Estudiar nuestras fuentes religiosas nos enfrenta a una exigencia adicional: la necesidad de entender las realidades social y política propias del momento histórico que nos interesa. Por ejemplo, una apreciación de nuestro entorno moderno, que es esencialmente materialista, supone una obsesiva preocupación por la adquisición constante de objetos y bienes y de toda índole. Esta hambre insaciable por lo material es la actitud que prevalece hoy en nuestra cultura occidental. En otros sistemas culturales, el orden de los valores suele ser diferente. Por lo tanto, evaluar otras culturas de acuerdo a nuestro patrón jerárquico de los valores, nos conduce, con frecuencia, a interpretar incorrectamente las causas y el significado de los acontecimientos.
Muchos sostienen que en nuestro entorno cultural no se le da suficiente importancia a la palabra, a una promesa. Nuestros pronunciamientos y compromisos verbales son tratados a la ligera. En el mundo bíblico, en cambio, un voto, una promesa, un juramento, son considerados claves y obligantes. Motsá sefateja tishmor veasita, “lo que emana de tus labios cuidarás y cumplirás”, es un dictamen fundamental de la Torá. (En el mundo latinoamericano, en particular, no se hace énfasis en el cumplimiento de los compromisos verbales). Nuestro texto comienza con un análisis de las promesas, de la obligatoriedad de su cumplimiento y de las condiciones bajo las cuales se pueden modificar, calificar o anular las mismas. Se parte probablemente de la premisa de que el ser humano, ente pensante, debe reflexionar antes de pronunciarse en cualquier sentido. La habilidad humana de concebir el universo a través de modelos intelectuales, hecho que se relaciona con su competencia lingüística, (aptitud que separa al ser humano de cualquier otra creación) supone guardar y cuidar celosamente esta facultad.
Hay ciertas promesas, néder en hebreo, que desde su inicio carecen de validez. Por ejemplo, el néder havai, que quiere decir una promesa que se fundamenta en un hecho imposible, tal como el prometer un camello volador. Cuando uno hace involuntariamente una promesa, ésta se denomina néder shegagá, y también carece de valor. Néder onsim se refiere a una promesa que no se puede cumplir debido a que ocurre algo inesperado, por ejemplo, una dolencia súbita que impide que la realización de cierta acción en un momento dado.
Nuestros jajamim diferencian entre néder y shevuá que es un juramento. El sujeto del néder es un objeto o una circunstancia, (excepto el néder de donar una suma para beneficencia o para el Beit HaMikdash, en cuyo caso la propia persona queda comprometida) mientras que el sujeto de la shevuá es el propio ser humano. Carece de validez el néder que hace una equivalencia entre lo que está permitido con lo que está prohibido según la Torá. Por ejemplo, no tiene validez afirmar que una manzana me será prohibida como si fuera carne de cerdo. (A menos que la prohibición se hubiese dado por otro pronunciamiento verbal, tal como la promesa de ofrecer cierto animal en sacrificio. El resultado es que desde aquel momento en adelante no se pueda ingerir la carne de ese animal, porque pertenece de inmediato al Beit HaMikdash). Al mismo tiempo no se puede jurar sobre algo que contradice nuestros preceptos. No tiene sentido una shevuá en la que uno afirma que va a ingerir carne de cerdo, tal como carece de validez una shevuá en la cual se promete no colocarse los tefilín para el rezo matutino de Shajarit.
Está claro que nuestra tradición no simpatiza con las promesas y los juramentos. En opinión de nuestros jajamim los seres humanos debemos actuar correctamente sin el recurso extremo del néder y de la shevuá. Si una persona se arrepiente inmediatamente después de hacer una promesa es posible anularla retroactivamente. El proceso de hatarat nedarim, que es una especie de absolución, permite que un erudito o tres personas, lo eximan a uno de una promesa, preguntándole primero, por si acaso hubiese hecho la promesa a sabiendas de cuáles serían las consecuencias de la misma. Según nuestros capítulos, un esposo puede relevar a su esposa de una promesa y un padre puede hacer lo mismo con su hija menor de edad.
Aunque los jajamim opinan tov sheló tidor, que es preferible no prometer, se consideran ciertas excepciones. Por ejemplo, hacer un néder de abstenerse de bebidas alcohólicas, es provechoso según Rambam y Rambán. Algunos autores del Talmud opinan que algunas promesas demuestran cierta arrogancia. El néder de abstenerse de comer carne, por ejemplo, (cuando no se especifica un lapso determinado, hace que se considere que la promesa dura treinta días) es una especie de demostración de sentirse superior, porque la persona señala que puede vivir sin cierto esplendor, mientras que otros no lo pueden hacer.
