JAYEI SARÁ_GÉNESIS XXIII – XXV,18
Nuestra lectura semanal, Jayei Sará, que es la vida de Sará, y el nombre de la esposa de Avraham, comienza con el relato de su fallecimiento. De esta forma tal vez se señala, que hay personas cuya vigencia persíste incluso después de su desaparición física. La influencia de su recia personalidad se deja sentir también después de su muerte. Sará fallece a los ciento veintisiete años. La Biblia nos informa de este hecho con cierta lentitud: “cien años, veinte años y siete años, los años de la vida de Sará”. Nuestros jajamim, siempre atentos a cualquier cambio en el lenguaje usual, cuestionan el por qué de la repetición de la palabra “años” en la enumeración de la edad de Sará. Se sugieren alternativas, tales como que, a la edad de los cien años, Sará estaba tan libre de pecados como a la edad de los veinte; y que a los veinte era tan bella como a los siete; y así sucesivamente.
Personalmente, encuentro un mensaje adicional. La Torá nos señala las diferentes etapas en la vida, la niñez, la del adulto joven, la de la vejez, dónde cada una de estas edades tiene sus características y encantos particulares. O sea que Sará a los veinte, tenía las características propias una mujer de esa edad, y a cumplir un siglo era tal como alguien de cien años. Esto supone cierta sabiduría y un alma que había evolucionado para agradecer las bendiciones de cada momento de la vida.
Es demasiado frecuente en nuestra sociedad actual el joven de catorce años que desea tener dieciocho para tener el derecho de conducir un automóvil, o para disponer de las prebendas que marcan la mayoría de edad. Y, ¿acaso nos resulta desconocida, la niña de doce años que desea tener dieciséis, para poder ser cortejada por algún joven? Más aún, los de sesenta años quisiéramos aparentar cuarenta y algunos están dispuestos incluso a someterse a intervenciones quirúrgicas de orden estético para tales propósitos.
Desde luego, estamos frente a un problema complejo, con evidentes consecuencias emocionales que repercuten en la salud de la persona. A simple vista, parecería que estamos abusando un tanto de nuestro cuerpo al exigirle una edad diferente a la cronológica. Cada edad, obviamente, tiene sus propias modalidades y oportunidades y se requiere de la sabiduría para saber apreciar, aprovechar y vivir en todas sus dimensiones, el aquí y ahora de la vida de una persona.
Según nuestros sabios, Sará fallece al escuchar que su hijo Yitsjak es casi sacrificado. Avraham adquiere una propiedad, a perpetuidad, para enterrar a su esposa. Este lugar, Mearat Hamajpelá, se convierte en el sitio de sepultura para todos los patriarcas y sus esposas, con la excepción de nuestra matriarca Rajel. La ubicación de la sepultura es en Jevrón, un lugar de peregrinaje obligado para los creyentes.
La gran preocupación de Avraham, inquietud que es casi una obsesión, es la de asegurar la continuidad de sus enseñanzas. Su concepción del pacto entre Dios y la humanidad, que es la de un Dios que responde y reacciona frente a la conducta moral del hombre, tenía que ser transmitida a las generaciones futuras. En las tierras idólatras de Canaán no era posible conseguir a una joven que pudiese ser madre y educadora de quienes tendrían que llevar por encima de todo el conocimiento y el fervor de estas nuevas enseñanzas. Avraham le impone entonces un juramento a su siervo Eliézer para que se esmere en conseguir una esposa apropiada y adecuada para su hijo y heredero Yitsjak, una esposa que provenga de su hogar ancestral.
Al llegar a las afueras de Jarán, Eliézer decide guiarse por la siguiente prueba: la escogida será la primera joven que le ofrezca agua, para él y sus camellos. Parece, pues, que para Eliézer la cualidad esencial en una futura esposa es la bondad. La bella Rivká es la muchacha seleccionada por su amabilidad y después de un intercambio de obsequios con la familia de la doncella comienza el viaje de vuelta al hogar de Avraham. Antes de partir, los familiares despiden a Rivká con la bendición ajotenu at hayí lealfei revavá, “nuestra hermana que seas miles de diez miles”, o sea: que numerosos hijos emanen de ti.
Estas mismas palabras se utilizan hoy en día, para bendecir a toda novia momentos antes de la ceremonia nupcial, la Jupá. En las cercanías del hogar de Avraham, Rivká nota a un joven que se pasea en el campo. Al escuchar que se trata de su prometido (tal vez debido a la emoción del encuentro) se cae del camello y luego se cubre el rostro con un velo. Para rememorar este hecho ocurrido con la primera joven casamentera mencionada en la Torá, toda novia se cubre la cara en el momento de la ceremonia de la boda, en señal de modestia. La unión entre Yitsjak y Rivká es la primera que se describe con abundancia de detalles y por lo tanto sirve de modelo para el futuro.
El Talmud le da una interpretación adicional al hecho de que, para la boda, la novia se cubre el rostro con un velo. Es para señalar a los novios, dice el Talmud, que no se fijen sólo en la belleza superficial, sino en la belleza interna, en la belleza espiritual de su futura cónyuge.
Nuestro relato continúa con la descripción del momento en que Yitsjak toma a Rivká como esposa, vayikaj et Rivká vatehí lo leishá vayeehaveha, que quiere decir: y tomó a Rivká y ella fue su esposa y la amó. Cuando el verbo lakóaj es utilizado con referencia a una mujer, nuestros jajamim le dan el significado de matrimonio. Así se desprende de varios versículos de la Torá entre los cuales figuran en forma destacada algunos que corresponden a la lectura de esta semana que ilustran la manera y los medios para realizar la ceremonia del matrimonio.
Es interesante notar, según nuestra última cita, “y ella fue su esposa y la amó,” que el esposar antecede al amor en nuestro texto. En nuestra cultura en cambio, se concibe que el amor deba ser anterior al matrimonio. La concepción bíblica sirve, tal vez, para acentuar que el amor más profundo se desarrolla después del matrimonio. El amor se fortalece y se fortifica con la convivencia y con la mayor definición de los propósitos y de las metas comunes en la vida conyugal. El amor es más auténtico y duradero cuando marido y mujer enfrentan juntos las vicisitudes y los retos de la vida, así como cuando comparten sus bondades y bendiciones.
Las últimas líneas de nuestros capítulos cuentan que Avraham se casa con una esposa más y, más tarde, a los ciento setenta y cinco años, fallece. Yitsjak y Yishmael se reúnen durante el duelo, en el dolor de la muerte de su padre y lo entierran en la misma Mearat Hamajpelá donde yacen los restos de Sará. El sufrimiento y la tragedia son aquí factores de unión y de acercamiento. Los hermanos que habían escogido rumbos muy diferentes y antagónicos se reencuentran en el dolor profundo por el fallecimiento del padre. La muerte borra, al menos momentáneamente, las marcadas diferencias entre Yitsjak y Yishmael y ambos llevan al patriarca a su sepultura. El final del período del duelo señala, nuevamente, su escogencia de caminos que se bifurcan, que se apartan, simbolizando la discrepancia existente entre la óptica espiritual de cada uno de ellos.