Sadia Cohen Z”L

Falleció mi amigo Sadia Cohen Zrihen, zijronó livrajá, su memoria sea una bendición.

Falleció mi amigo Sadia Cohen Zrihen, zijronó livrajá, su memoria sea una bendición.Saadia Cohen

Lo conocí durante décadas en Caracas y aprendí mucho de él. Tenía intuición e inteligencia, prudencia y orgullo.

Tenía un fino olfato por la vida comunitaria y política del país. Cuando aún en Melilla, España, su experiencia y lecturas, los estragos de la guerra civil y el gobierno del dictador Francisco Franco lo equiparon con vivencias e imágenes que décadas más tarde le sirvieron para entender e interpretar con gran acierto lo que estaba ocurriendo en la vida social y política de Venezuela en las últimas dos décadas.

Como empresario era arriesgado y prudente, simultáneamente. Identificó el momento apropiado para retirarse de la vida comercial en Caracas, ciudad que amó y a cuyo desarrollo contribuyó.

El Estado de Israel era un norte en su vida, y no tan solo a través de generosas contribuciones, sino también con estadías para interiorizarse con las necesidades del país que luego tradujo en acción, al tender un puente significativo entre Israel y España a través de la Fundación don Juan de Borbón que fundó y patrocinó. Era un hijo orgulloso del pueblo judío.

En numerosas oportunidades, especialmente durante los últimos años me reuní con Sadia, anfitrión sagaz por su evaluación de la posición muchas veces tenue del pueblo judío en el mundo: el flagelo del antisemitismo y la apremiante situación venezolana.

Nos encontramos personalmente en Caracas, New York, Miami, Madrid ciudades que conocía y valoraba individualmente, porque reconocía las bondades particulares de cada una de ellas.

Amaba la tradición judía y sabía entonar las plegarias, apoyaba a quienes extendían su mano en búsqueda de ayuda.

Pero ante todo y sobre todo, fue un hombre de familia. Querido y devoto esposo de Simy durante décadas, padre que se preocupó por sus hijos, respondiendo a inquietudes y necesidades. Como abuelo era seguramente ejemplar.

Ya lo echo de menos y no puedo pensar que una mente tan activa y productiva, que un corazón lleno de generosidad no se encuentre más entre nosotros.

Por ello y mucho más atesoraré la amistad que me extendió al mismo tiempo que elevo oraciones por la tranquilidad y paz de sus restos mortales. Su querida esposa y devotos hijos mantendrán su memoria y ejemplo de vida con ternura y amor.

Nishmató tserurá bitsror hajayim.

La importancia excepcional del estudio de la Torá

VAYIKRÁ - Levítico I - V

                                      

Nuestra lectura le da nombre al tercer libro de “Los Cinco Libros” de Moshé, la Torá. En un sentido limitado, la palabra Torá hace referencia específica a un rollo de pergamino, confeccionado de piel animal ts sobre el cual está escrito, por las manos entrenadas de un escriba, sofer, en el hebreo original, el mensaje Divino, también conocido como Pentateuco o jumash (versión impresa con puntuación del mismo texto). En una connotación más amplia, el vocablo Torá es utilizado para calificar toda enseñanza, aun las que están remotamente conectadas con el texto bíblico. Una interpretación personal acerca del sentido de algún versículo también es considerada parte integral del rubro Torá. Igualmente, cualquier comentario sobre un texto original de nuestros sabios, tal como el Talmud, es considerado parte del esquema total de Torá.

En una enseñanza de gran profundidad, reveladora de un aspecto fundamental de nuestra tradición, la Mishná, que es el documento fundamental del Talmud (la enseñanza oral), nos participa que el estudio de la Torá está por encima de otras mitzvot, que son las normas por las cuales debemos regir nuestras acciones, incluyendo la de honrar a padre ts madre, por ejemplo. Está claro que el estudio de la Torá ts el respeto ts honra por los padres no son actividades contrarias o mutuamente excluyentes. La Mishná citada nos enseña más bien, la importancia singular del estudio en la tradición judía. Talmud Torá, que es el estudio en texto original ts de cualquiera de los comentarios ts explicaciones sobre el mismo, viene a ser una actividad muy deseable, una especie de mitzvá excepcional.

Según la halajá, que es el compendio de reglas para nuestro comportamiento, es necesario recitar una bendición de agradecimiento ts reconocimiento al Creador inmediatamente antes de cumplir con una mitzvá. Esta regla no es acatada en el caso del estudio de la Torá. Haciéndose eco de este incumplimiento, el Talmud sugiere que la bendición hamelamed Torá leamó Israel, “Quien enseña Torá a Su pueblo Israel”, que se recita al inicio de las oraciones matutinas, desempeña esta función. Bajo este aspecto se nos instruye que una de las primeras obligaciones diarias es el estudio. Para nuestra sociedad de fin de siglo XX es obvio que el estudio es fundamental. Pero recordemos que esta Mishná se escribió, a más tardar en el tercer siglo ts que probablemente refleja una enseñanza mucho más antigua.

