Nuestros capítulos contienen episodios que atentan intelectualmente contra la experiencia usual. Uno de ellos es la Pará Adumá, la “vaca bermeja” cuyas cenizas eran utilizadas en el proceso de Tahará, la purificación de las personas que se contaminaban por el contacto con un cadáver. El Talmud considera que, en la actualidad, el pueblo judío se encuentra en un estado de tumá, impureza que impide, por ejemplo, la construcción de un nuevo Beit HaMikdash. Nos encontramos ante un dilema: por un lado, necesitamos el Beit HaMikdash para ofrendar la Pará Adumá y poder purificarnos con sus cenizas; y por el otro, no se puede iniciar la reconstrucción de la Casa de Dios porque estamos en un estado de impureza que sólo puede solventarse utilizando las cenizas de una “vaca bermeja”.
Un caso diferente es el de la serpiente de cobre elaborada por Moshé. Ésta se usaba para salvar a quienes habían sido mordidos por las serpientes vivas que Dios envió como castigo por haber calumniado la tierra de Israel. Para ser curada, la persona debía mirar hacia lo alto de un poste, donde Moshé había colocado la serpiente. Atento a la obvia dificultad que presenta esta práctica de posible tinte idólatra, el Talmud resalta que se obligaba a las personas a elevar la vista, es decir, hacia lo celestial. Con ello, las personas reconocían el poderío de Dios, quien simbólicamente habita en las alturas celestiales. La serpiente de cobre no curaba, sino que obligaba a tomar conciencia sobre la Providencia de Dios, el único Ser que puede curar.
Og, rey de Bashán –quien entabló una batalla con nuestros antepasados en Edrei–, forma parte de otra incongruencia. Dios aseguró a Moshé que saldría victorioso del encuentro bélico tal como lo había hecho en el caso del enfrentamiento con Sijón, rey de los amoritas. ¿A qué se debía el temor particular de Moshé hacia Og? Porque se trataba de una criatura de dimensiones extraordinarias. Cuando Og se enteró de la dimensión del campamento hebreo, levantó una montaña de unas doce millas de circunferencia para aplastar a su enemigo. El Midrash sugiere que Dios envió unos saltamontes, los cuales perforaron la montaña de tal manera que ésta quedó reposando sobre los hombros del gigante, como un collar del que sobresalía su cabeza.
Muchos exégetas intentaron reinterpretar este episodio –entre ellos Rabí Shelomó Ibn Adéret, el Rashbá de Barcelona–, pues muchos cristianos utilizaron a este personaje fantástico en sus disputas públicas con el pueblo judío. Para algunos de estos intérpretes, Og es un personaje simbólico, en batalla constante con un enemigo de grandes proporciones, partícipe de una guerra que posiblemente se libra en una dimensión espiritual diferente.
Según el punto de vista de la Kabalá, expresado en el Séfer HaBajir, Og poseía el ot, la señal de la circuncisión que se le había practicado en el hogar del primer patriarca Abraham. Su poder no residía en sus dimensiones gigantescas, sino en la espiritualidad representada por el Brit que su cuerpo ostentaba.
Pero, ¿acaso todo lo que está escrito en la Torá o en el Talmud debe ser entendido de manera literal? Maimónides apuntó que, muchas veces, la Torá utiliza el antropomorfismo, cuando le atribuye cualidades corporales a Dios para facilitar el entendimiento del texto bíblico. Por ello, cuando laTorá dice que Dios sacó al pueblo hebreo de Egipto “beyad jazaká”, con “una mano fuerte”, no se debe concluir que Dios posee una mano, como todo ser humano. Por su parte, el Talmud ofrece recetas para algunos males que deben ser evaluadas de acuerdo con los descubrimientos de la medicina moderna. Cabe destacar que algunas de ellas continúan vigentes.
En este sentido, también podemos señalar el principio del Talmud que afirma que es preferible que la mujer viva en pareja. Tal afirmación tiene pertinencia en muchos casos de divorcio, porque se asume que el matrimonio es el estado preferido para una mujer. Sin embargo, algunas autoridades contemporáneas cuestionan este principio. Alegan que, en el mundo moderno, la mujer ocupa una posición muy diferente a la tradicional y, en algunos casos extremos, están dispuestos a otorgar un guet, un divorcio religioso sin la participación del marido. Para cuestionar el principio enunciado por el Talmud, se apoyan en diversos hechos: la mujer puede valerse por sí misma, ocupa puestos de gerencia al igual que el hombre, y por tanto, lo que en épocas pasadas era una realidad, hoy ya no lo es.
Mi maestro, Harav Yosef HaLeví Soloveitchik, argumentó enfáticamente en contra de esta evaluación. De acuerdo a Soloveitchik, la opinión de los jajamim no está basada en ninguna circunstancia social o histórica. “Tav lemeitav tan du”, como reza el principio ya mencionado, tiene que ver con su esencia existencial y fundamental. Una mujer no opta por la vida en pareja de acuerdo con un entorno social específico. Esa preferencia es, simplemente, una consecuencia de su naturaleza primordial.
Gracias, respetado y siempre bien recordado Rabino Brener. Interpretaciones esotéricas que superan la capacidad de entendimiento de gente “no muy entrenada”.