LA INMUTABLE LEY DE DIOS

Parashá MISHPATIM

Las normas básicas para la convivencia dentro de un marco de libertad, respeto y solidaridad con el prójimo están ampliamente explicadas en estoas capítulos. Para subrayar que estas leyes tienen la misma validez que los Diez Manda- mientos, los jajamim destacaron que también provienen del Sinaí. Mientras que los Diez Mandamientos son enuncia- dos de los principios básicos que deben regir la convivencia, nuestro texto detalla los pormenores y las diferentes situa- ciones de cómo y cuándo se debe aplicar la Ley.

La primera consideración del texto es acerca del trato del esclavo, a quien debe considerarse como un trabajador para no despojarlo de su dignidad humana. Porque una de las mayores preocupaciones de la Torá es la dignidad, la autoestima del ser humano. Similar consideración recibe el pobre, incluso el animal doblegado bajo una excesiva carga sobre su cuerpo. Las responsabilidades en caso de injuria y daño material son materia de consideración. Entre los com- promisos que debe asumir el agresor se encuentra sufragar el gasto de la curación del agredido. De este hecho se des- prende que un médico puede actuar, porque si la enferme- dad es el resultado de algún pecado, no se debería interferir con la consumación del castigo. El médico interviene con el diagnóstico, las drogas y la cirugía, sin embargo, en última instancia, Dios es quien cura.

Es preciso destacar la prohibición de pagar y cobrar inte- reses por el dinero prestado. Especialmente en una econo- mía agrícola, los intereses se convertían en una carga insoportable. En los tiempos modernos, incluso durante el período del Talmud, el dinero se ha convertido en un ins- trumento vital para el comercio y la industria, indispensable para el desarrollo. Los jajamim concibieron la posibilidad de escribir un documento denominado Heter Iská, según el cual el prestamista se convierte en un inversionista, o sea que el interés que se deviene se convierte en un dividendo. Aun- que hay quienes alegan que se trata de un ardid de conve- niencia, no obstante, sirve para recordar que la Torá vela por el menos afortunado, por la persona de escasos recursos a quien los intereses elevados pueden conducir a la ruina.

Está claro que algunas de las normas contenidas en el texto tienen una directa correspondencia con otros sistemas legales. En especial, el muy citado Código de Hamurabi tie- ne algunas ordenanzas similares. Se debe destacar, sin em- bargo, que la Torá atribuye un origen Divino a estas normas y, por lo tanto, no son negociables ni sustituibles. De acuer- do con el salmista: “Le declara Su palabra a Yaacov y Sus es- tatutos y Sus juicios a Israel”. O sea que estas normas tam- bién son Sus normas. Dios también se rige por las leyes contenidas en nuestro texto. El Midrash elabora esta tema al afirmar que “Mientras la persona le ordena a otro qué hacer y él no hace nada, no así el Eterno, porque Él hace lo que or- dena a otros que hagan”. Tal como Dios instruyó al primer patriarca Avraham: “Para que mande a sus hijos y a su linaje después de él, que guarden Mis caminos con rectitud y jus- ticia…”. “Mis caminos” son los caminos de Dios. Dios tam- bién se conduce de acuerdo con los principios y leyes enun- ciados en la Torá. Es interesante constatar que la palabra Elohim en hebreo, también se refiere a los jueces, porque ad- ministran la Justicia de Dios.

Según Meir Gruzman, la razón fundamental por la cual el profeta Shemuel reaccionó de manera negativa a la peti- ción del pueblo para que designara un rey, para que goberna- ra y pudieran “ser iguales a las otras naciones”, se debía al hecho de que un monarca legislaría un nuevo código de jus- ticia. Este hecho constituiría un rechazo de la Justicia Divina.

Está claro que las leyes de la Torá no obedecen a ningu- na ética de situación, ni dependen de unas coordenadas de tiempo. La ley de Dios es sabia y su validez es eterna. La supervivencia milenaria del pueblo judío así lo demuestra.