Un estudio cuidadoso de la mencionada regla de recitar una berajá, que es una bendición antes de cumplir con una mitzvá, nos enseña que debe realizarse cada vez, inmediatamente antes del acto. Por ejemplo, uno debe recitar una berajá antes de comer una fruta. Esta es una manera de agradecerle a Dios por nuestro sustento ts de que tomemos conciencia del hecho de que es necesaria la intervención Divina para que la tierra nos brinde sus frutos. Antes de comer una fruta en la mañana, por ejemplo, debo recitar una berajá ts debo repetirla en la tarde si como una fruta de nuevo. En el caso del estudio de la Torá es suficiente, aparentemente la recitación de la berajá apropiada en las oraciones de la mañana. ¿Por qué la diferencia entre Talmud Torá ts otras mitzvot? ¿Será porque en el caso del estudio nos encontramos frente a una “súper” mitzvá?

La halajá enseña que es suficiente una sola berajá antes de comer cualquier cantidad de fruta. No es necesario repetir la berajá antes de cada bocado. La regla indica que mientras se tenga intención de continuar comiendo, no se requiere la recitación de una nueva berajá. Pero no se debe alegar que la berajá que se recita en el desayuno tenga validez para el almuerzo. Han transcurrido entre tanto varias horas en las que uno se ha dedicado a diversas actividades, totalmente ajenas a la comida. De acuerdo con esta interpretación, después de un día de actividad comercial, profesional u otra, al comenzar un período de estudio en la noche  se debería recitar una berajá antes de leer cualquier texto sagrado. La halajá no lo requiere. ¿Por qué? Tal vez porque la halajá no concibe que abandonemos, aunque sea por un instante, la intención de estudiar, aun cuando estemos absortos en cualquier otra actividad. Por lo tanto la berajá matutina tiene vigencia durante todo el día para el estudio de la Torá ts no es necesario repetirla.

En épocas anteriores se daba comienzo al estudio del jumash con nuestra lectura de Vayikrá. Se iniciaba al niño de unos tres o cuatro años con un aprendizaje del orden de los sacrificios que se ofrecían en el Beit HaMikdash, que es el tema que predomina en estos capítulos. La intención probable era comunicarle al niño que en este mundo hay que ofrecer sacrificios. Toda relación significativa entre seres humanos requiere el dar de sí mismo. No pain, no gain, sin dolor no hay progreso, dicen los atletas americanos. Se solía esconder entre las páginas de este jumash algunas monedas, golosinas o caramelos, con el propósito de que el niño al abrir el texto sagrado asociara al estudio con lo dulce u obtuviese el dinero para adquirirlo.

Este tercer libro de la Torá comienza con las palabras Vayikrá el Moshé, “TS llamó (el Eterno) a Moshé”, con la particularidad que la letra álef (la primera del alfabeto hebreo ts que también es utilizada en las matemáticas modernas) que es la última de la palabra vayikrá está escrita en un tamaño más pequeño que el de las otras letras del mismo vocablo. Los expositores del texto tienen diferentes sugerencias para esta aparente anomalía. Según la exégesis de Báal Haturim, por ejemplo, Moshé escribió la álef pequeña como una manifestación de su humildad, porque de tal manera equipara el nivel de su profecía con la de otros profetas. Al quitársele la letra álef, esta palabra se convierte en vayikar que denota un llamado accidental u ocasional, que es el vocablo que se utiliza en capítulos posteriores, en el caso del profeta gentil Bileam.

Según nuestros jajamim ha cesado la era de la profecía. La palabra directa de Dios no se escucha en nuestros tiempos, ts, por lo general, dudamos de la salud mental de las personas que alegan haber escuchado un llamado Divino. Según algunos, nuestras generaciones no son merecedoras del contacto “personal” o “íntimo” con la deidad, por nuestras numerosas fallas ts errores. Según otros, el llamado continúa; el problema reside en el hecho de que no estamos sintonizados ts sensibilizados al mensaje de Dios, porque estamos embriagados con el avance de nuestra tecnología ts obsesionados con la constante adquisición ts acumulación de bienes materiales.

Sugiero que tal vez Dios ha cesado de comunicarse directamente con nosotros porque El no considera necesario hacerlo. Dios nos ha manifestado en la revelación en el Monte Sinaí, con absoluta claridad, el camino que debemos seguir en la vida ts que constituye el contenido esencial de las sagradas escrituras. En cierta etapa de la historia de la humanidad nos envió Sus mensajeros, los profetas, para exhortarnos a no apartarnos del sendero que El nos había indicado. Lo que realmente hace falta es que seamos consecuentes con las enseñanzas que ya nos han sido dadas. Una “nueva” revelación sería una admisión de que la primera de éstas fue insuficiente o equivocada. ¿Acaso podemos sostener que Dios cambia de opinión o que lo que El hace no es perfecto? Nuestra tarea actual es la de leer ts estudiar estos capítulos, para obtener de ellos un rumbo, una dirección. Nuestra tarea es la de interpretar ts estudiar la palabra de Dios de acuerdo con la perspectiva ts el entendimiento contemporáneo, tal como generaciones anteriores lo hicieran en su época. Aunque vivimos en un mundo de cambios ts de constante desarrollo, existen imperativos morales ts éticos que son eternos. La Torá es la fuente auténtica de estas normas para nuestra conducta.

