Respondiendo a la tendencia “natural” del hombre para apoderarse de las mujeres del enemigo como parte del botín de guerra, la Torá regula esta apetencia insistiendo que el hombre tiene que ver a la mujer cautiva cuando está despojada de las joyas y atractivos que antiguamente se solían utilizar para seducir a los enemigos. Todo ello de acuerdo a Rashí, quien argumenta que la suerte de ese matrimonio será la separación y, más aún, un Ben sorer umoré, un “hijo glotón y rebelde” será el producto de esta unión.
Incluso en este caso que representa solamente la satisfacción de un deseo carnal, una atracción física exclusiva en la cual no se percibe el ingrediente emocional, la Torá insiste en normalizar la unión entre el hombre y la mujer para la formación de un hogar. Porque el matrimonio, institución pivote de la sociedad, es una Mitsvá y tal como en el cumplimiento de otras Mitsvot, se recita un Berajá, una bendición que reconoce la presencia de Dios en las actuaciones de la persona. Porque incluso durante la práctica de las Mitsvot que el hombre podría validar a través del intelecto, sin la intervención Divina, aún en estos casos el judaísmo exige invocar la voluntad de Dios, porque la totalidad de nuestro comportamiento debe tener el sello Divino, la aceptación de Dios. En efecto, en este texto semanal también encontramos la noción del matrimonio entre el hombre y la mujer en el versículo Ki yikaj ish ishá, “cuando un hombre tome una mujer” que según el Talmud se refiere a la institución matrimonial.
A diferencia de otras Mitsvot, en el caso del matrimonio no se utiliza la formulación aceptada de la Berajá: Asher kideshanu beMitsvotav vetsinanu…, “nos santificó con sus Mitsvot y nos instruyó…”. En el caso del Lulav en Sucot, se agregan las palabras Al netilat lulav; o Al keviyat mezuzá, al colocar una mezuzá sobre una puerta. En el orden de las berajot del matrimonio deberíamos pronunciar Asher kideshanu beMitsvotav vetsivanu lakájat ishá, por ejemplo. O tal vez Lekadesh ishá, “para santificar una mujer”, de acuerdo con la palabra Kidushín, utilizada para hacer referencia al matrimonio.
Más aún, la Berajá que se utiliza incluye la prohibición de convivir con la mujer con la cual sólo se ha realizado el acto del compromiso (en realidad es una referencia a la primera etapa del acto matrimonial, que en los tiempos talmúdicos constaba de dos etapas). Jacob Gartner, de la Universidad Bar Ilán, cita al comentarista talmúdico Rosh y a otros exégetas que destacan que en el caso de la comida kasher, por ejemplo, no se menciona que Dios nos prohibió ciertos animales mientras que permitió otros. ¿Por qué se mencionan las relaciones prohibidas en la Berajá que santifica el matrimonio?
La respuesta de Rosh es que en este caso la Berajá no está directamente relacionada con la Mitsvá que se refiere claramente a la propagación de la especie humana. En el caso de la ceremonia matrimonial, la Berajá sirve para expresar Shévaj vehodayá, “agradecimiento y alabanza” al Señor.
Es un reconocimiento al Dios que nos enseñó a conducir la vida de manera diferente a las otras naciones de la época que simplemente se apoderaban de una mujer, considerada usualmente por el hombre como una parte de sus pertenencias.
Dado que la identidad y pureza espiritual del pueblo hebreo dependen de la santidad del matrimonio, la Berajá advierte que un comportamiento, tal como el convivir con la “prometida”, compromete la integridad del núcleo familiar que debe retener pureza para poder adquirir santidad.
En diferentes momentos de la historia, la sociedad ha ensayado otros tipos de enlace entre el hombre y la mujer, incluso la noción del no-enlace que implica una unión entre los sexos, sin compromiso de duración alguna. El hecho que el matrimonio tradicional ha superado diversos intentos de cambio, es una demostración adicional de que continúa siendo la base y el fundamento para la supervivencia de la especie humana.