La Torá ordena el establecimiento de un sistema de administración de justicia para todas las ciudades del país. Nuestro texto exige la ubicación de Shoftim, jueces, en el sháar, el portal de la ciudad. Aparentemente este sháar no era un simple portón, sino un lugar específico donde se ubicaba un conjunto de instituciones comunitarias que ejercían funciones diversas. Entre las funciones que se cumple en el sháar se incluye la administración de la justicia. (En el libro bíblico Rut, leemos que Bóaz, el hacendado pariente de la familia del difunto esposo de Rut, se dirige al sháar, o sea a las autoridades religiosas que se encuentran en ese lugar) para reclamar su derecho a esposarla.
El concepto de justicia es un factor esencial de la enseñanza bíblica. Nuestros Jajamim en el Talmud se hacen eco de la importancia fundamental de esta idea, al afirmar que el mundo está anclado sobre tres pilares. La justicia es uno de ellos. Para algunos, el énfasis sobre la justicia supone una característica de severidad o de carencia de sentimiento, de amor, señalando que el judaísmo es intransigente e inflexible. Los que vivimos en las democracias nacientes donde la justicia no constituye aún un poder enteramente independiente de los otros intereses políticos de la sociedad, sabemos lo comprometidos que pueden ser los fallos y las decisiones. ¿Es que puede haber justicia cuando la igualdad ante la Ley no existe?
Dentro de los cargos directivos, numerosas comunidades judías incluyen una comisión de arbitraje que sirve para limar o resolver divergencias entre sus miembros. Isaac Bashevis Singer se refiere a diversos individuos que acudían al Beit Din shtíbel, la habitación de la casa de su padre destinada a ese propósito. Su padre era un Rabino en Varsovia, y solía atender demandas y quejas de litigantes. Durante siglos, en aldeas y ciudades los hogares de los Rabinos servían de cortes de justicia.
El bíblico rey Shelomó que se destacó por su aguda inteligencia, es el prototipo del árbitro y del juez que busca la solución justa en situaciones de conflicto. Recordamos la sagacidad de Shelomó en el caso de un recién nacido al que dos madres reclamaban como suyo.
Según el Yalkut Shimoní, uno de los textos pertenecientes al Midrash que recopila comentarios sobre las Escrituras Sagradas, había seis peldaños frente al trono del rey Shelomó. Cuando Shelomó comenzaba su ascenso al trono, se anunciaba en cada uno de los peldaños una de las ordenanzas de nuestro texto.
Al primer escalón correspondía lo taté mishpat, , no torcerás el juicio. Según el Talmud, las falsedades y las medias verdades alejan y exilian la Presencia Divina. Una de las características del Ser Supremo es la Verdad, tal como lo afirma nuestra tradición al declarar, Jotamó shel Hakadosh Baruj Hu Emet, que significa que el sello de Dios es la Verdad. Hay quienes observan que el sello se aplica de una sola vez. Un sello no requiere de un proceso, tal como la escritura o la palabra que tiene un comienzo y un desarrollo en el tiempo, para llegar a su término. Un sello se coloca con un golpe sobre el papel. Igualmente ocurre con la Verdad. Tiene que ser total e inmediata. No existe verdades a medias, que van revelándose a medida que el tiempo pasa.
Al subir el segundo peldaño, Shelomó escuchaba la admonición, lo takir panim, no harás excepciones entre las personas. Todos tienen que ser iguales ante la Ley y ante los jueces. Nuestro folklore cuenta que en una ocasión una mujer le dijo a su marido que iba a llevar a la sirvienta ante el rabino porque sospechaba que estaba robando, el esposo respondió que la acompañaría. La esposa adujo que no hacía falta porque ella sabía defenderse sola; el esposo le respondió que su propósito más bien era proteger a la sirvienta, que podría sentirse intimidada ante la presencia del Rabino. Se da testimonio de que en la habitación que utilizaba Rabí Shmelke Nickelsburger para sus decisiones en casos de litigios, en la pared estaban colgados un bastón y un bolso. Estos objetos estaban presentes en todo momento, como evidencia palpable de que el incorruptible Rabí estaba dispuesto a abandonar la ciudad en cualquier instante, antes de permitir que los mercaderes del poder intentaran influir en sus fallos.
