La ciencia y la tecnología han hecho avances gigantezcos que explican muchos fenómenos y permiten enfrentar peligros que anteriormente eran imbatibles. Enfermedades han sido conquistadas, las rutas de los astros han sido descifradas, los procesos agrícolas han sufrido modificaciones que mejoran la calidad de los frutos de la tierra, todo está codificado y digitalizado. Pero súbita y periódicamente, la naturaleza deja de obedecer nuestras predicciones, ejerce una especie de libre albedrío para señalar que estamos lejos de dominarla, la comprendemos poco, no podemos anticiparla y por ello debemos respetarla.
Hago referencia al hecho que acabo de pasar unos días de relativa angustia en Miami con el huracán Irma cuyos amenazantes y destructivos vientos dejaron bien sentado quién lleva la batuta en el mundo. Con un diámetro que cuadruplicó el ancho de la península de Florida, Irma expulsó a millones de personas de sus hogares que tuvieron que buscar refugio, hizo destrozos por doquier y subrayó la fragilidad del ser humano
cuando enfrentado con la furia de la naturaleza. No menosprecio la preparación y respuesta de las autoridades, aplaudo las previsiones, los refugios que fueron rápidamente preparados, los voluntarios que ofrecieron sus servicios y la camaradería y sentimientos de hermandad que salieron a relucir. Hasta se podría pensar que valió la pena que se desatara una tormenta monumental para hacernos recordar que debemos protegernos y amarnos los unos a los otros. Pero por otro lado fue un despliegue de poder al cual no se lo podía poner freno, solo se podía enfrentar con resignación.
Cada calamidad resulta en un nuevo aprendizaje para confrontar peligros. Pero, no se debe olvidar que existen límites para la respuesta humana. Para algunos, la respuesta a estas situaciones debe ser, utilizarlas para comprender mejor los fenómenos naturales. Para otros destaca que estamos, en última instancia, en manos de Dios. En el caso de Irma, ¿qué causó que a último momento hubiera un giro pequeño pero muy significativo en su dirección? ¿Quién o qué dio ese toque de timón? Tal vez la experiencia de Irma y de otros eventos de naturaleza similar debe arroparnos con humildad, pero al mismo tiempo incentivar el estudio y la investigación de estos fenómenos. Dios nos dio la capacidad intelectual que debemos utilizar y desarrollar, pero nunca olvidar que esa habilidad tiene un origen Divino. Es Dios quien insufló las narices de Adán, el primer ser humano, con ciertas habilidades y aptitudes. O tal vez, le insufló una “Neshamá”, un alma, un elemento que lo conduce a tomar en cuenta la moral y la ética en su conducta.
Por ello debemos practicar “Veahavtá lereajá kamoja”: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. O tal vez, “Ama a tu prójimo, él es como tú”.