La tragedia y el silencio de Aharón

BEMIDBAR - Números I - IV,20

Dios ordena un censo al comienzo del cuarto libro de la Torá. Rashí nos hace recordar que esta es la tercera vez que se hace una cuenta. Por primera vez, se toma un censo del pueblo a la salida de Egipto. (La cifra mencionada de seiscientos mil adultos, sin contar niños y mujeres, fue motivo de una controversia con Ben Gurion que sostenía que la cifra era muy exagerada. En reciente visita a La Habana, Fidel Castro también cuestionó este número). Después del episodio del éguel hazahav, que es el becerro de oro que nuestros antepasados construyeron cuando Moshé tardó en descender del Monte Sinaí, también se hizo un censo. Y el censo de nuestros capítulos coincide con la construcción del Mishkán, que es el tabernáculo del desierto dedicado al culto Divino.

Desde el comienzo de nuestra aparición como pueblo en el escenario de la historia se nos dice que somos pocos en  número. En otros capítulos se nos califica como hameat mikol haamim, el pueblo con el número más reducido de habitantes. Por tanto, en nuestro período formativo nacional se nos enseña a valorar la calidad, a apreciar el mérito individual. Cada quien tiene que dar su aporte al desarrollo y contribuir al bienestar del grupo. La afiliación y la identificación se efectúa lemishpejotam, de acuerdo al origen familiar probablemente, todos los pueblos de la antigüedad, tienen raíces familiares y tribales; con el tiempo adquieren características nacionales. Pero en los tiempos actuales estamos presenciando el desgaste de esos orígenes, lo que se presenta como una falta de cohesión en el núcleo familiar. En la tradición judía los lazos familiares continúan siendo centrales y tal vez sea esta una razón adicional para  seleccionar episodios de la Torá sobre la vida conyugal de Avraham para la lectura bíblica de Rosh HaShaná, que es un día muy solemne en nuestro calendario.

La enumeración de las diferentes familias y del número de sus integrantes, incluye también a la tribu de Leví que no heredará tierras después de la conquista de Canaán. Los descendientes de Leví tienen que dedicar sus vidas al servicio del culto. Aharón que era el Kohén Gadol, tenía cuatro hijos, pero dos de ellos, Nadav y Avihú, mueren en un extraño episodio. La reacción de Aharón frente a la tragedia es cortante y enigmática, pero al mismo tiempo es aleccionadora y merece nuestra reflexión.

En capítulos anteriores se recoge la reacción de Aharón con la palabra vayidom, un silencio resignado. Las posibles respuestas frente al desastre y a la muerte suelen ser variadas. Hay quienes responden con violencia y rebeldía frente al castigo impuesto a un hijo inocente. ¿Y dónde encontrar un padre que no considere inocente a su hijo? ¿Quién hubiera podido, entonces, criticar a Aharón, en este caso, por su posible cuestionamiento de la justicia Divina?

El Talmud relata que dos hijos de Rabí Meir fallecieron en el transcurso de un día Shabat. Su esposa Beruria le ocultó lo ocurrido. Al término del día sagrado, Beruria le planteó la siguiente pregunta a su esposo. Hace unos años, alguien nos encomendó guardarle un tesoro. Dado que había pasado mucho tiempo sin reclamárnoslo, llegamos a considerar que el tesoro era realmente nuestro. Pero hoy vino el dueño a reclamar su encomienda. ¿Qué debí hacer? cuestionó Beruria. La respuesta de Rabí Meir fue inmediata e inequívoca. Debiste devolver el tesoro, afirmó. Entonces Beruria introdujo a su esposo a la recámara donde yacían los cuerpos de los dos hijos fallecidos. Años atrás, dijo Beruria, Dios nos encomendó estos dos tesoros y hoy vino a reclamarlos.