EL PUEBLO ELEGIDO PARA RECIBIR LA TORÁ

Parashá YITRÓ

Como suele ser en muchos idiomas, es difícil –y probablemente imposible en nuestro caso– definir o traducir el término Torá. Este vocablo es muy rico y amplio en sus acepciones.

Una de las definiciones aceptadas sugiere que la Torá es la razón de ser del judaísmo, lo que distingue al judío por encima de todo. Su contenido moral y ético es la base del mundo occidental, hecho que se hace cada vez más relevante y debe reconocerse con el pasar de los años, al observar la presencia del odio y la codicia, el instinto de destrucción que caracteriza a un sector amplio de la Humanidad. Allí probablemente reside una raíz básica del antisemitismo que no perdona la existencia de la Torá al judío. Porque el judío fue quien introdujo la noción de conciencia y responsabilidad por las acciones. Mientras que Grecia partía desde un prisma de sensualidad, del aprecio visual por la belleza que arropa a la naturaleza, el judaísmo impuso el criterio de lo moral, exigiendo al ser humano una conducta enmarcada en la justicia social, con un profundo sentido de la responsabilidad por la suerte del prójimo, especialmente por el menos afortunado en la sociedad. De tal manera que la Torá debía haber empezado con nuestros capítulos: la entrega de la Torá en el monte Sinaí, porque su contenido es el fundamento sobre el cual descansa la sociedad.

Dov Landau elabora esta idea al señalar que los relatos de Bereshit tienen el propósito de demostrar la falta de preparación de los miembros de otras naciones, su indisposición a regir su conducta por el ideal ético. Un muy conocido Midrash relata que Dios se había dirigido a otras naciones para ofrecerles la Torá, quienes después de indagar acerca de su contenido, se negaron a recibirla. Porque al acogerla tendrían que regir su conducta por sus normas. Una nación se negó, porque la Torá exige “no matarás”, y no podía someterse a una regla que entraba en conflicto con su acostumbrada conducta de obtener sus objetivos a toda costa, incluso a través del asesinato. Un segundo pueblo se abstuvo de recibir la Torá porque allí está escrito “no robarás” y el hurto era un vehículo básico para su supervivencia y desarrollo.

Empezando con Adam y Javá encontramos a personalidades con graves fallas morales. ¿Por qué comieron del fruto prohibido? Porque la serpiente les auguró que luego podrían diferenciar entre el bien y el mal. Serían dioses. La desobediencia se manifestó a través del mordisco del fruto, pero su intención fue retar la soberanía de Dios. Landau reseña una serie de personajes bíblicos que nunca alcanzaron el nivel ético apropiado, nivel que no es negociable. Una persona y su familia fueron salvadas del diluvio, pero lo primero que hizo el anciano Nóaj fue embriagarse, huir de su responsabilidad personal después de la traumática experiencia.

Lot y el rey Avimélej optaron por conductas de moralidad dudosa. Las hijas de Lot lo emborracharon para acostarse con él y procrear. La esposa de Potifar intentó seducir a Yosef. El faraón egipcio esclavizó a los hebreos y ordenó se asesinara a los recién nacidos. Tamar se ofreció como una prostituta a su suegro. Cada uno de estos personajes representa la violación de la norma ética.

¿Por qué se dirigió Dios a Avraham con Lej Lejá, “vete del hogar de tus padres”? Porque encontró en Avraham un hombre que potencialmente podría ser el padre de un pueblo que regirá su acción por la Mitsvá, el instructivo “moral” de la Torá. Según el Midrash, Dios hizo pasar a Avraham por diez diferentes pruebas, situaciones cuyo objetivo era la verificación de la disposición y conducta del patriarca.

La Torá insiste en que Moshé no era perfecto. Cometió un pecado. La naturaleza de ese pecado es motivo de discusión.

