Al igual que los capítulos anteriores, el tema central continúa siendo el Mishkán, el templo portátil que acompañará a los hebreos en el desierto y que servirá como un modelo para el futuro Beit HaMikdash, el Templo de Jerusalem. Mientras los textos previos enumeran los diferentes elementos necesarios para la construcción de esta Casa de Dios, la Torá detalla ahora la naturaleza del aceite utilizado para el encendido de la Menorá.
Sampson Raphael Hirsch apunta que el Mishkán en sí era insuficiente, tenía que ser complementado con su puesta en servicio a través del culto que allí se rendía. De manera similar, la promesa de la presencia de Dios en el Mishkán no estaba circunscrita a ese recinto, sino que Dios debía tener actualidad en todo el quehacer humano acorde con las Mitsvot, los instructivos Divinos comunicados en el monte Sinaí. El Mishkán adquirió relevancia a través del culto: el encendido de la Menorá que simboliza la claridad mental, producto del estudio de la Ley Divina recibida en Sinaí, mientras que el incienso que acompañaba los sacrificios señala que la ofrenda es recibida por Dios en el marco del “placer” espiritual. Aunque los Kohanim estaban encargados de los sacrificios, su primera tarea diaria era el cuidado y encendido de la Menorá, el símbolo de la luz que debe irradiar desde la Casa de Dios hacia la calle, del recinto sagrado hacia el mundo.
Las diversas vestimentas utilizadas por el Kohén también están descritas en el texto. El interés por la vestimenta se remonta a la primera pareja, que se esconde después de la desobediencia al instructivo Divino. ¿Acaso tomaron conciencia, por primera vez, de que estaban desnudos? Inicialmente se cubrieron con algunas hojas, probablemente provenientes del árbol del higo. ¿Qué parte del cuerpo cubrieron? ¿Acaso fueron los órganos reproductivos? La Torá enseña que Dios les confeccionó vestimentas que usualmente arropan el cuerpo, con la excepción de la cara y las manos. Partes del cuerpo que simbolizan las facultades creativas del ser humano. La cara como asiento de la creatividad intelectual y la destreza simbolizada por las manos en la ejecución material.
No se puede evitar pensar que la ropa sirve para proteger al ser humano de la intemperie. Sin embargo, cabe notar que las diferentes vestimentas de diferentes épocas también expresan el ingrediente estético y la sensibilidad artística. En el caso del Kohén, la vestimenta representaba valores espirituales específicos. Especialmente, la indumentaria del Kohén Gadol, que incluía los nombres de las doce tribus grabadas en piedras preciosas que portaba sobre el pecho y los hombros. Está clara la representatividad del colectivo que ello implica. Pero, al mismo tiempo, simbolizan la preocupación y el sentido de responsabilidad del Kohén Gadol por el bienestar espiritual del pueblo.
El Kohén Gadol portaba una tiara de oro sobre la frente que tenía escrita la frase Kódesh LaShem, para destacar que su vida debía estar “consagrada” al servicio de Dios. El sector de los Kohanim desempeñó un papel fundamental en el funcionamiento del Mishkán, que luego se transformó en el Beit HaMikdash. Cabe destacar, sin embargo, que el papel central del Kohén residía en el campo de la educación. En efecto, la totalidad de la tribu de Leví tenia que estar dedicada a la instrucción de las nuevas generaciones.
Cuando se contrasta la función primordial de la ropa en nuestros días, no podemos sino concluir que su razón de ser, aunque siempre en el campo de la estética, es destacar el cuerpo bajo el prisma de la sexualidad. Este hecho no es nuevo. Desde tiempos inmemoriales se observa la utilización de la vestimenta y el maquillaje como elementos integrales del cortejo entre los sexos. Dentro de ese marco, la Torá enseña que el ropaje del Kohén, especialmente del Kohén Gadol, tenía un propósito enteramente diferente. Su mundo no era la atracción carnal entre los sexos, ni la imposición de la autoridad por intermedio del garrote o el fusil.
La vestimenta del Kohén exteriorizaba su preocupación por la salud espiritual del pueblo y su dedicación a la enseñanza convertía en realidad esa preocupación.
Aunque el Kohén oficiaba como representante del pueblo ante Dios a través de los diferentes sacrificios que se ofrendaban en el Beit HaMikdash, la Torá también concibe el Korbán Todá y el Korbán Shelamim, sacrificios que demostraban la posibilidad del acceso directo del individuo al Creador como base fundamental de la fe monoteísta judía.