Dios ordena un censo al comienzo del cuarto libro de la Torá. Rashí nos hace recordar que esta es la tercera vez que se hace una cuenta. Por primera vez, se toma un censo del pueblo a la salida de Egipto. (La cifra mencionada de seiscientos mil adultos, sin contar niños y mujeres, fue motivo de una controversia con Ben Gurion que sostenía que la cifra era muy exagerada. En reciente visita a La Habana, Fidel Castro también cuestionó este número). Después del episodio del éguel hazahav, que es el becerro de oro que nuestros antepasados construyeron cuando Moshé tardó en descender del Monte Sinaí, también se hizo un censo. Y el censo de nuestros capítulos coincide con la construcción del Mishkán, que es el tabernáculo del desierto dedicado al culto Divino.
Desde el comienzo de nuestra aparición como pueblo en el escenario de la historia se nos dice que somos pocos en número. En otros capítulos se nos califica como hameat mikol haamim, el pueblo con el número más reducido de habitantes. Por tanto, en nuestro período formativo nacional se nos enseña a valorar la calidad, a apreciar el mérito individual. Cada quien tiene que dar su aporte al desarrollo y contribuir al bienestar del grupo. La afiliación y la identificación se efectúa lemishpejotam, de acuerdo al origen familiar probablemente, todos los pueblos de la antigüedad, tienen raíces familiares y tribales; con el tiempo adquieren características nacionales. Pero en los tiempos actuales estamos presenciando el desgaste de esos orígenes, lo que se presenta como una falta de cohesión en el núcleo familiar. En la tradición judía los lazos familiares continúan siendo centrales y tal vez sea esta una razón adicional para seleccionar episodios de la Torá sobre la vida conyugal de Avraham para la lectura bíblica de Rosh HaShaná, que es un día muy solemne en nuestro calendario.
La enumeración de las diferentes familias y del número de sus integrantes, incluye también a la tribu de Leví que no heredará tierras después de la conquista de Canaán. Los descendientes de Leví tienen que dedicar sus vidas al servicio del culto. Aharón que era el Kohén Gadol, tenía cuatro hijos, pero dos de ellos, Nadav y Avihú, mueren en un extraño episodio. La reacción de Aharón frente a la tragedia es cortante y enigmática, pero al mismo tiempo es aleccionadora y merece nuestra reflexión.
En capítulos anteriores se recoge la reacción de Aharón con la palabra vayidom, un silencio resignado. Las posibles respuestas frente al desastre y a la muerte suelen ser variadas. Hay quienes responden con violencia y rebeldía frente al castigo impuesto a un hijo inocente. ¿Y dónde encontrar un padre que no considere inocente a su hijo? ¿Quién hubiera podido, entonces, criticar a Aharón, en este caso, por su posible cuestionamiento de la justicia Divina?
El Talmud relata que dos hijos de Rabí Meir fallecieron en el transcurso de un día Shabat. Su esposa Beruria le ocultó lo ocurrido. Al término del día sagrado, Beruria le planteó la siguiente pregunta a su esposo. Hace unos años, alguien nos encomendó guardarle un tesoro. Dado que había pasado mucho tiempo sin reclamárnoslo, llegamos a considerar que el tesoro era realmente nuestro. Pero hoy vino el dueño a reclamar su encomienda. ¿Qué debí hacer? cuestionó Beruria. La respuesta de Rabí Meir fue inmediata e inequívoca. Debiste devolver el tesoro, afirmó. Entonces Beruria introdujo a su esposo a la recámara donde yacían los cuerpos de los dos hijos fallecidos. Años atrás, dijo Beruria, Dios nos encomendó estos dos tesoros y hoy vino a reclamarlos.
