Los eventos que acompañaron la vida de los tres patriarcas demuestran su individualidad y permite estudiar el contraste entre sus personalidades. Aunque Avaham, el primero de ellos, fue el gran iconoclasta, renovador y propulsor de la fe en un solo Dios, cada uno de estos padres de la nación judía contribuyó con características propias y a través de sus experiencias.
Mientras que Avraham y Yaacov tuvieron más de una esposa, el patriarca del medio, Yitsjak, se casó únicamente con Rivká. Por ello, la rivalidad que luego existió entre sus hijos mellizos Esav y Yaacov no tuvo el ingrediente adicional de una posible rivalidad entre sus respectivas madres: era una consecuencia de la diversidad de sus personalidades.
Tres matriarcas tuvieron dificultades en concebir: Sará, Rivká y Rajel. La única que no protestó abiertamente por esta condición fue Rivká: solo le pidió a Yitsjak que implorase a Dios para que pudiera salir en estado.
El nacimiento de los hijos de las matriarcas estuvo acompañado por la alegría y una explicación sobre del significado de sus respectivos nombres. En el caso de Rivká, el embarazo presentó dificultades. Ya en las entrañas de la madre, los mellizos causaron angustia a la futura madre. Se avizoraba el conflicto futuro, porque el enfrentamiento comenzó en el vientre. La rivalidad inicial entre los hermanos se traducirá en una pugna entre las dos naciones que surgirían de estos mellizos. Porque Esav y Yaacov representan dos estilos de vida, dos filosofías opuestas, con sus respectivos valores y apreciaciones acerca del destino del hombre.
Si tomamos en cuenta que la rivalidad entre los mellizos comienza antes de su nacimiento, ¿cómo se puede señalar o culpar a Esav por su comportamiento? Está claro que hay factores genéticos que lo han determinado de antemano.
Tal vez la Torá desea probar que el conflicto y la rivalidad de por sí no son negativos. Al contrario, el enfrentamiento entre las ideas y la posibilidad de escogencia entre alternativas son la levadura que estimula el crecimiento.
Debido a su natural timidez y por haber sido el “objeto” de la Akedá, momento en el cual, con o sin su consentimiento, sería ofrendado sobre un altar, Yitsjak admiraba el arrojo de su hijo Esav, su destreza en la caza, su aparente valentía y su fortaleza física. Para Yitsjak, con su personalidad básicamente pasiva y reflexiva, Esav representaba iniciativa y vigor, cualidades que obviamente carecía.Las características de Esav tenían que ser contrastadas con las cualidades de Yaacov, el joven estudioso y respetuoso, pero que, sin embargo, cuando llegó el momento de obtener la bendición paternal, participó directamente en el artificio que se escenificó para engañar al padre. Para que Yitsjak reconociera la sabiduría intuitiva de Rivká, tenía que aprender a diferenciar y discernir entre las personalidades de sus dos hijos.
Yaacov y Esav no representan dos personalidades totalmente diferentes. No se debe olvidar que compartían los padres y el entorno social, además de la placenta de la madre.
Tenían muchas características comunes, porque Esav también demostró, en varias ocasiones, el respeto paternal. Estamos frente a una situación de énfasis: una jerarquización de prioridades que eventualmente concluye en una transición de lo cuantitativo a lo cualitativo y que, por ende, dibuja el carácter de la persona. Esav se convierte en el cazador por excelencia, que cultiva la noción de que la voluntad se impone a través de la fuerza, mientras que Yaacov desarrolla y afina el arte de la discusión y el argumento. Tolera y comprende las diferencias individuales entre sus hijos. Incluso, después de enterarse del terrible evento de la “venta” a la esclavitud de su predilecto hijo Yosef, no desherada a los hermanos, más bien los atrae y acerca, reconociendo tal vez el ingrediente de su propia culpa en el proceso de la “venta”: haber demostrado una preferencia afectiva por uno de los hijos, por Yosef.
Cada uno de los patriarcas aporta, con su personalidad, un paradigma y ejemplo. Los celos y las rivalidades en el seno de sus familias producen enfrentamientos y crisis que tienen el potencial de convertirse en odios que se transmitirán de generación en generación, pero que también pueden un efecto opuesto: acercar y cimentar las relaciones humanas que han experimentado alternativas vacías y sin sentido.