Lo seguro es que no era perfecto. Sin embargo, no se le puede subestimar, porque era un ser extraordinario, dispuesto a ofrecer su vida por el pueblo hebreo, hecho que demostró una vez más con la célebre frase: Mejeni na, “Bórrame a mi”, exclamada al percatarse de la disposición Divina de abandonar al pueblo hebreo para escoger a otra nación.

Incluso los descendientes de los patriarcas fueron seleccionados individualmente, porque muchos de ellos mostraron fallas básicas en su carácter. Eso no quiere decir que eran perfectos los que fueron escogidos para transmitir el ideal monoteísta a las futuras generaciones. La diferencia está en su disposición a hacer enmiendas, a la Teshuvá, a la reconsideración de sus errores. Con la excepción de Yitsjak, cada uno de ellos, de acuerdo con el relato bíblico, comete errores, experiencias que son aleccionadoras en el proceso de su desarrollo moral.

Rashí comenta que la Torá empieza con Bereshitpara justificar el otorgamiento de la Tierra de Israel al pueblo hebreo. Partiendo del hecho de que Dios es el creador del universo, tiene la potestad de asignar cualquier área del globo terráqueo a quien desee. Y así lo hizo con el pueblo hebreo.

Pero tal vez el recorrido desde Bereshit hasta Yitró es una demostración de las cualidades especiales de los antepasados de los hebreos, cuando son comparados con los otros actores.

El pueblo hebreo recibió la Torá en el monte Sinaí porque, en lugar de cuestionar el contenido del texto sagrado, exclamó “Naasé venishmá”, manifestando su disposición de empezar a actuar dentro de un marco de moralidad y responsabilidad.

Con la continua práctica de la Mitsvá, podría interiorizar la profunda sabiduría contenida en la Torá en su dimensión apropiada.

DIOS PROPONE Y EL HOMBRE DISPONE

Parashá Beshalaj

Conocido es el comentario de que nuestros antepasados tenían sentimientos ambivalentes en el momento del éxodo de Egipto. Por un lado estaba la promesa de la libertad que, en un principio, era sólo el equivalente del fin del yugo, pero al mismo tiempo estaba la incertidumbre que produce el cambio de una vida programada por un proceder que exige la iniciativa personal. Sólo una quinta parte de la población hebrea de Egipto acompañó a Moshé al desierto. Por ello, la palabra Beshalaj es interpretada como el éxodo forzado de los hebreos, el faraón simplemente los expulsó de Egipto.

Esta interpretación es fortalecida por la precaria respuesta de los hebreos cuando tuvieron que enfrentar los desafíos del desierto, agua, comida y la actitud bélica de la mayoría de los pueblos que habitaban la región. Incluso Moshé, cuando percibió que los egipcios los estaban persiguiendo, en un aparente cambio de opinión, mientras que el mar presentaba una barrera insalvable por delante, elevó una plegaria a Dios por socorro ante la situación apremiante.

La respuesta Divina fue categórica: Lama tits’ak elai, daber el haam veyisau, “¿Para qué me imploras? Dile al pueblo que emprenda el viaje”.

La respuesta puede interpretarse como una admonición por la aparente falta de fe de Moshé y del pueblo. ¿Acaso Dios había enviado las diez plagas que condujeron al éxodo para abandonarlos ante el primer desafió posterior? Tal vez veyisau quiere decir “no deben apoyarse en la ayuda Divina en todo momento”. La libertad no cohabita con la complacencia y la inercia. Progresivamente, los hebreos tendrán que apoyarse en sus propias fuerzas porque la libertad florece gracias a la iniciativa.

