Las experiencias descritas en los capítulos anteriores del episodio del sne, la zarza ardiente que no se consumía, transforman la personalidad y el desarrollo futuro de la vida de Moshé. Moshé escucha entonces la voz de Dios que le dice: …shal naaleja meal ragleja, ki haMakom asher atá omed alav, admat kódesh hu”,… “quítate los zapatos de los pies, porque el lugar sobre el cual estás parado, es tierra sagrada”. El contacto directo que el ser humano tiene con la tierra es a través de los pies que pisan el suelo. La civilización ha ordenado que cubramos con pieles u otros materiales, al menos las plantas de nuestros pies, para evitar lacerarnos con los objetos cortantes que suelen encontrarse en muchas partes. Al calzar zapatos evitamos el posible dolor de una herida, pero, simultáneamente, nos apartamos táctil mente de la tierra y perdemos el contacto directo con el suelo.
Para el hombre moderno, por lo tanto, caminar descalzo sobre la grama o sobre las arenas de una playa, es experimentar nuevas sensaciones. En el ejercicio del liderazgo de un pueblo, por ejemplo, no se pueden cubrir, simbólicamente hablando, las plantas de los pies, posiblemente para no perder la sensibilidad frente a lo áspero y duro que puede ser el “piso” de las masas. Un dirigente no debe aislarse en una torre de marfil, y desde allí a distancia a través de lecturas u otros medios de información, enterarse de las realidades de la vida cotidiana de una sociedad. El conductor del destino de su pueblo no debe aislarse del mundo ni dejar que lo rodeen constantemente los aduladores que aplauden sus acciones porque su interés básico es congraciarse con el poder únicamente para su beneficio personal.
En un principio, Moshé, en su humildad y modestia (la Biblia caracteriza a Moshé en capítulos posteriores, como anav meod, “muy modesto”) alega que no es la persona adecuada para liberar a los hebreos de la esclavitud egipcia. En uno de los diálogos, Moshé cuestiona, ¿qué responderé cuando me pregunten cuál es el nombre del Dios que me envía? La respuesta que Dios le indica que diga es Ehyé, “Seré” es quien te envía. Dios es ser. Dios es existencia. Sin Dios no hay, uno no es, no se existe. En la concepción judaica no se define la naturaleza de Dios como el Ser quien puede realizar una proeza, por más importante y difícil que sea llevarla a cabo. No es el dios de los truenos o el de las tormentas; el dios de la fertilidad o de la abundancia. Sin Dios simplemente no hay vida; sin El, no hay nada.
Moshé tenía una doble misión. Tenía que presentar el caso del pueblo judío ante el Faraón y tenía que convencer al pueblo hebreo de que el rumbo hacia la Tierra Prometida a través de un inhóspito desierto, era preferible a la seguridad que Goshen les daba. Porque Goshen era sinónimo de cárcel y esclavitud y el desierto significaba la libertad. Recientemente, en un caso célebre una olá, “la que asciende” (término utilizado para una mujer que inmigra a Israel) de la Unión Soviética y en la actualidad residente de Netanya, regresó lamentándose a su casa. Había salido de compras y se encontró con varias zapaterías en una misma calle. La gran variedad de los zapatos le impidió tomar la decisión de cuál par comprar. En cambio, argumentaba, en la Unión Soviética el proceso era más simple. Se adquiría, generalmente, el único par en venta, con la esperanza de que la talla fuese la adecuada. Vivir en libertad presenta dificultades de adaptación para muchas personas. Habrá, tal vez, quienes prefieren la falsa sensación de seguridad de la tiranía a la opción de la libertad. El pueblo judío afirma en estos capítulos que más vale el pan ácimo (matzá), el símbolo de la libertad, que cualquier manjar en esclavitud.
La primera intervención de Moshé, acompañado por su hermano Aharón, fracasa. Ellos afirman que tienen que salir al desierto para hacer sacrificios a Dios. El Faraón concluye que esta petición es debida a la inclinación de los hebreos al ocio y ordena que de ese momento en adelante no se les suministre los materiales necesarios para elaborar los ladrillos que se utilizaban en las construcciones. Pero, no se rebaja la cuota diaria de ladrillos que los hebreos tenían que entregar. Por razones obvias, las iniciativas de Moshé son calificadas como negativas por nuestros antepasados. Pero, dice la Biblia, el plan Divino anticipaba las reacciones del Faraón y el propósito era castigarlo probablemente con la finalidad, de que sirviera de ejemplo a los futuros tiranos. Dios le dice a Moshé que le diga al pueblo: …vehotzetí otam, “…y los voy a sacar”; vehitzaltí etjem, “y los voy a salvar”; …vegaaltí etjem, “…y los voy a redimir”; velakajtí etjem li leam, “y los voy a adquirir como mi pueblo”. Para nuestros jajamim, los dos versículos citados (Éxodo VI;6,7), constituyen una promesa cuádruple que sirven de apoyo bíblico para la tradición de ingerir cuatro copas de vino durante la noche del séder, (“orden”, cena ritual de la noche de Pésaj, que conmemora del éxodo de Egipto). La cuádruple promesa también se hace notar en las arbá kushiyot, “las cuatro preguntas” que sirven de introducción al relato de lo que aconteció en Egipto. El número cuatro reaparece cuando se consideran los diferentes caracteres de hijos a quiénes hay que transmitir el mensaje de libertad en la noche del séder.
En el siguiente versículo 8, leemos vehevetí etjem el haáretz, “y los traeré a la tierra”. ¿Debe considerarse esta promesa como parte del proceso de la redención? Nuestros sabios no se ponen de acuerdo. Por eso se coloca una copa adicional sobre la mesa del séder (la solución salomónica consiste en colocar una copa adicional, sin beber del vino de la misma) que se denomina la copa del profeta Eliyahu. Este profeta fue escogido porque, según la tradición, anunciará la llegada del Mashíaj y resolverá todas nuestras dudas religiosas, incluyendo la obligatoriedad de colocar una quinta copa en el séder.
Debido al trabajo forzado al que está siendo sometido en Egipto, el pueblo ni escucha ni desea entender el mensaje de Moshé. Y cuando Dios le insiste que se dirija nuevamente al Faraón, Moshé exclama, “¿si los hijos de Israel no quieren escucharme, es posible que me escuche el Faraón”? La labor de Moshé era doble. Tenía que estimular el deseo de los hebreos de liberarse del yugo y tenía que convencer al Faraón de que permitiera el éxodo de los esclavizados.
La Torá describe seguidamente, con abundancia de detalles, las diferentes plagas con las que se aflige a los egipcios para obligar al Faraón a ceder en su obstinada posición. Pero, al mismo tiempo, se nos informa de antemano que Dios endurecerá el corazón del Faraón y al negarse éste a acceder a las demandas de Moshé, vendrán las plagas como un castigo y una demostración del poderío Divino. Este hecho nos obliga a considerar un dilema ético básico: ¿por qué se envían las plagas como castigo, cuando es Dios quien no permite que el Faraón responda afirmativamente a las peticiones de Moshé? Castigo y recompensa tienen sentido únicamente cuando existe la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. Pero si nuestra decisión está ordenada de antemano por un poder superior, ¿dónde reside nuestra responsabilidad personal? Hay quienes sugieren que el Faraón era un déspota desalmado y Dios endurece más un corazón que ya había demostrado ser insensible y por lo tanto lo apropiado del castigo. La respuesta al grave problema moral que se presenta no es enteramente satisfactoria y, por lo tanto, la necesidad de continuar reflexionando en busca de una solución más adecuada.