¿Quién tiene la última palabra? – Responsabilidad moral y lucidez

BEHAR -Levítico XXV - XXVI,2 - BEJUKOTAI Levítico XXVI,3 - XXVII

El título de nuestro capítulo hace referencia al Monte Sinaí donde Moshé recibió las instrucciones específicas acerca de la ley de shemitá, el descanso obligado de las tierras cada siete años. Los jajamim se plantean la interrogante: ¿por qué se seleccionó esta ley, en particular, para que mereciera ser comentada en el propio Sinaí? La respuesta es que, en realidad, todas las leyes fueron analizadas en sus diferentes detalles en aquel momento histórico y la ley de shemitá, por lo tanto, se utiliza, únicamente como un ejemplo.

Está claro que existen numerosas mitzvot adicionales que no fueron enunciadas en el Sinaí. Tenemos un enorme equipaje de mitzvot derabanán, de leyes que fueron promulgadas por nuestros sabios en épocas posteriores las que por fuerza tuvieron que estar ausentes en Sinaí. Los jajamim también se vieron obligados, de acuerdo con las circunstancias del momento, a afinar y a moderar las instrucciones de la Torá para poder mantenerse fieles a lo que consideraron era el espíritu de la Ley. Por ejemplo, la Torá prohíbe el cobro y el pago de intereses. En una sociedad agrícola es el cumplimiento de esta ordenanza es muy factible. Pero en una sociedad mercantil, y con mayor razón aún en nuestra sociedad industrial, o post industrial, el dinero se convierte en una mercancía, en un bien que posee valor propio. Hoy en día, por ejemplo, se habla del costo del dinero. Los que sufren son los menos afortunados, porque los préstamos les son negados. Por lo tanto, los jajamim instituyeron la héter iská, que es un documento legal que convierte al prestamista en una especie de inversionista. Así el cobro de intereses se convierte en los dividendos de una inversión. Para algunos, se trata de un artificio que evita la sanción de la ley. Para otros, es el resultado del ingenio de los eruditos, que por un lado facilita los préstamos al necesitado, pero que, al mismo tiempo, nos obliga a tomar conciencia de la prohibición básica de oprimir indiscriminadamente al prójimo. El mismo hecho de que tengamos que recurrir al héter iská, sirve para recordarnos que su ausencia implica que estaríamos violando una ley de la Torá.

El encendido de la luces de Janucá puede considerarse como el prototipo de una mitzvá propiamente dicha, instituida por nuestros jajamim. Los hechos que Janucá celebra ocurrieron siglos después de que la Torá fue otorgada en el Sinaí. Por lo tanto, podemos preguntar ¿cómo es posible recitar antes de encender estas luces asher kideshanu bemitzvotav vetzivanu…? ¿Acaso fue Dios quien nos ordenó encender estas luces durante un lapso de ocho días? Según la opinión de nuestros sabios, las instrucciones futuras de los jajamim fueron ordenadas, simbólicamente, en el Monte Sinaí. La Torá es la fuente de la autoridad de nuestros sabios. Así, el momento histórico del Sinaí se transforma en una revelación continua de la voluntad Divina a través de las interpretaciones y decisiones legales de los jajamim de todas las épocas.

Tal como Dios es el autor de la Torá, es también El que creó el intelecto humano, el que tendrá que interpretar en el futuro estas Sagradas Escrituras. Más aún, el Talmud en el tratado de Bavá Metziá relata una disputa entre Dios por un lado y el Tribunal Celestial por el otro, con referencia a una cuestión de tumá, que es la impureza ritual. Según el Todopoderoso, en la situación en cuestión no se produce una contaminación ritual; según el Tribunal Celestial sí la hay. El caso se llevó ante Rabá bar Najmani quien era muy estudioso de estas cuestiones, según el texto del Talmud citado. Está claro que carece de sentido instruir a Dios acerca de Su Ley. El, Dios, siempre tiene razón en cualquier duda acerca de la interpretación correcta de Su Voluntad. Con todo, la enseñanza que podemos derivar de nuestro episodio es la insistencia del Talmud que la Torá le fue dada al ser humano para que sea éste último quien la interprete de acuerdo con ciertas normas. Lo bashamáyim hi, una vez que la Torá fue entregada en el Monte Sinaí, dejó de ser propiedad celestial. Ahora es el hombre quien tiene la posibilidad y la obligación de estudiarla, interpretarla y profundizar en sus enseñanzas.