El texto bíblico narra que el ángel de Dios que los acompañaba en el momento del éxodo, volvió a la retaguardia y la nube se colocó detrás de los hebreos. Una posible explicación para este cambio de ubicación es el propósito de evitar que los egipcios pudieran observar cuál era la posición de los hebreos que estaban persiguiendo. Samson Raphael Hirsch opina que el cambio de la posición del ángel tenía el designio de proteger a los esclavos de sus perseguidores. Porque el ángel había fracasado en partir las aguas del mar que impedía el escape. De acuerdo con Hirsch, el mar sólo respondía a la intervención humana y no a la del ángel, y atendería la petición del ser cuya vida estaba en peligro. Aparentemente ante el peligro y el riesgo, el individuo debe utilizar sus propias fuerzas antes de pedir la intervención Divina. De tal manera confirma el ejercicio del libre albedrío.

La responsabilidad de Dios reside en proveer los medios para la toma de la decisión del individuo, pero en última instancia, el ser humano tiene que asumir la responsabilidad por sus acciones. Dios decide la suerte de los ángeles, que son seres unidimensionales y carecen de voluntad propia. Su existencia es una función de su misión única. Es la razón de su creación. No hay recompensa o castigo en la dimensión angelical, donde no opera la iniciativa ni la libre escogencia.

La Torá exhorta: Verapó yerapé, que por asestar un golpe al prójimo, la persona se responsabiliza luego de sufragar el costo de la cura, las facturas del médico y del hospital. Pero si suponemos que todo proviene y es causado por Dios, el médico no debería interferir con la enfermedad. Si el enfermo merece sanar, Dios lo ocasionará. Si Dios cura, ¿cuál podría haber sido la razón, el sentido inicial de esa enfermedad?

Se puede responder que una enfermedad es usualmente aleccionadora, porque enseña a valorar la salud. No obstante lo antedicho, los jajamim dedujeron de Verapó yerapé que cuando el médico cura al enfermo está actuando de acuerdo con la voluntad de Dios. Las enfermedades incurables incentivan al estudio científico, que progresivamente encuentra respuestas para los males que antes eran fatales.

Existe un delicado balance entre el libre albedrío y un Dios Todopoderoso que sólo interviene cuando el individuo enfrenta una
situación que no puede resolver por sí solo.

El yugo era feroz y no había escapatoria ante la persecución de las carrozas y caballería egipcias. En la actualidad, en muchas sociedades existe un control policial total que impide cualquier intento por cambiar la situación de opresión.

Los tiranos se apoderan de las instituciones de la sociedad y bajo un manto de legalidad, suprimen cualquier expresión de libertad. La condición de desamparo de los judíos en la Segunda Guerra Mundial ilustra muy bien este concepto.

Está claro que no se pudo enfrentar a los panzers nazis con puños y piedras. Si eso fue así, ¿por qué no intervino Dios? Esta es la gran pregunta que todavía no ha encontrado una respuesta satisfactoria. Mientras que los nazis fueron los culpables de las atrocidades
que se cometieron en los campos de exterminio y concentración, Occidente tiene que asumir una significativa cuota de responsabilidad. En el caso de la esclavitud hebrea en Egipto, cuando se toma en cuenta las comunicaciones de la época y la composición de la Humanidad, el período de la esclavitud se hubiera prolongado muchísimo más sin la intervención Divina. En cambio, en el siglo pasado, las naciones aliadas no sólo no hicieron lo suficiente ni en su debido tiempo, sino que hicieron retornar buques y transportes a su lugar de origen y, de esta manera, impidieron el escape de una muerte segura de quienes podían haber sido más afortunados.

Dios tiene que dar los elementos y las herramientas para la salvación, pero el hombre tiene que tomar la iniciativa, tal como hizo Najshón ben Aminadav de la tribu de Yehudá cuando se lanzó a las aguas del mar Rojo. Porque solamente después de su arrojo y valentía se partieron las aguas para permitir el paso de los hebreos hacia la libertad.

