El mensaje de la Biblia es eterno. Por tanto es preciso plantearnos continuamente ¿cuál es el significado de cada relato para las generaciones futuras? ¿Por qué forman parte del texto ciertos episodios y otros están ausentes de la narrativa? En nuestro caso, por ejemplo, ¿qué debemos aprender de las diez plagas que Dios envió a los egipcios? Aún no hemos podido responder a cabalidad al problema moral que suscita el endurecimiento del corazón del Faraón por parte de Dios.
Si Dios modifica el comportamiento de un ser humano, entonces no se le puede considerar después responsable por sus actos. No debería haber ni castigo ni recompensa para el hombre cuando se interfiere con su libre albedrío. Hay quienes sostienen, por ejemplo, que no se le puede sugerir a una persona que actúe en contra de sus principios morales básicos durante un trance hipnótico. En el trance hipnótico sólo se pueden reforzar las tendencias que ya existían antes. Y en nuestro caso, el endurecimiento del corazón del Faraón se produjo por su disposición previa para el mal y la crueldad. El caso es que la actitud del Faraón da pie para que se castigue a su pueblo con las diez plagas, las que sirven a la vez de lección. ¿Cuál es esta enseñanza, que suspende, aunque sea momentáneamente, el derecho humano al libre albedrío?
Apartémonos temporalmente del relato de nuestros capítulos para reflexionar sobre la omnipresente e imperativa necesidad intelectual de limar todas las asperezas, el empeño de resolver las aparentes contradicciones y la búsqueda para encontrar la armonía total en las Sagradas Escrituras. Partiendo del punto de vista de que la Torá es la auténtica y manifiesta voluntad de Dios, tenemos el derecho, y más aún el deber, de exigir “exactitud y verdad” en el texto bíblico, en el sentido más estricto de las palabras. Es muy probable que el texto bíblico contenga afirmaciones muy claras, pero al mismo tiempo encontramos numerosas instancias deliberadamente ambiguas. Esta característica obliga a cada individuo y a cada generación, a interpretar ciertos pasajes o sucesos de acuerdo a puntos de vista pertinentes a su propia época. No hay duda de que nuestra idea de la democracia es diferente a los conceptos del siglo pasado. Nuestra preocupación actual por la discriminación racial y los derechos de la mujer, forman parte de la extensa agenda de nuestra compleja sociedad moderna. La importancia que se les dio a estos temas en otras épocas fue de orden diferente. Sugiero que hoy en día cuando leemos un texto bíblico, lo hacemos desde con una óptica que refleja nuestra posición frente al fermento social e intelectual de fines de siglo XX óptica que no es necesariamente la misma, o paralela, a la de épocas anteriores.
Regresemos, pues, a las plagas. Habíamos dicho que la labor de Moshé era múltiple. Tenía que convencer a los egipcios de que permitieran el éxodo de nuestros antepasados y tenía que demostrarle a los hebreos esclavizados que sin libertad, la vida humana es un despropósito. Las plagas fueron el instrumento utilizado para esa doble finalidad. Era necesario demostrarle a los egipcios la superioridad del Dios único. La derrota de los dioses egipcios serviría al mismo tiempo para dar a los hebreos el coraje necesario para que pudieran desafiar directamente a sus opresores.
La primera plaga consiste en que las aguas del Nilo se convierten en sangre. Se deduce del texto bíblico que el Faraón le rendía culto a esas aguas todas las mañanas, porque todo el Delta egipcio depende de las aguas del Nilo para su cultivo. La primera plaga representa una derrota del dios Nilo, el dios de la fertilidad. Y así sucesivamente, todas las plagas pueden interpretarse como la demostración de la fortaleza superior del Dios de los hebreos, que no está limitada a un área específica. (Hay quienes perciben la historia religiosa como el proceso del desarrollo de una concepción inicial de un Dios personal, hacia la de un Dios familiar, de allí a la de un Dios tribal con un dominio circunscrito geográficamente. De allí pasamos a un Dios nacional, para llegar a considerarlo el Dios universal). La diosa de la fertilidad estaba representada por una mujer con cabeza de rana y era la protectora de las comadronas. Por lo tanto, la segunda plaga que consistió en la súbita abundancia de ranas, tiene como propósito convertir al símbolo de esta diosa en un azote.