La racionalización de Beruria se puede catalogar como un Tsiduk hadín que es un testimonio de la Justicia Divina. El bajo perfil de la reacción de Aharón, en cambio, no tiene que considerarse necesariamente como una aceptación espontánea e irreflexiva del severo veredicto. Shetiká kehodaá dami, el silencio es una demostración de consentimiento, cuando existe una alternativa contraria que puede negar la situación. Pero cuando el ser humano se ve imposibilitado de alterar el curso de los hechos, el silencio también puede interpretarse de diferentes maneras. Personalmente, encuentro en el silencio de Aharón la semilla de una seria crítica al fallo celestial. Es un silencio activo y violento, que oculta ira y furia reprimidas. Es un silencio de resignación, debido a la impotencia del ser humano para enfrentarse al Ser supremo. Es una protesta por la desigualdad intrínseca existente entre los participantes en el torneo de la vida. Es una reacción similar a la del talmid jajam en un campo de concentración que rehusó comer. No quiero comer porque no quiero recitar una berajá, una bendición de agradecimiento a Dios, exclamó. No conocía un lenguaje adecuado para cuestionar y reclamarle a Dios, pero tampoco estaba dispuesto a justificar Su ocultación y Su ausencia en los momentos más trágicos de la historia de nuestro pueblo.

La muerte de un hijo nos obliga a analizar nuestro rol como padres. ¿Podía acaso Aharón dejar de cuestionarse acerca del papel que había desempeñado como maestro y como modelo para sus hijos? ¿Dónde y en qué residía su falla como padre?  No podía fácilmente, librarse del fuerte sentimiento de culpa por lo acontecido, por no haberlo anticipado para prevenirla. El silencio de Aharón manifiesta, tal vez, su indeclinable decisión de hacerse un profundo cuestionamiento acerca de la relación con sus hijos.

Pregunta: ¿por qué no es el liderazgo hereditario? Cualquier respuesta tiene que tomar en consideración el hecho de que la persona que dedica el grueso de su atención y de su interés al bienestar de la comunidad, generalmente desatiende las necesidades, desconoce las angustias e ignora las inquietudes de sus familiares cercanos. El vayidom de Aharón es un silencioso retraerse a su propio yo y un contraerse en su fuero interno con el propósito de hacer ese examen sobre el alcance de quien probablemente no cumplió con sus responsabilidades como padre.

El vayidom de rebeldía y de protesta inicial por la tragedia sufrida da curso, eventualmente, al vayidom de resignación y al vayidom del reconocimiento de las limitaciones del intelecto humano para comprender el Tsiduk hadín, lo infinito y absolutamente correcto de la Justicia Divina. En la cúspide de una trayectoria de liderazgo y el poder que éste supone, vayidom constituye la necesaria redimensión de una estatura humana inflada y de una exagerada auto estima frente a la incomprensión por la súbita muerte de un hijo.

Zushe se encontraba en el lecho de muerte y sus discípulos notaron su tristeza próxima a la desesperación. Siempre nos has enseñado que hay que reunirse en alegría con el Creador, dijeron los que estaban a su alrededor. Después de todas las mitsvot que cumpliste en esta vida, seguramente te espera un lugar privilegiado en el Olam Haemet, que es el mundo de la verdad absoluta, alegaron sus discípulos. Pero Zushe respondió que su temor no era porque se le iba a exigir el no haber igualado al Patriarca Avraham o a cualquier otro de los gigantes espirituales que dejaron impresa su personalidad sobre nuestro carácter espiritual. La preocupación de Zushe se centraba en que sentía que no había sido consecuente con sus propias habilidades, que no había realizado su propio potencial. En los momentos realmente trascendentales de la vida, vayidom es un reconocimiento de haber fallado en nuestro potencial. Vayidom nos obliga a admitir lo limitado y lo reducido del alcance de nuestro pensamiento frente a sheeilot hanétsaj, las preguntas cuyas respuestas están en una eternidad que está más allá de nuestra perspectiva humana y mortal.

La muerte de Nadav y Avihú abre un nuevo capítulo en la vida de Aharón. De ahora en adelante lo acompañará probablemente la duda y pierde algo de la seguridad en sí mismo, que es indispensable para el liderazgo y da cabida a numerosos cuestionamientos. La promesa de un Más Allá que envuelve a los allí residentes en una paz eterna sirve de consuelo limitado por el destino de las almas de los hijos fallecidos. Pero los padres sobrevivientes renuncian a parte de la joie de vivre, del deseo y gusto por la vida y se refugian progresivamente, cada vez más, en vayidom, el silencio que realmente es la evasión y la decisión de no enfrentar la trágica realidad de la muerte.