¿Acaso la Torá también le otorga a los jajamim la autoridad para cambiar radicalmente la ley? Esta es una interrogante cuya respuesta no es fácil o simple. A veces, por ejemplo, tomando en cuenta el hecho de que los vendedores de pescado se aprovechaban de la víspera de Pésaj para especular indebidamente con los precios, el rabino de la aldea prohibía comer pescado en esa festividad. Y en efecto, la persona que lo desobedecía estaría violando la ley. Nos han llegado relatos de los campos de concentración en la época nazi que dan testimonio de que cierto rabino ordenó a los allí detenidos comer en Yom Kipur dado la grave condición de desnutrición que hacía peligrar seriamente sus vidas. Cuando le participaron al Jafetz Jayim que las vidas de los integrantes de una compañía de soldados judíos en Siberia peligraba porque no tenían con que alimentarse y el frío era muy severo, respondió que podían comer jazir que era la única comida disponible (óber nit shmochken di béiner, sin chuparse los dedos). Nuestros sabios se basan en el pasuk de Tehilim que reza, et laasot laShem heferu Torateja, “tiempo es de hacer algo para el Señor, porque destruyen Tu ley”.

¿Puede un rabino, o un maestro de nuestra ley, contradecir la decisión de otro rabino? El Mará deatrá, el maestro del lugar tiene la última palabra en una cuestión legal. Sin embargo, un Beit Din, que es una Corte rabínica, o un talmid jajam, un sabio que pueda documentar la validez de una opinión contraria, citando fuentes autorizadas para tal efecto, podría anular la decisión original. ¿Quién decide cuál Beit Din tiene mayor autoridad que otro? ¿Cuáles son los parámetros que se utilizan para preferir entre dos autoridades rabínicas? Existen ciertos principios básicos. Generalmente consideramos que las generaciones anteriores eran más conocedoras de la ley, tal vez por estar más cercanas a nuestro comienzo en el marco del tiempo. Por ejemplo, los Amoraim que son los maestros de la Guemará, que contiene las discusiones de las academias y que forma parte del Talmud, no pueden cuestionar a los Tanaim que son los maestros de la Mishná, que es el compendio central y anterior de la Torá oral. Cuando enfrentamos una disputa entre los sabios de una misma generación, nos atenemos a varias reglas. Tal vez la más importante de ellas sea que respondemos a la mayoría, según la indicación de la Torá, ajarei rabim lehatot.

El Talmud en el citado tratado de Bavá Metziá relata que Rabí Eliézer, que por su piedad tenía poderes para alterar el curso de la naturaleza, invocó esta habilidad para imponer su punto de vista frente a la mayoría de los jajamim, los sabios de la época. Los jajamim se negaron a acatar la decisión de Rabí Eliézer, aun después de haber escuchado un bat kol, que es una voz de origen celestial que le daba a este Rabí Eliézer la razón en la disputa. Lo bashamáyim hi, argumentaron los jajamim. La Torá ya no se encuentra más en las alturas celestiales. Ahora somos nosotros, de acuerdo con las instrucciones de esta Torá, los que por ser mayoría tenemos la decisión en nuestras manos.

El Talmud establece una jerarquía respecto los jajamim señalando que la decisiones de algunos de ellos tienen preferencia sobre las de otros. En ocasiones no se puede llegar a una conclusión y se permite que la decisión final quede en teiku, en espera. No obstante lo antedicho, la realidad es que en cada generación sobresalen ciertos talmidei jajamim como los grandes eruditos cuyas decisiones son respetadas universalmente. El finado Rabí Moshé Feinstein de la ciudad de New York fue una de esas personalidades excepcionales. No existen parámetros definidos para alcanzar una posición intelectual que amerite el respeto de todos. Las numerosas decisiones rabínicas de Rabí Moshé Feinstein fueron publicadas y casi nunca fueron refutadas por otros estudiosos. De tal modo se convirtió en el posek, la persona cuyos fallos fueron mayoritariamente solicitados desde las más diversas y lejanas comunidades judías y cuyas decisiones son motivo de estudio en las diferentes yeshivot, las academias que se dedican, con exclusividad, al estudio de las fuentes judías tradicionales.

BEJUKOTAI

Responsabilidad moral y lucidez

Levítico XXVI,3 – XXVII

                                      

La porción sobresaliente de nuestros capítulos, que será repetida en forma ampliada en Ki tavó, en el quinto libro de la Torá, se conoce bajo el nombre de tojajá, la exhortación y advertencia de no desviarnos del sendero de las mitzvot. La Torá es muy clara en su afirmación inicial de nuestra lectura semanal, im bejukotai teleju… “si en Mis leyes anduviereis y cumpliereis Mis preceptos os brindaré lluvias a su tiempo y la tierra dará su producto y el árbol del campo dará su fruto”. Las bondades de la tierra son, según lo citado, el resultado del comportamiento y de las acciones de la gente. La tierra no es caprichosa y no requiere de sortilegios ni de brujería para su fertilidad. La abundancia de los frutos es el resultado de una función de la obediencia humana a las leyes. En forma paralela, los castigos y las desgracias son la consecuencia de la desobediencia y de la rebeldía. Veim lo tishmeú Li… “mas si no me escucharéis…, echaré sobre vosotros el terror…, y volveré Mi rostro contra vosotros…, y huiréis sin que nadie os persiga”.

