Desde el punto de vista espiritual, para el judío la revelación en el monte Sinaí es el evento más importante del pasado, porque el cumplimiento de las mitsvot, las ordenanzas divinas, es el rasgo que lo distingue y que permitió desempeñar el papel de or lagoyim, una luz moral para las naciones. En cambio, desde un prisma nacional, el suceso de mayor significación es el éxodo de Egipto, hecho que es recordado constantemente en todas las celebraciones religiosas con el probable propósito de señalar que, en el caso del judaísmo, nación y fe forman un complemento indivisible.
La “mano” de Dios estuvo presente en la rotura de las cadenas de la esclavitud egipcia, cuando envió diez plagas que finalmente convencieron al faraón y a los egipcios de que dejaran salir a los hebreos de su tierra. En cierto momento, Rashí cuestiona el contenido de la intervención divina. Podría haber sido al revés, argumenta Rashí. Dios pudo haber expulsado a los egipcios y, de esta manera, permitido que los hebreos heredasen el fértil valle alrededor del río Nilo: Egipto.
En tal caso, se hubiera evitado la travesía por el desierto y la lucha por la conquista de Canaán. El pueblo hebreo podría haber vivido en paz y tranquilidad de ese momento histórico en adelante. Pero el plan divino fue diferente. Si por un lado Dios los había sacado de Egipto, la conquista de la nueva tierra tendría que ser una tarea para el pueblo que no podía continuar dependiendo indefinidamente de la ayuda directa de Dios. Además, el ejemplo del éxodo, al aventurarse por un desierto inhóspito y romper el yugo de la esclavitud en Egipto, dio un grito por la libertad cuyo eco resuena incluso en el presente.
De acuerdo con la interpretación de los exégetas del texto bíblico, la protección divina continuó durante toda la travesía por el desierto. Gracias a las cualidades espirituales excepcionales de Miryam, la hermana de Moshé, siempre tuvieron una fuente de agua viva en el desierto. Dios les envió man, maná del cielo para alimentarlos; o sea, nunca estuvieron expuestos al hambre y la sed durante los cuarenta años de la travesía por el desierto. La generosidad de la Providencia Divina siempre los protegió. Sorprende, por lo tanto, el hecho de que la Torá considere que el alimento celestial que aparecía con el rocío todas las mañanas, el man, había puesto a prueba al pueblo: “¿Acaso caminarían por el sendero de Mi Ley, o no?”. Generalmente las dificultades y las desgracias son consideradas como “pruebas”; en cambio, el man les había permitido sobrevivir en el desierto. Era una demostración del cuidado de Dios, tal vez un reconocimiento por la rectitud del comportamiento del pueblo.
Tal vez, dado que el man estaba acompañado de una serie de reglas; por ejemplo, que se debía recoger únicamente la cantidad suficiente para el día porque lo que sobraba se hacía inservible, se pudría. Los viernes se tenía que recoger una doble porción porque no había man los sábados, hecho que se conmemora con las dos jalot que se coloca sobre la mesa para el Shabat.
Es posible que la “prueba” fuera diferente. ¿Acaso acataría el pueblo los instructivos divinos en un ambiente de abundancia, o dirigiría sus peticiones a Dios solamente en momentos de necesidad? Con el estómago satisfecho por el man y la protección divina simbolizada por las “nubes” que acompañaron a los hebreos durante su pasantía por el desierto, ¿acaso sentirían todavía la necesidad de comunicarse con Dios? Al recibir el sustento cotidianamente, es probable que olvidaran que Dios era la fuente de ese sustento.
La Torá ordenó la recitación de Birkat Hamazón, el agradecimiento por los alimentos ingeridos, y los sabios del Talmud agregaron una bendición inicial, que en el caso del pan es el Hamotsí, como un recordatorio del hecho de que, aunque las personas se ocupan de sembrar y cosechar, preparar y elaborar, es Dios quien proporciona la energía original imprescindible para que la tierra ofrezca sus frutos.
Excelente Rab.
Muchas gracias.
Saludos,
Daniel Rodríguez