La muerte de Sará es el tema de los primeros versículos del texto bíblico. Su desaparición conmovió los cimientos de la familia porque no había sido una mujer pasiva. Ayudó a propagar el ideal que predicó su esposo Avraham. Durante la estadía de la familia en Jarán, rumbo a la Tierra Prometida, Sará demostró iniciativa propia al enseñar a las mujeres acerca de la existencia del Dios único. El enterarse de su muerte, Avraham estalló en un llanto incontenible porque Sará había sido una compañera leal que había dado a luz a Yitsjak, su auténtico heredero espiritual, que tendría que llevar adelante el mensaje del monoteísmo para la Humanidad.
El hecho de que el nombre de la Parashá haga referencia a la vida de Sará, sugiere que su influencia no cesó con su muerte. Avraham reconoce que el vacío creado por la muerte de Sará deberá ser compensado, tal vez a través de la introducción de otra mujer en el hogar, la futura esposa de Yitsjak. Encomienda a su fiel siervo Eliézer la búsqueda de una novia apropiada, doncella que deberá provenir del seno de la familia que permaneció en Jarán. Eliézer invoca la ayuda de Dios para el cumplimiento de su misión y, en lo profundo de su espíritu, probablemente desea encontrar una mujer con las mismas características de Sará.
Rivká es la bella joven escogida por Eliézer y cuando retorna a la casa de su amo, Yitsjak la introduce a la carpa que solía habitar su difunta madre. La Torá sentencia: “Y la amó”. Es la primera vez que la Torá habla del amor entre hombre y mujer, marido y esposa. El vocablo amor no aparece en el caso de Adam y Javá, Nóaj y su esposa que ni siquiera es mencionada por nombre en la Torá.
Citando la interpretación de una de sus alumnas, Lewis Warshauer sugiere que el amor que profesó Yitsjak por Rivká fue una manifestación de la admiración y el respeto, pero no era la expresión de una sensación de intimidad y afecto por el sexo opuesto. Es posible que Yitsjak considerara el carácter y personalidad de Rivká como sustituta de su madre Sará. Tal vez no existió una comunicación fluida entre la pareja y, por ello, no se dio el acercamiento emocional deseable, hecho que condujo a una preferencia diferente por sus hijos Esav y Yaacov. Mientras Yitsjak admiró el arrojo y la proeza física de Esav, el hombre del campo, Rivká se inclinó por la sensibilidad expresada en la personalidad de Yaacov.
Una idea similar aparece en el comentario de Rambán, quien sugiere que de acuerdo con la Torá, Yitsjak estaba sumamente triste por la muerte de su madre y sólo encontró consuelo con Rivká. Así entiende Rambán el paradigma de amor que Yitsjak profesó por Rivká. La amó porque tenía la semblanza espiritual de su querida madre Sará.
No obstante las diferencias entre las tres matriarcas, Sará, Rivká y Rajel –porque cada persona suele ser un universo por sí sola–, hay un hilo común que las une. Sará fue la fiel esposa que acompañó la labor pionera de su esposo Avraham, el iconoclasta que transformó el mapa espiritual de la Humanidad. Rivká, en cambio, reconoce que Yitsjak había sufrido una metamorfosis debido a la Akedá, por haber estado atado sobre un altar para ser sacrificado, se había convertido en un ser totalmente espiritual, alejado de lo mundano, inatento a las posibles intrigas y celos que suelen surgir entre hermanos. Rajel, en cambio, tuvo que competir con su hermana Leá y sus respectivas concubinas por las atenciones de Yaacov.
No obstante, existe un denominador común para las matriarcas: su preocupación por la continuidad del ideal monoteísta, preocupación que se traduce en una actuación positiva que asegure la transmisión de los principios de la fe.
Por ello, la vida de Sará sirvió de ejemplo para las siguientes matriarcas y aunque nuestro texto empieza con su fallecimiento, su influencia perduró más allá de su vida terrenal.
Muchas gracias Rab, excelente análisis. BH