BEMIDBAR_NÚMEROS I:1-IV:20
La Torá fue entregada en el desierto, la tierra de nadie, y desde un monte de mediana altura, sin aparente distinción. De este hecho, los Jajamim concluyen que el estudio de la Torá exige modestia y humildad. El falso y exagerado orgullo es enemigo mortal del aprendizaje. Incluso Rambam, quien en todo momento aconsejó el Shevil Haemtsaí, el sendero medio que evita los extremos insistió en que no existe un término medio en el caso de la modestia. No puede concebirse una modestia media o parcial, porque sólo la persona que ha adquirido un cúmulo de conocimientos reconoce necesariamente la vastedad de lo que aún le queda por conocer, que es como un horizonte que se aleja no obstante la distancia recorrida. Únicamente quienes tienen conocimientos parciales que siempre son insuficientes se jactan de sus logros intelectuales. El auténtico erudito sabe que no sabe y está sediento de estudio y reflexión.
Aún no se ha logrado identificar definitivamente al Har Sinai que fue testigo de la revelación de la voluntad Divina. El desconocimiento del lugar conduce a valorar la palabra y el mensaje que allí fueron enunciados, sin la tentación de “santificar” el lugar. El mensaje constituye el único elemento sagrado de aquella extraordinaria experiencia de hace más de 3,000 años.
El nombre de este cuarto libro de la Torá que nuestros capítulos inauguran significa “en el desierto”, especie de vaticinio de que el hombre permanecería espiritualmente en un desierto por un extenso lapso. Mientras que en el campo de la tecnología los avances crecen exponencialmente, en el terreno espiritual hay avances y retrocesos continuos que, debido a la excelencia tecnológica, convierten las recaídas, en cada instancia, en una mayor amenaza para la supervivencia de la especie humana.
La cualidad de la humildad conduce a la tolerancia –especialmente de las ideas que son diferentes– y el respeto de una conducta alterna que también se sustenta en los principios de la ética y la moralidad, los cuales no agreden, sino que respetan al prójimo. Aquellos que alegan que son los poseedores de la verdad única y absoluta, muchas veces son presa del fanatismo y fundamentalismo que invariablemente produce la intolerancia, y ésta, a su vez, se traduce en agresión física.
La arrogancia de quienes “han visto la luz” impide que admitan la justicia y la verdad, porque su interés se centra en la gloria y el poder personal. Esta arrogancia es el enemigo mortal del estudio de la Torá, que exige la humildad ante el “Intelecto Supremo” de Dios. Meod meod hevé shefal rúaj, exige el Talmud, porque la humildad es un requisito para el crecimiento espiritual.
Entre los posibles calificativos que la Torá podría haber escogido, Moshé es designado como anav mikol adam, “el más humilde entre los humanos”. Por ello, en la tradición oral es conocido como Moshé Rabenu, “nuestro maestro Moshé”, porque la humildad es condición sine qua non en el proceso del aprendizaje y la enseñanza.
Estos capítulos se leen generalmente en la víspera de la festividad de Shavuot que celebra el aniversario del otorgamiento de la Torá. Se debe destacar que esta festividad no tiene fecha en las Escrituras: sólo el conteo de 49 días, que son 7 semanas, desde el segundo día de Pésaj, identifica su celebración. Shavuot es anticipado durante estos días, hecho que condujo a algunos sabios a opinar que la preparación es muchas veces más importante que la celebración.
Anticipar el evento trae consigo mayor regocijo que el momento de la festividad. De manera similar, el estudio de la Torá es un proceso, no es un evento. Tal como el desierto no reconoce el pedigrí ni los privilegios, porque todos tienen que luchar igualmente para sobrevivir en ese ambiente hostil, la Torá no es adquirida por herencia, no reconoce los privilegios ancestrales. El estudio de la Torá es, en realidad, una manera de conducir la vida con un norte que apunta al aprendizaje, el cual sólo puede lograrse bajo la premisa de la humildad ante la eterna sabiduría del Creador.