La relación del Creador con la primera pareja comenzó con un tropiezo: la desobediencia. Tal vez Adam y Javá quisieron demostrar su autonomía e independencia de juicio al desacatar el instructivo de no comer del fruto del árbol prohibido. La actitud rebelde continuó con su descendencia hasta que Dios decidió destruir a todos los seres vivientes, con la excepción de un personaje: Nóaj y sus familiares inmediatos. El arco iris que el Creador desplegó después del diluvio se convirtió en un el símbolo de un Brit, el pacto con el que Dios se comprometía a repetir la destrucción de la Humanidad en su totalidad.
Con esta promesa se inicia una nueva etapa de una Humanidad, que rápidamente olvida el compromiso con el Creador: éste consiste ahora en un conjunto de siete normas de conducta que deben asegurar la convivencia pacífica. Después de diez generaciones aparece Avraham, el gran iconoclasta, que rechazando la idolatría que se introdujo en el género humano, predica la existencia del Dios único. La misión de Avraham es clara: debe abandonar el entorno de sus padres para dirigirse a una nueva tierra donde fundará una nueva nación que enarbolará el estandarte del Dios único, con la obvia consecuencia de que todos los seres humanos provienen de la misma raíz porque un solo Creador es su padre común.
Para simbolizar este renovado pacto, Dios exige que Avraham y su descendencia practiquen, esta vez no un Brit simbólico, sino un Brit expresado a través de la circuncisión.
El hombre tendrá que aprender que el sacrificio es indispensable, la persona tiene que dar de sí misma para establecer cualquier relación de relevancia con Dios y su prójimo.
Más aún, el Brit adquirirá mayor significación con el “pacto” en el monte Sinaí, donde un conjunto ampliado de seiscientas trece Mitsvot formarán la base de la relación entre Dios y el pueblo judío.
De acuerdo con el Midrash, Avraham consultó con tres amigos antes de practicar el Brit corporal. Aner le advirtió que el Brit lo debilitaría y por ello podría ser vulnerable frente a sus enemigos, los monarcas que había derrotado recientemente.
Tal vez Aner se refería al hecho de que el Brit imponía obligaciones morales y los enemigos de Avraham podían inferir, en adelante, las limitaciones que regirían el comportamiento del patriarca en cualquier batalla y aprovecharse de ese conocimiento.
De manera similar, muchos enemigos de la democracia que utilizan el asesinato y el terror, cuando son apresados, apelan a los derechos que la democracia otorga y que ellos, a su vez, niegan a sus víctimas. Se aprovechan del respeto por la vida que rige al mundo civilizado que no está dispuesto a utilizar la metodología del terror, porque si lo hiciera caería en el engaño, le otorgaría la victoria a aquellos que quieren dar un golpe mortal a la democracia.
No obstante el consejo de Aner, Avraham se sometió al Brit, porque la debilidad que éste le produciría sería momentánea, mientras que el beneficio moral sería permanente.
El segundo consejero de Avraham, Eshkol, argumentó que la pérdida de sangre que produciría el Brit podría poner en peligro la vida del patriarca. Este argumento hace recordar que toda acción conlleva riesgo. Cuando un líder se arroga una tarea y señala un camino para su consecución, al mismo tiempo asume el riesgo del fracaso. El ideal monoteísta que Avraham proponía tuvo que hacer frente a numerosos intereses creados, al sacerdocio idólatra y a todos quienes de alguna manera se estaban beneficiando de manera social, política o económica, porque todo postulado renovador tiene que salir al encuentro de un pasado que se a resiste darle paso a un futuro distinto.
La tercera recomendación provino de Mamré, quien argumentó que Avraham debía tener confianza en Dios, el Dios que lo había salvado de los hornos de Nimrod y que le había otorgado la victoria sobre los cuatro poderosos reyes.
Mamré estaba apuntando a un principio de fe fundamental. Incluso en la presencia de la buena voluntad y la capacidad para enfrentar escenarios difíciles, el ser humano requiere de la intervención Divina. Por un lado, el ser humano no puede abstenerse de luchar contra cualquier enemigo, no puede relegar la ayuda y solidaridad con el prójimo a la bondad de Dios, pero al mismo tiempo, tiene que tomar conciencia que, en última instancia, Dios es quien dirige el destino de la historia. El ser humano no puede desistir de su tarea, aunque jamás podrá concluirla por sí solo.