En la visión de la Torá la naturaleza no es caprichosa y el mundo no se rige por el azar. (Einstein afirmó que no podía concebir a Dios jugando a los dados con el universo). Existe un orden y un por qué de las cosas. La actuación moral del hombre es la que determina el curso de los acontecimientos y la obligada reacción de la naturaleza. En los tiempos de Nóaj ya se había señalado vatishajet haáretz, que la tierra misma se había corrompido, incluyendo a todo ser viviente que la habitaba. El diluvio fue la consecuencia de la corrupción universal. En nuestros días podemos concluir en efecto, que, el hombre tiene los medios para hacer a la naturaleza más productiva. Al mismo tiempo estamos conscientes de que disponemos de medios nucleares para destruirla totalmente y hacerla inservible para las generaciones futuras por la contaminación radioactiva.

Con esta visión de las cosas, el enemigo externo es una consecuencia de la debilidad interna. Tal como el cuerpo humano está bajo la constante amenaza de microbios y virus que listos para aprovechar alguna fragilidad de nuestro sistema inmunológico, así, la sociedad y la naturaleza están bajo un acecho constante que puede materializarse, en una hecatombe por un simple descuido o por una flaqueza moral. El profeta Yeshayahu lo había advertido, meharsáyij umajariváyij mimej yetzeu, “tus asoladores y los que te saquearán saldrán de ti”. El verdadero enemigo está dentro de nosotros y somos, individual y personalmente, responsables de los males que nos azotan.

Hay quienes argumentan que la delicada situación política de Medinat Israel puede resolverse únicamente con la decidida solidaridad y unificación de propósitos de todo el pueblo judío. Al mismo tiempo se afirma que las más terribles consecuencias pueden darse en la ausencia de esta indispensable concertación de esfuerzos. Norman Podhoretz, el editor de COMMENTARY en su alarmante ensayo, ISRAEL: A LAMENTATION FROM THE FUTURE, (Israel: un lamento desde el futuro), advierte sobre los hechos y desarrollos que llevaron a la destrucción del Estado. Su alerta se dirige, en especial, al rol que jugamos, por la falta de claridad de propósitos y porque no existe una firme decisión de apoyo a nosotros mismos, algo que debería haber sido incondicional con referencia a la existencia del Estado. Nuestra lealtad se ve afectada debido, en parte, por la Intifada y los problemas de conciencia que despierta la lucha contra mujeres y niños. Los dirigentes de la Intifada, probablemente con el propósito de ganarse la buena voluntad del mundo, envían a sus mujeres y niños a lanzar piedras contra los soldados, entonces por atender con demasiada simpatía a lo que consideramos son los derechos de los Palestinos, al permitir es establecimiento de una Palestina dirigida por la OLP, comprometemos la seguridad de Israel.

Desde luego que el razonamiento en el que se basa el ensayo citado no goza de aprobación universal. Una fuerte polémica se ha entablado alrededor de esta tesis, que está siendo debatida con vehemencia y pasión. El argumento es controversial, pero, su enfoque es tradicional porque busca en nuestro propio medio las causas de la gravedad de la situación.

Desde cierto ángulo, ésta es una postura optimista porque afirma que el ser humano tiene el potencial y el vigor para sobreponerse a sus dificultades. La tojajá que en sinagogas de práctica jasídica no constituye una aliyá, porque no se llama a ningún feligrés para su lectura, contiene, en cierta forma, el germen de la nejamá, que es la consolación. Porque la tojajá no es una afirmación de lo desesperanzador e inevitable de nuestra situación. Hay bálsamos y soluciones para nuestras aflicciones. Los medios y los remedios pueden ser difíciles, costosos y amargos, pero existen y están a nuestro alcance. En la tesis del citado Podhoretz, los resultados no son seguros, aun contando con el supuesto apoyo incondicional a Israel, debido a la interferencia de otras presiones internacionales. En el más lúgubre de los casos, sin embargo, evitaría remordimientos futuros y una depresión profunda como resultado de no haber actuado en su momento, a la medida de nuestras posibilidades.