EL ESPACIO ESPIRITUAL

Parashá BAMIDBAR

Or Hajayim, penetrante comentarista de la Torá, cuestiona el orden que se encuentra en el principio del texto bíblico que declara que Dios habló con Moshé en el desierto de Sinai, en el Óhel Moed, la “Carpa de reunión”, en el primer día del segundo mes del segundo año después del éxodo de Egipto. De acuerdo al estilo usual de la Torá, esto implicaría que el desierto se encuentra dentro de la carpa de reunión y la realidad es lo contrario: el Óhel Moed estaba en el desierto. Porque la Torá generalmente menciona un lugar específico que luego ubica dentro de un contexto general.

De acuerdo con los jajamim, el Óhel Moed era un lugar excepcional porque los seiscientos mil hebreos que habían salido de Egipto cabían entre los dos extremos del Arón que guardaba las dos Tablas de la Ley, que a su vez estaba dentro de esa “Carpa de Reunión”. Esto quiere decir que aunque el Óhel Moed estaba en el desierto, desde cierto prisma, era más vasto que el lugar que lo albergaba. El Óhel Moed tenía una capacidad ilimitada. El desierto es grande, enorme; pero el Óhel Moed es ilimitado.

Yosef Kalatsky cita el ejemplo de Radin, Polonia, la aldea donde nació y vivió Rabí Israel Meir HaCohen Kagan, conocido como Jafets Jayim, el célebre erudito autor de Mishná Berurá. Esta aldea no aparece en un mapa de Europa donde se pueden ubicar de manera prominente las grandes capitales tales como París, Londres, Madrid, etc., porque físicamente es muy pequeña. Sin embargo, en un mapa judío espiritual, Radin luce más imponente que las capitales, debido al aporte intelectual de este sabio. De acuerdo con el espacio físico, Radin lucía insignificante, pero cuando el parámetro para la medida era el valor espiritual, esta aldea destellaba.

Reb Jayim de Volozhin, abuelo de mi maestro J. B. Soloveitchik, comenta la Mishná en Pirkei Avot que afirma que el mundo está anclado sobre tres principios: Torá, el estudio y cumplimiento de las Mitsvot; Avodá, el servicio a Dios que en la actualidad se cumple a través de la Tefilá, la oración; y Guemilut Jasadim (las acciones de benevolencia y solidaridad con el prójimo). Está claro que no existe límite alguno para el cumplimiento de estos tres principios fundamentales. La noción de haber estudiado suficiente Torá es obviamente errónea. El estudio no tiene límite, lo mismo que la plegaria y las buenas acciones.

Reb Jayim cuestiona: ¿Cómo puede una persona de escasos recursos cumplir con Guemilut Jasadim a cabalidad, cuando sus posibilidades económicas son muy limitadas? Cita al Talmud, que testimonia que una Voz Celestial emanó desde Sinai que afirmó que el mundo se sostiene “debido al mérito de Mi hijo Rabí Janiná ben Dosá”. El Talmud también relata que Janiná era sumamente humilde y pobre, se mantenía de Shabat a Shabat con una simple verdura. Dada su carencia de recursos económicos, ¿Cómo podía Janiná cumplir con el principio básico de Guemilut Jasadim?

Reb Jayim responde que según el Talmud, la existencia del mundo es una función de la rectitud, santidad y mérito de Janiná. De tal manera que los grandes filántropos debían sus fortunas a la conducta ejemplar de Janiná, porque su comportamiento era la razón para que el mundo fuese una realidad. De cierto modo, Janiná permitió la práctica de Guemilut Jasadim de todos.

El cuarto tomo de la Torá que inicia nuestro texto incluye un censo del pueblo judío. En el lenguaje de la Torá se debe contar las “cabezas” para llegar a la cifra final y la “cabeza” contiene al cerebro humano, el cual a través de las ideas y pensamientos, experiencias y vivencias que almacena, identifica al individuo y lo diferencia de otras personas.

