La tradición judía considera que la idea de orar formó parte del judaísmo que predicaron los patriarcas y que la tefilá se formalizó de acuerdo con las usanzas del Beit HaMikdash.
El Talmud enseña que las diferentes plegarias corresponden a los sacrificios ofrecidos en el Templo, pero la idea de la oración es muy antigua. Avraham instituyó Shajarit, la plegaria matutina. Yitsjak estableció Minjá, la oración de la tarde y Yaacov concibió Arvit, el rezo de la noche. Esto nos enseña que desde sus comienzos, el judaísmo enseñó que la relación entre hombre y Dios se puede producir también a través de la tefilá. La práctica de la oración se manifiesta especialmente en la preocupación patriarcal por su descendencia.
La estirpe de Avraham, indispensable para la continuidad de su revolución espiritual, no fue el resultado del proceso natural de la procreación, consecuencia inevitable de la unión entre los sexos. La primera matriarca, Sara, tuvo dificultades en concebir y finalmente lo logró a la edad de noventa años, gracias a una intervención Divina anunciada por uno de los emisarios que visitó al convaleciente Avraham.
Diferente es la situación de Keturá, concubina que Avraham tomó después de la muerte de Sará. En un solo versículo se informa, con excesiva naturalidad, acerca del nacimiento de seis varones de esta unión, hecho que es muy diferente en el caso de Yitsjak, que será el auténtico heredero espiritual del patriarca.
Rivká, la madre de Yaacov, tuvo que pedirle a su esposo Yitsjak que implorara a Dios para que pudiese concebir. El embarazo que se produjo fue sui generis, porque la rivalidad entre los mellizos engendrados empezó en las entrañas de la madre. Estas dificultades para la concepción también están presentes en el caso de Rajel, esposa de Yaacov. Tiene obstáculos para concebir. La obvia lección es que la continuidad del ideal original de Avraham no tendrá una linaje casual.
Cada uno de los portavoces futuros será escogido y educado específicamente para asegurar que el ideal monoteísta tenga persistencia para su difusión en el seno de la Humanidad.
El Talmud cuestiona la necesidad de una intercesión ante Dios para que las esposas de los patriarcas puedan tener hijos. ¿Acaso la primera Mitsvá en la Torá no es la procreación? Tal como instruyó el Creador en un principio, “perú urevú umileú et haáreta”. La naturaleza no debería interferir directamente con la voluntad Divina sino al contrario, estimular que se produzca la descendencia.
El Talmud sugiere que Dios está deseoso de las plegarias de Israel; por ello ocurrieron las dificultades en el embarazo, para que las matriarcas y los patriarcas le ofrecieran oraciones.
Está claro que el propósito fundamental era inculcar la noción de que el nacimiento de un ser humano no es automático, incluso después de la unión sexual. Apremia la intervención Divina.
Debido a su dificultad para concebir, Rajel le pidió a su esposo Yaacov que interviniera ante Dios. La respuesta de Yaacov fue extraña: destacó que se trataba de una decisión Divina y que él, Yaacov, no podía sustituir a Dios ni interferir con su voluntad. De acuerdo con Rambam, Yaacov desea destacar que el afectado es quien debe orar. Rajel tenía que pedirle directamente a Dios porque la petición del afectado siempre es más efectiva.
Ophir Cohen destaca la diferencia entre la actitud de los patriarcas en el caso de la oración. Avraham invoca el Nombre de Dios en la mañana con el rezo de Shajarit. Pero cuando las sombras aparecen con el atardecer y la claridad del día desaparece, Yitsjak “conversa” con Dios, recita la plegaria Minjá, porque la salvación aún no es completa. Vayifgá ba-Makom, Yaacov “toca” a Dios con el anochecer. En la oscuridad, en los momentos de mayor dificultad cuando la salvación se advierte lejana, Yaacov recita Arvit.
La historia del pueblo judío contiene los tres elementos: día, tarde y noche. El Estado de Israel representa, Vayashkem Avraham babóker, el amanecer contemporáneo. En el transcurso de la historia, el amanecer se hizo presente en los días del Beit HaMikdash, en la época de los Jashmonaim. Gracias a la presencia de los sabios del Talmud, Rashí y los Tosafistas, Rambam y Rabí Yosef Karo, Rabenu Gershom y Rabenu Tam, y muchísimos otros jajamim, Shajarit –la estrella del amanecer– estuvo presente en diversos momentos de la historia del pueblo judío, hecho que permitió que el judaísmo se afianzara, incluso en el exilio.
Las cruzadas y la Inquisición, Chmielnicki y las demás persecuciones, simbolizaron el “atardecer” que exigió la plegaria Minjá, el indeseado pero frecuente retiro de la Shejiná, la Presencia Divina que se ausentó y no cubrió al pueblo con su manto protector.
La “noche” que incentivó la formulación del Arvit está representada principalmente por la destrucción del Beit HaMikdash en el año 70 y por el Holocausto que los nazis perpetraron en nuestros días.
Retomando nuestro tema patriarcal, Rajel da a luz porque Dios responde a la plegaria. Sin embargo, la oración determinante aparentemente no fue enunciada por Yaacov.
Esta vez la Torá testimonia: “Y Dios se acordó de Rajel y la escuchó y abrió su matriz”. La oración de Rajel fue decisiva para que pudiera procrear descendencia.