El mensaje final de Moshé se convierte en un discurso poético en nuestros capítulos semanales. Según Rambam, en algunos centros tradicionales, se solía cantar este himno al concluir los servicios religiosos diarios. El Talmud menciona que las seis estrofas de este himno eran cantados por los leviyim cuando se ofrecían los musafim, los sacrificios adicionales de las festividades en el Beit HaMikdash, el Templo de Jerusalén.
Nuestro texto comienza con el siguiente enunciado, haazinu hashamáyim vaadabera, vetishmá haáretz imrei fi, que quiere decir escuchad, oh cielos y hablaré, y oiga la tierra las palabras de mi boca. Según Rashí, el cielo y la tierra no constituyen imágenes de la expresión poética, sino que se convierten en los testigos reales de nuestro comportamiento. El cielo y la tierra sobreviven a los mortales y por lo tanto pueden dar testimonio sobre las actividades y la obra de las diferentes generaciones humanas. (De acuerdo con el midrash, el pueblo de Israel también es eterno, tal como lo son el cielo y la tierra). Más aún, el cielo y la tierra pueden ser los primeros en reaccionar frente a nuestro comportamiento. Si cumplimos las mitzvot, los cielos son generosos con la lluvia y la tierra nos ofrece sus frutos en abundancia. En caso contrario, el cielo y la tierra son los primeros en castigarnos al negarnos los elementos indispensables para la existencia.
El profeta Yeshayahu en su amonestación al pueblo utiliza los mismos términos. Shimú shamáyim vehaazini éretz, “escuchad, oh cielos, y apresta el oído, oh tierra”, exclama el profeta. Nuestros jajamim señalan que la palabra haazinu es utilizada por Moshé con referencia al cielo, mientras que Yeshayahu la emplea con relación a la tierra. Según el Sifrí existe una diferencia semántica. Haazinu implica escuchar de cerca, y tishmá se refiere a escuchar de lejos. Moshé que se encontraba cercano a lo Divino emplea el primer vocablo cuando se refiere a los cielos, pero Yeshayahu se encontraba más cercano a la tierra y por lo tanto el uso diferente de los vocablos.
En los albores de nuestra historia nacional estábamos más cercanos a las fuentes de nuestra tradición religiosa. El Talmud afirma que durante el período de yetziat mitzráyim, el éxodo de Egipto, una sirvienta vio un mayor despliegue y una revelación más clara de la divinidad, que Yejezkel en sus visiones proféticos. Moshé conversaba con Dios panim el panim, que quiere decir cara a cara. En el caso de los neviim, en cambio, el Creador aparece como un reflejo en un espejo, y para el profeta gentil Dios se presenta, casualmente, en un sueño. La utilización respectiva de la palabra haazinu por parte de Moshé y de Yeshayahu le sirve a nuestros jajamim como una ilustración de su interpretación de la historia humana. Con el pasar del tiempo, a su juicio, nos alejamos de lo celestial, y nos acercamos cada vez más a lo terrenal. Nos apartamos de lo espiritual y nos adosamos a lo material, en nuestra obsesiva compulsión por adquirir y poseer objetos.
En el mismo espíritu de nuestra reflexión anterior, Moshé exclama, vayishmán yeshurún vaivat, que quiere decir, Yeshurún (el pueblo de Israel) al engordar, se encabritó; shamanta avita kasita, vayitosh Elohá asahu, vayenabel tzur yeshuató, “al cubrirse de gordura abandonó a Dios, su Creador y se olvidó de la Roca de su salvación”. La abundancia material insensibiliza al individuo y lo ciega a las necesidades de otros. En efecto, la persona termina por opinar kojí veótzem yadí asá li et hajáyil hazé, que quiere decir por mi fortaleza y el poder de mi mano he logrado esta riqueza. Está claro, entonces, que la tarea pendiente es el golpe de timón que permita un cambio radical de rumbo, a fin de que empecemos a dirigir nuestras miradas hacia los valores espirituales, de acuerdo con las enseñanzas contenidas en la Torá. Probablemente, el ideal es encontrar el término medio que permita una apreciación del mundo material circundante (que es también el resultado de la creación Divina) y valorar lo que es trascendente y permanente, y lo que es celestial.
En la concepción de la tradición judía, la naturaleza responde al comportamiento moral humano. El desarrollo y el crecimiento de la vegetación no son la consecuencia de un proceso inconsciente y automático. El Midrash dice al kol ésev vésev omed alav malaj, que quiere decir que hay un ángel sobre cada brizna de césped que la impulsa a crecer. La moraleja es que nuestra conducta ética tiene repercusión e influye sobre el mundo que nos rodea. (La contaminación ambiental que enfrentamos en nuestros días es el resultado de la irresponsabilidad física y probablemente también tiene un ingrediente moral, que es el que nos ha hecho tomar conciencia de las graves consecuencias de nuestras acciones).
Moshé recurre a varias imágenes de la naturaleza en su mensaje de despedida. Yaarof kamatar likjí, “mi enseñanza caerá (sobre vosotros) como la lluvia”, es una de las primeras imágenes utilizadas. Tal como la lluvia no discrimina y derrama la misma cantidad de agua sobre cada superficie, de manera similar la Torá está al mismo alcance para todos. Comenta el Sifrí, ma matar jayim leolam, af divrei Torá jayim leolam, que quiere decir tal como la lluvia proporciona vida para el mundo, así también la Torá da vida al mundo. Tal como cuando no hay vida hay muerte, en la ausencia de la Torá, afloran la violencia y la intolerancia, la brutalidad y la destrucción. La alternativa al estudio de la Torá no es la ignorancia y la apatía. Donde no hay Torá, crecen y maduran la maldad y la depravación. Cada quien tiene la capacidad de valerse de esta fuente de vida que es la Torá y esto depende únicamente de su esfuerzo personal y de su perseverancia. Tal como una lluvia tenaz puede perforar la roca más sólida, así también el estudio constante amplía los horizontes, ablanda los corazones endurecidos y estimula nuestros sentimientos de identificación y simpatía por los menos afortunados.
Concluimos con una reflexión adicional sugerida por nuestro texto. La tradición judía exige la introspección, la búsqueda de razones internas para explicar cómo se desenvolvieron los sucesos. Según las enseñanzas de nuestros sabios, somos victoriosos en nuestros enfrentamientos con los enemigos, porque cumplimos con las mitzvot. Sufrimos las derrotas, por razón de nuestros pecados. De esta manera, por ejemplo, el Talmud explica que la destrucción del primer Beit HaMikdash se debió al hecho que no supimos separarnos completamente de la idolatría. Las fuerzas invasoras que destruyeron el Templo de Jerusalén, fueron el instrumento Divino para castigar al pueblo. Rambán, en cambio, sugiere que nuestro texto afirma que algunas naciones gentiles serán castigadas. Porque estas naciones no sólo sirven como un instrumento Divino, sino que persiguen y maltratan al pueblo judío porque éste es fiel a Dios y no por algún ocasional desvío del sendero correcto. Se deleitan en castigarnos por la arrogancia y por el odio profundo que sienten por quienes demostramos lealtad y fidelidad al mensaje Divino. Pero, continua Rambán, el proceso de la gueulá, que es la redención final, no se puede detener. Dado que existe esta promesa Divina de una gueulá eventual, tiene por fuerza que producirse un giro y un cambio de rumbo en nuestras vidas. El retorno a las raíces, representado por el concepto de la teshuvá, es el sendero obligatorio por el cual tenemos que eventualmente transitar.