Lo tikaj shójad, no admitirás sobornos, era la exhortación en el tercer peldaño. Nuestro texto advierte, que ningún juez escapa a las consecuencias de recibir un obsequio de una de las partes, ki hashójad yeaver einei Jajamim, porque el soborno ciega los ojos del sabio. En el Midrash encontramos el dictamen de un juez que recibe shójad, por lo que antes de morir, encegueció. (Con referencia a esta aseveración, se relata una anécdota cómica en la que los habitantes de cierta aldea cuestionaron el Midrash porque el juez de la localidad que tenía reputación de actuar en forma dudosa había ensordecido. Esto contradice nuestro Midrash que afirma que el resultado del comportamiento en cuestión es la ceguera, en base al texto bíblico que señala que el soborno ciega los ojos del sabio. Se resolvió la contradicción señalando que nuestro juez no había recibido shójad; tan sólo se lo habrían prometido). El Talmud sugiere que el vocablo shójad proviene de la raíz jad, que quiere decir afilado, con lo cual se señala que el shójad resulta cortante y lacerante tanto para quien lo ofrece como para quien lo recibe.
El ascenso al cuarto peldaño correspondía a la proclamación de lo titá lejá asherá, que significa, no plantarás (con relación a la idolatría) árbol alguno (junto al altar). Según el tratado Sanhedrín, volumen del Talmud del cual provienen nuestras citas anteriores, la elección de un juez que no está preparado para desempeñar su función equivale a fomentar la idolatría en la comunidad. En la visión de nuestros Jajamim, la idolatría se identifica con la arbitrariedad y el azar. La Torá en cambio, es la voluntad manifiesta de Dios, es inmutable, no depende de caprichos y no permite la ignorancia. Todo fallo tiene que estar basado en reglas claras y transparentes. La presentación de argumentos contundentes, basados en halajá, puede dar lugar a la revisión de cualquier decisión anterior.
Veló takim lejá matsevá, “y no te erigirás estatuas (o monumentos)”, es la exhortación del quinto escalón. Tal vez la moraleja que el juez no debe abstraerse de las condiciones reinantes en la sociedad que lo circunda y ubicarse por encima o fuera de su entorno. Para poder comprender de que trata el litigio, es necesario identificarse y vivir la realidad de su tiempo. En el momento de la adoración del éguel hazahav, el becerro de oro, Dios sugiere a Moshé que desde las alturas del Monte Sinaí no puede apreciar la situación real del pueblo hebreo. Dios le ordena, lej reid, “vete y desciende,” porque únicamente conociendo y viviendo en medio de la situación, podrá, Moshé decidir cual acción tomar.
En el sexto y último peldaño se anunciaba, lo tizbaj laShem Eloheja… kol davar ra, que quiere decir, no sacrificarás al Eterno tu Dios… cualquier cosa mala (defectuosa). Esto constituye un llamado de atención para recordar que en la tradición judía el fin no justifica los medios. El fallo no puede ser utilizado para aliviar sufrimientos y dolencias, ni para corregir otros males de la sociedad. Todo juicio tiene que ser enteramente justo y correcto de acuerdo al asunto presentado por las partes involucradas.
Nuestros capítulos enumeran diferentes leyes adicionales que son necesarias para regular las relaciones entre los miembros de la comunidad. Aunque la compasión, la comprensión y la sensibilidad ante los males que afligen al prójimo son cualidades morales de primer calibre, la justicia y la equidad no tienen parangón en el ordenamiento y en la jerarquía de los imperativos que son esenciales para la convivencia, la armonía y el desarrollo material y espiritual de toda sociedad.