KI TAVÓ

DEUTERONOMIO XXVI:1-XXIX:8

EL PUEBLO ELEGIDO

Nuestro texto bíblico incluye la afirmación divina de que el pueblo hebreo es am segulá: una “nación que es un tesoro”, que cumple sus instructivos y, por ello, será un pueblo consagrado al Señor. Este texto que destaca la singularidad del pueblo hebreo sirvió para que el judío pudiera tolerar y resistir las adversidades que la historia le presentó. Mientrasque gran parte de la Humanidad veía con sentimientos de´desprecio al judío, la Biblia lo consideraba un pueblo “tesoro”, elegido por Dios. 

Sholem Aleijem, hombre letrado del siglo pasado que escribió en el vernáculo yídish y en cuya obra, Toivie der mílijiguer, se basa “El violinista sobre el tejado”, pone en los labios de su héroe Tevye: “¿Por qué no escoges por un tiempo a otro pueblo?”, en una de sus frecuentes conversaciones con Dios. Si la “elección” produjo la persecución, Tevye está dispuesto a renunciar a esta distinción, al menos por un tiempo. 

Hay quienes sostienen que esta “elección” produjo un sentimiento de superioridad en el judío, hecho que a su vez produjo el rechazo general, porque ningún pueblo está dispuesto a reconocer la superioridad, intelectual o espiritual, de otra nación. Una revisión superficial de la historia de la Humanidad impide concluir que el pueblo judío hubiera sido privilegiado; al contrario, fue perseguido de manera ejemplar. Sin embargo, no se puede negar que es un pueblo testarudo; en el lenguaje bíblico es am keshé óref, un pueblo con un cuello invencible, no se doblega ante la adversidad. Fue golpeado y herido por diferentes ejércitos y bandoleros, pero ha sobrevivido hasta el presente, mientras que Medinat Israel asegura su futuro.

La narración bíblica en Bereshit acerca de la creación de un solo hombre, Adam, padre de la Humanidad, impide que el judío alegue que desciende de ancestros más ilustres. La “elección” obviamente no puede tener una raíz biológica o genética. Se basa en el hecho de que Avraham, padre del pueblo judío, concibió la existencia de un solo Dios, que es la idea más poderosa y que ha tenido la mayor influencia sobre la Humanidad en todos los campos, incluso el científico, que asume la existencia de normas universales que no se rigen de acuerdo con los caprichos de alguna deidad del mundo de la idolatría. “Dios no juega dados con el universo”, sentenció Albert Einstein. La idea de la existencia de un solo Dios produce el corolario de que tiene que haber alguna razón para todo fenómeno de la naturaleza.

Para ser miembro de este grupo “escogido” hay que nacer de un vientre judío. La condición judía se transmite por medio de los cromosomas. Pero hay una segunda vía: la conversión. La persona que considere que los principios que enuncia el judaísmo responden a sus inquietudes espirituales personales y manifiesta la disposición de regir su vida de acuerdo con los principios e instructivos del judaísmo, puede optar por la conversión y exigir pertenencia a ese pueblo “escogido” por Dios. Está claro que la escogencia no es racial, porque si tal fuera el caso no existiría la conversión. 

La pertenencia está abierta a quien desea inscribirse en una hermandad que tiene una misión cardinal: la diseminación de la idea de la existencia de un solo Dios y, sobre todo, lo que este ideal implica para el comportamiento humano. No es sólo un acto de fe de orden intelectual o teológico: tiene una clara y definida implicación para el hombre. La fe en un solo Dios exige un comportamiento solidario con el prójimo, de asistencia al necesitado y al perseguido. Al mismo tiempo, el judaísmo impone un régimen estricto de conducta personal, cuyo propósito también es la autodisciplina: “Porque no sólo para el pan vive el hombre, sino a través de la palabra de Dios vive el hombre”.

Cuando el presidente Kennedy le sugirió al pueblo americano “No digas qué es lo que el país puede hacer por ti, sino qué es lo que tú puedes hacer por el país”, estaba enunciando un principio básico del judaísmo. Porque ser judío involucra una serie de obligaciones y deberes, tareas y no privilegios. Los privilegios y las prerrogativas debilitan al individuo y la nación. Las tareas y los compromisos fortalecen el carácter de la persona y del colectivo. 

Los retos y los desafíos templaron el carácter del pueblo judío y permitieron que no se doblegara ante la adversidad, la persecución e incluso el genocidio de la tercera parte de su gente medio siglo atrás. El judío no fue creado a la imagen y semejanza de Dios: Adam, el primer hombre y padre de la Humanidad, fue insuflado con el espíritu del Creador. Esto implica que todo ser humano puede retornar a las raíces de su creación y que nadie puede considerar que por alguna razón es superior al prójimo. La superioridad, si existe tal concepto, sólo puede ser una función de un comportamiento moral y ético que se desprende de las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, de la Torá.

Nuestros capítulos condicionan la conquista de la Tierra Prometida por el pueblo judío con un comportamiento acorde con las Mitsvot. El hecho que destaca al judío y lo transforma en un “tesoro” es una vida regida por la Mitsvá, que transforma lo que es mundano y cotidiano en un acto espiritual, transforma incluso el indispensable pan que el hombre ingiere para existir, porque lo que da contenido y sentido a la existencia es una vida acorde con la palabra de Dios.

MITSVÁ: ORDENANZA DE LA TORÁ EN ESTA PARSHÁ

CONTIENE 3 MITSVOT POSITIVAS Y 3 PROHIBICIONES

606. Deuteronomio 26:5 Recitar una declaración al traer los primeros frutos al Templo

607. Deuteronomio 26:13 Recitar una declaración al traer el diezmo al Templo

608. Deuteronomio 26:13 No ingerir el Segundo Diezmo en un estado de luto

609. Deuteronomio 26:14 No ingerir el Segundo Diezmo mientras en estado de impureza ritual

610. Deuteronomio 26:14 No gastar el dinero para alimento y bebida por el cual se ha canjeado el Segundo Diezmo

611. Deuteronomio 28:9 Imitar los caminos de Dios cumpliendo Sus Mandamientos

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