La tojajá de nuestra lectura es interrumpida por la mención alentadora de vezajartí et berití Yaacov, “y recordaré Mi pacto con Yaacov.” Aun en los momentos de oscuridad y de héster panim, de la ausencia de la Shejiná que es la presencia Divina, el valor de nuestros patriarcas tiene actualidad y vigencia. La lección que se desprende es que a pesar de nuestras desviaciones y descuidos, sigue vigente el ejemplo de los forjadores de nuestra tradición y fe. Aunque estén temporalmente bloqueados y ocultos, difusos e imprecisos, los ejemplos de jésed de Avraham, de disposición al sacrificio de Yitzjak, y de dedicación al estudio de Yaacov, permanecen con nosotros. Tal vez sea ésta una manifestación más de una auto estima inflada. Pero la implicación es que aun en nuestro error y en nuestro pecado, continuamos siendo los descendientes espirituales y discípulos de éstos, los primeros iconoclastas y revolucionarios sociales. Men ken nit opshatzen a yídishe kishke, reza el dicho popular, que significa que no se puede menospreciar la gran moralidad de las entrañas judías por su profundo arraigo en nuestra íntima composición personal y humana.

Nuestra preocupación obsesiva por la introspección no debe conducirnos a desatender la multiplicidad de los factores externos circundantes. Por ejemplo, no puede analizarse el fenómeno Nazi, tan humillante para toda la humanidad, pretendiendo atribuir sus raíces al comportamiento de la comunidad judía de Alemania. Estamos presenciando hoy, la reaparición del antisemitismo organizado en diversos países. Sería infantil, ingenuo e irresponsable, dejar de detectar el fuerte ingrediente anti judío en la infame resolución de las Naciones Unidas que equipara al Sionismo con el racismo. (Unos años más tarde se anuló esta resolución). En la Polonia de la post guerra se vio un resurgimiento del antisemitismo que se basaba en la memoria de la presencia judía en el país. Es una especie de antisemitismo histórico, porque la gran masa judía ha perecido y sus sobrevivientes han emigrado. En Italia, en estos días,  aparecen manifestaciones de antisemitismo en localidades donde no vive ni siquiera un judío. En Europa, de manera general, recrudece el sentimiento anti judío. ¿El odio ciego del Islam contemporáneo hacia Israel no es una expresión de su antisemitismo? La guerra contra Israel no es un enfrentamiento contra el movimiento sionista exclusivamente. Nos encontramos cara a una confrontación de dimensiones casi globales contra el judaísmo, contra el pueblo judío en su totalidad en cualquier país donde resida actualmente. ¿Acaso los que cometen atentados terroristas saben distinguir entre judíos de la diáspora e Israelíes? En la medida que la golá aprecie, cada vez con mayor sinceridad y lucidez su identidad con el destino de Israel, mayor será la unidad entre ambos. Porque somos nosotros, todos juntos, los únicos garantes de nuestra sobrevivencia, para dar cumplimiento a la promesa profética de nétzaj Israel lo yeshaker, de la innegable eternidad de Israel.

EL DUEÑO AUTÉNTICO DE LAS TIERRAS

Parashá Behar

A diferencia de las costumbres de la época, la Torá afirma que los hebreos no deberían ser esclavos de otras personas sino siervos de Dios, que los liberó de la esclavitud egipcia. Tomando en cuenta que el éxodo de Egipto era tan sólo el primer paso de un proceso que incluiría la revelación en el monte Sinaí y culminaría con la conquista de la tierra de Israel, incluso la tierra le pertenece a Dios. Por ello, las leyes de Shemitá y Yovel instruyen que la tierra debe “descansar” cada siete años: después de tal período se debe declarar el “año jubilar”, en el cual las tierras deben ser devueltas a sus dueños originales. Porque en última instancia, el Creador es el dueño de las tierras, es quien las dota de energía para que broten los alimentos de sus entrañas. Al dejar de utilizar la tierra mediante los trabajos agrícolas, el hombre reconoce que quien posee la tierra es otro. Es Dios. Durante los períodos de “descanso”, el producto de la tierra estaba destinado a los pobres y a los animales, de acuerdo con el instructivo de Dios, el Creador de las tierras.

Los años de Shemitá y Yovel servían para “igualar” la sociedad, porque tanto ricos como pobres podían alimentarse libremente de los frutos que brotaban de la tierra.

Incluso las deudas de los pobres eran perdonadas para que pudieran empezar de nuevo, sin carga alguna del pasado. Durante el año jubilar, en particular, todos los esclavos eran liberados y podían rehacer sus vidas, sin desventaja frente a su prójimo.