La santidad del Shabat – La democratización religiosa

VAYAKHEL - Éxodo XXXV - XXXVIII,20 - PEKUDEI Éxodo XXXVIII,21 - XL

La Torá nuevamente insiste sobre la naturaleza especial del Shabat y en especial acerca de la necesidad de abstenerse de melajá, que es el trabajo prohibido en ese día sagrado. El texto hace mención específica de no encender fuego en Shabat. Según nuestros jajamim hay treinta y nueve categorías de actividades manuales que están prohibidas en Shabat, incluye la de no encender fuego alguno, señalada en nuestro texto. ¿Por qué se menciona como un aparente ejemplo de los trabajos prohibidos, pinkt (especialmente) lo tevaarú esh, “no encenderéis fuego”? Respondiendo a esta inquietud, el Talmud, cita una diferencia de opinión entre Rabí Yosí y Rabí Natán. Según Rabí Yosí, la mención específica de esta prohibición, parece un caso excepcional, que sirve para enseñar que el castigo por encender fuego en Shabat es menor que el que se recibe por desobedecer cualquier otra melajá. Según Rabí Natán de  nuestro texto se deduce, que cada desobediencia resulta en un castigo aparte. O sea, la trasgresión de dos prohibiciones en Shabat, significa recibir dos castigos.

Una lectura objetiva del mismo texto, en cambio, nos sugiere que el encendido del fuego es el ejemplo típico de lo que no debe hacerse en Shabat. Después de todo, el fuego y el calor son los agentes que utilizamos generalmente para transformar la naturaleza y sus elementos, o para darle un uso diferente a las cosas. Por ejemplo, no se debe cocinar en Shabat, porque por efecto del calor  los alimentos se vuelven comestibles. El Talmud especula que el “primer invento” de Adam fue la utilización del fuego, el instrumento necesario para todo avance tecnológico. El desarrollo de la civilización, tal como la conocemos, es inconcebible sin el uso del fuego. La idea básica de “no trabajar en Shabat” busca aparentemente que el hombre puede utilizar y aprovechar lo que existe en la naturaleza, pero al mismo tiempo debe abstenerse de toda actividad de creatividad intencional. O sea que no se debe pulsar el interruptor de electricidad, porque al hacerlo, se propicia que la electricidad existente en los cables, se transforme en la luz que irradia del bombillo. Antes de pulsar el interruptor no se puede leer en la habitación por la oscuridad, pero después sí se puede. Con mi acción he transformado y alterado el uso que se puede dar a esa habitación en particular, y por ello, la prohibición. La abstención de toda actividad creativa en Shabat, hace que reconozca y admita, simbólicamente, que el auténtico creador del universo es Dios, porque El también cesó de crear en ese séptimo día.

Las treinta y nueve categorías de “trabajos prohibidos” en Shabat pueden agruparse bajo tres renglones generales de acuerdo con el Dr. Michael Gutmann en su “Trabajo en Shabat de acuerdo con la halajá”. Estos son los “trabajos” relacionados con la agricultura, los que están presentes generalmente en la preparación de los alimentos y los que se utilizan en la artesanía. Bajo el rubro de la agricultura nos encontramos con la prohibición de sembrar, arar, segar, cosechar, trillar, aventar y separar. Con referencia a la preparación de los alimentos no se debe moler, amasar y hornear.

Dado que la instrucción de “no trabajar en Shabat” se repite junto con las instrucciones acerca de la construcción del Mishkán, deducimos que efectivamente están prohibidos en Shabat todos los trabajos que fueron necesarios para la construcción de este tabernáculo. Numerosas actividades del Mishkán eran operaciones textiles tales como esquilar, blanquear, desplumar y teñir la lana. Además, se realizaban operaciones tales como hilar, tejer, empalmar, desatar, coser, rasgar. Igualmente, los trabajos involucrados en la elaboración del cuero tales como cazar, sacrificar, despellejar, curtir, raspar, cortar, escribir, borrar. Incluidos, desde luego, en la erección de este Mishkán están el construir y el destruir. Bajo el rubro de los trabajos de orfebrería se incluye encender, apagar y terminar. Por último está la prohibición de no transferir un objeto de un dominio privado a un dominio público y viceversa; y el transporte de un objeto en el mismo dominio público.

Las melajot, que son las categorías de trabajo arriba mencionadas, contienen prohibiciones adicionales que se derivan de ellas y cuya suma global es impresionante. Nuestra conclusión inicial podría ser por lo tanto, que en el día de Shabat la obsesión constante es con todo lo que “no” debemos hacer. “No hagas” parece ser la esencia del día sagrado. Para algunos, pueda ser que sea así. La tradición, en cambio, enseña algo muy diferente. El espíritu y la intención de la multiplicidad de estas prohibiciones propicia el que podamos, alejarnos airosamente de nuestros quehaceres mundanos para que tengamos la oportunidad de concentrarnos en otras actividades, tales como el estudio y la reflexión, la conversación y la compenetración con los diversos miembros de nuestras familias, que son, después del todo, las cosas, los seres y las relaciones que tienen trascendencia y propósito en nuestras vidas mortales.

¿Es acaso la concepción halájica del Shabat compatible con la vida moderna? En una sociedad donde los medios de comunicación lo son todo, ¿es posible aislarse, por un período de veinticuatro horas semanales, del obligado uso del teléfono, de la televisión y del automóvil? La respuesta ni es obvia ni fácil. Requiere una dosis especial de disciplina encerrarse en una “fortaleza judaica auténtica” en Shabat, después de haber compartido durante seis días de cada semana, el ritmo de vida y los avanzados tecnológicos de  nuestros tiempos. En tiempos anteriores el problema era más agudo aún por la escasez de los medios de subsistencia. El no trabajar un día, significaba que no se comía un día.