Un estudio detallado de estas plagas permite observar que la primera, la cuarta y la séptima plagas fueron anunciadas al Faraón a orillas del Nilo, durante las horas de la mañana. Se distinguen tres grupos de plagas que culminan con la décima, la muerte de los primogénitos. Cada una de las primeras dos plagas de cada grupo son precedidas por una advertencia de Moshé. La tercera plaga ocurre sin advertencia alguna. Algunas afectan al cuerpo de los egipcios. Otras afectan únicamente sus propiedades. La última de cada grupo de tres es más severa que las anteriores. La penúltima plaga jóshej, oscuridad, era de tipo tangible y palpable y no permitía movimiento alguno. Esta plaga testimoniaba la derrota del dios egipcio más relevante que era el dios de la luz, el dios sol, Ra.
La última plaga, la muerte de los primogénitos, afecta personalmente al Faraón, al igual que a todos los egipcios. Recordemos que en la cultura egipcia, el Faraón era considerado un dios y los primogénitos conformaban la casta sacerdotal. (La venta de la primogenitura entre Esav y Yaacov, estaba ligada a los derechos del sacerdocio en la familia).
Las tribus hebreas se convencen de la superioridad de su Dios, y se disponen a salir de Egipto. Pero, periódicamente, recordarán, con nostalgia, su permanencia en Egipto. Durante los cuarenta años de su travesía por el desierto, no desaprovecharán oportunidad para recordar y volcarse sentimentalmente y con añoranza hacia la gloria y la grandeza de Egipto. Resultó más fácil sacar al pueblo hebreo de Egipto que erradicar de sus corazones la influencia de la cultura egipcia. No es casual que la gran mayoría de nuestros rezos y oraciones, festividades y tradiciones, aluden a este hecho, zéjer litziat mitzráyim, “en recuerdo de la salida de Egipto”.
Además, y tal vez en primer lugar, yetziat mitzráyim, “la salida de Egipto”, es una demostración de la intervención de Dios en la historia de la humanidad. La noción de rezo, de implorar al Ser Supremo, tiene sentido únicamente, si concebimos que El responde, que interviene cuando una situación lo amerita. Yetziat mitzráyim es el precedente que nos estimula en nuestra fe. Porque tal como Dios escuchó la súplica de nuestros antepasados en Egipto, igualmente responderá siempre que una situación apremiante lo exija.
Es aparente que el héster panim “la Divinidad que se oculta” durante la época Nazi, por ejemplo, nos envuelve en dolor y en angustia. ¿Cómo es posible que aparentemente Dios haya sido sordo a los lamentos de niños y ancianos, que con el Shemá Israel sobre sus labios marcharon, empujados por la maldad, hacia su propia muerte? La presencia y la ausencia Divina en la historia de la humanidad, obedece a reglas que no conocemos enteramente. Hanistarot laShem Eloheinu, “las cosas ocultas están en el dominio de Dios”. La vida se presenta con sus contradicciones y dilemas que resultan en dudas frecuentes y en pérdidas temporales de la fe.
Pero igualmente se dan numerosas situaciones que reconfortan y refuerzan nuestra seguridad en la Providencia Divina. Los ángeles están siempre seguros y los diablos siempre niegan. Únicamente los humanos tenemos la capacidad de desarrollarnos y de crecer. Tal como lo expresara tan felizmente un jasid al regreso de una temporada en la que celebraría una festividad religiosa con su Rebe, “en la yeshivá se concibe intelectualmente a Dios, pero en los alrededores del Rebe se siente existencialmente a Dios”. Desde luego que muchas personas pierden la fe porque sienten el abandono en los momentos de mayor necesidad. Pero también existen aquellos que en los momentos de densas tinieblas y terror, jamás dejaron de sentir la presencia de Dios. Para ellos, el sufrimiento era pasajero, porque en su más recóndita intimidad siempre tuvieron a Dios muy cerca.