EL AÑO JUDÍO

Parashá BO

La primera Mitsvá que recibió el pueblo hebreo en Egipto está relacionada con el calendario. Es una señal de sofisticación en el mundo animal, donde ciertas especies de aves y peces están al tanto del efecto de las estaciones, hecho que se constata por sus migraciones anuales. Mientras que en Egipto el lugar y la edificación eran los símbolos del desarrollo, el mundo judío predicó que el tiempo, las estaciones y los meses son el parámetro fundamental para el desarrollo de una civilización.

Otras naciones precedieron al pueblo hebreo en el establecimiento de un calendario, que generalmente reflejaba un fenómeno asociado con la agricultura. En el hemisferio norte, el otoño empieza en septiembre, hecho que condujo a empezar el año nuevo en ese mes. Aarón Demsky señala que los antiguos cananitas –e incluso el reino de los seleucidas durante el período helenístico– celebraban el comienzo del año alrededor de esa fecha. En Babilonia, el año nuevo se celebraba durante los primeros diez días del mes de Nissanu, que corresponde al equinoccio de la primavera.

De acuerdo con la Mishná existen cuatro fechas diferentes para el año nuevo. El primero del mes de Nisán es el año nuevo mencionado en nuestro texto, sirve de referencia para las festividades y coincide con el comienzo de la primavera.

Según este cálculo, Rosh HaShaná –que se celebra en Tishrei– corresponde al séptimo mes del año. Los años del reino de un monarca también se calculan de acuerdo con esta fecha.

Es el comienzo del año para asuntos de orden civil. Por otro lado, Rosh HaShaná, de acuerdo con la tradición judía, es el aniversario de la creación del universo, de tal manera que se trata de una fecha universal que aparentemente fue observada por otras naciones. El cálculo del año de Shemitá, el año sabático para las tierras, también se rige por esta fecha. El fruto del árbol está prohibido durante los primeros tres años, hecho que se calcula igualmente empezando con Rosh HaShaná. El mes de Tishrei se constituye en el principio del año para los elementos de la naturaleza. Es el año natural.

Un año nuevo adicional se celebra en el mes de Shevat y está relacionado con los árboles, cuya sabia empieza a fluir con la conclusión del invierno. La diferencia de opinión entre Beit Shamai y Beit Hilel se decidió de acuerdo con este último y se celebra el día 15 del mes de Shevat.

Cabe destacar que aunque el mes de Nisán tiene un significado asociado con la naturaleza –y por ello era utilizado también por otras naciones–, el judaísmo le otorga una significación histórica. Es el aniversario del éxodo de Egipto, fecha que conmemora la naciente nación judía. Incluso el cristianismo y luego el Islam también asociaron fechas históricas a la celebración del año nuevo. En el caso del cristianismo es el día que corresponde a la fecha de la circuncisión, mientras que el Islam cuenta los años a partir de la hégira, fecha de la salida de Mahoma de la Meca en septiembre del año 622.

El judaísmo nació en el seno de dos grandes culturas: la mesopotámica y la egipcia. Ambas culturas florecieron alrededor de ríos: el Tigris, el Éufrates y el Nilo. Israel, en cambio, se desarrolló en una tierra carente de ríos, cuya agricultura dependía de la lluvia, de tal manera que el año comienza con la venida de las lluvias. (Durante la festividad de Sucot, inmediatamente después de Rosh HaShaná, se invoca la plegaria por Guéshem, lluvia). La palabra Stav, otoño, proviene del arameo y quiere decir invierno, mientras que Kayits, verano, está relacionado con la palabra Kets, que quiere decir fin, o sea, final del año.

Básicamente, existen dos fechas cardinales. Rosh Ha- Shaná, que tiene un significado universal, seguido por Yom Kipur, día del juicio para todo ser viviente. Al mismo tiempo Nisán, el mes de Pésaj, es una fecha nacional, particular para el pueblo hebreo, porque es el onomástico de la nación judía.

