Estos capítulos describen la manera de hacer las diferentes ofrendas y cuál era el propósito o la función de cada una de ellas. Los numerosos detalles que se mencionan sirven para destacar que los Korbanot, los sacrificios, no constituían un culto oculto, un misterio que solamente los Kohanim conocían, hecho que proporcionaría a la casta sacerdotal algún poder velado sobre el colectivo.
Está claro que el Korbán era la razón básica para la construcción del Mishkán y del Beit HaMikdash en una época posterior. Por un lado, el Mishkán era la “residencia” Divina en la tierra; aunque la Torá insiste en que Dios no está restringido a un lugar geográfico específico, Dios reside Betojam, en medio del pueblo. Al mismo tiempo, el Korbán era el vehículo para el acercamiento del hebreo a la Divinidad.
Al ofrendar aprendía que toda relación significativa e importante exige colaborar y dar. De esta manera se incorporó al espíritu del pueblo el deber de compartir con el pobre y el menos afortunado.
La Torá menciona varias construcciones y edificaciones. En los primeros tiempos, en un intento de retar la soberanía de Dios, el hombre inició la construcción de una torre que serviría de punto de referencia para evitar que se dispersara la población, pero al mismo tiempo deseó alcanzar las alturas del cielo para entablar una lucha y, posiblemente, derrotar a la deidad.
Una segunda construcción tiene que ver con el intento del hombre de salvarse de la furia de la naturaleza: el arca de Nóaj le permitirá salvarse del diluvio. Esta vez, la construcción de la nave no es una acción del colectivo. Un individuo, Nóaj, reconoce que la sociedad ha llegado a un punto sin retorno, el irrespeto por la propiedad ajena se ha convertido en lugar común. Habiendo sido advertido de que Dios destruirá a la Humanidad, incluso al mundo animal, Nóaj emprende una construcción que le tomará ciento veinte años, tiempo suficiente para que quienes lo observen tengan la oportunidad de cambiar su comportamiento y evitar el desenlace fatal. La Tevá, el arca de Nóaj, simboliza el esfuerzo espiritual del individuo por sobreponerse al ambiente viciado que lo rodea, esfuerzo que se traduce en su alejamiento de la sociedad para centrar su interés en su persona y en el bienestar de sus seres más cercanos: esposa e hijos.
El Mishkán y los Korbanot representan una filosofía diferente. El Mishkán no es solamente el “hábitat” de Dios.
El Mishkán tiene las puertas abiertas para todo aquel que quiere compartir y ayudar al prójimo. De acuerdo con el profeta, el Beit HaMikdash es Ki Beití Beit Tefilá, yikaré lejol haamim, “Mi casa (el Beit HaMikdash) es una casa para la oración, una Casa para todos los pueblos”. Mientras que la Tevá de Nóaj representa la “propiedad privada”, el Mishkán es el “hogar de la comunidad”, incluso más allá de las fronteras del pueblo hebreo, de acuerdo con el pronunciamiento del profeta.
Se puede señalar una progresión en el sentir humano, comenzando con la Torre de Babel, que constituyó un intento de lucha contra la Deidad. Continúa con Nóaj, que opta por la redención individual en vista de que el resto de la Humanidad no desea seguir su ejemplo. Luego se arriba a una tercera etapa: el Mishkán que incluye al colectivo. Porque los sacrificios no eran la vía del acercamiento del Kohén a Dios. El Kohén era el oficiante, el delegado del pueblo, el Shalíaj tsibur. El sacrificio diario se realizaba en nombre de todo el pueblo, hecho que sale a relucir por la colecta de Majtsit Hashékel, la mitad de una moneda que tenían que aportar tanto el pobre como el rico, para crear un fondo que será utilizado la obtención del animal que deberá ofrendarse en nombre de la comunidad.
La progresión del desarrollo espiritual que representan el Arca de Nóaj y el Mishkán-Beit HaMikdash también se expresa en el hecho de que la primera construcción fue puntual, sirvió un propósito particular en un momento específico de la historia de la Humanidad. El Mishkán-Beit HaMikdash es una construcción “LeDorot”, que servirá por siempre, no obstante su ausencia temporal en el presente. Su razón de ser, la comunicación entre ser humano y Dios, está vigente y tiene validez en todo momento.
Aunque el Kohén era el oficiante principal, existía la posibilidad de hacer ofrendas individuales, tal como en el caso de los Shelamim, la ofrenda de la paz y agradecimiento.
La ausencia del Beit HaMikdash en los últimos dos milenios ha convertido la Tefilá, la oración, en instrumento para el acercamiento del hombre a Dios. En este caso, ya no se trata de una construcción física, porque incluso la sinagoga no es indispensable para entablar una “conversación” con Dios. La relación entre el hombre y la Divinidad se establece a través del sentimiento y la palabra, Bejol Makom, desde cualquier lugar y hora, parámetros que no están circunscritos a una coordenada geográfica.