A fin de cuentas, la observancia de las leyes de Shabat, tiene que ser el resultado de una firme decisión muy personal, lo que, desde luego, tienes invariablemente, grandes consecuencias. Asher Ginsburg, mejor conocido como Ajad Haam, solía citar que “más que los judíos cuidaran el Shabat, el Shabat cuidó de los judíos”. Existe una identificación y una simbiosis entre el Shabat y el judío, que son difíciles de delinear con precisión. En los albores del movimiento Reformista en el judaísmo se hizo el intento de sustituir el domingo por el Shabat. ¿Cuáles fueron las consideraciones para este paso, que fue abandonado con el tiempo? Hay quienes sostienen que la decisión fue tomada para facilitar la asistencia a la sinagoga en épocas cuando el sábado era un día laboral para las grandes mayorías. Otros sostienen que fue un intento adicional de “cristianizar” el judaísmo y de diferenciar al judío lo menos posible de los otros miembros de la sociedad que le ofrecían, por primera vez, la opción de la ciudadanía. El cambio del domingo por el Shabat, le daba la posibilidad al judío de asistir a su propia “iglesia” judía el mismo día en que el resto de la población se dirigía a las iglesias cristianas. De una manera u otra, el judaísmo no pudo absorber esta obvia imitación y retornó a la celebración del Shabat, mientras los reformistas siguieron con sus novedosos principios ideológicos.

La recitación inicial de seis salmos que aluden a los seis días de la semana en el rezo de Kabalat Shabat, fue instituido por los Kabalistas de Tzefat. Estos místicos solían salir a los campos durante crepúsculo del viernes para recibir a Shabat malketá, a la “Reina de Shabat” que se acercaba. Encontramos el origen de esta costumbre en el Talmud donde se relata que los sabios vestidos con sus mejores ropas solían saludarse diciendo, “vamos a recibir a la Reina Shabat”. Lo que se decía en forma simbólica en los tiempos del Talmud, se sentía aparentemente como una realidad en el mundo de la Kabalá. Y en nuestros tiempos también, toda familia que observa el Shabat puede dar testimonio de que existe una paz y un manto de santidad que envuelve todos los rincones de ese hogar donde las leyes de este día son consagradas.

PEKUDEI

La democratización religiosa

Éxodo XXXVIII,21 – XL

                                     

La construcción del Mishkán, que es el tabernáculo que le servirá a nuestros antepasados en su culto al Creador, recibe minuciosa atención en nuestros capítulos. Tal como conocemos de las lecturas anteriores, no es ésta la primera vez que nuestro texto detalla los diferentes objetos y trabajos que fueron necesarios para el Mishkán. Algunos expositores e intérpretes bíblicos se esfuerzan por encontrar un razonamiento para esta insistencia y repetición. Antes de intentar responder a esta interrogante, es importante notar cierta modalidad en el proceso de la construcción de este Mishkán.

El Mishkán se construye con la participación de toda la sociedad. Se exhorta a cada miembro para que contribuya con majtzit hashékel, que es una cantidad igual para todos, para evitar posiblemente que alguna persona o grupo se apodere de la conducción y del funcionamiento de este Mishkán. En cierta forma, los kohanim que componen el sacerdocio del culto, no tienen exclusividad del recinto sagrado, porque el pueblo, en su totalidad, ha participado en su construcción y continuará haciéndolo con su mantenimiento y con sus contribuciones para las necesidades de este Mishkán. El aporte de los diferentes materiales necesarios para la construcción del Mishkán le ha dado a cada uno una vía adicional para expresar de manera concreta su inquietud y fervor religiosos. El judío se sentirá, de aquí en adelante, involucrado personalmente y como factor activo en el culto de la fe, hecho que es una característica esencial y un pilar fundamental de la tradición judía.

Al entrar a una sinagoga se nota de inmediato la diferencia entre ésta y otros templos. No existe un oficio o sacrificio simbólico ofrecido por un sacerdote. El jazán que dirige los rezos en la sinagoga, (aunque con algunas excepciones) viene a ser en gran medida, director de orquesta que pone orden a la recitación de las plegarias por parte del público asistente, el que a su vez, tiene que ser un participante activo en todos los aspectos del servicio religioso. En un principio, durante el culto en la sinagoga, cada persona llamada para una aliyá, que es la lectura de la Torá, efectivamente leía, él mismo, los versículos de la porción que se le había asignado. Pero cuando los jajamim notaron que en los oficios había feligreses que no podían cumplir con esta tarea y, que por lo tanto, quedaban discriminados, optaron por delegarle a una persona, designada de antemano (báal keriá), para que a nombre de todos declamara y cantara la lectura.

La enseñanza judía, por lo tanto, es diferente a la de otros, y hasta revolucionaria, porque arrebata el monopolio del sacerdocio en el culto religioso. Durante la última etapa de nuestra historia, anterior a la destrucción del Beit HaMikdash, que era el Templo sagrado de Jerusalem, se acentuó la rivalidad entre dos de las corrientes existentes. Por un lado estaban los Tzedukim, Saduceos que representan básicamente a los kohanim que componen el sacerdocio, y por el otro lado encontramos a los Perushim, Fariseos que agrupa a los jajamim que son los maestros y estudiosos de la tradición.