Mientras el censo matemático cuantifica el número, un censo espiritual revela la sensibilidad y lealtad, moralidad y valores, y sobre todo toma en cuenta a la persona, su sinceridad y aspiraciones individuales.

SE FORJA UN PUEBLO

BEMIDBAR

El cuarto libro de la Torá comienza con el censo del pueblo, el conteo de la gente para señalar que el colectivo está compuesto por individuos y que la efectividad de la comunidad es una función de la salud social y emocional de sus integrantes.

Además, muchas Mitsvot dependen de la relación entre la persona y el prójimo. ¿Cómo se puede practicar Jésed, una de las características Divinas que el ser humano debe emular? Se requiere de “otro”, de un amigo o conocido, un extraño o forastero, para cumplir con la tarea fundamental de ser solidario con las necesidades del prójimo.

Cuando el futuro Rebe de Kotzk era un niño y estaba estudiando el Jumash con su maestro, un día formuló el siguiente cuestionamiento: si es que nuestros antepasados recibían a diario una porción del Maná que caía del cielo y, por lo tanto, nunca sufrieron hambre en el desierto, ¿cómo practicaron la Tsedaká, ya que todos tenían suficiente comida?

Una alusión al hecho de que el pobre proporciona la oportunidad para compartir el pan sensibiliza a quienes tienen más para ayudar al prójimo.

Bemidbar quiere decir en el desierto. Aparentemente, Dios consideró que era indispensable para la formación de la nación hebrea que sus miembros pasaran primero por un largo período de esclavitud, para que pudieran identificarse con los oprimidos y perseguidos en la sociedad. De esta manera se sensibilizarían frente al sufrimiento y el dolor. Al mismo tiempo fue necesaria una extensa travesía por el desierto, donde no hay siembra ni cosecha, para que tomaran conciencia de su dependencia de Dios. Aunque los egipcios les habían prestado y regalado oro y piedras preciosas antes de su salida de Egipto, estos tesoros no podían ser utilizados para mitigar el ambiente inhóspito del desierto. En ambos casos, el carácter del pueblo se fortaleció y nutrió por la adversidad, por el ingenio que tuvieron que utilizar para superar los problemas del día a día. Cada uno se alimentaba con el mismo Maná y bebía de las mismas fuentes de agua, no había distinción entre ricos y pobres. Todos dependían igualmente de Dios.

Las leyes y las normas generalmente son el resultado de un proceso evolutivo. Las costumbres se convierten en tradiciones que, a su vez, en cierto momento adquieren la estructura de un código formal. Tal vez por ello Dios entregó la Torá en el desierto, lugar en el cual no podía haber ese cúmulo de experiencias que luego fueron plasmadas en un documento legal. O sea que la Torá no es el resultado de las experiencias históricas de una sociedad, sino la expresa voluntad de Dios.

La causa y razón del tradicional sentimiento de solidaridad que existe entre los integrantes del pueblo hebreo –hecho que ha seguido vigente a través de la historia hasta el presente– tiene sus raíces en la experiencia común de la esclavitud, donde el capataz egipcio era el enemigo común.

De manera similar, el ambiente hostil del desierto, la falta de agua y la amenaza constante de los diferentes grupos violentos que allí habitaban, obligó al hebreo a unir filas con el prójimo, a superar las diferencias debido al peligro que amenazaba por igual a todos. El censo sirvió para identificar el número de varones disponibles para la defensa y los diferentes trabajos, pero sobre todo permitió que aflorara un mayor sentimiento de solidaridad entre los hebreos.

Más allá del peligro común y el destino compartido en el desierto, se creó la unidad en el seno del pueblo a través de la enseñanza de la Torá que compartían y el comportamiento que ello implica. Así interpreta Rashí el versículo que reza Vayijan en lugar de Vayajanú, el singular en lugar del plural, para destacar que cuando los hebreos acamparon al pie del

Sinaí, el pueblo se sintió unido como uno solo, en el singular, porque tomaron conciencia de su futuro común.