Cuando Avraham desea adquirir una propiedad que pueda servir de descanso para los restos mortales de su esposa Sará, el patriarca se auto califica como Guer vetoshav, “extraño y residente”. Esta expresión alude al aspecto transitorio del individuo, quien por un lado desea adquirir la tierra como una propiedad personal, pero al mismo tiempo está consciente de su transitoriedad en el tiempo y sabe que el único dueño permanente de las tierras es el Creador.

Cuando los recursos de la sociedad dependen básicamente de la agricultura y ganadería, las leyes de Shemitá y Yovel sirven para nivelar las diferencias económicas y sociales. Se impide también la transferencia permanente de las tierras, de tal manera que la división original de la Tierra de Israel entre las doce tribus se pudo mantener por muchos años. Este hecho está reflejado en el episodio de las hijas de Tselofjad, a quienes Moshé aconsejó que se casaran con hombres pertenecientes a su tribu, de tal manera que la herencia de Tselofjad no pasara a otra tribu.

Menahem Ben-Yashar menciona dos episodios en los libros bíblicos de Rut y Yirmiyahu, en los cuales sale a relucir la devolución de las tierras a sus dueños originales.  Yirmiyahu se interesa por las tierras de Anatot no obstante su cercanía a Yerushaláyim, que estaba sitiada. Fue una demostración de su confianza y fe en que la ciudad sagrada volvería a su gloria anterior. Mientras en el libro de Rut, el matrimonio de esta viuda con Boaz está relacionado con las tierras que había heredado de su primera suegra, Naomí. La familia había empobrecido y Boaz aportó los recursos para redimir las tierras y asegurar que estas permanecieran en el seno de la misma familia.

La sociedad actual es muy competitiva, estimula el enriquecimiento y produce grandes diferencias económicas. Algunos sectores prosperan mientras que otros no avanzan, o más bien retroceden materialmente, de tal manera que la brecha entre estos grupos sociales se profundiza. Por un lado, el avance de la sociedad, en todos los campos, depende del empeño y el trabajo, tanto intelectual y espiritual, como material de sus integrantes, y por otro lado, las diferencias estimulan el celo y la envidia que conducen al antagonismo y al conflicto.

La Torá utilizó las leyes de Shemitá y Yovel para aminorar el avance de estas diferencias. El mundo moderno todavía no ha creado un sistema que sirva de aliciente y estímulo para el desarrollo, y que también frene la brecha entre los que tienen de todo y quienes carecen de casi todo.

EL CALENDARIO CELESTIAL Y EL CALENDARIO TERRENAL y LA FE EN DIOS

Parashá BEHAR y BEJUKOTAI

La Mishná considera la existencia de cuatro comienzos del año, porque existe el calendario agrícola, un segundo calendario por el cual se rige la monarquía y así sucesivamente.

En el uso cotidiano notamos que existe el año escolar y el año comercial, que puede ser diferente para cada empresa.

Dentro de estas variantes, existen dos fechas que sobresalen. El primero de Nisán es proclamado por la Torá como el comienzo del año y las festividades se rigen por este calendario.

La primera Mitsvá que recibió el pueblo hebreo fue el cálculo de los meses empezando con Nisán. Por ello, Rosh HaShaná se conmemora el primer día del séptimo mes, Tishrei. Pero existe otro calendario que considera que el primer día de Tishrei es el comienzo del año y que, según la tradición, es el onomástico del universo. Dios creó el universo el primer día de Rosh HaShaná.

Se nota una diferencia fundamental. El calendario que empieza con el primer día de Nisán depende de la aparición mensual de la luna nueva, y la duración del mes es una función del tiempo que tarda la luna en girar una vez alrededor de la tierra, fenómeno que se observa porque la luna nace y aumenta de tamaño progresivamente hasta que desaparece para completar el ciclo de unos veintinueve días y trece horas. En cambio, el año que comienza en Rosh HaShaná no depende del movimiento de la luna alrededor de la tierra.

Dios estableció, desde un comienzo, la noción del período semanal según el cual el séptimo día es Shabat, el día de descanso.

En este caso, las dos unidades son el día y la semana. Por ello, Haim Burgansky sugiere que el año que empieza en Nisán puede ser llamado el año judío, mientras que el conteo del año con el mes de Tishrei puede ser considerado el año universal, de la naturaleza.

El año de Shemitá, año de descanso para la tierra en cada período de siete años, comienza en el mes de Tishrei que da comienzo al invierno en el hemisferio norte, donde se ubica la Tierra de Israel. El año de Shemitá se conoce en la Torá como un año de Shabat, descanso para la tierra, hecho que invoca al Shabat de la creación que es el séptimo día, mientras que Shemitá se celebra el séptimo año.