La destrucción del Beit HaMikdash aceleró esta rivalidad que culminó con el predominio intelectual de los Perushim. Estos últimos interpretaron las Sagradas Escrituras y estamparon con sus enseñanzas la esencia de la práctica y de la fe judía. Su obra magna es el Talmud que recoge las discusiones y las polémicas de las grandes academias de estudio de Babilonia y de Palestina. Desde cierta estrecha, pero afinada perspectiva, el Talmud revela, de manera más auténtica que la misma Biblia, el geist del judaísmo. El Talmud nunca podría ser incorporado a la vida de otro grupo si este grupo no abandonase previamente su identidad anterior. La Biblia, en cambio, fue adoptada por el cristianismo, el cual aunque similar en algunos aspectos, es muy diferente y “otro” del judaísmo en un gran número de proposiciones fundamentales. La mencionada participación mancomunada en la construcción del tabernáculo en el desierto, constituye, entonces, un primer paso para la “democratización religiosa popular” que será una premisa fundamental del judaísmo.

La decisión Divina de ordenar la construcción de este Mishkán parece ser, como ya anotamos en un capítulo anterior, un compromiso con la noción de la existencia de un Dios que no es visible. El pueblo exige alguna representación tangible de un concepto que es enteramente abstracto. No era posible borrar rápidamente la memoria de la experiencia egipcia de centenares de años. Por lo tanto, el Mishkán y la menorá y todos los objetos que contiene este recinto sagrado son símbolos de ideas que fueron revolucionarias en su momento, pero que representan, al mismo tiempo, verdades permanentes.

Por siglos, incluyendo el de la gloriosa época de la construcción del Beit HaMikdash durante el reino de Shelomó, continuó la lucha por desterrar las costumbres y las ideas paganas del seno de nuestro pueblo. El monoteísmo no se impuso de inmediato con la maravillosa revelación en el Monte Sinaí. Fue necesario destruir numerosos ídolos y falsos conceptos, en un proceso de maduración y desarrollo de las nuevas ideas que revolucionarían al mundo entero.

La destrucción del segundo Beit HaMikdash y el destierro de nuestros antepasados causaron un trauma nacional de enormes proporciones. En el exilio no había la posibilidad de ofrecer los sacrificios que constituían el culto diario en el Beit HaMikdash. La etapa que había comenzado con el Mishkán después del Éxodo de Egipto había llegado a su conclusión. Peligraba ahora la estabilidad de la fe en el Dios único que finalmente se había arraigado y formaba parte de la identidad judía. El Beit HaMikdash no es portátil y no podía ser incorporado a un nuevo estilo de vida religiosa fuera de la tierra ancestral.

En este momento de la historia se impone con mayor fuerza la perspectiva de los Perushim que toman para sí la bandera del estudio y del esfuerzo por una comprensión más profunda de los principios de la tradición religiosa. Con la pérdida del culto de los kohanim que se realizaba en Jerusalem, surgen las academias y las tertulias. Aflora con vigor la Sinagoga, cuyas raíces se habían constituido, tímidamente, durante el último período de la existencia del Beit HaMikdash. La figura del Rabí (rabino) que es el maestro, el experto intérprete de la tradición, adquiere prominencia en la jerarquía religiosa. En algún momento de la Edad Media, nos encontramos con la profesionalización de este Rabí que percibe una remuneración de la comunidad (equivalente a lo que hubiera percibido por otro oficio, si le dedicase un tiempo similar) a fin de entregarse, a tiempo completo, al estudio y a los quehaceres espirituales de la sociedad.

De tal modo, se da la transición de una fe cuyo centro físico está en Jerusalem, a una tradición que puede ser transportada y llevada a los confines del mundo. El sacrificio tiene que ofrecerse en el Beit HaMikdash, pero las oraciones y el estudio no están circunscritos a un área geográfica. Esta nueva adaptación de la fe, obligada por el exilio, reforzó la determinación por la sobrevivencia y afinó nuestro ingenio creativo en la búsqueda de nuevas modalidades para expresar las verdades espirituales que habíamos heredado. Sin embargo, la posibilidad actual de residir en Medinat Israel abre nuevas perspectivas para desarrollar con la experiencia obtenida en el exilio, una apreciación y comprensión  más profundas del gran descubrimiento del patriarca Avraham que es la existencia de un solo Dios y en consecuencia, el de la hermandad entre todos los seres humanos.

Moshé lider, Moshé pastor

KI TISÁ Éxodo XXX,11 - XXXIV

                                         

El censo de nuestros antepasados en el desierto se llevó a cabo a contando las monedas. A cada uno se le exigió un aporte de majtzit hashékel y de esta manera se pudo determinar fácilmente la población total de nuestro pueblo. Se sumó el dinero y el total de los shekalim dividido por la mitad arrojó el número de hebreos. Los jajamim señalan que este aporte de majtzit hashékel fue exigido tres veces. Para la construcción general del Mishkán, que era el tabernáculo del desierto; para los adanim, que son los cuencos que se utilizaron para armar el mismo; y para la adquisición de los animales para el sacrificio diario.

La contribución de majtzit hashékel, la mitad de un shékel (el nombre de la actual unidad monetaria del Estado de Israel) alude al hecho que cuando uno contribuye a alguna causa no puede aspirar a terminarlo todo. El máximo aporte es majtzit, la mitad, porque se requiere usualmente el concurso de personas y factores adicionales. Además, la palabra majtzit sugiere que uno nunca esta al día con sus contribuciones. Por más que uno aporte, apenas puede alcanzar a una mitad de las posibilidades. Es interesante notar que la palabra utilizada en nuestro texto es venatenú, “y darán” que en el original hebreo se puede leer igualmente tanto de derecha a izquierda, como de izquierda a derecha. Este hecho es muy ilustrativo del hecho de que uno recibe en la medida que uno otorga. Gran parte de las relaciones humanas, tales como la amistad, la fraternidad, el amor, son proporcionales a esta interdependencia y el intercambio de los sentimientos entre las partes, que deben actuar en ambos sentidos. Por último, el hecho que los sacrificios diarios eran adquiridos a través de esta contribución pública, hacía que todos participaran del culto en igualdad de condiciones.

