Al llegar a Caracas con mi familia en 1967 noté que la dirigencia de la Unión Israelita de Caracas estaba en manos de gente muy dedicada y entregada al servicio comunitario, pero perteneciente a una generación mayor que la mía.
Pensando en la continuidad de la institución y tal vez para sentirme cómodo con gente contemporánea, cronológicamente hablando, reuní un grupo de jóvenes miembros de esta institución entre los cuales destacaron Silvia y Oscar Halfen.
Nos reunimos periódicamente en diferentes casas y entablamos amistad que duró decenios. Oscar y Silvia formaron parte de ese conjunto selecto que denominamos “Asociación de Jóvenes de la Unión Israelita”, agrupación conocida por sus siglas AJUIC. Muchos miembros de este grupo se incorporaron luego al quehacer comunitario y de esa manera aseguraron continuidad para la institución que sigue con brillo, incluso en esta época difícil para el Yishuv.
Oscar continuó con su interés social y llegó a ocupar con brillo la presidencia de la Unión Israelita, líder de la comunidad Ashkenazí que incorpora Sinagoga, Colegios, Cementerio, Beit Avot, en fin, un amplio menú de instituciones claves para el desarrollo de toda Kehilá.
La educación fue uno de los temas principales que abordó este grupo y logró cambios fundamentales para su mejoría y desarrollo.
Cabe destacar igualmente el rol fundamental que desempeñó el Estado de Israel en la vida comunitaria que incluyó apoyo económico, viajes de intercambio, visitas de los líderes políticos y religiosos fundamentales del joven Estado. Como presidente, Oscar fue el anfitrión para muchas de esas personalidades.
Lo anterior es importante pero el aspecto básico que destaco es la personalidad singular de Oscar. Fue un distinguido médico, pediatra de mis 3 hijos y amigo de décadas. Oscar era un hombre sincero, devoto, leal, patriarca de una tribu, junto con su querida Silvia, de hijos, nietos y bisnietos.
Oscar era un hombre de paz que buscó el denominador común para limar diferencias, miró a la sociedad con optimismo y con su conducta de alta moralidad y ética sentó ejemplo no tan solo para su familia sino para todos quienes tuvimos el honor de contarlo como amigo y consejero, en muchas oportunidades.
Oscar fue heredero de genes extraordinarios. Sus padres procrearon tres varones, dos médicos y un ingeniero, cada uno de ellos destacado en su profesión.
Conocí al abuelo materno conocido como “El Tote” que asistía a la sinagoga con regularidad y atendía diversos servicios religiosos.
La falta de Oscar se sentirá especialmente en el seno de su familia, pero también en los corazones de quienes lo admiramos y apreciamos por sus dones de gente. Y como muchos dicen, no solo era médico, era un MENCH.