De manera similar, el conteo del Ómer se realiza por cuarenta y nueve días, equivalente a siete semanas, hecho que a su vez sirve para fijar la festividad de Shavuot. No se puede dejar de observar la similitud entre el conteo de los siete períodos de siete años para llegar al año Yovel –el año jubilar en el que la tierra tiene que descansar nuevamente y todas las tierras retornan a sus dueños originales– y el conteo de siete períodos de siete días para arribar a Shavuot.

Cabe destacar que en el caso del conteo del Ómer, los jajamim interpretaron el versículo Mimojorat HaShabat, “al día siguiente del Shabat” como una referencia al primer día de Pésaj y no al primer día de la semana, bajo el alegato de que las festividades –y entre ellas está Pésaj– también se denominan Shabat. O sea que el Ómer se empieza a contar al día siguiente de la festividad, o sea, el segundo día de Pésaj, sin tomar en cuenta su coincidencia con algún día específico de la semana.

Tal vez la razón de optar por la interpretación que afirma que el Ómer se cuenta del segundo día de Pésaj y no desde el domingo –que sería el primer día después del Shabat– se debe al hecho de que las reglas que rigen el Ómer están contenidas en la sección que se refiere a las festividades, y éstas se rigen de acuerdo con el año lunar que empieza en Nisán. Los jajamim interpretaron que, dado que el Ómer está relacionado con la festividad de Pésaj, el día siguiente al Shabat se refiere al segundo día de Pésaj. Porque las festividades se observan de acuerdo con el calendario establecido por el Beit Din. El Talmud testimonia que al indagar los ángeles cuándo es Rosh HaShaná, recibieron la respuesta de que tenían que plantear esa pregunta a un Beit Din terrenal, porque allí eran establecidas las fechas. Por ello, la Berajá en la Amidá de Yom Tov reza Mekadesh Yisrael vehaZemanim, es el pueblo de Israel el que determina la fecha de las festividades, de acuerdo con el calendario terrenal.

En cambio, la Berajá del día Shabat es Mekadesh Ha- Shabat: esta vez no hay mención de Yisrael en la Berajá porque el pueblo de Israel no interviene en la fijación de ese día sagrado. El séptimo día semanal fue establecido durante los siete días de la creación y el año de Shemitá se rige igualmente por ese calendario, el calendario celestial.

BEJUKOTAI – LA FE EN DIOS

La Torá promete la paz y la residencia en la tierra sin temor como consecuencia de Bejukotai teleju veet Mitsvotai tishmerú,“caminar de acuerdo con las normas y observar las Mitsvot” que Dios ha revelado. Los exégetas enseñan que Jukim son las normas que no son fácilmente entendibles, imperativos que deben ser cumplidos porque provienen de la voluntad de Dios, mientras que las Mitsvot son ordenanzascorroboradas por el intelecto humano, el comportamiento que la lógica igualmente dictaría. Por ejemplo, para la convivencia entre los seres humanos es indispensable el respeto por la propiedad ajena, la solidaridad con el menos afortunado, abstenerse de mentir, no asesinar. En cambio, las leyes del Kashrut no están basadas en conceptos que puedan ser comprobados por la lógica o por la experiencia. Si consideramos que el Kashrut promueve la salud, ¿acaso quienes no observan estas leyes sufren de un promedio mayor de enfermedades? Nos regimos por las leyes del Kashrut porque así lo ordenó Dios, a través de normas que luego fueron explicadas y ampliadas por los jajamim.

El rabino Leo Jung, difunto líder espiritual del Jewish Center de New York y profesor de Yeshiva University, solía argumentar en sus clases que en el judaísmo, a diferencia de otras religiones, no hay dogmas. No es necesario suscribir artículos de fe que carezcan de una base en la lógica. No obstante esta respetable opinión, es innegable que la Torá está basada en el primer Mandamiento que reza Anojí HaShem Eloheja, “Yo soy HaShem tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto”. La base fundamental del judaísmo es la fe en la existencia de Dios, la confianza en que la Torá contiene su palabra revelada.

Incluso las Mitsvot que la mente humana puede captar y entender tienen un trasfondo trascendental que va más allá de la lógica.

El Beit HaLeví, abuelo de mi maestro Soloveitchik, argumentaba que aunque muchas Mitsvot tienen un contenido histórico, como el caso de Sucot, tienen, sin embargo, una significación más profunda que el hecho que conmemoran.