Nuestros capítulos también se refieren al tema de la persona que da muerte a otra persona sin intención de hacerlo. (Esta persona es denominada shogueg, que hace alusión a la falta de intención de matar, pero no supone la ausencia total de culpa. Se estima que hubo descuido o falta de previsión, que resultó en la muerte de un ser humano). La Torá ordena la construcción de seis ciudades, en hebreo ir miklat, que sirven de refugio para estas personas. Además, las cuarenta y dos ciudades de la tribu de Leví también eran consideradas ciudades de refugio. Según el texto bíblico, el goel hadam, que quiere decir el redentor de la sangre derramada (probablemente un pariente cercano del muerto, o tal vez se trata de alguien designado específicamente para vengar esa muerte) podía matar a la persona que había cometido el crimen, a pesar de que no existía la intención de matar. El ir miklat ofrecía protección contra el goel hadam. Según los jajamim, si el goel hadam violara el amparo de estos lugares, sería sentenciado a su vez por haber cometido un crimen mortal.
La persona en cuestión debía permanecer en el ir miklat hasta el momento de la muerte del Kohén Gadol, que era el jefe de los kohanim que estaba en funciones cuando el crimen se cometió. Desde ese momento, el que había cometido involuntariamente el crimen podía regresar a su lugar de residencia sin temer por la venganza del goel hadam. ¿Cuál es la relación entre el Kohén Gadol y el crimen cometido? Desde cierta perspectiva el líder de la comunidad es igualmente responsable de todo lo que sucede, incluyendo los crímenes que se han cometido. El argumento se basa en el hecho de que el asesinato da testimonio de que la afectividad del mentor no fue adecuada a, pues de haberlo sido, hubiese inspirado y motivado a sus feligreses a abstenerse de cometer un crimen. En la tradición judía, mitá mejapéret, la muerte es la gran expiadora de los pecados, y por lo tanto el fallecimiento del Kohén Gadol libera de culpa a los involucrados. Según Abarbanel, la muerte del Kohén Gadol es motivo de luto y tristeza nacional y la magnitud de este dolor colectivo, sirve para amortiguar la ira del goel hadam con el fin de que desista de su propósito de venganza.
Según el comentarista Sforno, Dios conoce el grado de culpabilidad de quien perpetró el crimen y puede determinar con certeza si hubo o no la intención de asesinar a otra persona. La longevidad del Kohén Gadol, por tanto, está de alguna manera relacionada con la relativa inocencia de quien incurrió en el crimen. Hay quienes permanecen en un ir miklat por el resto de sus vidas debido a la larga vida del Kohén Gadol. Esta explicación presenta la dificultad de que los años de vida del Kohén Gadol son una función del grado de culpabilidad de otra persona. Podríamos salir de nuestro apuro, al considerar, tal como lo mencionamos, que el Kohén Gadol está indirectamente involucrado en lo que sucede en la sociedad y es, por lo tanto, responsable por el comportamiento individual de los miembros de su comunidad.
MASEI
El rol de los Sabios
Números XXXIII – XXXVI
Nuestros capítulos describen detalladamente los viajes de los hebreos por el desierto, señalando las localidades que tocaron en su travesía hacia la tierra prometida. En el lugar denominado Hor Hahar, cerca de la tierra de Edom, fallece Aharón, el jefe de los Kohanim. Aharón muere a la edad de los ciento veintitrés años, a escasos meses del inicio de la conquista de Israel. Moshé también fallece en el desierto y surge un nuevo, liderato encabezado por Yehoshua que será el conductor del pueblo en la tarea de transformarse en una nación en la tierra de Canaán.
El pueblo judío está preparado para esta tarea por los siglos de esclavitud en Egipto, que la dan su valor real a la libertad. También le ha sido comunicado, en el Monte Sinaí un sistema complejo y completo de leyes, para que pueda desarrollarse ordenadamente en un medio independiente. Desde luego que el proceso de conquista de Canaán es largo y tedioso, pero más difícil aún es la transformación de la familia descendiente de Yaacov, en pueblo, en nación. Los dos grandes líderes, Aharón y Moshé, fallecen y una nueva generación toma las riendas del mando y la tutela del pueblo. La figura dominante entre los hermanos había sido, indiscutiblemente, la de Moshé. MiMoshé ad Moshé lo kam keMoshé, se solía decir que desde la época del bíblico Moshé hasta los días de Maimónides, no había surgido ninguna personalidad comparable. Los descendientes de Moshé no heredan su liderazgo y sus hijos desaparecen de las páginas de la historia. El caso de Aharón, que desempeña un rol secundario al de su hermano, es diferente, porque sus hijos sí son sus herederos reales y espirituales. El Beit HaMikdash como núcleo principal para el pueblo judío dependía para su funcionamiento de los kohanim, los descendientes de Aharón.
Moshé crece en el palacio de Paró, que es el Faraón. Moshé conoce y se desenvuelve en la corte real y desconoce la calle y la esclavitud. Moshé está condicionado, desde su niñez, para el liderazgo y la nobleza. Recién de adulto tropieza con la realidad del destino de su gente que es la servidumbre. Moshé puede dirigir e instruir, liderizar e inspirar, pero no pertenece al amejá, que es el pueblo. Moshé pertenece a los selectos y a la realeza. Le es, probablemente, difícil descender a un nivel popular. Su suegro Yitró, le reclama en una oportunidad que el pueblo tiene que estar de pie todo el día para poder tener acceso a su juicio, mientras que él, Moshé, permanece sentado. (Guardando las distancias del caso, es interesante notar que Teodoro Herzl, el gran líder del sionismo político, también desconoce los pogroms y las persecuciones. Herzl sufre un shock cultural por el caso del Capitán Dreyfus al descubrir que el antisemitismo existía en el entorno de la civilizada Europa).