LA PREPARACIÓN PARA EL ÉXODO

Parashá VAERÁ

El primer intento de Moshé y Aharón fue fallido. El faraón se negó a su petición y no permitió que el pueblo saliera al desierto para servir al Dios de los hebreos.

Más aún: los hebreos fueron acusados de flojera y, por ello, el faraón decidió que en el futuro no se les daría la paja que necesitaran; no obstante, tendrían que seguir produciendo la misma cantidad de ladrillos que habían venido fabricando hasta entonces.

Los hebreos se sintieron defraudados por Moshé y Aharón, porque en lugar de liberarlos de la esclavitud, o al menos mitigar la servidumbre, su situación había empeorado.

Cabe destacar que Moshé había invitado a los ancianos hebreos a que lo acompañaran, pero de acuerdo con el texto bíblico, únicamente Moshé y Aharón se presentaron ante el faraón. Según el Midrash, en el último momento los ancianos perdieron el arrojo y no se atrevieron a enfrentar al faraón.

Está claro que en una sociedad estratificada, con barreras firmemente demarcadas entre las clases sociales, quien se encuentra en el último eslabón no se atreve a retar a la clase dirigente. Ni los pobres ni los esclavos enarbolan la bandera de la libertad, tal como, por ejemplo, sucederá siglos después durante la Revolución Francesa, donde la clase media y burguesa se rebeló contra la monarquía. Incluso en el caso bíblico, Moshé había sido criado en la corte del faraón, conocía las intrigas de palacio y, por ello, tenía suficiente coraje para retar al faraón. Pertenecía a la misma clase social.

Menahem Ben-Yashar cita varias oportunidades en las que la Humanidad erró y no escogió el camino apropiado, como consecuencia del libre albedrío con el cual Dios dotó al hombre. Los ejemplos abundan: el asesinato de Hével, la construcción de la Torre de Babel, la inmoralidad de la generación de Nóaj. En el caso de los hebreos en Egipto, era necesario romper las cadenas de la esclavitud para que el pueblo pudiera utilizar su capacidad de elegir su futuro a través del libre albedrío. Un esclavo está cubierto con gríngolas que le impiden ver con claridad la realidad que lo rodea para la toma de una decisión adecuada.

Después del fracaso inicial, Dios le encomienda nuevamente a Moshé y Aharón que se presenten ante el faraón.

Esta vez se hará sin la participación de los hebreos que tienen que ser formados como una nación. Era necesario devolverle a este pueblo el orgullo de los patriarcas. Tendrían que recibir un código de comportamiento que sirviera para unirlos y, al mismo tiempo, para acercarlos al Creador. Porque un pueblo necesita un ideal, sus miembros han de tener metas comunes para que se pueda definir una identidad nacional.

Estos capítulos testimonian la promesa divina con cuatro expresiones diferentes de salvación que son la razón para las cuatro copas de vino que se beberán la noche del Séder de Pésaj. Aparentemente incapaces aún para participar en una rebelión abierta contra los egipcios, los hebreos requerían de una demostración prístina de la intervención Divina. De tal manera que las plagas que Dios envió contra los egipcios tenían un propósito doble: doblegar la voluntad del faraón para que permitiera el éxodo, y convencer a los hebreos de que el Dios de los patriarcas es el Dios único de la Humanidad, y de que es Todopoderoso y cumplirá con la promesa que hizo a los patriarcas. En capítulos posteriores, los hebreos recibirán la instrucción de sacrificar una oveja que tenía que ser seleccionada con anterioridad.

De esta manera estarían desafiando a los egipcios que adoraban ese animal, al tiempo que desarrollaban el coraje y la valentía para el éxodo.

Como proceso, el éxodo de Egipto tenía que pasar por ciertos pasos, pero el más importante, tal vez, era fomentar la autoestima de los hebreos, la seguridad en sí mismos. Porque en el desierto tendrían que empuñar las armas. Dios estaría a su lado, pero en adelante tendrían una participación personal y directa para obtener la victoria.