Se construye una Sucá porque los hebreos se protegieron de la intemperie en el desierto por intermedio de Sucot, construyendo chozas. Sin embargo, argumenta el Beit HaLeví, la Sucá también tiene una significación independiente de cualquier suceso que le aconteciera al pueblo hebreo. Tal vez el mensaje fundamental es destacar que incluso una choza puede ser un hogar cuando en su interior está presente el entendimiento y la armonía entre quienes la comparten. Ese mensaje es independiente de la historia del pueblo hebreo.

El texto bíblico contiene una serie de advertencias acerca de cuáles serán las consecuencias por el incumplimiento y la desobediencia: se multiplicarán las enfermedades en el seno del pueblo, será quebrantado el orgullo de ser y existir, e incluso los árboles dejarán de producir el fruto. Uno tropezará con su prójimo como en una estampida, tal como si estuviera huyendo de la espada, sin que nadie le persiga. El incumplimiento conduce a un vacío, a una falta del sentido de la vida.

Hay muchísimas personas que no creen en una Divinidad, algunos son ateos, otros son agnósticos y muchos continúan con su vida sin preocuparse acerca de la veracidad de la existencia de un Ser Supremo. Tal vez la lección de estos capítulos es que la vida adquiere mayor sentido para el creyente, para quien fundamenta su vida en la existencia de un Dios que exige un comportamiento solidario con el prójimo, el cual no puede ser negociado de acuerdo con las circunstancias y la conveniencia personal.

El texto abre un paréntesis cuando enumera las atrocidades que son consecuencia de la desobediencia para Vezajartí et Berit Yaacov…, para recordar la trayectoria de los patriarcas y, de esa manera, dar lección de que incluso cuando no es popular o políticamente correcto hacerlo, hay personas que desafían a la mayoría para ser consecuentes con lo que su alma siente: la Presencia de Dios, el Ser responsable por la creación del universo y gran maestro acerca de cuál debe ser la conducta terrenal del ser humano.

¿A QUIÉN LE PERTENECE LA TIERRA?

Parashá BEHAR - BEJUKOTAI

El tema que destaca en estos capítulos bíblicos es la obligación de propiciar el descanso (Shabat) de la tierra cada siete años. Haciéndose eco, tal vez, de los seis días de la Creación, la Torá ordena que la tierra también tenga derecho a un descanso periódico, según el cual el día es sustituido por el año, dado que la siembra y la consecuente cosecha son procesos que exigen meses y no días.

Consciente del beneficio para la agricultura, Maimónides argumenta en su Guía para los Perplejos que el propósito de la Torá al exigir que la tierra “descanse” cada siete años es resguardar su productividad para que la cosecha sea más abundante. Es conocido que la tierra sufre de un marcado agotamiento cuando no se permite su “descanso”.

No obstante muchos otros comentaristas argumentan que, a partir de la premisa de que la Torá no es un manual de agricultura, no se puede inscribir esta ordenanza que prohíbe la siembra en el séptimo año dentro de un marco de leyes cuyo objetivo sea la protección de la “salud” de la tierra. El objetivo de la mitsvá tiene que ser el bienestar del ser humano, su finalidad debe ser la elevación espiritual del individuo para encauzarlo por un sendero de rectitud. El beneficio agrícola es un corolario, el sujeto del teorema es el hombre, su relación con el prójimo, su dependencia del Creador.

Según el Midrash, la desobediencia de este instructivo, Shemitá, produce el exilio. La tierra “vomita” a quienes la explotan y expulsa a los que no la dejan descansar. La consecuencia del exilio es que se ausenten quienes aren la tierra para depositar las semillas que a su vez obliguen a la tierra a “trabajar”. El exilio permite que la tierra “descanse”.

El año de Shemitá también puede interpretarse como una devolución simbólica de la tierra que es pertenencia de Dios, el Creador del universo. La noción de posesión de la tierra es problemática porque, generalmente, la adquisición de un objeto se realiza a través de una mejora que se practica sobre una materia prima. La persona se adueña del fruto del árbol al arrancarlo de la rama, o tal vez por haberlo sembrado y cuidado.

¿Por qué se recita una bendición especial sobre el pan, Hamotsí léjem min haárets, a diferencia de otros alimentos que comparten la bendición con alimentos afines, tales como las frutas y los dulces, en cuyo caso existe una bendición genérica? El caso del pan es diferente, porque para su consumo se debe pasar por varias etapas previas. La siembra del trigo es sucedida por la separación del grano de la concha, que luego es triturada por el molino para producir la harina que será amasada, y recién después de ser horneada, puede ser ingerida en forma de pan.

