Nuestros capítulos afirman que ékev, como consecuencia del cumplimiento de las Mitsvot, las ordenanzas Divinas, el Eterno velará por el Berit, el pacto que cerró con nuestros antepasados. Nuestro cumplimiento de las Mitsvot trae como resultado vaahevjá uverajejá vehirbejá, “y (Dios) te amará, te bendecirá y te multiplicará”. Señalamos que el concepto del amor está presente y mencionado varias veces, en este texto bíblico. En efecto, el vocablo amor juega un papel muy importante en un capítulo de lecturas anteriores que es muy notable por ser considerado como el pilar de nuestra fe. Hacemos referencia a Shemá Israel, al párrafo que comienza con la afirmación: “Escucha Israel, El Eterno, nuestro, Dios es Uno”.
En el idioma hebreo lishmoa, que quiere decir escuchar, significa en especial, entender y obedecer. De tal modo, Shemá Israel no es únicamente una invitación a escuchar una afirmación acerca de la unicidad Divina. Shemá nos dice que es necesario entender las implicaciones de esta unicidad de manera general en lo referente al universo, y en particular, a sus consecuencias sobre el comportamiento humano.
Por un lado, la unicidad de Dios nos lleva a concebir la posibilidad de un ordenamiento lógico en las estructuras y en las leyes que rigen el cosmos. La noción de la existencia de un creador y diseñador único del universo nos permite pensar que cada efecto tiene una causa. Esta concepción monoteísta se convierte en la génesis de la ciencia que explora y clasifica para encontrar una explicación convincente de los fenómenos de la naturaleza. Al mismo tiempo, el Dios único, es un factor de democracia dentro de la diversidad que encontramos en la especie humana. El mismo Creador es el responsable por la existencia de todos los seres sin excepción.
Una característica generalmente aceptada, de la tradición judía afirma que la acción es primordial. Ikar hamaasé, lo fundamental es la acción, reza un lema de nuestros Jajamim. En la tradición judía, la fe y la creencia no conducen necesariamente a la salvación. Es indispensable la práctica de las buenas acciones y la conducta honorable para ser merecedor del visto bueno religioso. Sin embargo, la importancia que se le otorga a la frase Shemá Israel nos sugiere que el mero escuchar es un desideratum moral. ¿Acaso no se considera que nuestra época sufre de sordera, porque no escucha el clamor de los menos afortunados?
El párrafo bíblico mencionado, Shemá Israel, afirma que la unicidad de Dios exige como consecuencia, veahavtá et HaShem Eloheja bejol levavjá…, “y amarás al Eterno tu Dios con todo tu corazón…. Claro que no se puede ordenar el amor hacia otra persona o hacia otro ser. Por definición, consideramos que la espontaneidad es la cualidad que define al amar genuino y, por tanto, no puede estar compuesto por un conjunto de sentimientos fabricados artificialmente o impuestos de manera obligatoria. Se puede llegar a veahavtá tal vez, como resultado de cierto comportamiento global y como una consecuencia de estar inmerso en vehaguita bo yomam valaila, en el estudio constante de la Torá, como una vía y un medio para un acercamiento al Creador.
Mi maestro Harav Yosef Dov Haleví Soloveitchik enseña que se dispone de cuatro vías para acercarse a Dios. A través de este medio el hombre transciende el abismo que separa lo infinito de lo finito. Estos caminos son: Talmud Torá, que es el estudio, ahavat HaShem, que es el amor a Dios, shemirat haMitsvot, que es el cumplimiento de las ordenanzas, y tefilá, que quiere decir la oración.
Si partimos de la premisa de que Dios lo sabe todo, Talmud Torá se convierte en un instrumento para acercarnos e identificarnos con Su conocimiento. Es una manera de establecer una frontera con el intelecto de Dios. Al estudiar, compartimos los conocimientos Divinos y efectuamos una fusión entre lo finito y lo infinito. Dios se revela a través de la naturaleza que es el cosmos y en el orden moral, que en el judaísmo es la Torá. La investigación del universo y una mejor comprensión de los parámetros éticos y morales, son una manera de apreciar y aprehender, aunque sin jamás llegar a comprender totalmente, la esencia de la Divinidad. La tradición judía ordena el estudio como el bien más preciado al enunciar Talmud Torá kenégued kulam, que el estudio de la Torá sobrepasa a todo (los otros actos virtuosos).