Nuestros capítulos hacen mención especial de un tal Betzalel, de la tribu de Yehudá, que fue el artista conceptual y artesano del tabernáculo. (La escuela de artes plásticas de mayor renombre en Israel lleva este nombre). La Torá, al caracterizar a este Betzalel, utiliza la expresión jajam lev, que quiere decir inteligencia de corazón. Esta expresión sugiere que tal vez, en el lenguaje bíblico, la facultad intelectual se ubica en el corazón. Desde luego, nos encontramos únicamente frente a un simbolismo literario. Cuando en nuestro lenguaje cotidiano nos referimos a una persona que posee un buen corazón, ¿acaso estamos afirmando al mismo tiempo que los sentimientos humanos se pueden localizar físicamente en este corazón? En el idioma de la Mishná, en cambio, el corazón es utilizado como el símbolo y el lugar donde se ubican los sentimientos. Por lo tanto, el estudio de nuestros textos requiere que se conozcan las figuras literarias utilizadas en esa época, como las realidades sociales y políticas que predominaban en aquellos días.

La lectura semanal enseña que aun el proceso de la construcción del tabernáculo, que por definición es una labor sagrada, debe regirse por las leyes del Shabat. Este día sagrado es denominado berit olam, que es un pacto eterno. Según el texto, el Shabat es “una señal para siempre” de que el Señor hizo el cielo y la tierra en seis días y en el séptimo día cesó de crear y descansó. De esta manera, una vez más la Torá hace énfasis en la importancia singular del día semanal de descanso, que se ha convertido en el eje de los derechos humanos fundamentales y la base de cualquier legislación sobre el trabajo.

Un tema central de nuestra lectura es la construcción de un éguel hazahav que es un becerro de oro, debido a que Moshé tarda excesivamente en descender del Monte Sinaí. La revolucionaria noción de un solo Dios, único e invisible a la mirada humana, no puede sobrevivir ni a un solo momento de incertidumbre. Aharón, el hermano de Moshé, colabora con la muchedumbre en la elaboración de este ídolo, como una táctica dilatoria ¿(o, tal vez, aprovecha la desaparición de su hermano y se propone asumir el mando accediendo al deseo popular)? Este episodio es trágico en extremo, porque es una demostración de la inestabilidad y de la debilidad de la fe de nuestros antepasados, que a escasos días de la revelación Divina, retroceden al prototipo de la idolatría. Rambán y otros comentaristas sugieren que el “becerro” no es más que una representación física de Moshé, porque al reaparecer este último, cesa rápidamente toda nostalgia por la idolatría que reinaba por doquier en Egipto.

El desarrollo de este momento doloroso, permite que Moshé demuestre su gigantesca personalidad y su espíritu extraordinario. Moshé es el éved HaShem, que quiere decir el sirviente de Dios, por excelencia. Pero igualmente es el líder y el pastor de su pueblo. Como resultado de la adoración del “becerro” por el pueblo, Dios le advierte a Moshé que se propone destruir el “pueblo elegido” para seleccionar otro pueblo al que también será numeroso. Moshé reacciona entonando una súplica razonada y emocional, exclamando shuv mejarón apeja vehinajem al haraá leameja, “reconsidera Tu ira, apiádate y no le hagas mal a Tu pueblo”. Moshé argumenta que los otros pueblos de la tierra concluirán que Dios es impotente para llevar a Su pueblo a la Tierra Prometida. “Recuerda a Tus siervos Avraham, Yitzjak y Yaacov, a quienes prometiste bajo juramento” continua Moshé, utilizando todos los argumentos posibles en defensa de su pueblo, de su rebaño, el que aunque se rebela y desobedece, sigue siendo su familia y su gente.

El Zóhar, la obra magna del mundo de la Kabalá, diferencia entre las plegarias y las súplicas de tres personajes bíblicos claves que son Nóaj, Avraham y Moshé. El Zóhar destaca que cuando Dios le participa a Nóaj que está por destruir a la humanidad y a todo ser viviente, éste reacciona con resignación y sin protesta. En ningún momento se le escucha algún reproche por la decisión Divina. En la concepción de Nóaj, aparentemente, la voluntad de Dios tiene una cualidad absoluta que no permite que el ser humano lo rete o que ponga en tela de juicio Su justicia. En cambio, sugiere el Zóhar, cuando se le informa a Avraham de la inminente destrucción de Sedom y Amorá, se desarrolla en nuestro texto una confrontación entre el hombre y su Dios. ¿Cómo es posible, cuestiona Avraham que quien juzga a toda la tierra no haga justicia? ¿Es posible que se castigue al justo simultáneamente con el malvado? En la concepción de Avraham, Dios tiene que ser correcto, aun al nivel de la limitada comprensión humana. Avraham admite que todo crimen debe recibir su castigo y si los habitantes de Sedom y Amorá son culpables de las inmoralidades señaladas, deben sufrir las consecuencias de sus acciones.

