LA IMPORTANCIA EXCEPCIONAL DEL ESTUDIO DE LA TORÁ

VAYIKRÁ Levítico I – V

Nuestra lectura le da nombre al tercer libro de “Los Cinco Libros” de Moshé, la Torá. En un sentido limitado, la palabra Torá hace referencia específica a un rollo de pergamino, confeccionado de piel animal y sobre el cual está escrito, por las manos entrenadas de un escriba, Sofer, en el hebreo original, el mensaje Divino, también conocido como Pentateuco o Jumash (versión impresa con puntuación del mismo texto). 

En una connotación más amplia, el vocablo Torá es utilizado para calificar toda enseñanza, aun las que están remotamente conectadas con el texto bíblico. Una interpretación personal acerca del sentido de algún versículo también es considerada parte integral del rubro Torá. Igualmente, cualquier comentario sobre un texto original de nuestros sabios, tal como el Talmud, es considerado parte del esquema total de Torá.

En una enseñanza de gran profundidad, reveladora de un aspecto fundamental de nuestra tradición, la Mishná, que es el documento fundamental del Talmud (la enseñanza oral), nos participa que el estudio de la Torá está por encima de otras Mitsvot, que son las normas por las cuales debemos regir nuestras acciones, incluyendo la de honrar a padre y madre, por ejemplo. Está claro que el estudio de la Torá y el respeto y honra por los padres no son actividades contrarias o mutuamente excluyentes. 

La Mishná citada nos enseña más bien, la importancia singular del estudio en la tradición judía. Talmud Torá, que es el estudio en texto original y de cualquiera de los comentarios y explicaciones sobre el mismo, viene a ser una actividad muy deseable, una especie de Mitsvá excepcional.

Según la Halajá, que es el compendio de reglas para nuestro comportamiento, es necesario recitar una bendición de agradecimiento y reconocimiento al Creador inmediatamente antes de cumplir con una Mitsvá. Esta regla no es acatada en el caso del estudio de la Torá. Haciéndose eco de este incumplimiento, el Talmud sugiere que la bendición HaMelamed Torá leAmó Israel, “Quien enseña Torá a Su pueblo Israel”, que se recita al inicio de las oraciones matutinas, desempeña esta función. Bajo este aspecto se nos instruye que una de las primeras obligaciones diarias es el estudio. Para nuestra sociedad de fin de siglo XX es obvio que el estudio es fundamental. Pero recordemos que esta Mishná se escribió, a más tardar en el tercer siglo y que probablemente refleja una enseñanza mucho más antigua.

Un estudio cuidadoso de la mencionada regla de recitar una Berajá, que es una bendición antes de cumplir con una Mitsvá, nos enseña que debe realizarse cada vez, inmediatamente antes del acto. Por ejemplo, uno debe recitar una Berajá antes de comer una fruta. Esta es una manera de agradecerle a Dios por nuestro sustento y de que tomemos conciencia del hecho de que es necesaria la intervención Divina para que la tierra nos brinde sus frutos. 

Antes de comer una fruta en la mañana, por ejemplo, debo recitar una Berajá y debo repetirla en la tarde si como una fruta de nuevo. En el caso del estudio de la Torá es suficiente, aparentemente la recitación de la Berajá apropiada en las oraciones de la mañana. ¿Por qué la diferencia entre Talmud Torá y otras Mitsvot? ¿Será porque en el caso del estudio nos encontramos frente a una “súper” Mitsvá?

La Halajá enseña que es suficiente una sola Berajá antes de comer cualquier cantidad de fruta. No es necesario repetir la Berajá antes de cada bocado. La regla indica que mientras se tenga intención de continuar comiendo, no se requiere la recitación de una nueva Berajá. Pero no se debe alegar que la Berajá que se recita en el desayuno tenga validez para el almuerzo. Han transcurrido entre tantas varias horas en las que uno se ha dedicado a diversas actividades, totalmente ajenas a la comida. 

