La conquista de la Tierra Prometida tenía que incluir la destrucción de la idolatría, tanto los lugares utilizados para este propósito como los que practicaban la idolatría. El monoteísmo no podía convivir con la idolatría porque sus respectivas teologías son mutuamente excluyentes. Se debe destacar que la Torá se refiere a la época en la cual era indispensable la consolidación del monoteísmo, lucha que se mantuvo por un milenio hasta la destrucción del primer Beit HaMikdash.
El ideal monoteísta constituyó una revolución teológica e intelectual para la época y su aceptación tenía que pasar forzosamente por la eliminación de cualquier vestigio de idolatría. No se trata únicamente de suplantar una idea por otra, que en el fondo pertenecen al mismo género. Las diferencias entre estas dos visiones del Universo y de la Humanidad son diametralmente opuestas. Mientras la idolatría coloca al hombre a la merced del antojo de los dioses, el monoteísmo afirma que el Dios único, Creador del universo, ejerce su dominio a través de un conjunto de normas que reveló a la Humanidad. En el caso del monoteísmo no hay caprichos sino ley, la incertidumbre y la casualidad es sustituida por la causalidad y un conjunto de normas que conducen a la convivencia en sociedad.
Una de las Mitsvot o misiones que el pueblo tenía que cumplir durante el período de la conquista era construir la Casa de Dios, que debía ser erigida en el lugar que el Señor señalaría. Allí se crearía un Templo que sustituiría al Mishkán que acompañó a los hebreos durante su travesía por el desierto.
¿Por qué no identifica la Torá el lugar en el cual sería construido el Templo, sino que anuncia que Dios lo mostrará en su debido momento? Rambam ofrece varias razones para ello.
Primero, para que otras naciones no instalen un Templo sobre el monte Moriyá, que ya había sido consagrado por Abraham porque allí ató a su hijo Yitsjak sobre un altar como una ofrenda al Señor. Segundo, para que el sitio no sea destruido por quienes allí habitaban, sabiendo que sería señalado para la construcción del Beit HaMikdash. Tercero, para que las tribus no disputen la soberanía por ese lugar en el momento de la partición de la Tierra Prometida en doce sectores: uno para cada tribu de Israel. Mientras que las primeras dos razones hacen referencia a los pueblos que habitaban la región, la tercera tiene que ver con una posible debilidad del pueblo hebreo.
De acuerdo con Rambam, el pueblo hebreo tenía tres tareas que cumplir durante la conquista: nombrar un rey, eliminar la idolatría destruyendo a los descendientes de Amalek y construir el Beit HaMikdash. Aparentemente era necesario ungir primero al rey, porque alrededor de su figura podría consolidarse la nación y, al mismo tiempo, se impondría el orden para evitar cualquier posible conflicto entre las diferentes tribus.
Es oportuno destacar que los lugares elevados –los montes– siempre fueron preferidos por el culto a los dioses. Incluso en el judaísmo destacan los montes y las montañas en eventos cruciales. Dios le ordena a Moshé que ascienda al Har Nevó porque desde allí podrá ver la Tierra Prometida a lo largo y ancho y allí fallecerá. Aharón fallece sobre las alturas de Hor Hahar.
El evento fundamental de la historia del judaísmo que es la entrega de las Tablas de la Ley se realiza sobre el monte Sinaí. ¿Por qué no eligió Dios este monte para que se erigiera el Beit HaMikdash? El rabí de Kotzk responde que en el monte Sinaí, Dios otorgó la Torá al pueblo judío mientras que en el monte Moriyá el hombre le demostró su disposición al sacrificio supremo. En Sinaí, Dios entregó, en Moriyá el hombre entregó.
Al designar a Dios como Avinu Malkenu, reconocemos que Dios es nuestro padre, hecho que quedó demostrado en la historia a través de su intervención directa durante el período de la esclavitud egipcia. Lo que queda por demostrarse es la fidelidad del hombre para merecer la designación de ser identificado como hijo de Dios, fiel a los instructivos de la Torá, cuyo propósito fundamental es la creación de un entorno social que facilite la convivencia pacífica y constructiva, fraternal y solidaria entre todos los seres humanos.