LOS LIBROS DE LA TORÁ

Parashá BEMIDBAR

La historia judía es el relato del encuentro del pueblo hebreo con Dios y la relación mutua entre las partes conocida como el berit, el pacto que Dios entabló inicialmente con los patriarcas y luego con el pueblo en su totalidad en el monte Sinaí. Bereshit, el primer libro de la Torá, describe la naturaleza del berit que Dios selló con los patriarcas, cuyas vidas describen cómo se constituyó la familia en el eje fundamental tanto del pueblo judío como de su credo.

El segundo libro, Shemot, destaca la relación de Dios, esta vez no con extraordinarias individualidades tales como los patriarcas, sino con el pueblo en su totalidad. Se nota la transformación de una fe de familia o tribal en la evolución hacia una comunidad que se relaciona con Dios. Esta relación con Dios afirma que el pueblo hebreo tiene que ser Am kadosh: un pueblo consagrado al servicio de Dios, a hacer conocer al Creador entre las naciones y el comportamiento moral que ello exige para que la historia de la Humanidad apunte a una etapa idílica, la era mesiánica, cuando la armonía y el entendimiento sean una realidad en la convivencia humana.

Al mismo tiempo, Dios se compromete a proteger al pueblo hebreo, tal como lo hizo en Egipto cuando los liberó de la esclavitud.  La relación entre pueblo y Dios se concreta en el enunciado de los Diez Mandamientos, carta fundamental del berit. Las instrucciones acerca del Mishkán sirven para profundizar la relación que tendrá también un símbolo concreto para la permanencia de Dios en el seno del pueblo, tal como reza la Torá: Veasú li Mishkán veshajantí betojam, “y me erigirán un Tabernáculo y residiré entre ustedes”.

El tercer libro, Vayikrá, describe el proceso asociado con el korbán, el sacrificio que permitirá que el pueblo manifieste su gratitud al Creador. Tal como indica la raíz de la palabra Korbán, el sacrificio es un medio para el acercamiento a Dios, para entablar un diálogo no verbal con el Creador.

Además, varios capítulos están dedicados a la enumeración de un conjunto de leyes que no están directamente enunciadas en los Diez Mandamientos, pero que tienen un gran contenido social. Tal vez el capítulo que le exige al pueblo ser kedoshim, convertirse en sacro y permanecer apartado del gentío que desconoce la responsabilidad moral y la conducta ética, caracterizan más que cualquier otro factor el parámetro distintivo del pueblo judío.

El berit también incluyó la promesa de conducir al pueblo a la Tierra Prometida y es allí donde concluye el relato de la Torá. Moshé conduce al pueblo hasta la frontera de Israel y entrega el mando a Yehoshúa, que capitaneará la conquista de esta tierra. Pero este relato pertenece a la segunda parte del Tanaj: los Neviim, y en particular a los libros Yehoshúa, Shoftim y Shemuel I y II.

La historia judía es el relato del incumplimiento del berit por ambas partes, porque todo berit es una relación recíproca. Pasarán muchos siglos después de la conquista de la Tierra Prometida para que el pueblo se despoje de la idolatría y se acoja a las admoniciones de los profetas que los señalaban de ser desleales, tal como una mujer que traiciona a su marido. La ingratitud a Dios simbolizada por la presencia de la idolatría nunca se hizo presente en el segundo Beit HaMikdash, pero esta vez la envidia y la enemistad sin causa condujeron a su destrucción y al exilio que tiene ahora la opción de concluir gracias al establecimiento de Medinat Israel.

Bemidbar describe las peripecias de la travesía por el desierto, la rebelión de Kóraj, el episodio de los Meraglim, los espías que produjeron un informe negativo sobre la imposibilidad de conquistar la tierra que Dios les había prometido.

Nuestros capítulos empiezan con el censo del pueblo, dividido en tribus que se mantendrán con cierta independencia hasta los días del profeta Shemuel, que los transforma en un pueblo con un proyecto y un programa nacional.