De acuerdo con esta interpretación, después de un día de actividad comercial, profesional u otra, al comenzar un período de estudio en la noche se debería recitar una Berajá antes de leer cualquier texto sagrado. La Halajá no lo requiere. ¿Por qué? Tal vez porque la Halajá no concibe que abandonemos, aunque sea por un instante, la intención de estudiar, aun cuando estemos absortos en cualquier otra actividad. Por lo tanto, la Berajá matutina tiene vigencia durante todo el día para el estudio de la Torá y no es necesario repetirla.

En épocas anteriores se daba comienzo al estudio del Jumash con nuestra lectura de Vayikrá. Se iniciaba al niño de unos tres o cuatro años con un aprendizaje del orden de los sacrificios que se ofrecían en el Beit HaMikdash, que es el tema que predomina en estos capítulos. La intención probable era comunicarle al niño que en este mundo hay que ofrecer sacrificios. Toda relación significativa entre seres humanos requiere el dar de sí mismo. “No pain, no gain”, sin dolor no hay progreso, dicen los atletas americanos. Se solía esconder entre las páginas de este Jumash algunas monedas, golosinas o caramelos, con el propósito de que el niño al abrir el texto sagrado asociara al estudio con lo dulce u obtuviese el dinero para adquirirlo.

Este tercer libro de la Torá comienza con las palabras Vayikrá el Moshé, “Y llamó (el Eterno) a Moshé”, con la particularidad que la letra álef (la primera del alfabeto hebreo y que también es utilizada en las matemáticas modernas) que es la última de la palabra Vayikrá está escrita en un tamaño más pequeño que el de las otras letras del mismo vocablo. Los expositores del texto tienen diferentes sugerencias para esta aparente anomalía. 

Según la exégesis de Báal Haturim, por ejemplo, Moshé escribió la Álef pequeña como una manifestación de su humildad, porque de tal manera equipara el nivel de su profecía con la de otros profetas. Al quitársele la letra Álef, esta palabra se convierte en Vayikar que denota un llamado accidental u ocasional, que es el vocablo que se utiliza en capítulos posteriores, en el caso del profeta gentil Bileam.

Según nuestros Jajamim ha cesado la era de la profecía. La palabra directa de Dios no se escucha en nuestros tiempos, y, por lo general, dudamos de la salud mental de las personas que alegan haber escuchado un llamado Divino. Según algunos, nuestras generaciones no son merecedoras del contacto “personal” o “íntimo” con la deidad, por nuestras numerosas fallas y errores. Según otros, el llamado continúa; el problema reside en el hecho de que no estamos sintonizados y sensibilizados al mensaje de Dios, porque estamos embriagados con el avance de nuestra tecnología y obsesionados con la constante adquisición y acumulación de bienes materiales.

Sugiero que tal vez Dios ha cesado de comunicarse directamente con nosotros porque El no considera necesario hacerlo. Dios nos ha manifestado en la revelación en el Monte Sinaí, con absoluta claridad, el camino que debemos seguir en la vida y que constituye el contenido esencial de las sagradas escrituras. En cierta etapa de la historia de la humanidad nos envió Sus mensajeros, los profetas, para exhortarnos a no apartarnos del sendero que El nos había indicado. Lo que realmente hace falta es que seamos consecuentes con las enseñanzas que ya nos han sido dadas. 

Una “nueva” revelación sería una admisión de que la primera de éstas fue insuficiente o equivocada. ¿Acaso podemos sostener que Dios cambia de opinión o que lo que El hace no es perfecto? Nuestra tarea actual es la de leer y estudiar estos capítulos, para obtener de ellos un rumbo, una dirección. Nuestra tarea es la de interpretar y estudiar la palabra de Dios de acuerdo con la perspectiva y el entendimiento contemporáneo, tal como generaciones anteriores lo hicieran en su época. Aunque vivimos en un mundo de cambios y de constante desarrollo, existen imperativos morales y éticos que son eternos. La Torá es la fuente auténtica de estas normas para nuestra conducta.