguiente. Eso los saben los sobrevivientes de los campos de concentración de los nazis: siempre se guarda alguna migaja para otro día, por si acaso.
En algunos casos, el esclavo que asciende al poder suele ser más cruel que quienes nunca conocieron la servidumbre.
Al tanto de las posibles artimañas, se convierte en un capataz severo que sofoca todo intento de libertad. Por ello, la Torá insiste y advierte Vezajartá ki éved hayita beMitsráyim, “y recordarás que fuiste un esclavo en Egipto” por la doble razón: la experiencia de la esclavitud que debe servir para comprender a cabalidad su efecto deshumanizador y, al mismo tiempo, para convertir al hebreo en el portador del mensaje de la libertad. Porque solamente bajo el manto de la libertad se puede cumplir con los imperativos, las Mitsvot de la Torá. El éxodo de Egipto permitió que fueran ellos quienes dispusieran del tiempo para dedicarlo a cumplir con la voluntad de Dios.
Los capítulos de Mishpatim contienen muchas normas que lucen razonables, leyes indispensables para la convivencia que se pueden derivar de un proceso lógico. Su procedencia Divina les otorga un matiz adicional y les añade una condición fundamental. Impide, o al menos dificulta su manipulación, que su sentido sea tergiversado a conveniencia de la persona o de algún autoritario cuyo propósito sea imponer su voluntad sobre el prójimo.
Muy buena la enseñanza