El caso de Moshé es totalmente diferente. Moshé ha presenciado con sus propios ojos el yugo de la esclavitud. Tiene que huir del palacio del Faraón por haber defendido, con sus manos, una de las injusticias que se cometían contra su pueblo. Moshé tiene que luchar contra la “dureza del corazón” del Faraón, pero igualmente tiene que vencer la apatía de su pueblo y su reticencia a enfrentar un futuro de interrogantes e inestabilidad en el desierto. A cada momento recordarán que si en Egipto había seguridad y abundante comida, cuál era entonces la finalidad de ser conducidos a morir en el desierto. ¿No había suficientes sepulturas en el país de las grandes pirámides y de la adoración de los muertos? La relación de Moshé con su pueblo no es objetiva. Existe un cúmulo de experiencias comunes que los unifica. En el lenguaje bíblico, nafshó keshurá benafshó, tal como el alma de Yaacov estaba atada al alma de su hijo menor Binyamín, el espíritu de Moshé estaba compenetrado en una alianza eterna con el geist de su pueblo, el pueblo hebreo.

Nos encontramos frente a un nuevo desarrollo de la relación de afecto y responsabilidad del líder por su comunidad. Para Moshé, aun cuando el pueblo judío peca y yerra, aunque se equivoca y se desvía del camino, no cesa de ser su pueblo. Esta idea reaparecerá en la Mishná con la máxima, Israel af al pi shejatá, Israel hu, “Israel aun cuando peca, continua siendo Israel”.

Lejos de ser el implacable y severo conductor del pueblo judío, Moshé revela poseer la sensibilidad del padre que comprende las fallas y las debilidades de un hijo. Recrimina a este hijo, pero eventualmente perdona porque jamás deja de quererlo. Lo ama incluso en los momentos cuando está más alejado y ha abandonado las enseñanzas paternas, porque un padre nunca deja de abrigar la esperanza, que transforma en convicción, del retorno del hijo al sendero de la moralidad.

Ropajes y la memoria del corazón

TETZAVÉ -Éxodo XXVII,20 - XXX,10

Estos capítulos enumeran las vestimentas y los ornamentos que utilizaba el kohén, para luego señalar las características del proceso de su consagración como sacerdote. Los estudiosos nos alertan frente al hecho de que por primera vez, desde el momento de su aparición en los anales de nuestra historia, Moshé está ausente del relato de la Torá. No se le menciona. Uno de los célebres exegetas, Báal Haturim, sugiere que esta ausencia se debe a que Moshé se expresó de una manera particular durante el episodio del becerro de oro. Moshé le implora a Dios que perdone al pueblo judío en aquella oportunidad, alegando que si no fuera posible: “bórrame, por favor, del libro que Tú escribiste”. A pesar de que Dios perdona a Su pueblo, lo dicho por un personaje de la trascendencia de Moshé se cumple aun cuando no están presentes todos los factores que condicionaron de su afirmación. Se  perdona a los hebreos, pero el nombre de Moshé se elimina en algún texto. Tal vez la enseñanza para nosotros es que tenemos que ser muy cuidadosos con nuestras palabras y expresiones. Por lo tanto, es conveniente ser explícitos, claros y exactos, especialmente cuando una proposición puede interpretarse de diversas maneras y en consecuencia puede dar lugar a interpretaciones erróneas y, por lo tanto, indeseables que pueden herir los sentimientos de nuestro prójimo.

¿Por qué fueron escogidos estos capítulos para omitir el nombre de Moshé? ¿Para poder de esta manera dar cumplimiento a su célebre petición de “bórrame”? Cabe pensar que la ausencia del nombre de Moshé, el conductor del éxodo de Egipto, sea una manera de señalar la separación de los poderes y la independencia entre ellos. El sacerdocio tiene que estar separado de cualquier otra forma de liderazgo. Cada uno de ellos, Moshé y Aharón, tenían una función especial y diferente. El sacerdocio de Aharón es hereditario, pero el liderazgo de Moshé no lo es. Las leyes a cargo de los kohanim son inmutables. Las enseñanzas de los jajamim son dinámicas para que puedan responder a las cambiantes condiciones bajo las cuales se desarrolla y se desenvuelva una sociedad. Los principios en los cuales se basa la halajá, que es el marco de la legislación judía, están dados y conformados. Los jajamim, sin embargo, tienen la misión de interpretar estas normas legales para su aplicación a situaciones que no hayan sido contempladas anteriormente. En el campo de la medicina moderna, por ejemplo, existen técnicas y adelantos que exigen una nueva definición del momento exacto de la muerte. Lo mismo sucede en otros campos.

Hubo momentos en nuestra historia cuando la separación entre estos poderes estuvo entre brumas. En efecto, cuando los diferentes poderes se ubicaron en un solo grupo, vino la corrupción y el inicio de un proceso de desgaste que culminó en el desastre y en la pérdida de nuestra independencia nacional.

¿Cuáles son las vestimentas de los kohanim descritas en estos capítulos? El joshen es una piedra preciosa que portaba el kohén a la altura del corazón. El efod es, probablemente, una serie de cinturones que unen la espalda al pecho del kohén y que sirve para sostener algún objeto (probablemente el joshen mishpat). Ketónet es un camisón con el cual se cubría el cuerpo y meil es una túnica que se colocaba por encima. El tashbetz servía de matriz para la colocación de ciertas piedras preciosas. El gorro utilizado por el kohén se denomina mitznéfet. El avnet es un cinturón con el que se amarra el ketónet y el efod sirve para asegurar el meil.

