Los detalles de la construcción del Mishkán, el Tabernáculo que acompañó al pueblo hebreo durante su larga travesía por el desierto, están contenidos en muchos capítulos de la Torá, y también son el tema de esta sección. Empezando con la Parashá Terumá, donde se lee: “Y me harán un santuario para que pueda residir entre ellos”, se ha creado el debate acerca del significado de la expresión “residencia” de Dios en un santuario.
Avigdor Hurovitz hace un recuento de las diferentes in- terpretaciones de los exégetas. De acuerdo con Saadiá Gaón, el versículo puede ser leído como: “Y me harán un santuario y haré que ‘Mi Gloria’ esté entre ellos”. Abarbanel ofrece una explicación detallada: “Y me harán un santuario… de tal manera que ‘Mi Presencia’ será sentida entre ellos, tal como aparecí ante sus ojos en el monte Sinaí como la Gloria del Señor, un fuego que consume y una nube que envuelve”. Rashí lo interpreta así: “Para la Gloria de Mi Nombre, ha- gan un lugar de santidad”. De acuerdo a Ibn Ezra: “Se llamó un santuario porque era el lugar de residencia del Nombre Sagrado”.
Efectivamente, leemos en un capítulo posterior: “Y cu- brió la nube la ‘Tienda del Encuentro’ (Óhel Moed) y la glo- ria del Eterno colmó el Mishkán. Y Moisés no pudo entrar en la ‘Tienda del Encuentro’ al posarse sobre ella la nube, pues la gloria del Eterno llenaba el Mishkán”. De acuerdo con estos versículos, la Presencia de Dios invadió totalmen- te el recinto sagrado, de tal manera que impidió el acceso de Moshé. Lo mismo ocurrió siglos más tarde con el Beit Ha- Mikdash, el Templo del rey Shelomó.
Se puede deducir de lo antedicho que la “Presencia” o la “Gloria” de Dios no son vocablos alusivos o abstractos; se trata tal vez de una especie de “energía espiritual” que tiene consecuencias en el ámbito material, porque ocupa “espa- cio” y no permite que otra cosa se introduzca en el mismo. Al tener un encuentro con Dios, Moshé sale del Óhel Moed con una cara “radiante” (karán or panav), hecho que Miguel Ángel, en su famosa estatua de Moisés, tradujo en los “cuer- nos” que colocó sobre su cabeza. Resultado de una equivo- cada interpretación de la raíz hebrea “krn” que quiere decir un “rayo de luz”, pero que también puede ser traducida co- mo “cuerno”. De todas maneras, por haber estado en la “Presencia” de Dios, Moshé adquiere el reflejo de la “radiación” que emana de la Deidad. En otras palabras, un “encuentro” con Dios produce no sólo una transformación espiritual, sino que tiene una secuela física visible.
Incluso después de la revelación en el monte Sinaí, Mo- shé se dirige al pueblo y exclama: “El Señor, nuestro Dios, acaba de mostrarles su Presencia majestuosa (kevodó vegodló ) y escuchamos Su voz desde el fuego”, tal como si se pudiera percibir física o visualmente a la Divinidad. El Salmista exclama: “Los cielos, son los cielos del Señor y ha cedido la tierra a los hijos del hombre”, con una clara alusión que Dios reside en el cielo, en la infinitud del espacio.
Por otro lado, cuando el rey Shelomó inauguró el Beit HaMikdash, en un principio exclamó: “He construido para Ti una Casa majestuosa, un lugar donde puedes residir por siempre”.
Pero después de la introducción del Arca en el Templo, Shelomó afirmó: “¿Acaso Dios residirá en la tierra? Si los confines de los cielos no pueden contenerlo, menos aún la Casa que he construido”. Continúa luego con la plegaria porque Dios mire desde su “residencia” en el cielo hacia el Templo, revelando así que Dios realmente no se encuentra en el Beit HaMikdash.
Encontramos en la Torá que Moshé escuchó la voz de Dios que provenía desde los kerubim que adornaban la tapa de oro macizo del Arca. Rashí explica que la voz de Dios real- mente venía desde las alturas y que ‘reverberaba’ en los oídos de Moshé, quien se encontraba de pie entre los dos kerubim.
Están aquellos que consideran que la Presencia de Dios está circunscrita al recinto sagrado; un segundo veredicto postula la imposibilidad de “contener” a Dios, y por ello, la imposibilidad de fijar Su ubicación a un lugar determinado. En una visión, el profeta Yeshayahu describe una posición in- termedia: Dios sentado sobre un trono elevado en el Templo, mientras que los serafim afirman que la gloria de Dios colma la tierra. En otro capítulo, Yeshayahu testimonia la palabra de Dios: “El cielo es Mi trono y la tierra Mi escabel. ¿Dónde podrás construir una Casa para Mí y qué lugar Me puede ser- vir de residencia? Otro versículo reza: “Los traeré a Mi mon- taña sagrada y se regocijarán en Mi Casa de Oración”.
Cabe destacar que durante la inauguración del Segundo Beit HaMikdash, no hubo mención de la introducción de la gloria de Dios en el Templo. Esta vez sólo hubo la referencia a los korbanot, los sacrificios. Tal vez, la ausencia de la gloria de Dios revela una percepción acerca de la Presencia de Dios en todo lugar, y no circunscrita a un recinto específico. Por ello, dice Hurovitz, adquiere sentido la noción de la Sinago- ga, una Casa de Dios que puede ser construida en cualquier lugar, hecho que permitió que tuviera continuidad el judaís- mo después de la destrucción del Beit HaMikdash.
Sin embargo, existen lugares y objetos sagrados que invitan la Presencia de Dios. Al recitar Birkat Hamazón, al elevar la oración en el entorno de un Minyán, se hace pre- sente la Shejiná, se “siente” a Dios.