Nuestros sabios postularon la existencia de diferentes niveles de comprensión de un texto, más aún cuando se trata de un texto sagrado. Por un lado está el mensaje claro y aparente del escrito, pero también se puede leer entre líneas y deducir intenciones adicionales. Un elemento fundamental de toda exégesis es la tradición oral, que arroja luces tradicionales y nuevas sobre el texto bíblico. A través de los tiempos se han añadido nuevas interpretaciones, algunas de ellas incentivadas por razones sociales y políticas de la época. Más aún, cada individuo tiene la potestad de interpretar y explicar el texto sagrado de acuerdo con su razonamiento y experiencia, desde luego, sin violar los principios fundamentales del judaísmo.
Los capítulos de esta semana contienen una descripción de la travesía de nuestros antepasados por el desierto. Está claro que la movilización de un par de millones de personas exigía una logística precisa. Tres campos concéntricos fueron utilizados cuando acampaban. El círculo exterior estaba ocupado por las diferentes tribus y el círculo medio por la tribu de Leví con sus tres divisiones internas y los Kohanim.
En el centro estaba el Mishkán, que servía de residencia de la Shejiná, la Presencia de Dios. La santidad del Mishkán irradiaba por todo el campamento.
La tumá, impureza ritual, era incompatible con la santidad del campamento que se nutría de la Shejiná. Por lo tanto, se excluía de su medio a los que se habían contagiado con alguna impureza. Se consideraron varias formas de impureza, siendo la más severa la del tsarúa, la persona que mostraba una erupción sobre la piel. Los jajamim interpretaron que tsaráat era una manifestación externa de un mal espiritual: lashón hará, la lengua malévola. Esta observación es acorde con la opinión que afirma que hay elementos espirituales que causan las enfermedades físicas.
Tal como muchos sostienen, existe una relación entre el ánimo, la salud emocional y la salud física. Este tsarúa no podía permanecer en el perímetro del campamento, tenía que permanecer fuera de él cuando se acampaba. Su condición contagiaba no sólo a través del contacto personal directo, sino que se transmitía por permanencia en la misma habitación.
El zav, la persona que presentaba emisiones de líquido –la menstruación o la emisión de semen, por ejemplo– podía permanecer en el campamento externo porque su contagio era menos intenso: se transmitía sólo a través del contacto directo o cuando se ocupaba un asiento que había sido utilizado por el zav.
La persona que había estado en contacto con un difunto también adquiría la condición de tumá, pero en este caso sólo estaba excluida del área del Mishkán. La Torá testimonia que nuestros antepasados se adhirieron estrictamente a esta reglamentación.
Durante la existencia del Beit HaMikdash, se cumplían estas mismas restricciones. Dado que el Beit HaMikdash ocupaba el lugar central del culto durante siglos, la “pureza espiritual” se convirtió en un elemento fundamental, porque la tumá impedía la participación en su entorno.
Empezamos nuestra breve exposición señalando que hay muchas maneras de interpretar el texto bíblico; sin embargo, se debe tener cuidado de no introducir elementos que no están presentes. En este caso, estamos frente a gezerat hakatuv, una regla, sin explicación, impuesta por el texto.
Sin embargo, podríamos reflexionar si acaso nos está enseñando la Torá una ley básica de la medicina.
Tal vez, la Torá nos está instruyendo que la santidad y la tumá son incompatibles. Cuando tomamos en cuenta que el pueblo judío fue seleccionado por Dios como Mamléjet Kohanim vegoi Kadosh, “un Reino de Sacerdotes y un Pueblo Sagrado”, nos instruye a ser muy celosos de cualquier comportamiento inmoral que pueda colidir con nuestro cometido fundamental.
Según la Torá, una sola persona que esté en un estado de impureza ritual puede contaminar todo el campamento.
Aparentemente, el mal se propaga con rapidez y no puede ningún acomodo con la perversidad. Según el texto de Tehilim, “Ohavei HaShem sinú ra”, quienes aman a Dios deben odiar el mal.