Encima del efod y, sobre los hombros del kohén, aparentemente se colocan dos piedras de ónice con los nombres de las doce tribus grabadas sobre ellas y con láminas de oro a su alrededor. El simbolismo es claro, visible. Los nombres de las doce tribus hacen referencia a la unidad del pueblo y, simultáneamente, señalan al kohén como el portavoz de la totalidad de ese mismo pueblo.

Adicionalmente, el kohén también portaba sobre su pecho el joshen mishpat que consistía de doce piedras preciosas diferentes, ordenadas en cuatro grupos. Cada piedra individual estaba dedicada a una tribu diferente, siempre de acuerdo al orden de nacimiento de cada uno de los hijos de Yaacov. Los que en nuestra juventud aprendimos a leer la Torá con el trop, que es la señalización del cántico especial de cada palabra, generalmente recordamos los nombres hebreos de estas piedras preciosas. Una de ellas, la tercera de la primera fila, se denomina baréket, que es una palabra que aparece, coincidental mente, en un viaje al cual aludo a continuación.

Algunos años después de la “Guerra de los Seis Días,” en el curso de una visita a Israel, nos llevaron a visitar una base aérea. Si no nos lo hubieran dicho, nos hubiéramos dado cuenta de que se trataba de un aeropuerto y mucho menos de un hangar de aviones de la fuerza aérea militar. Por razones obvias, las bases aéreas Israelíes son subterráneas. En esa oportunidad, fuimos invitados a un anfiteatro para escuchar una conferencia de un coronel cuyo nombre era, Baréket. El mismo coronel nos hizo recordar que su nombre aparecía en la Torá como el de una piedra preciosa que portaba el kohén. Dos afirmaciones del Coronel Baréket me quedaron grabadas. Fíjense, dijo, en un mapa de la tierra que se puede encontrar en muchos hogares y busquen la ubicación de Israel. Podrán constatar, continuó, que el nombre de Israel no cabe dentro el área que nuestro estado ocupa sobre el globo. La palabra Israel, invariablemente, está escrita sobre la porción que le corresponde al Mar Mediterráneo. Se trataba de un ejemplo gráfico para ilustrar -en un contexto global- las dimensiones mínimas de Israel. A continuación nos dijo que si  un avión de caza militar decide volar a lo largo de Israel, es decir de norte a sur, que es en longitud mayor, lo puede hacer en sólo siete (7) minutos. Y si este avión desea hacer una vuelta en “u” está obligado a sobrevolar el Mediterráneo. El Estado de Israel no es lo suficientemente ancho como para que un avión de combate pueda hacer esta maniobra sobre el cielo de su propio territorio.

Las dimensiones geográficas de Israel vienen a ser un poco más de una cincuentava parte de Venezuela. Esas son las dimensiones reales del Estado al cual se le exige proceder a una amputación  como condición inicial para una posible y frágil paz. No hay la menor duda de que todos ansiamos y soñamos con la paz. La devolución a Egipto de grandes extensiones territoriales demostró fehacientemente la firme disposición de Israel al proceso de paz. Al mismo tiempo señala que en cualquier negociación futura, Israel no constituirá ningún impedimento u obstáculo para el entendimiento en la región. Con la creciente firma de un tratado entre Israel y la OLP se dio un inicio tangible a este proceso en nuestros días.

La guerra interminable (que culminó en el conflicto bélico entre ambas naciones, con la intervención norteamericana) entre Irán e Irak causo, de un acuerdo a cifras oficiales, un millón de muertos probablemente por encima de los dos millones, según expertos en la materia. La intifada en Israel, al escribir estas líneas, ha arrojado un saldo de menos de cuatrocientos muertos. (Aunque toda vida tiene valor infinito y para cualquier padre o madre, la muerte de su hijo es la tragedia total, sin embargo, desde un punto de vista global, existe una diferencia real entre la muerte de centenares y la muerte de  millones). Entre otras formas, para asignarle a los hechos su importancia dentro de una jerarquía de valores, se toma en cuenta el número de centímetros-columna que los diarios le dedican al suceso en cuestión y la cantidad de minutos de noticiero televisivo que ocupa. Si nos atenemos a estos parámetros de comparación, los hechos a los que estamos aludiendo, es decir la guerra entre Irán e Irak y la intifada en Israel, deberían concluir que las cifras de muertos fueron invertidas.

¿Por qué se ocupa tanto de nosotros el mundo? ¿Por qué no se nos disculpa alguna torpeza ocasional y por qué siempre se nos juzga con tanta severidad? Incluso la Torá es discriminatoria y más exigente con nosotros. Se espera más gallardía y generosidad de nosotros y se anticipa un comportamiento más acorde con determinadas normas morales. Este tema es muy complejo y requiere  de un análisis histórico y sociológico por separado. Un tanto a la ligera, sugiero que podríamos responder en sentido doble. Tenemos razón al sentirnos heridos y señalados porque se exige más de nosotros, pero, al mismo tiempo, debemos sentirnos orgullosos de que el mundo, en su fuero interno, reconozca que el destino histórico del pueblo judío es el de servir de ejemplo a las naciones. Por eso importa mucho lo que este pueblo hace y lo que deja de hacer. De qué manera enfrenta la tragedia y cómo responde en momentos cuando se puede aspirar a la gloria. Y dado que un pueblo es la suma total de sus integrantes, cada uno de nosotros tiene que sentir el peso de la responsabilidad que implica la pertenencia a una comunidad histórica que hizo un berit, un pacto con Dios en el Monte Sinaí y cuyos ecos aún se escuchan.