¿Acaso es posible adquirir una hectárea sin haberla trabajado? En realidad, la tierra es del Señor. Nos posesionamos de ella cuando aramos, sembramos, cuidamos y cosechamos.

Pero en realidad, el único dueño de la tierra es Dios. La Shemitá nos obliga a recordar, periódicamente, que podemos gozar del usufructo que es el fruto de nuestra labor, pero quien dota la tierra con una energía interior, la cual permite que crezcan los árboles y los arbustos, las verduras y los granos que nos sustentan, es el verdadero amo y señor de la tierra: el Creador.

BEJUKOTAI

UN FARO DE LUZ PARA LAS NACIONES 

Los exégetas bíblicos asumen que la Torá es ante todo un texto moralista, que traza cuál es la línea de conducta que el ser humano debe asumir como hijo del Creador, a quien debe reconocer como el Adón Olam, el Señor del Universo, o tal como algunos traducen este concepto: el Señor Eterno.

Pero, al mismo tiempo, este código de conducta conduce invariablemente a la convivencia social y produce felicidad espiritual para el individuo.

Dado que el hombre fue lo último que Dios hizo en los seis días de Bereshit, los jajamim asumen que todo lo creado fue hecho en función de la Humanidad y sus necesidades.

El sol y la luna fueron creados obviamente para alumbrar el ambiente, y para que el ser humano pudiera calcular los días y años y supiera la fecha de las celebraciones.

Este concepto es reforzado por nuestros capítulos, que exhortan a la persona a comportarse de acuerdo con los dictámenes y promete que el cumplimiento de los imperativos

divinos inducirá a la tierra para que haga brotar su fruto, y que los cielos serán generosos con el agua de las lluvias. En cambio, si la persona no cumple las mitsvot, Dios le enviará

un severo castigo por medio de la naturaleza: además de una naturaleza rebelde que no responderá porque no dará fruto, el enemigo humano que siempre acechará, lo perseguirá y

doblegará.

La lectura de estas admoniciones, conocidas como Tojajá y repetidas con ciertas variantes en el Deuteronomio, intimida al lector o a quien escucha estas advertencias durante la lectura de la Torá en la sinagoga. Muchos acostumbran leer los versículos con menos decibeles y, en algunas co munidades, el lector de la Torá o el gabai es llamado para la lectura de estos versículos. Incluso está la tradición de no llamar a nadie durante esta lectura, debido al temor de que sea el objetivo personal de las admoniciones y sufra sus consecuencias.

En el transcurso de la Tojajá, súbitamente aparece un versículo alentador que afirma vezajartí: Dios recuerda el Berit, el pacto que entabló con Yaacov, Yitsjak y Avraham, e incluso recordará la tierra, una referencia a la Tierra Prometida. Como una señal de alivio y esperanza, quien lee la Torá levanta la voz, sube los decibeles al recitar esta promesa divina.

No obstante las numerosas transgresiones, Dios también toma en cuenta el mérito ancestral y, por ello, se supone que será compasivo y reducirá la severidad del merecido castigo.

La inclusión del “recuerdo” divino acerca de las bondades de los patriarcas apunta al hecho de que dentro de toda tragedia también se puede encontrar la semilla de la salvación.

Una enseñanza rabínica afirma que el día de la quema del Beit HaMikdash nació el Mashíaj. No hay acontecimiento demoledor que no contenga simultáneamente el germen de la salvación. El intento de vezajartí era eliminar la desesperación, incluso en los momentos de mayor oscuridad, y sirvió como “luz de esperanza” para un pequeño sector de quienes pasaron por la “noche” del Holocausto, según la dramática expresión de Elie Wiesel. De alguna manera, Dios no los abandonaría debido al mérito de sus antepasados.

Una interpretación alterna de vezajartí alega que el versículo forma parte de la Tojajá, constituyendo una admonición adicional. Tal vez se puede excusar o entender el comportamiento inmoral de quien nunca aprendió a regir su comportamiento, pero ¿cómo se pueden disculpar los errores y aberraciones espirituales de los descendientes de los Patriarcas, cuya conducta personal fue ejemplar?

El entorno no judío siempre ha exigido una conducta intachable para el judío, dispuesto a tolerar las debilidades de otros. En el caso judío juzga con el mayor grado de severidad todas las acciones. En el caso del Estado de Israel se exige un comportamiento moral óptimo, que no tolera el castigo de quienes atacan físicamente al Estado y desean destruirlo.

Tal vez la Tojajá alude al comportamiento ejemplar que el pueblo “elegido” tiene que asumir, porque una de sus tareas es or lagoyim, constituirse en un faro de luz para las naciones.