Mi difunto padre, el rabino Abram Brener z’l, sirvió durante 30 años la comunidad judía de Lima, Perú. Fue su rabino, shojet y mohel. En aquellos días, final de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, la carnicería solo ofrecía carne Kasher de res. Mi padre había convertido en casa un espacio que anteriormente era usado como lavadero, como sitio para la Shejitá, el sacrificio ritual según las leyes de kashrut. En aquellos días, se compraba el ave vivo en un mercado para traerlo a mi casa. El padre de Alberto solía visitarnos, en ocasiones, acompañado por una mujer de servicio con los pollos. Era ocasión también para una tertulia, aunque a veces presente, no entendía la conversación. Pero sabía que mi padre estimaba al señor Galsky y lo calificaba como “kliger yid”, hombre inteligente, más aún como persona que entendía el meollo, la raíz responsable por algún efecto o evento.
Me fui del Perú en 1947 y no recuerdo detalles de esta familia, hasta el arribo de tres hermanos Galsky a Caracas. Esta familia había creado una industria pesquera muy importante en el Perú, país que que goza de abundancia de peces, en parte debido a la corriente El Niño que cursa lo largo de su costa. El cuarto hermano, Isaac z’l permaneció en Lima y se ocupó de la industria. Lamentablemente fallecido unos años atrás, había pasado por varias cirugías mayores y su cuerpo físico finalmente se rindió. Lo visité en Lima cuando invitado a celebrar una ceremonia religiosa para la familia de uno de mis amigos de infancia, y encontré a Isaac z’l rodeado de familia y sobre todo con un renombre de benefactor de muchas instituciones en Lima.
El hermano Salomon es un industrial de renombre en Caracas y recuerdo que en una ocasión cuando le pedí ayuda para la publicación de uno de mis libros, me respondió que lo haría ya que lo solicitaba, pero quería que sepa que le interesa más proyectos “vivos”, directamente con gente necesitada. Me quedó grabada la respuesta, pero continué con mis libros por considerar que también tenían valor.
El centro comunitario Hebraica en Caracas tiene un gimnasio que incorpora todos los instrumentos y aparatos necesarios para la promoción de la salud física que porta el nombre “Gimnasio Galsky” gracias a la generosidad de Clara, Alberto y Salomon Galsky
Por eso, no me sorprendió ver el patrocinio de la familia Galsky en el letrero de entrada a “K Space”, lugar de encuentro para solteros, que ofrece numerosos programas dirigidos exitosamente por el rabino Yossi Smierc que ya tiene en su haber varias docenas de “Shidujim”, parejas que contrajeron matrimonio que se conocieron por primera vez en “K Space”. Allí se ayuda a gente, a individuos que ansían conectarse con otras personas de carne y hueso, y acercarse a la tradición judía.
Llego por último al fallecido Alberto para señalar que el entorno, la herencia familiar moldeó su actuar. Pero eso es insuficiente. Alberto tenía características personales que considero excepcionales. Citaré un solo ejemplo. Soy testigo del caso de un miembro de la comunidad judía quien prestó atención especial a Alberto cuando llegó a Caracas. Alberto se encargó luego del pago de la educación de los hijos de este miembro de la comunidad que tenía recursos limitados. Pagó por sus viajes al exterior y le ayudó materialmente durante varios años en Miami. Cuando ese amigo estaba en ya en las últimas semanas de vida debido a una terrible enfermedad, Alberto se comunicó conmigo y sugirió que llamara al enfermo para darle ánimo de vida. Hice la llamada y quedé sorprendido por la reacción del enfermo quien me dijo que se sentía inmensamente alagado y honrado por mi llamada y que le había ofrecido ese día una dosis de esperanza. Me hizo pensar otra vez acerca de la importancia de extender un brazo fraternal, una palabra de aliento a otra persona, especialmente cuando el individuo siente que no ocupa un lugar de privilegio en la sociedad. Pensé que había hecho una mitzvá especial ese día con mi llamada. Pero la realidad es que Alberto fue quien solicitó esa llamada. Me hizo reflexionar que Alberto no tan solo apoyaba materialmente a ese individuo, tenía empatía por él, se situaba en su situación para preguntarse qué más podía hacer para aliviar el sufrimiento del enfermo. La mitzvá realmente le pertenecía a Alberto, yo solo había sido su “shalíaj” su emisario para realizar la buena acción.
En ocasiones, Alberto me llamaba para asistir al almuerzo semanal que ofrecía los martes, día en el cual reunía entre 20 y 30 amigos para una comida generosa y suntuosa en su oficina. No era solamente una experiencia culinaria. Invariablemente estaban presentes un par de rabinos para enseñar, para presentar una explicación sobre algún tema de la tradición o sobre la lectura semanal de la Torá. Rabí Jananyá ben Teradyón había dicho de acuerdo con la Mishná: “Si dos se sientan juntos y no hay un intercambio de palabras de Torá entre ellos, ésta se convierte en una reunión de burlones…, pero si intercambian palabras de Torá la Presencia Divina se posa sobre ellos…”. Qué maravilloso es tener la facultad de invitar la Presencia Divina. Alberto tenía esa facultad.
Construyó una magnífica casa en un área privilegiada de Miami y en varias ocasiones estuve presente para celebrar alguna fecha familiar. Pero siempre había rabinos presentes para invitar la Presencia Divina también con sus enseñanzas. No ostentaba lujos personales, pero tenía mano abierta para ayudar directamente a numerosas personas y causas que consideraba justas y que tendrían efecto sobre la educación y el bienestar de los más necesitados.
Salomon me dijo que Alberto no cuidaba con suficiente esmero su salud personal por más que lo estimulaba hacerlo. Claramente, daba mayor atención a las necesidades ajenas, con devoción por sus hijos, esposa y familia.
Nuestros patriarcas se distinguieron en ciertas áreas de manera individual: Avraham en guemilut jasadim, ayuda al prójimo; Yitschak en devoción y sacrificio; Yaacov en el estudio de la Torá. Alberto fue digno discípulo de Avraham, siempre pensó en mejorar la condición humana de otros, devoto y sincero con sus amigos, incentivó el estudio de la Torá.
Zijró baruj, su memoria es una bendición