La tragedia y el silencio de Aharón

BEMIDBAR - Números I - IV,20

Dios   ordena un censo al comienzo del cuarto libro de la Torá. Rashí nos hace recordar que esta es la tercera vez que se hace una cuenta. Por primera vez, se toma un censo del pueblo a la salida de Egipto. (La cifra mencionada de seiscientos mil adultos, sin contar niños y mujeres, fue motivo de una controversia con Ben Gurion que sostenía que la cifra era muy exagerado). Después del episodio del éguel hazahav, que es el becerro de oro que nuestros antepasados construyeron cuando Moshé tardó en descender del Monte Sinaí, también se hizo un censo. Y el censo de nuestros capítulos coincide con la construcción del Mishkán, que es el tabernáculo del desierto dedicado al culto Divino.

Desde el comienzo de nuestra aparición como pueblo en el escenario de la historia se nos dice que somos pocos en número. En otros capítulos se nos califica como hameat mikol haamim, el pueblo con el número más reducido de habitantes. Por tanto, en nuestro período formativo nacional se nos enseña a valorar la calidad, a apreciar el mérito individual. Cada quien tiene que dar su aporte al desarrollo y contribuir al bienestar del grupo. La afiliación y la identificación se efectúa lemishpejotam, de acuerdo al origen familiar probablemente, todos los pueblos de la antigüedad, tienen raíces familiares y tribales; con el tiempo adquieren características nacionales. Pero en los tiempos actuales estamos presenciando el desgaste de esos orígenes, lo que se presenta como una falta de cohesión en el núcleo familiar. En la tradición judía los lazos familiares continúan siendo centrales y tal vez sea esta una razón adicional para seleccionar episodios de la Torá sobre la vida conyugal de Avraham para la lectura bíblica de Rosh HaShaná, que es un día muy solemne en nuestro calendario.

La enumeración de las diferentes familias y del número de sus integrantes, incluye también a la tribu de Leví que no heredará tierras después de la conquista de Canaán. Los descendientes de Leví tienen que dedicar sus vidas al servicio del culto. Aharón que era el Kohén Gadol, tenía cuatro hijos, pero dos de ellos, Nadav y Avihú, mueren en un extraño episodio. La reacción de Aharón frente a la tragedia es cortante y enigmática, pero al mismo tiempo es aleccionadora y merece nuestra reflexión.

En capítulos anteriores se recoge la reacción de Aharón con la palabra vayidom, un silencio resignado. Las posibles respuestas frente al desastre y a la muerte suelen ser variadas. Hay quienes responden con violencia y rebeldía frente al castigo impuesto a un hijo inocente. ¿Y dónde encontrar un padre que no considere inocente a su hijo? ¿Quién hubiera podido, entonces, criticar a Aharón, en este caso, por su posible cuestionamiento de la justicia Divina?

El Talmud relata que dos hijos de Rabí Meir fallecieron en el transcurso de un día Shabat. Su esposa Beruria le ocultó lo ocurrido. Al término del día sagrado, Beruria le planteó la siguiente pregunta a su esposo. Hace unos años, alguien nos encomendó guardarle un tesoro. Dado que había pasado mucho tiempo sin reclamárnoslo, llegamos a considerar que el tesoro era realmente nuestro. Pero hoy vino el dueño a reclamar su encomienda. ¿Qué debí hacer? cuestionó Beruria. La respuesta de Rabí Meir fue inmediata e inequívoca. Debiste devolver el tesoro, afirmó. Entonces Beruria introdujo a su esposo a la recámara donde yacían los cuerpos de los dos hijos fallecidos. Años atrás, dijo Beruria, Dios nos encomendó estos dos tesoros y hoy vino a reclamarlos.