El amor a Dios, ahavat HaShem, tiene que ser la consecuencia de una vida que se rige por el cumplimiento de las normas ordenadas por la Divinidad. Una vida de Mitsvá sirve para que nuestras emociones y sentimientos se movilicen, para reconocer en toda experiencia y suceso la intervención benévola de la deidad. Ahavat HaShem es la irresistible respuesta interna a la aprehensión de la Presencia Divina en el universo, que es la que le da sustento y existencia al cosmos. En ausencia de Dios, la existencia y el ser son una imposibilidad.
El hombre sirve a Dios a través del ejercicio de su voluntad moral para llegar a decisiones de contenido ético. El propósito de la halajá, según Soloveitchik, es el de doblegar la voluntad del hombre a la voluntad de Dios. El propósito es buscar la relevación del hombre a un nivel espiritual, guiando sus impulsos e instintos biológicos para que tengan un contenido y una significación trascendentales. La meta de la Mitsvá es la transformación de lo mecánico y habitual en nuestras vidas, en acciones que se sitúan en el plano espiritual, de kedushat haguf, la santificación del cuerpo. En algunas otras religiones se considera que el cuerpo es corrupto e irredimible. En el judaísmo, en cambio, se busca la síntesis y la fusión entre cuerpo e intelecto para forjar al ser espiritual. Aunque Talmud Torá está dirigido esencialmente al intelecto, la Mitsvá, en cambio, involucra a todo el ser, para lograr la armonía y la integración entre cuerpo y mente.
Talmud Torá, ahavat HaShem y Mitsvá son actividades humanas que tienen el propósito de fomentar el acercamiento y el encuentro con la Deidad. Pero Tefilá tiene una característica adicional que es la existencia del interlocutor y de la reciprocidad. El ser humano eleva su plegaria a Dios, y Este le responde. (La respuesta también puede ser negativa, pero es una respuesta). En un sentido figurado el hombre asciende el monte de la oración y Dios desciende desde los cielos que encuentran a mitad de camino. Así reza la Biblia en el libro de Shemot, Vayéred HaShem al Har Sinai…, vayáal Moshé: “y Dios descendió sobre el Monte Sinaí…, y Moshé ascendió” (para que se produzca un encuentro entre ambos). La oración no es un monólogo sino un diálogo participativo. En Tefilá hay movimiento de parte de ambos, mientras que en las primeras modalidades mencionadas, el hombre es el ser activo y Dios es el ente pasivo.
La tradición judía califica a Dios como Shomea Tefilá, quien escucha la oración, porque sin el interlocutor, el rezo se convierte en un acto de auto sugestión y cesa de ser un diálogo. La profecía es una vía para la comunicación de Dios con el hombre (según Rambam, el naví, el profeta, es una persona de una gran preparación espiritual que le permite estar conectada al mensaje Divino). Los Anshei Knéset Haguedolá, los integrantes de “La Gran Asamblea”, instituyeron la plegaria, al término del período de la profecía, para poder continuar con la relación Divina, e iniciar un nuevo período en nuestra historia espiritual, esta vez en forma de diálogo. Aunque la oración tiene una dosis importante de Tejiná, que es la petición, su motivación primaria es el encuentro con la deidad.
Estas ideas están claramente expuestas y contenidas en las palabras de nuestro texto semanal, Veatá Israel ma HaShem Eloheja shoel meimaj, “y ahora Israel ¿qué requiere de ti el Eterno tu Dios”, ki im leyirá et HaShem Eloheja laléjet bejol derajav uleahavá otó, “sino que Le temas y sigas Sus caminos amándole”, velaavod et HaShem Eloheja bejol levavejá uvejol nafshejá, “y sirviéndole con todo tu corazón y con toda tu alma”. Lishmor et Mitsvot HaShem veet jukotav asher anojí metsavejá hayom, “cumpliendo Sus mandatos y preceptos que hoy te prescribo”, (porque el propósito básico y esencial de todo lo antedicho es) letov laj, “para tu bien”.