El pueblo hebreo salió, o tal vez fue expulsado de Egipto por el faraón, rumbo al desierto, a un destino desconocido por ellos. Pero el plan Divino era conducirlos primero al monte Sinaí, donde recibirían la Ley que guiaría su comportamiento diario y que serviría como herramienta moral fundamental para la convivencia social y el desarrollo emocional y espiritual. El éxodo no fue la consecuencia de una rebelión de esclavos, la salida se produjo porque Dios infligió diez plagas sobre los egipcios, las cuales doblegaron la voluntad del faraón. Moshé fue el emisario de Dios, que advirtió al faraón cuáles serían las consecuencias de su intransigencia. Aunque la petición inicial utilizó como argumento el deseo de adorar a Dios en el desierto, el motivo básico del éxodo era claro: la rotura de las cadenas de la esclavitud.
En esta primera etapa de la historia del pueblo, la intervención Divina está presente, con claridad, en todo momento.
Incluso se puede argumentar que las plagas tenían una doble función. Por un lado se tenía que demostrar la superioridad del Dios único frente a las múltiples deidades egipcias.
Pero al mismo tiempo era necesario darle ánimo a un pueblo esclavizado, convencerlos de que la libertad era una condición no negociable. Era preferible la Matsá, el pan de la pobreza, sobre cualquier manjar y exquisitez en el mundo de la esclavitud.
Sólo habían pasado unas horas cuando el faraón se arrepintió de haber permitido la salida de los esclavos hebreos e inició su persecución para devolverlos a la servidumbre. Los hebreos se encontraban en un callejón sin salida. Por delante estaba el mar y, tras ellos, las carrozas y caballos, los soldados egipcios persiguiéndolos en caliente. ¿Qué hacer? Dios le dice a Moshé que alce su mano con la vara para partir las aguas del mar, las cuales, a su vez, obedecen la orden. Gracias a esta partición milagrosa de las aguas, los hebreos logran escapar de las hordas egipcias, que perecen cuando las aguas se juntan nuevamente, una vez que los hebreos llegan a la orilla opuesta.
La historia no concluyó ahí. Se habían salvado de los Egipcios pero tendrían que empuñar las armas para enfrentar a los Amalekitas. Nuevamente se hizo presente la protección Divina. Aunque no liderizó el “ejército” hebreo, la Torá relata que Moshé ascendió un monte desde el cual pudo observar el desarrollo de la batalla. Mientras mantuvo sus brazos en alto, vencieron los hebreos, y cuando los dejaba caer, los Amalekitas eran los vencedores. De acuerdo con el
Talmud, el acto de elevar los brazos era símbolo de centrar la mirada en el cielo, tomar conciencia del hecho que todo depende de la ayuda de Dios. Se nota, sin embargo, una diferencia. Mientras estaban en Egipto, sólo Dios, a través de Moshé, fue el actor, el factor que aseguró el éxodo por intermedio de las plagas. En esa ocasión Dios también intervino a través de Moshé, pero los hebreos tuvieron que luchar, arriesgar su vida contra Amalek.
Ello señala el comienzo de un pacto, una asociación entre Dios y el pueblo, Dios y la persona, eco del dicho coloquial: “Ayúdate y el cielo te ayudará”.
Además, la estadía en Egipto que incluyó doscientos diez años de esclavitud, fue puntual. La batalla contra Amalek representa una guerra inconclusa, cuyo primer capítulo se escribió después del éxodo de Egipto. En el transcurso de la Historia se erigieron otros Amalek, con diferentes nombres tales como Hamán, Torquemada, Hitler, siendo su versión contemporánea la figura del presidente de Irán, todos con el propósito, en alguna forma u otra, de eliminar al pueblo hebreo.
Se han ofrecido diferentes teorías para explicar esta saña constante contra los hebreos. Algunos argumentan que el pueblo judío se ha convertido en una especie de conciencia de la Humanidad por el mensaje que propaga, que no es otro que el contenido de la Torá. El mensaje de ética y moralidad que predica la Torá no permite la tranquilidad emocional cuando se atropella al débil y se hurta lo que pertenece a otro. Quien argumenta que la fuerza es igual al derecho, que el mundo pertenece al más fuerte, tropieza con una teología o filosofía que sugiere enfáticamente que la solidaridad y el amor deben ser las fuerzas que motiven la acción humana.
me encanta todo lo que enseña rabino,como me gustaría tener una Tora en mis manos para estudiar las enseñanzas de Dios. Dios lo bendiga a Ud y a todos sus colaboradores