La racionalización de Beruria se puede catalogar como un Tsiduk hadín que es un testimonio de la Justicia Divina. El bajo perfil de la reacción de Aharón, en cambio, no tiene que considerarse necesariamente como una aceptación espontánea e irreflexiva del severo veredicto. Shetiká kehodaá dami, el silencio es una demostración de consentimiento, cuando existe una alternativa contraria que puede negar la situación. Pero cuando el ser humano se ve imposibilitado de alterar el curso de los hechos, el silencio también puede interpretarse de diferentes maneras. Personalmente, encuentro en el silencio de Aharón la semilla de una seria crítica al fallo celestial. Es un silencio activo y violento, que oculta ira y furia reprimidas. Es un silencio de resignación, debido a la impotencia del ser humano para enfrentarse al Ser supremo. Es una protesta por la desigualdad intrínseca existente entre los participantes en el torneo de la vida. Es una reacción similar a la del talmid jajam en un campo de concentración que rehusó comer. No quiero comer porque no quiero recitar una berajá, una bendición de agradecimiento a Dios, exclamó. No conocía un lenguaje adecuado para cuestionar y reclamarle a Dios, pero tampoco estaba dispuesto a justificar Su ocultación y Su ausencia en los momentos más trágicos de la historia de nuestro pueblo.

La muerte de un hijo nos obliga a analizar nuestro rol como padres. ¿Podía acaso Aharón dejar de cuestionarse acerca del papel que había desempeñado como maestro y como modelo para sus hijos? ¿Dónde y en qué residía su falla como padre? No podía fácilmente, librarse del fuerte sentimiento de culpa por lo acontecido, por no haberlo anticipado para prevenirla. El silencio de Aharón manifiesta, tal vez, su indeclinable decisión de hacerse un profundo cuestionamiento acerca de la relación con sus hijos.

Pregunta: ¿por qué no es el liderazgo hereditario? Cualquier respuesta tiene que tomar en consideración el hecho de que la persona que dedica el grueso de su atención y de su interés al bienestar de la comunidad, generalmente desatiende las necesidades, desconoce las angustias e ignora las inquietudes de sus familiares cercanos. El vayidom de Aharón es un silencioso retraerse a su propio yo y un contraerse en su fuero interno con el propósito de hacer ese examen sobre el alcance de quien probablemente no cumplió con sus responsabilidades como padre.

El vayidom de rebeldía y de protesta inicial por la tragedia sufrida da curso, eventualmente, al vayidom de resignación y al vayidom del reconocimiento de las limitaciones del intelecto humano para comprender el Tsiduk hadín, lo infinito y absolutamente correcto de la Justicia Divina. En la cúspide de una trayectoria de liderazgo y el poder que éste supone, vayidom constituye la necesaria redimensión de una estatura humana inflada y de una exagerada auto estima frente a la incomprensión por la súbita muerte de un hijo.

         Zushe se encontraba en el lecho de muerte y sus discípulos notaron su tristeza próxima a la desesperación. Siempre nos has enseñado que hay que reunirse en alegría con el Creador, dijeron los que estaban a su alrededor. Después de todas las mitsvot que cumpliste en esta vida, seguramente te espera un lugar privilegiado en el Olam Haemet, que es el mundo de la verdad absoluta, alegaron sus discípulos. Pero Zushe respondió que su temor no era porque se le iba a exigir el no haber igualado al Patriarca Avraham o a cualquier otro de los gigantes espirituales que dejaron impresa su personalidad sobre nuestro carácter espiritual. La preocupación de Zushe se centraba en que sentía que no había sido consecuente con sus propias habilidades, que no había realizado su propio potencial. En los momentos realmente trascendentales de la vida, vayidom es un reconocimiento de haber fallado en nuestro potencial. Vayidom nos obliga a admitir lo limitado y lo reducido del alcance de nuestro pensamiento frente a sheeilot hanétsaj, las preguntas cuyas respuestas están en una eternidad que está más allá de nuestra perspectiva humana y mortal.

La muerte de Nadav y Avihú abre un nuevo capítulo en la vida de Aharón. De ahora en adelante lo acompañará probablemente la duda y pierde algo de la seguridad en sí mismo, que es indispensable para el liderazgo y da cabida a numerosos cuestionamientos. La promesa de un Más Allá que envuelve a los allí residentes en una paz eterna sirve de consuelo limitado por el destino de las almas de los hijos fallecidos. Pero los padres sobrevivientes renuncian a parte de la joie de vivre, del deseo y gusto por la vida y se refugian progresivamente, cada vez más, en vayidom, el silencio que realmente es la evasión y la decisión de no enfrentar la trágica realidad de la muerte.