Aharón en cambio, nace, crece y se desarrolla en el seno del pueblo hasta llegar a la posición de líder. Pero sus raíces, al igual que la del resto de sus correligionarios, están en la amargura de la esclavitud. En el episodio del éguel hazahav, Aharón se identifica con su gente, siente su desconsuelo por la tardanza de Moshé y entiende su temor, desconcierto e incertidumbre al suponerse perdidos, abandonados, en el desierto hostil. La inseguridad fomentada por las décadas de esclavitud se siente aún. Sólo otra generación que desconozca el yugo egipcio podrá construir una sociedad que permita las opciones y la libertad.
El contraste entre las personalidades de Moshé y Aharón tal vez puede considerarse desde la siguiente perspectiva. Moshé es el transmisor de la voluntad Divina al pueblo. Moshé es el portavoz de la Ley, del imperativo que se le exige a la sociedad para su elevación y superación. Aharón en cambio es el defensor y abogado, el mediador e interlocutor para la presentación de las necesidades del pueblo ante el trono Divino. Aharón es quien se empeña en crear puentes y acercar la comunidad al Creador. El rol de Moshé es traer el mensaje de Dios a la tierra. El papel de Aharón es el de elevar lo mundano a lo celestial. El punto de partida de Moshé es el Eterno. Para Aharón el centro de su preocupación es Am Israel. Mientras Moshé es el mensajero de Dios, Aharón es el defensor de los intereses del pueblo. Hemos enumerado algunas diferencias que no son absolutas ya que nuestro propósito es didáctico. En numerosas oportunidades Moshé intercede para que las necesidades del pueblo sean satisfechas, mientras que Aharón y sus descendientes se dedican al culto religioso y al servicio de Dios.
Para los sabios del Talmud la característica esencial de Aharón es su compromiso con shalom, que es la paz. Todos debemos aprender del ejemplo de Aharón, según nuestros jajamim. Debemos ser ohev shalom y rodef shalom, ser amantes de la paz y tener la paz como propósito. Este concepto de shalom es utilizado en la culminación de la bendición que los kohanim imparten al pueblo por orden Divina. La plegaria central de todo servicio religioso, la amidá, concluye con una bendición que califica a Dios como quien bendice a Su pueblo Israel con shalom.
Según el Talmud, los estudiosos propagan la paz por el mundo al proclamar, talmidei jajamim marbim shalom baolam. En la antigüedad la pax romana se había convertido en el eje fundamental de la política de Roma. Pero ésta era una paz obtenida gracias a la fuerte marcha de sus legiones. Era una paz que ocultaba los conflictos ideológicos y que no permitía la expresión de algún pensamiento conflictivo o diferente al de los Patricios o a los del Senado de Roma. En la tradición judía, en cambio, shalom es la armonía que surge del análisis serio de las diferentes alternativas que el intelecto concibe. Shalom es la concordancia y la coincidencia de las conclusiones, después del estudio exhaustivo de los diversos caminos posibles.
Ser un rodef shalom hace referencia a un estado mental. Es una meta distante y, tal vez, inalcanzable, pero al encaminarnos por este sendero nos aproximamos al shalom. Al reducir la distancia entre las diferentes opiniones, se obtiene un mayor acercamiento y entendimiento entre los seres humanos y, por ende, mayor tolerancia.
Moshé y Aharón representan cierta separación entre los poderes. Moshé se asemeja más al líder político, mientras que Aharón es el que conduce el ritual (en especial del orden de los sacrificios), y es el instructor de las masas. Es natural que esta diferenciación no es la exacta, porque Moshé es considerado tradicionalmente como el maestro por excelencia y conocido como Moshé Rabenu, “Nuestro Maestro Moshé”. Con el tiempo, los descendientes de Aharón fueron los primeros maestros populares y los que intervenían y adjudicaban en los casos de tsaráat, que es la lepra, y los de la tumá, que es la impureza ritual, en general.
Durante la última etapa del segundo Beit HaMikdash, en la época de los Jashmonaim, los kohanim también eran los reyes. Hay quienes sostienen que éste fue el momento de mayor gloria del pueblo judío en la antigüedad. Para otros, la coincidencia del sacerdocio con la autoridad civil constituye un conflicto de intereses de consecuencias negativas para la sociedad. La destrucción del segundo Beit HaMikdash relevó a los kohanim de su posición de importancia (debido a la imposibilidad de continuar con el servicio de los sacrificios) y los jajamim, que son los eruditos, asumieron, desde aquel entonces, el liderazgo espiritual del pueblo judío.