La racionalización de Beruria se puede catalogar como un Tsiduk hadín que es un testimonio de la Justicia Divina. El bajo perfil de la reacción de Aharón, en cambio, no tiene que considerarse necesariamente como una aceptación espontánea e irreflexiva del severo veredicto. Shetiká kehodaá dami, el silencio es una demostración de consentimiento, cuando existe una alternativa contraria que puede negar la situación. Pero cuando el ser humano se ve imposibilitado de alterar el curso de los hechos, el silencio también puede interpretarse de diferentes maneras. Personalmente, encuentro en el silencio de Aharón la semilla de una seria crítica al fallo celestial. Es un silencio activo y violento, que oculta ira y furia reprimidas. Es un silencio de resignación, debido a la impotencia del ser humano para enfrentarse al Ser supremo. Es una protesta por la desigualdad intrínseca existente entre los participantes en el torneo de la vida. Es una reacción similar a la del talmid jajam en un campo de concentración que rehusó comer. No quiero comer porque no quiero recitar una berajá, una bendición de agradecimiento a Dios, exclamó. No conocía un lenguaje adecuado para cuestionar y reclamarle a Dios, pero tampoco estaba dispuesto a justificar Su ocultación y Su ausencia en los momentos más trágicos de la historia de nuestro pueblo.
La muerte de un hijo nos obliga a analizar nuestro rol como padres. ¿Podía acaso Aharón dejar de cuestionarse acerca del papel que había desempeñado como maestro y como modelo para sus hijos? ¿Dónde y en qué residía su falla como padre? No podía fácilmente, librarse del fuerte sentimiento de culpa por lo acontecido, por no haberlo anticipado para prevenirla. El silencio de Aharón manifiesta, tal vez, su indeclinable decisión de hacerse un profundo cuestionamiento acerca de la relación con sus hijos.
Pregunta: ¿por qué no es el liderazgo hereditario? Cualquier respuesta tiene que tomar en consideración el hecho de que la persona que dedica el grueso de su atención y de su interés al bienestar de la comunidad, generalmente desatiende las necesidades, desconoce las angustias e ignora las inquietudes de sus familiares cercanos. El vayidom de Aharón es un silencioso retraerse a su propio yo y un contraerse en su fuero interno con el propósito de hacer ese examen sobre el alcance de quien probablemente no cumplió con sus responsabilidades como padre.
El vayidom de rebeldía y de protesta inicial por la tragedia sufrida da curso, eventualmente, al vayidom de resignación y al vayidom del reconocimiento de las limitaciones del intelecto humano para comprender el Tsiduk hadín, lo infinito y absolutamente correcto de la Justicia Divina. En la cúspide de una trayectoria de liderazgo y el poder que éste supone, vayidom constituye la necesaria redimensión de una estatura humana inflada y de una exagerada auto estima frente a la incomprensión por la súbita muerte de un hijo.
Zushe se encontraba en el lecho de muerte y sus discípulos notaron su tristeza próxima a la desesperación. Siempre nos has enseñado que hay que reunirse en alegría con el Creador, dijeron los que estaban a su alrededor. Después de todas las mitsvot que cumpliste en esta vida, seguramente te espera un lugar privilegiado en el Olam Haemet, que es el mundo de la verdad absoluta, alegaron sus discípulos. Pero Zushe respondió que su temor no era porque se le iba a exigir el no haber igualado al Patriarca Avraham o a cualquier otro de los gigantes espirituales que dejaron impresa su personalidad sobre nuestro carácter espiritual. La preocupación de Zushe se centraba en que sentía que no había sido consecuente con sus propias habilidades, que no había realizado su propio potencial. En los momentos realmente trascendentales de la vida, vayidom es un reconocimiento de haber fallado en nuestro potencial. Vayidom nos obliga a admitir lo limitado y lo reducido del alcance de nuestro pensamiento frente a sheeilot hanétsaj, las preguntas cuyas respuestas están en una eternidad que está más allá de nuestra perspectiva humana y mortal.
La muerte de Nadav y Avihú abre un nuevo capítulo en la vida de Aharón. De ahora en adelante lo acompañará probablemente la duda y pierde algo de la seguridad en sí mismo, que es indispensable para el liderazgo y da cabida a numerosos cuestionamientos. La promesa de un Más Allá que envuelve a los allí residentes en una paz eterna sirve de consuelo limitado por el destino de las almas de los hijos fallecidos. Pero los padres sobrevivientes renuncian a parte de la joie de vivre, del deseo y gusto por la vida y se refugian progresivamente, cada vez más, en vayidom, el silencio que realmente es la evasión y la decisión de no enfrentar la trágica realidad de la muerte.