El tema que destaca en estos capítulos bíblicos es la obligación de propiciar el descanso (Shabat) de la tierra cada siete años. Haciéndose eco, tal vez, de los seis días de la Creación, la Torá ordena que la tierra también tenga derecho a un descanso periódico, según el cual el día es sustituido por el año, dado que la siembra y la consecuente cosecha son procesos que exigen meses y no días.
Consciente del beneficio para la agricultura, Maimónides argumenta en su Guía para los Perplejos que el propósito de la Torá al exigir que la tierra “descanse” cada siete años es resguardar su productividad para que la cosecha sea más abundante. Es conocido que la tierra sufre de un marcado agotamiento cuando no se permite su “descanso”.
No obstante muchos otros comentaristas argumentan que, a partir de la premisa de que la Torá no es un manual de agricultura, no se puede inscribir esta ordenanza que prohíbe la siembra en el séptimo año dentro de un marco de leyes cuyo objetivo sea la protección de la “salud” de la tierra. El objetivo de la mitsvá tiene que ser el bienestar del ser humano, su finalidad debe ser la elevación espiritual del individuo para encauzarlo por un sendero de rectitud. El beneficio agrícola es un corolario, el sujeto del teorema es el hombre, su relación con el prójimo, su dependencia del Creador.
Según el Midrash, la desobediencia de este instructivo, Shemitá, produce el exilio. La tierra “vomita” a quienes la explotan y expulsa a los que no la dejan descansar. La consecuencia del exilio es que se ausenten quienes aren la tierra para depositar las semillas que a su vez obliguen a la tierra a “trabajar”. El exilio permite que la tierra “descanse”.
El año de Shemitá también puede interpretarse como una devolución simbólica de la tierra que es pertenencia de Dios, el Creador del universo. La noción de posesión de la tierra es problemática porque, generalmente, la adquisición de un objeto se realiza a través de una mejora que se practica sobre una materia prima. La persona se adueña del fruto del árbol al arrancarlo de la rama, o tal vez por haberlo sembrado y cuidado.
¿Por qué se recita una bendición especial sobre el pan, Hamotsí léjem min haárets, a diferencia de otros alimentos que comparten la bendición con alimentos afines, tales como las frutas y los dulces, en cuyo caso existe una bendición genérica? El caso del pan es diferente, porque para su consumo se debe pasar por varias etapas previas. La siembra del trigo es sucedida por la separación del grano de la concha, que luego es triturada por el molino para producir la harina que será amasada, y recién después de ser horneada, puede ser ingerida en forma de pan.
¿Acaso es posible adquirir una hectárea sin haberla trabajado? En realidad, la tierra es del Señor. Nos posesionamos de ella cuando aramos, sembramos, cuidamos y cosechamos.
Pero en realidad, el único dueño de la tierra es Dios. La Shemitá nos obliga a recordar, periódicamente, que podemos gozar del usufructo que es el fruto de nuestra labor, pero quien dota la tierra con una energía interior, la cual permite que crezcan los árboles y los arbustos, las verduras y los granos que nos sustentan, es el verdadero amo y señor de la tierra: el Creador.
BEJUKOTAI
UN FARO DE LUZ PARA LAS NACIONES
Los exégetas bíblicos asumen que la Torá es ante todo un texto moralista, que traza cuál es la línea de conducta que el ser humano debe asumir como hijo del Creador, a quien debe reconocer como el Adón Olam, el Señor del Universo, o tal como algunos traducen este concepto: el Señor Eterno.
Pero, al mismo tiempo, este código de conducta conduce invariablemente a la convivencia social y produce felicidad espiritual para el individuo.
Dado que el hombre fue lo último que Dios hizo en los seis días de Bereshit, los jajamim asumen que todo lo creado fue hecho en función de la Humanidad y sus necesidades.
El sol y la luna fueron creados obviamente para alumbrar el ambiente, y para que el ser humano pudiera calcular los días y años y supiera la fecha de las celebraciones.
Este concepto es reforzado por nuestros capítulos, que exhortan a la persona a comportarse de acuerdo con los dictámenes y promete que el cumplimiento de los imperativos
divinos inducirá a la tierra para que haga brotar su fruto, y que los cielos serán generosos con el agua de las lluvias. En cambio, si la persona no cumple las mitsvot, Dios le enviará
un severo castigo por medio de la naturaleza: además de una naturaleza rebelde que no responderá porque no dará fruto, el enemigo humano que siempre acechará, lo perseguirá y
doblegará.
La lectura de estas admoniciones, conocidas como Tojajá y repetidas con ciertas variantes en el Deuteronomio, intimida al lector o a quien escucha estas advertencias durante la lectura de la Torá en la sinagoga. Muchos acostumbran leer los versículos con menos decibeles y, en algunas co munidades, el lector de la Torá o el gabai es llamado para la lectura de estos versículos. Incluso está la tradición de no llamar a nadie durante esta lectura, debido al temor de que sea el objetivo personal de las admoniciones y sufra sus consecuencias.
En el transcurso de la Tojajá, súbitamente aparece un versículo alentador que afirma vezajartí: Dios recuerda el Berit, el pacto que entabló con Yaacov, Yitsjak y Avraham, e incluso recordará la tierra, una referencia a la Tierra Prometida. Como una señal de alivio y esperanza, quien lee la Torá levanta la voz, sube los decibeles al recitar esta promesa divina.
No obstante las numerosas transgresiones, Dios también toma en cuenta el mérito ancestral y, por ello, se supone que será compasivo y reducirá la severidad del merecido castigo.
La inclusión del “recuerdo” divino acerca de las bondades de los patriarcas apunta al hecho de que dentro de toda tragedia también se puede encontrar la semilla de la salvación.
Una enseñanza rabínica afirma que el día de la quema del Beit HaMikdash nació el Mashíaj. No hay acontecimiento demoledor que no contenga simultáneamente el germen de la salvación. El intento de vezajartí era eliminar la desesperación, incluso en los momentos de mayor oscuridad, y sirvió como “luz de esperanza” para un pequeño sector de quienes pasaron por la “noche” del Holocausto, según la dramática expresión de Elie Wiesel. De alguna manera, Dios no los abandonaría debido al mérito de sus antepasados.
Una interpretación alterna de vezajartí alega que el versículo forma parte de la Tojajá, constituyendo una admonición adicional. Tal vez se puede excusar o entender el comportamiento inmoral de quien nunca aprendió a regir su comportamiento, pero ¿cómo se pueden disculpar los errores y aberraciones espirituales de los descendientes de los Patriarcas, cuya conducta personal fue ejemplar?
El entorno no judío siempre ha exigido una conducta intachable para el judío, dispuesto a tolerar las debilidades de otros. En el caso judío juzga con el mayor grado de severidad todas las acciones. En el caso del Estado de Israel se exige un comportamiento moral óptimo, que no tolera el castigo de quienes atacan físicamente al Estado y desean destruirlo.
Tal vez la Tojajá alude al comportamiento ejemplar que el pueblo “elegido” tiene que asumir, porque una de sus tareas es or lagoyim, constituirse en un faro de luz para las naciones.
Excelente!!!
Muchas gracias Rabino por compartir sus conocimientos con tanta claridad.
Shalom