Maimónides fue un discípulo asiduo de Aristóteles, pero se separó del pensamiento de su mentor intelectual al sostener que el universo fue creado, que no era eterno. Mientras que para Aristóteles existe la “necesidad eterna”, Maimónides se sitúa entre aquellos que afirman la absoluta libertad de Dios. Desde esta perspectiva, no cabe la pregunta: ¿por qué creó Dios el universo en cierto momento? ¿Por qué reveló Su voluntad en el Monte Sinaí? La respuesta es simple y directa: Dios simplemente lo dispuso así. Dios es enteramente libre, se comporta de acuerdo con Su voluntad. No tiene que dar explicaciones, no justifica Sus actos.
La creación del hombre a “imagen de Dios” probablemente quiere decir que el ser humano es poseedor del atributo Divino de la libertad y, por lo tanto, Dios le habla, se comunica con el ser que posee una característica similar a la Suya. Dios ordena al hombre que se reproduzca porque el hombre puede escoger “no multiplicarse” en el ejercicio de su libertad.
Como una expresión de su libertad, el primer hombre y la primera mujer comen del fruto del árbol prohibido. La desobediencia de Adán y Eva no es necesariamente un acto de rebeldía, es una demostración de independencia, libertad. Mientras que la naturaleza sigue, de manera insensible, las “leyes” que rigen su desenvolvimiento, tal como si fuese una extensión de Dios, el hombre es un “otro” frente a Dios, el ser con quien comparte la libertad, atributo fundamental de la Deidad. Mientras que la naturaleza no tiene opciones frente a la “ley natural”, el hombre decide independientemente, a veces opta por acatar las normas, en otras ocasiones las ignora, incluso las desobedece, como una consecuencia de su libertad de acción. No obstante, como una manifestación de gran amor, Dios comparte Su libertad con el ser humano.
David Hartman argumenta que la concesión de la libertad puede ser comparada a la actitud del padre que no interfiere en las decisiones del hijo y, de esa manera, permite que éste aprenda de sus errores, el poder decidir por sí mismo estimula su desarrollo y crecimiento. El más fuerte tiene que asignar un límite a su autoridad para permitir que florezca la personalidad y la dignidad del otro. Mientras que el misticismo busca la unión al Infinito y opina que la perfección es obtenible únicamente en una fusión con la Deidad, el judaísmo clásico considera que la separación del hombre de Dios permite un brit, un pacto que requiere cierta paridad y compromiso entre las partes. Cada miembro del pacto está comprometido a reconocer el “valor” del otro.
En el episodio de la revelación en el Monte Sinaí, el pueblo hebreo no es “absorbido” dentro de la Deidad. Cada quien retiene su “personalidad”, permanece aparte, pero se establece una relación de mutualidad, el pueblo hebreo se compromete a acatar la voluntad de Dios expresada en los Mandamientos, Dios se compromete a proteger a ese pueblo, lo “escoge” para que transmita el mensaje de esa epifanía. El pueblo hebreo tiene que convertirse en una “nación santa”, consagrada, que está aparte, para servir de ejemplo a la humanidad. La “santidad” del pueblo hebreo no lo convierte en una sociedad celestial, no se integra a la Deidad, permanece aparte, moralmente, tendrá que rendir cuentas.
Para el Génesis, el mundo animal y vegetal forman una parte íntegra de la naturaleza, pero se necesita al hombre para hacer Historia. Se crea una interdependencia entre Dios y hombre. La Historia se convierte, parcialmente, en el relato y enumeración de los ‘fracasos’ de Dios, porque ya no puede actuar de manera totalmente independiente, tiene un socio, el hombre. Dios no puede proceder por ‘antojo’, comparte las decisiones acerca del destino del universo con el hombre. El otorgamiento de los Mandamientos implica que Dios considera que el hombre tiene elección, albedrío, no está programado ineluctablemente hacia la obediencia y el cumplimiento de los instructivos Divinos.
El episodio del diluvio, la destrucción con la salvedad de Noé y su familia, es la respuesta de Dios a un mundo corrupto que no merece existir, el ser humano, el protagonista principal, aparenta ser incorregible. Noé no supo influir sobre sus semejantes para que recapaciten. Después del diluvio, Dios decide separar la conducta del hombre y la existencia del mundo. Aunque fue creado a “imagen de Dios” el hombre no alcanza su potencial. Dios “reflexiona” tal como el padre que desea que su hijo cumpla con las enseñanzas que le imparte, pero, simultáneamente, reconoce que su descendiente es un individuo aparte, con voluntad propia. Se crea una distancia entre el Dios que es libre y el hombre que es libre. Dios “reconoce” que el ser humano es autónomo, aunque con “s” minúscula, es soberano. El hombre posee albedrío, escoge, pero sus facultades intelectuales y emocionales tienen serias limitaciones, se hace necesario darle un marco de acción, se le impondrá la “ley” que será revelada en el Monte Sinaí.
Con la aparición de Abraham en la Historia, se produce un cambio, Dios obtiene un “socio” con el cual puede conversar, los dos hablan el mismo idioma. Se celebra un nuevo “pacto”, entre desiguales, pero con una visión similar: se sentencia que, guemilut jasadim, la convivencia y la armonía, la preocupación y la responsabilidad entre los seres humanos es la vía para obtener el potencial que el mundo encierra. La entrega de la Torá en Shavuot viene a ser la conlcusión del primer episodio que comenzó con el pacto de Dios con Abraham.
Armado ahora con la Torá, el pueblo judío emprende la gran aventura de la conquista de la Tierra Prometida para habitarla y regir su vida de acuerdo con las mitsvot. Pero la Historia es implacable y graba una relación tenue entre el humano y Dios. Alejamiento y acercamiento pendulares se torman en una realidad cotidiana, y la Historia concluirá tan solo cuando todos los seres humanos comprendan que el sendero para la convviencia, para su realización espiritual solo dará con el cumplimiendo del brit, el juramento que el pueblo hebreo hizo en la cercanía del monte Sinaí cuando exclamó: Naasé venishmá, cumpliremos y entonces recién entenderemos, porque la fe tiene que estar basada en la acción que se concreta a través del cumplimiento de las mitsvot que conduce a un comportamiento altamente moral y ético que justifica su creación “a imagen de Dios”.